Natalia Romero, poeta y cazafantasmas
Curaduría y notas: Lali Destéfanis
Qué necesaria la poesía de Natalia Romero en estos días que corren por nuestras venas, que recorren nuestros cuerpos donde nada se oculta, donde todo emerge al fin y al cabo, sea de manera expansiva o resistente. Porque frente a la pulsión fuerte de clandestinidad por la que clama la porción represora-reprimida de esta sociedad que conformamos, la poesía de Natalia viene a decir lo que duele, lo que es mejor que sea dicho porque eso que sale a la luz nos permite renacer. Miren, si no: hay una abuela que, en un tránsito central en la vida de las personas, puede decidir lo que abandona, aunque lo sepa o no, aunque lo diga o lo oculte. Miren si no: “Lo que no vemos morir/ todavía esperamos que vuelva”. Miren, si no, a esa almita que para poder vivir olvidará, aunque sabe. Porque “Después de cualquier muerte,/ para sobrevivir,/ hay que enterrar vida”. No hay otro modo: cuerpo, semilla.
¿Por qué digo pulsión de clandestinidad? Porque tiene larga data en nuestra historia, y su marca más profunda está en la historia reciente, más nuestra que ninguna otra. En Pájaros sin luz, el libro de Noemí Ciollaro que recoge los testimonios de las compañeras de algunos varones desaparecidos, dice Darío Olmo (del Equipo Argentino de Antropología Forense): “La forma clandestina tiene esas características, es más ágil, es operativa, es contundente. Y niega. Niega todo. Niega el secuestro. Niega la tortura. Niega el asesinato”. De noche, clandestinos, regresaron a sus hogares los sobrevivientes de Malvinas.
Siguen negando hoy quienes defienden “las dos vidas”. Y se escandalizan ante la lengua que pone cuerpo a la invisibilización de les otres. Pero esas veladuras seguirán volviendo de manera fantasmática hasta tanto no podamos hacerlas parte de nuestra historia dicha, porque siempre “Va a quedar algo del cuerpo,/ vivo/ va a venir a decir, no me olvides/ va a volver con el oleaje”. Qué necesaria la poesía de Natalia Romero. Aquí, cuatro poemas de Puede que la muerte mienta (Alción Editora, 2018) y tres inéditos, bonus track que generosamente nos adelanta la autora.
Santa Rita
Volvió a brotar la Santa Rita, me dice
vieras qué bonitas sus flores.
Mi abuela se despide de la vida
en un lento devenir
que podría ser igual
al de las estaciones.
Por momentos lo sabe,
no sé si lo oculta.
Un alma puede crecer tanto
hasta unir tierra y cielo
y así, decidir lo que abandona.
La gata
La casa estaba igual.
Pero a mí me dijeron
que los gatos
van a morir afuera.
Se esconden para desaparecer.
Me senté en el garaje
vi pasar su sombra.
Fue como un disparo
que aturde y se pierde.
Lo que no vemos morir
todavía esperamos que vuelva.
Milagro
Alguien que podría nacer,
un almita dando vueltas, dijo.
Cerré los ojos
creí verla.
Era dorada y brillante
parecida a la luz
que entra por la persiana
cuando amanece.
Puedo escribirle como si estuviera
de ese otro lado.
Como si pudiera pasar por el umbral
que también a mí
me nombra, el rumbo
que todos compartimos.
Nací
sin la pausa de estar cerca
del cuerpo quebrado que tuvo mamá.
Pude haber sentido
una fuga,
en el vientre donde crecí.
El almita debe saber todo eso
que después
al abrir su boca en este mundo
para poder vivir,
olvidará
va a olvidar.
Cosecha
Vos de espaldas
cargabas una pala
con la que íbamos a hacer el pozo.
Yo callaba
y el sol pulía el suelo,
más espeso que la bruma
ese polvo del aire.
En mi mano derecha
puño cerrado
pinza firme,
estaban las semillas.
Después de cualquier muerte,
para sobrevivir,
hay que enterrar vida.
El pasado
Vas a estar bien, me digo
vas a estar bien.
Ese cielo, ¿vos viste ese cielo?
dice él,
era metálico y puro.
Era inmenso.
Bosque
En el bosque las araucarias
hacían un círculo con las copas
apuntando al cielo.
Era el bosque de mi sueño
y era el bosque real.
A la mañana el lago Queñi, tan tranquilo
tan sin reconocernos
mostraba su llanura,
un celeste calmo de agua fría
de agua blanca, transparente.
Todo lo demás es piedra,
acá el deshielo no mató nada.
Voy a mirarme al lago, a su espejo,
me asomo y solo veo
la copa de las araucarias,
el redondo marco de un cielo
y no hay nada
más verdadero que esto.
Aunque sea un recuerdo
aunque ese lago no esté
delante de mí ahora.
No insista
Para poder pedir otra cosa,
para volver a mirar debajo de las piedras
en el borde de la escollera
contra la rompiente,
no insista.
Va a quedar algo del cuerpo,
vivo
va a venir a decir, no me olvides
va a volver con el oleaje.
Puede ser un modo de ver lo que no fue.
Después el cielo despejado,
después el aire
como un nacimiento,
y ese cuerpo, ahora siempre suyo,
para dejarse ir,
saltar el dique.
Natalia Romero (Bahía Blanca, 1985) es licenciada en Ciencias de la Comunicación (UBA) y Magíster en Escritura Creativa (UNTREF). Publicó los poemarios Nací en verano (El Ojo del Mármol, 2014) y Puede que la muerte mienta (Alción, 2018), y el ensayo El otro lado de las cosas, La poesía como restauración de una voz en la obra de Diana Bellessi (Blatt&Ríos, 2017). Podemos leerla también en www.todaslascostas.blogspot.com. Desde 2015, coordina el taller de escritura El otro lado de las cosas.