Nina Simone: Seis mujeres (parte 2)

Por Esteban Galarza

Segunda parte de un importante trabajo de investigación biográfica de Esteban Galarza sobre la pianista y cantante estadounidense Nina Simone, quien desde sus inicios desconcertó a una crítica que nunca supo como etiquetarla. Pero ella no se limitó a romper moldes en el escenario, ya que además de ser una mujer afroamericana bisexual en un mundillo musical hostil, se convirtió en una importante referente del movimiento por los derechos civiles. Hoy, la cabeza en las nubes.

(Viene de la Parte 1)

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3º parte: La mujer y el piano (Mississippi Goddam)

Hay una hermosa expresión en inglés que resume y abarca esta primera etapa de la vida pública de Nina Simone: “Head over heels” (o “la cabeza en los talones” o “la cabeza por las nubes”, como se suele decir en castellano). Son los primeros años en los que Nina se desprende del pasado de Eunice, salvo por el contacto con su familia, y crece en fama y fortuna. Hay amor en el aire, hay vértigo en las noches, alegría en las copas, poco descanso en los días y compromisos que nunca terminan. El problema de la velocidad es que no sabe dónde pisa ni qué es lo que pisa y permanecer mucho tiempo en esa dinámica genera desarraigo. Nina no nació con los pies en el barro como Eunice. Head over heels.

En sus comienzos hay tres elementos que conjugados serían un resumen casi total de lo que significó ser Nina Simone: ante todo, un público que creció como multitud al sonido de su voz; luego su esposo, Andy Stroud, ex policía turbio, violento y al mismo tiempo el mejor mánager que tuvo; y, por último, el poco control que pudo tener de sus propios discos, ya que con los años supo que circulaban muchas ediciones piratas que no le pagaban regalías.

Pero había un elemento que no cuadraba del todo cuando se buscaba escucharla. ¿Qué música tocaba Nina Simone en esos días? En su autobiografía escribió sobre esos primeros años: “Terminaron describiéndome como una cantante de “jazz y algo más”. Para mí, “jazz” significaba una manera de pensar, una manera de ser, y el negro estadounidense era jazz en todo lo que hacía; en la manera en que caminaba, hablaba, pensaba y actuaba. La música jazz no era más que otro aspecto de todo aquello, así que en ese sentido, como yo era negra, era una cantante de jazz, pero en casi todos los otros aspectos no había duda de que no lo era.”

Bien, había algo más que no terminaba de cuadrar en la vida de Nina Simone, pero aún no sabía qué. Con las regalías pagadas por sus dos primeros discos se compró un Mercedes Benz; gracias a los shows en lugares cada vez más importantes, más la edición y venta de nuevos discos pudo adquirir una enorme casa en Mount Vernon. Recién comenzaba la década de 1960 cuando tuvo a Lisa, su hija, que le dio algunas horas de descanso, las suficientes para volver a tocar tierra con los pies. Y no supo dónde estaba parada. Había algo en el aire que indicaba que esa década sería la que cambiaría el curso de la historia y ella debía ubicarse en algún lugar, pero aún no sabía dónde.

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Lo que tocaron sus pies descalzos fue una tierra que vibraba y que reclamaba su presencia con los suyos. La tierra y la sangre claman y no hay Playboy, Penthouse, Lauren Bacall o Frank Sinatra que puedan ya acallar esas voces. Todavía las siente borrosas, pero el tiempo continúa y se acerca a los atentados que la harán reencontrarse con ella misma, con la Nina Simone para la que fue creada. Mientras tanto ella convive con la música y no es un daimon que la tranquilice: “Las melodías se me quedaban en la cabeza  durante horas –a veces días– y no podía dormir, ni siquiera calmarme un poco. Cuando volvía de gira a veces llegaba a pasar una semana entera antes de que la música me dejara por completo y yo volviera a sentirme un poco normal.” La posesión diabólica puede tomarnos por medio de un objeto totémico, como un huesito con plumas, o mediante el aire etéreo. La música es un tótem que se desplaza por el aire y que toma el cuerpo de Nina Simone.

La otra voz que entró en la vida de Nina fue la más concreta de Lorraine Hansberry, mujer combativa e intelectual que le presentó a Nina los escritos de Marx y la semilla de la lucha de Malcom X y Martin Luther King. Hansberry fue la inspiración para el tema To be Young, Gifted and Black, un homenaje a una vida que se incendió demasiado rápido y que operó como bisagra entre una vida musical despreocupada de su tiempo y la canción de guerrilla, aunque no vivió para escucharla. Hansberry, como casi todos los nombres de relevancia del movimiento por los derechos civiles, murió joven. Su alma fue un hit radiofónico y una bandera en la voz de Nina Simone.

Hubo una última oportunidad para cumplir el sueño ya casi olvidado de Eunice Waymon. La noche del 12 de abril de 1963 sus pies, limpios de barro y en tacos, entraron al Carniege Hall, la mayor sala para tocar música de cámara de Nueva York y su sueño desde que atravesara por primera vez el umbral de la casa de la señora Mazzy por primera vez, en una tarde casi del todo olvidada. Esa noche no sonó Bach, como en el sueño de Eunice, sino que el repertorio fue elegido por Nina. La oportunidad pasó y Eunice se replegó.

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Tras el crujido de la radio, una voz lejana anuncia una noticia el 15 de septiembre de 1963: una bomba estalló en una iglesia en Birminham, Alabama. Adentro cuatro niñas murieron y muchas otras personas resultaron terriblemente heridas. Nina escuchó la noticia, con el cuerpo tan tranquilo como incendiada la mente, comenzó a buscar el arma que Andy guardaba de sus años de policía. Como no la encontró, se puso a fabricar una casera. Había cuatro nombres en su cabeza: Denise McNair, Cynthia Wesley, Carole Robertson y Addie Mae Collins, las cuatro niñas asesinadas. Andy llegó a cruzarla en esa mirada incendiada y pudo disuadirla, convenciéndola de que su elemento no era la lucha armada sino la música. No lo supo entonces, pero esa disuasión fue el mayor incentivo que alguien pudo darle jamás.

Sin un arma, pero con papeles, partituras, un piano y toda la noche por delante, escribió «Mississippi Goddam». El percutor cayó como un estallido en la bala y el disparo fue inevitable. Se había completado la metamorfosis. Cuando Nina Simone salió de ese cuarto después de una noche intranquila, se vio en un espejo convertida en una monstruosa luchadora por los derechos civiles. Con los primeros rayos de sol recorrió su jardín, en los últimos días de un verano que no le había dado respiro. Era el 16 de septiembre cuando pisó el pasto, con un hummus lleno de rocío que le transmitió la sensación viscosa de la sangre. Respiró, aún seguía respirando y latiendo. Tenía en su mano derecha el manuscrito original de «Mississippi Goddam». Amanecía.

No lo supo entonces, pero tenía por delante los siete años más turbulentos de su vida. Y no recordaba cuándo había sido la última noche que había podido dormir sin voces que le perturben el sueño.

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El tiempo es tal vez la materia más elástica e imprecisa de este mundo: en la alegría, no nos damos cuenta de en qué momento pasaron todas las horas que teníamos para sonreír; en la desdicha, los minutos se criogenizan y no nos dejan avanzar hacia la siguiente hora. Pero es en la batalla donde todo estalla y la longitud se choca con lo breve, como una lluvia de acontecimientos que quedan esparcidos para que los historiadores coloquen en una línea de tiempo, pero que sus actores pocas veces pueden ubicar con tanta precisión.

Así, Nina rememora del otro lado de toda esa revolución perdida cómo su himno «Mississippi Goddam» se hacía bandera mientras desde el sur de Estados Unidos la boicoteaban siempre que podían. En otra esquirla de tiempo ella rememora a Lisa, su hija, jugando con las hijas de Malcom X y en un pestañear se entera del asesinato del líder revolucionario y ubica en su pecho una plegaria por esa familia destruida, especialmente por su amiga Betty Shabazz, viuda de Malcom X. Ese golpe fue duro, pero en un clima de guerra civil, el asesinato de los líderes es previsible. En medio de las trincheras brillaba la figura del Doctor Martin Luther King, con su política aislada de no violencia. El calendario sigue cayendo, los años pasan y en 1965 vemos a Nina Simone con una comitiva de artistas en un show a beneficio de la marcha de Selma. La victoria sería grande ya que luego de esa difícil lucha empañada por numerosos asesinatos, los afroamericanos pudieron ejercer su derecho a votar. Pero la lucha continuaba.

Nina quería y admiraba a Martin Luther King, pero su lugar estaba junto a las Panteras Negras. Tanto Nina Simone como las Panteras Negras buscaban la medida más radical, la creación y separación de un Estado afroamericano de esos Estados Unidos blancos y racistas. Denle un micrófono y una oportunidad arriba de un escenario y desprenderá municiones de su boca.

No podría decirse con precisión cómo se enajenó de sí misma, pero de repente las canciones que la llevaron a la posición en la que estaba fueron deshojándose hacia el olvido y cobraron preeminencia músicas incendiarias, inmediatas, pero decididamente menos duraderas en el tiempo. La tierra sólida en la que pisó y amasó durante más de 5 años de repente se fue erosionando hacia un polvo llevado por el viento que sopló en Memphis el 4 de abril de 1968. Una ventisca de primavera joven arremolina polvo y detritus cerca de donde yace muerto Martin Luther King, con la garganta destrozada de un balazo, para luego dispersarse campo adentro sin que nadie recuerde que instantes antes formó algo bello.

 

4° parte: La mujer y el piano (I put a spell on you)

En el África negra hay una creencia que une a todas las tribus y que tiene que ver directamente con la idiosincrasia cultural de la mayor parte del continente: los antepasados nunca se van del todo, solo muere la carne. Los espíritus de los antepasados conviven con los vivos para siempre y ayudan a quienes los bien quisieron. El nigeriano Amos Tutuola escribió un libro hermoso sobre esa experiencia, titulado Mi vida en el bosque de los fantasmas. Fue a partir del asesinato de Martin Luther King que Nina Simone comenzó a percibir con una agudeza cada vez más grande esa experiencia. Y sus fantasmas protectores le dieron un último revés de fortuna antes de su autoexilio.

El 7 de abril de 1968, tres días después del asesinato del líder pacifista, Nina subió al escenario del Westbury Music Fair y estrenó un tema que compuso imbuida de la rabia y la desazón del crimen: «Why? (The King of Love Is Dead)«, una despedida al doctor King de casi 13 minutos. También tocó «Ain´t Got No, I Got Life« tema sacado del musical Hair, junto con otros temas clásicos de sus performances como «I Loves You Porgy». Se percibe en el show una tristeza íntima, una necesidad de abrazar con la voz. La técnica de la hipnosis está puesta en envolver en compasión como hacía años no lo hacía. Pareciera que el polvorín comienza a apagarse, y de cierto modo eso es lo que está pasando en el escenario. La revolución se comenzó a marchitar en polvo acre.

El show se grabó y editó en el disco ´Nuff Said!, el cual fue un éxito inmediato sin proponérselo. El tema «Ain´t Got No, I Got Life» fue éxito de ventas en Estados Unidos y Europa, con lo que grabó casi inmediatamente el disco de covers «To Love Somebody« para volver a ser una cara vendible. Lo que en un principio parecía ser una vuelta a los orígenes fue en cambio un comienzo de exilio. Y eso fue todo para ella.

Nadie salió ileso de esa revolución y Nina Simone mucho menos que todos los supervivientes. Infinitamente agotada una tarde llegó a su casa y, al verse al espejo, confrontó la mirada de Eunice. ¿Y qué había hecho con el tiempo que se le había dado? Tardó seis años en forjarse una fama que incendió en los seis siguientes. Para que el país sepa su nombre se entregó a la administración de su esposo, quien era un hombre terrible que le pegaba, la desoía en sus reclamos, la reventaba como un caballo de carrera e inclusive la violó en un arranque de celos semanas antes de casarse. Nina nació en el peligro y nunca fue menos terrible al desafiarlo o enfrentarlo, sin jamás huir de Mount Vernon o pensar en una denuncia. Lisa, su hija, creía que sus padres estaban locos. Pero, pese a la intensidad y la violencia, había un objetivo que la impulsaba a seguir. Con los principales líderes asesinados, la revolución pasó a ser nada más que una cáscara cool de festivales y a Nina solo le quedó amargura. Nadie quería contratarla ni llevarla a sus festivales de música debido a sus performances incendiarias. Veía cómo en su lugar aparecía Aretha Franklin en el prime time de la televisión, mientras que su nombre quedaba pegado a un pasado que nadie podía recordar sin dolor o vergüenza.

En un último impulso antes de hundirse en la ciénaga huyó a Barbados en marzo de 1970, dejando todo pasado. La arena blanca y la sal de mar lavaron su cuerpo y le dieron un descanso aparente de años. Solo se llevó, en un segundo viaje, a su hija consigo, dejando que todo lo demás muriese. Esa decisión fermentó y creó una inmensa ola de miasma años después, cuando ella estaba casi quebrada.

Estamos en 1971 y Nina pasea por las playas de Barbados, la isla que pisó Cristóbal Colón casi 500 años antes. Nina pernocta en residencias oficiales ya que es la amante del primer ministro. Pareciera un buen final para su historia, pero aún debe continuar, porque esta relación con el primer ministro no tiene mucho futuro. Cada tanto va y vuelve a girar por Europa, cosecha éxitos y aplausos y retorna a Barbados. A veces también viaja a Estados Unidos, pero ahí están sus deudas y su padre moribundo, piedras que se colocan en su corazón negro, cercanas al lugar donde encerró a Eunice.

Tiempo es lo que corre como arena bajo sus pies, como polvo que lleva el viento. Tiempo es lo que tardó hasta llegar el llamado de África a la mujer que tocaba el piano para su madre en la iglesia o para los amigos de su profesora como forma de pagar sus estudios. Tocaba el piano para convertirse en la primera concertista negra de Estados Unidos, tocaba el piano para comer y luego para comprarse lujo, tocaba el piano para enarbolar banderas revolucionarias y tocaba el piano porque tal vez de eso se trataba todo en su vida: tocar el piano y moverse hasta que algo parase. Alrededor del mundo son cada vez más los artistas que tocan los temas que compuso y logran un éxito que a ella se le negó en su momento. Pero fue Nina la que puso el hechizo en los corazones sin jamás saber cómo reclamar su participación. África sería pues su destino, pero sin piano, ya no más.

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Visiones de Liberia, país fundado por libertos que volvieron de Estados Unidos a mediados del siglo XIX. El lugar fue el último enclave de los antepasados africanos de los libertos antes de abandonar el continente en galeras de esclavos. Allí donde se perdió la pista comenzó la historia de la nación africana que se había ganado la fama de ser la más parecida a Estados Unidos de toda África.

Visiones de Liberia, país al que Ryszard Kapuscinski le dedicó una de sus crónicas más duras de Ébano, su sinfonía coral africana. La crónica «El infierno se enfría» repasa brevemente los orígenes de Liberia y la supremacía de su oligarquía de orígenes libertos estadounidenses y las infinitas diferencias sociales entre la casta dominante y la casta subyugada del país. El texto del periodista polaco se detiene en el estallido social que ocurre a fines de los 70, con la masacre de la casta dominante a manos de milicias venidas del pueblo hambreado, y en la forma en que ya en la década de 1980 la desintegración de ese supuesto paraíso se hundió en tortura, sangre y obscenidad. De esas heridas salpica sangre que hace lodo en la tierra húmeda de África y todo corre hacia el océano y se lava. El agua no guarda memoria, pero sí la tierra.

Visiones de Liberia, país al que llega Nina Simone. Sus pies negros caminan por la arena casi blanca y el océano caliente. Siente la tierra que tiende a sus espaldas, a metros nomás y sabe que es África y le gustaría ser aún más negra: que se le oscureciesen los dientes, que sus pupilas se ensanchen y cubran en un eclipse infinito todo lo que quede de blanco en ella. Supo que su destino de Nina Simone siempre estuvo ahí, en visiones que tuvo la primera noche que usó ese nombre, cuando subió al Carniege Hall, cuando escuchó que habían asesinado a Martin Luther King. Y supo que había llegado la noche que fue a un boliche en su primer día en Liberia y, posesa, se fue quitando toda su ropa hasta que quedó completamente desnuda y bailando frente a todos. Una entrada tan desbordante de Nina Simone que al día siguiente fue el Primer Ministro para ver si se repetía la danza. Pero lo que era para Nina su destino, era para Eunice un exilio. Ese cuerpo había nacido con los pies en el barro, no en la arena correosa. La arena, la noche, el anhelado eclipse no guardan la memoria, pero sí la tierra.

Visiones de Liberia. Nina extrañamente no se detiene más de la cuenta en detallar su estadía en aquel país, cuando años después redacta su autobiografía. En Liberia se reconcilió con su padre muerto, se enamoró de un hombre poderoso y buscó sumergirse en el olvido del océano y la noche. Pero para 1974 sus días allí estaban contados. Cuando su visión de Liberia chocó con la Liberia de Kapuscinski ella vio esa colisión en una TV en algún lugar olvidado de Suiza, país rico, blanco y helado. En esa televisión pudo ver cómo eran arrastrados sus viejos amigos por soldados muertos de hambre y fusilados ante la mirada de curiosos y de espalda a ese mar que ella miró y la bañó. En esa televisión, vio borrosas figuras ya muertas, negras de piel y sudando sangre y supuso que todo era un sueño y que Liberia con su gente no eran ni pasado ni nada. Solo imágenes que acumulaba en su cabeza negra, un inmenso cementerio de recuerdos cada vez más grande y con un futuro cada vez más estrecho y finito. Ya no era una mujer tan joven y no le quedaba mucho más fuera de esa casa, con esa tele en ese país europeo, blanco y frío.

(Continúa en la Parte 3)