Nostalgia cinéfila por el cierre del BAMA
Por Silvio Schachter
Ante la noticia del cierre del Buenos Aires Mon Amour, Silvio Schachter propone un recorrido nostálgico por el circuito cinéfilo del centro porteño, que también incluía disquerías, librerías, bares y restaurantes varios, donde las trasnoches se hacían eternas discutiendo de arte y política.
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El lunes pasado cerró otra sala emblemática de cine arte, el BAMA (Buenos Aires Mon Amour), ubicado en el subsuelo de avenida Presidente Roque Saenz Peña. Funcionó durante seis años en el lugar donde antes había estado el Arteplex Centro. Mi memoria emotiva me lleva al viejo cine ARTE, cuando se accedía también por el pasaje-galería que unía las Avenidas Corrientes y Diagonal Norte, pues en esa sala junto a otras como ella, nació mi pasión cinéfila, cultivada viendo las innumerables películas que cobijaron mi rabonas secundarias y mis noches bohemias en ese territorio que nosotros llamábamos el centro, una zona de la Av. Corrientes y aledaños que iba de Callao hasta 9 de julio. Ese circuito incluía al Lorraine, luego incorporó a los otros Lo (el Losuar y el Lorca), a la sala Lugones del San Martín, al cine Cosmos y al itinerante Cine Club Núcleo, una creación del maestro Salvador Samaritano, en cuyos debates aprendí a ver cine.
En esos reductos vi una parte de lo mejor de la historia cine, los ciclos del neorrealismo italiano, De Sica, Visconti, Rossellini, Lattuada, Fellini, y después a Scola, Bertolucci y Pasolini, de la Nouvelle vague, Truffaut, Godard, Resnais, Varda, Rohmer. Desde sus butacas también descubrí a cineastas anglosajones como Losey, Shlesinger, Anderson o Cassavetes, a los alemanes Fassbinder, Wenders o Herzog y también a Costa Gavras, Pontecorvo, Kurosawa, Kobayasi y al genial Bergman. En esos cines conocí al Cinema Novo brasilero, al chileno Littin, al boliviano Sanjines y a Olivera, Favio, Kohon y Birri.
Fue en el cine Arte donde vi por primera vez el film de un recital de música, Woodstock de 1969, con Richie Havens arrancando con Freedom, Joan Baez cantando Joe Hill, y más de cien mil voces coreando la letra de una canción contra la guerra, Vietnam song de Country Joe. Allí realizaron actuaciones memorables, entre muchos otros, Jimi Henrix, Janis Joplin y Joe Cocker.
Del otro lado de Callao, el Cosmos fue el reducto del cine del este, el cine soviético, la vanguardia rusa de Eisenstein y Pudovkin, luego Bondarchuk, Romm, Mijalkov, Konchalovsky, Tarkovsky, Kalatozov y los checos Forman, Chytilová y Menzel.
Recuerdo una entrevista con el dueño y gerente de Artkino (cine arte en ruso), Isaac Vainikoff, donde nos contó todas las argucias que usaba para eludir la censura. Entre 1947 y 1952 las películas soviéticas fueron prohibidas por ateas y comunistas y la censura que se puso durísima durante la gestión del nefasto Paulino Tato al frente del Ente de calificación, entre 1974 y 1980. Las otras salas de arte, tal vez por su asistencia más acotada que las de público masivo, también lograron, en algunos casos, sortear la tijera o la prohibición del censor, aunque muchas películas debieron esperar años para ser estrenadas.
Las noches arrancaban con recorridas por las librerías de viejo y las disquerías de Corrientes, para luego reunimos, antes o después de la función, en las mesas del Foro, La Paz, La Giralda o el Suárez, y con café y ginebra mediante, discutir de todo y sobre todo: política y cine, realidad y ficción, de amores de carne y hueso y de los otros, de nuestras preferencias por aquellos actores o actrices que nos enamoraron desde la pantalla. Si teníamos algún peso, la podíamos seguir en una cena con unos tallarines tuco y pesto en Pipo o con una pizza en Guerrín.
Asi como vi desaparecer los cines del barrio de mi infancia, el Hollywood, el Medrado y el Roca de Almagro, convertidos en edificios, negocios o templos berretas, los del centro fueron cerrando uno a uno. Ahora el cine está encerrado en los shopping, con olor a pochoclo y manejado con exclusividad por los grandes distribuidores (el pulpo Disney concentra casi el 50% de la recaudación) y la mayoría de los espectadores valora, por sobre el arte y el placer de una película bien narrada, los efectos especiales y su espectacularidad audiovisual.
Las salas de arte como el BAMA ahora, y otras mucho antes, fueron acorraladas por la situación económica y la multiplicación de los canales de cable y los de streaming, Netflix y HBO. Ahora en la web podemos hallar, buscando con paciencia, mucho del buen cine independiente que se produce en el mundo. Pero para mi nada puede reemplazar el ritual colectivo de encontrarse en esas pequeñas salas donde nos reconocíamos con otros habitués amantes del cine y esperábamos ese momento mágico en el que desde la cabina de proyecciones el haz de luz que atravesaba el celuloide empezaba a definir las imágenes y nuestras miradas se concentraban en la pantalla para compartir el inicio de una nueva historia.