No sabían con quién se estaban metiendo

Por Pedro Perucca

Pedro Perucca comparte una incondicional reivindicación del líder campesino peruano Hugo Blanco, hoy objeto del ataque de la derecha de ese país, que busca prohibir la exhibición del documental «Hugo Blanco Río Profundo», acusándolo de «apología del terrorismo». ¡Hugo Blanco no se toca!

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“A diario nos llegan a mí y a mi hija Carmen decenas de mensajes solidarios por correo electrónico y otros medios sociales. Agradezco todas esas expresiones de solidaridad, incluyendo aquellos de personalidades, gremios y organizaciones que se han pronunciado. Una vez más, la solidaridad nacional e internacional, me reconforta tal como lo hizo cuando se pedía para mí la pena de muerte en los 60, durante todo el juicio, cuando estaba preso en Arequipa y El Frontón y ante otros intentos por eliminarme o estigmatizarme que han habido también posteriormente, por ejemplo durante los años 80”. El que habla es Hugo Blanco, histórico dirigente campesino peruano, que fue nuevamente atacado por un sector ultraconservador de ese país.

Pero la respuesta fueron miles de firmas de apoyo de todo el mundo, la solidaridad de cientos de organizaciones campesinas, gremiales y políticas, el apoyo de decenas de eurodiputados en unos pocos días de campaña. La derecha peruana, como la de todo el continente, es torpe e ignorante. Pretendieron evitar que la película “Hugo Blanco Río Profundo” se proyectara en instituciones públicas del país y lograron exactamente el efecto contrario, que el film producido y dirigido por Malena Martínez circule como nunca, se difunda, se comparta, se milite. Tal vez no sabían bien con quién se estaban metiendo cuando impulsaron esa campaña canallesca para vincular a Blanco con el terrorismo senderista, cuando más de una vez fue amenazado por él. Hugo Blanco es una referencia continental, un personaje a la altura de cualquier prócer revolucionario latinoamericano, un héroe para cualquier persona que haya tenido alguna militancia trotskista o que simplemente siga con interés los procesos de insurgencia social del continente.

Hugo Blanco, fue quien a mediados de los 60 se hizo cargo de la autodefensa de los campesinos autoorganizados del valle de la Convención, que recuperaron millones de hectáreas de tierra para la propiedad comunal de manos de los terratenientes y abrieron un proceso que allanaría el camino a la reforma agraria impulsada por el gobierno militar de Juan Velasco Alvarado de 1969 (a pesar del avance actual de la agroindustria Perú sigue siendo el país de Nuestra América donde en mayor porcentaje la tierra está en manos de campesinos, individual o colectivamente). Aquél a quien José María Arguedas se dirigía diciéndole “Hermano Hugo, querido, corazón de piedra, de paloma”. Aquél de quien a quien Galeano define en su introducción a Nosotros los indios como ese que “decidió ser indio, aunque no lo era, y resultó ser el más indio de todos”. El que cuando vino a estudiar a La Plata en 1954 fue ganado por Ernesto González y Nahuel Moreno para el trotskismo, identificación política que definió su acción revolucionaria durante muchos años.

Hugo también es quien fue detenido en 1963 por su lucha junto a los campesinos y salvado de una condena a muerte en 1966 por una campaña internacional de la que participaron personalidades como Jean Paul Sartre, Simone de Beauvoir y el malogrado Mario Vargas Llosa (a quien Hugo le escribió una carta pública lapidaria luego de su obtención del Nobel cuestionando su liberalismo y su odio a los indígenas). Cuando finalmente el velasquismo lo deporta, después de siete años de durísima prisión y tras negarse a trabajar para el Gobierno en su plan de reforma agraria, termina en México para luego volver a la Argentina en 1971, donde es detenido casi inmediatamente por la dictadura de Lanusse. Otra campaña internacional logra que se autorice su salida hacia Chile, donde comienza a militar en el cinturón industrial de Vicuña Mackenna hasta el golpe pinochetista, de cuya persecución logra escapar por la embajada de Suecia. Cuatro años después vuelve al Perú y se postula como candidato a la Asamblea Constituyente por el Frente Obrero Campesino, Estudiantil y Popular (FOCEP) y es nuevamente detenido por aprovechar los espacios cedidos a la propaganda electoral para llamar a la huelga general. Por esto es deportado a la Argentina de Videla donde sigue cumpliendo condena, hasta que puede volver a su país tras ser electo como constituyente por la votación más alta de la izquierda. En el 80 es elegido diputado por el Partido Revolucionario de los Trabajadores (PRT), sección peruana de la Cuarta Internacional, en una votación histórica. Hugo se las arregla para ser suspendido varias veces de esa banca por seguir denunciando los crímenes militares, pero en esos períodos no duda en ganarse la vida vendiendo café por la calle. Antes de ser electo como senador en 1990 (mandato que no concluiría por el autogolpe de Fujimori del 92) también conoce los calabozos de Alan García por seguir acompañando la lucha campesina.

Lo que en los Andes centrales fueron Héctor Chacón y Agapito Robles, entrañables personajes de la pentalogía de Manuel Scorza «La Guerra silenciosa», lo fue Hugo en los valles de Lares y Concepción, en la zona de Cuzco, haciéndose indiscutible merecedor de que una pluma tan brillante como la del autor de Redoble por Rancas también recupere su epopeya. Una historia que, además, parece interminable porque ese que suele contar que estuvo nueve veces al borde de la muerte ahí anda todavía a sus 85 años, siempre activando y generando líos.

Tras la programación de la película sobre su vida en algunas salas públicas, un grupo de políticos conservadores, periodistas y ex militares impulsaron una campaña de repudio y solicitaron se investigue al Ministerio de Cultura por haber aportado fondos para el documental, que denunciaron como “apología del terrorismo” cuando en realidad la obra apunta exactamente a lo contrario, dejando explicar al propio Blanco sus históricas e irreconciliables diferencias con el foquismo, con el terrorismo y con Sendero Luminoso. “Las autoridades lo acusaron de terrorista. Tenían razón. Él sembraba el terror entre los dueños de la tierra y de la gente”, planteó Galeano ante algunos cuestionamientos previos en el mismo sentido.

Pero la reacción compañera ante la ofensiva derechista fue inmediata. Desde todo el mundo comenzaron a llegar pronunciamientos de apoyo y defensa. Cuenta Hugo en sus redes sociales: “Y estoy también conmovido por las múltiples expresiones de solidaridad que me llegan desde diversos rincones del Perú y del mundo. Tanto por parte de aquellos que llevan a cabo luchas afines a las que yo he llevo pero también de gente joven que hasta ahora ni sabía de mi existencia pero que ahora se ha interesado por mi trayectoria de luchas”. Otro pésimo cálculo de los censores, ya que su campaña logró que miles de jóvenes conozcan ese pedazo de historia de las luchas campesinas en el Perú. Oscar Blanco, hijo de Hugo, ironiza agradeciendo “la publicidad gratuita que están realizando los militares” y remarca orgullosamente: “Mi padre está acostumbrado a que lo llame terrorista o asesino, pero también a que lo llamen héroe”. Por supuesto.

El comunicado internacional en su defensa plantea: “Hugo es un ejemplo por su incansable compromiso con la justicia y con los pueblos, sea en Pucallpa, Cajamarca, La Convención, en Chiapas o el Cauca. También porqué es uno de los pocos dirigentes de izquierda que hoy ha podido dar un giro significativo, sin perder sus convicciones, hacia otra lucha reivindicativa: por el medio ambiente”. Blanco suele explicar este giro afirmando: “Antes luchaba por el socialismo, hoy se trata de la lucha por la supervivencia de la especie”.

Desde Sonámbula nos sumamos sin dudar un segundo a la defensa de Hugo Blanco, querido e histórico portaestandarte de los mejores sueños de la humanidad.