No sea como alguna de estas diez madres de mierda

Mariel Martínez repasa las representaciones de la maternidad en la literatura y arma la serie de las «madres malas». Asesinas, abandónicas, entregadoras o incestuosas, todas mujeres escritas por hombre, todas ellas condenadas para siempre.  

A mí el video de Mariana Rodríguez Varela me hizo reír mucho, hasta que me di cuenta de que ella no intentaba hacer humor. Seguro que lo vieron. Mariana acaricia un muñeco diminuto de plástico y le dice “bebito” y de paso, orquesta una campaña virtual contra el derecho al aborto en nuestro país. Que el bebito aquí y allá, que cuelgue de su balcón al bebito, que denuncie en este número de wapsapp a los que circulan en el universo antibebito. Sonríe desorbitada Mariana, apretando los dientes. Yo pienso en lo mal que lo deben pasar los bebitos de esa señora, y me acuerdo que casi al mismo tiempo, también por las redes, empezaron a rondar los posteos de otra madre, Carolina Justo, que terminaron siendo una página y un libro: Mamá mala. Más que la defensa del bebito, mamá mala era una reivindicación del qué carajo hago con este ser humano que ni siquiera habla. “Mamá Mala, lo urgente y lo importante. Mamá Mala hace listas, siempre, de todo. Imagina formas de organizar el Kaos y no perder el Control”.

Yo, que no soy madre, supongo que de serlo sería una del grupo de las pésimas. Por lo que conozco de mí misma imagino que lo menos grave sería no entender a la criatura, porque sé que incluso podría olvidarla en algún negocio, o pasar por alto la tarea de alimentarla, o que me dieran ganas de ponerle un silenciador a un llanto que me supere en tiempo y volumen. Imagino, que sé yo. Por si acaso, busco consuelo a mis angustias futuras en la literatura.

Pienso, por ejemplo, en la madre mala por excelencia, Medea. Griega, madre de todos los males. Fue la hija de un rey y una ninfa, fue bella y peligrosa. Parece que se enamoró de Jasón a tal punto que lo ayudó a él y a sus argonautas a burlar las trabas que su padre interponía entre el alegre grupo y un velloncino de oro. Medea, entonces, traiciona a su patria y a su familia, huye con Jasón, se casa, tiene hijos con él. Luego el héroe vive, mirá que iluso no era, usufructuando por años los poderes mágicos de la hechicera . Pero hete aquí que no sólo de amor vive el hombre, y Jasón, por el trono de Corinto, decide abandonar a Meda y a sus hijos para casarse con la hija del rey de aquellas tierras. Ni lenta de perezosa, Medea incendia a su contrincante y mata a sus propios hijos, para infligirle a Jasón un dolor irreparable. Osada la brujita. De todas formas la literatura no la deja sin castigo y la representa luego aborrecida y apedreada, continuando su vida en el destierro y la desolación. Medea “vamos por todo”, podría apellidarse. Yo creo que de acá estoy lejos pero tengo cuidado, porque los celos son una cosa peligrosísima, y se ve que las separaciones son complicadas cuando hay niños en el medio. Pero, anoto: escaparle a la literalidad, no asesinar a los hijos propios. Bien.

Siguiendo con la saga aquea, pienso ahora en Yocasta. Que problemón. Su error fue el contrario: no el de matar a su hijo, si no el de salvarlo. La historia es conocida. Layo, su esposo, advertido por un oráculo de su futura muerte en manos del primogénito, manda a matar al recién nacido. El amor de la madre no la deja cumplir una orden tan cruel y entrega al pequeño a unos pastores. El niño crece, y ya adulto y sin saberlo, mata a su padre, se casa con su madre, y engendra cuatro hijos que, como puede preverse, la van a pasar como el orto. Y de yapa Edipo nos representa un tremendo enredo psicológico a todas las generaciones futuras. Te equivocaste, Yocasta, incluso sin haber escuchado la estrategia discursiva de Mariana Rodríguez Varela.

Salgo de las hipótesis de asesinato, que parecen ser muy extremas, y avanzo en el tiempo. Voy a Shakespeare. También se encargó de escribir madres complicadas. Gertrudis, la madre de Hamlet, es un personaje ambiguo. Muerto el rey Hamlet, su esposo, se casa nada menos que con su asesino, Claudio, quien además es el hermano del rey asesinado, por lo cual según las leyes de su época, Gertrudis comete incesto. Es de sospechar, además, su participación en aquel crimen. Quizás la salva de la ignominia el sacrificio propio y casual que practica al tomarse una copa de veneno destinada a su hijo. Pero, a decir verdad, ¿Qué hijo puede soportar sano el peso de haber sido partícipe en la muerte de su propia madre que, a su vez, ha sido partícipe en la de su padre? Hamlet hijo la tiene complicada. Tomo otra nota: si enviudo, no casarme con mi cuñado, menos aún si existen sospechas más o menos fundadas de que fue el asesino de mi ex esposo.

A la que seguro no quiero ser parecida es a la señora Bennet de Orgullo y prejuicio, la novela que Jane Austen escribió en 1796. Una pesada, la señora. La historia es así: ante la llegada de un codiciado soltero al pueblo (Charles Bingley) esta mujer no para de pergeñar planes para que el muchacho despose a una de sus hijas. Es tan descarada en sus intentos que casi casi lo espanta, a él y a su amigo íntimo Darcy, que al final y a pesar de ella, se termina enamorando de Elizabeth, la más ingeniosa de las hermanas. El casamiento es, para este personaje, más importante que el honor. Por ejemplo: festeja la fuga de una de sus pequeñas hijas con un hombre de dudosa moral, sólo porque con este acto logra el matrimonio. Lo único que quiere esta mujer es que sus hijas se casen, con cualquiera y cualquier costo. Se entiende el temita crucial del sostén económico de las mujeres en el siglo XVIII, está bien. Pero si yo no quiero eso para mí, no quiero querer esos para una hija. Eso en el caso de que me salga niña, claro.

También está el peligro de ensañarse en ser una madre y esposa perfecta. Pienso, por ejemplo, en Nora, la protagonista de Casa de Muñecas, la obra de teatro de Ibsen. Siempre linda, arregladita, alegre, dispuesta. Se endeuda un montón, sí, eso no está bien, pero ¿para qué lo hace? Para pagarle al marido el tratamiento que le salvó la vida, sin que él lo sepa, pobrecito, que no se sienta mal por ser pobre. Y ¿qué hace el marido cuando se entera de esta conducta? Se enoja ¿y qué hace cuando se entera que la deuda ya no existe? Le dice algo así como te perdono mi chiquita, sos media boba pero hermosa y bienintencionada. ¡Ah, no! Portazo de Nora, me voy a buscar mi propia vida querido, no soy tu muñequita ni lo quise ser de mi padre, fijate qué hacés con los pibes. Radical Norita. Yo no sé si me animaría así, la verdad, pero la aplaudo por capa y por linda.

Por otro lado me asustan, debo decirlo, las figuras de las anti heroínas decimonónicas Ana Karenina y Madame Bovary. No tanto porque no fueron madres ejemplares si no porque conflicto más, conflicto menos, una se termina tirando a las vías de un tren y la otra, envenenando. Ana, el gran personaje de Tolstoi, le es infiel a su marido con el seductor Vronski y este amor decanta en que la mujer deja de ver a su hijo, por supuesto que por decisión de su marido. Con Vronski tiene a vez una hija, a la que también llama Ana y que será criada por Karenin luego del suicidio de la protagonista a la que Vronski un poco le dejó de dar bola, para resumir. Por otro lado Madame Bovary, el polémico personaje que Flaubert escribe a mediados del siglo XIX, deja huérfana, también tras su suicidio, a la pequeña Berthe, a la que no dedicará casi nada de presencia maternal, enredada en sus tormentosos amores. A decir verdad, lo del deseo es muy atendible. Yo espero resolverlo de otra manera que no signifique conectarme con mi pulsión de muerte de una forma como para ser arrollada por el Sarmiento.

Otro de los modelos de madre de los que espero alejarme es el de la señora Bernarda Alba, protagonista de la obra teatral escrita por Federico García Lorca. Para empezar, Bernarda le puso a dos de sus hijas unos nombres terroríficos (Angustias y Martirio) y para seguir, las obliga a todas a vivir, tras la muerte de su marido, un luto aburrido y largo como la peste. Y eso sin nombrar que es una mandona con innumerables problemas con la sexualidad y con el qué dirán. Dios quiera que si tengo cinco hijas no se me suicide ninguna como le pasó a Bernarda con Adela, pero vamos, que lo más lindo que le pasó a la finadita es haber podido disfrutar del sexo antes de morirse y esto es, precisamente, lo que su madre trata de ocultar imponiendo un nuevo luto silencioso. Bernarda Alba es un bajón. Juira Bernarda.

La Maga, puf, alejarse. Muy divina la muchacha que inventó Cortázar, muy sencilla ella, muy conectada con su niña interior, muy capaz de causar la admiración en un grupo de intelectuales que se embriagan y escuchan jazz. Pero como madre se le hacía difícil. Su pobre bebé, Rocamadour , tuvo que compartir su corta vida con un cínico declarado como Horacio Oliveira. Todavía esta escena me perturba: todo el grupo de amiguitos bohemios, el club de la serpiente, están horas reunidos con la certeza de que Rocamadour está muerto -en parte porque La Maga parece ser poco perceptiva y un tanto inútil- sin avisarle nada a su madre. Una puede ser cautivadora como La Maga, pero eso hay que aprovecharlo y no acercarse a cínicos como Oliveira ni a grupos parecidos de amigos con pretensiones artísticas pero medio fracasados y medio envidiosos, que te ocupan la casa y no tienen la delicadeza de decirte: muchacha, sabrá disculpar la intromisión, pero se le murió el gurrumín.

Todo un peligro. Tengo algunas amigas que andan queriendo ser madres y yo no sé si cuentan con esta información. Las veo el próximo fin de semana en San Pedro. Tierra de Abelardo Castillo que, entre las madres que escribió, de la que más me acuerdo es de la madre de Ernesto, que es también el nombre del cuento. En el relato, esta mujer abandonó a su hijo de pequeño porque se fue persiguiendo la vida de artista, y volvió años después como la prostituta nueva del cabaret del pueblo. Y los amiguitos de Ernesto, que la verdad que con amigos así quién quiere enemigos, atraviesan todo el cuento trazando los planes para ir a acostarse con la morena amplia, es decir, con la madre de uno de sus amigos. ¿Por qué lo hacen? ¿Algo irresuelto en su infancia? No sé, pero si tengo hijos así como estos zapallos, juró acá que no será por culpa mía.

En fin, la maternidad trae infinidad de peligros para una misma que se puede transformar en incestuosa, abandónica, entregadora, asesina, prostituta o castradora. Yo no sé si todas las futuras madres son conscientes de esto. Recomiendo, por las dudas, a todas las embarazas, ampliar la biblioteca y empezar a hacer una listita. No vaya a ser que la maternidad las agarre sin ficción.