Nuevos activismos en salud mental: Estudios Locos y psicopolítica

Por Peter Beresford

Emiliano Exposto realizó una traducción libre de la introducción al libro The Routledge International Handbook of Mad Studies (2021), compilado por los investigadores y activistas Peter Beresford y Jasna Russo, un manual que articula los discursos antipsiquiátricos, la psicopolítica y las experiencias radicales de los movimientos de supervivientes, usuarios y ex usuarios de los servicios de salud mental.

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Compartimos una “transducción libre” para uso militante de la “Introducción” al libro The Routledge International Handbook of Mad Studies (2021), compilado por los investigadores y activistas Peter Beresford y Jasna Russo. A lo largo de 382 páginas y 34 capítulos, este manual internacional de Estudios Locos articula los discursos antipsiquiátricos, la psicopolítica y las experiencias radicales de los movimientos de supervivientes, usuarios y ex usuarios de los servicios de salud mental. En una coyuntura de crisis anímica colectiva, los Estudios Locos son un campo emergente de investigación activista en salud mental, los cuales pueden proporcionar herramientas para politizar nuestros malestares y reinventar nuestros disfrutes.

El libro completo (en ingles) puede descargarse presionando “Get” en este link.

 

Una nueva oportunidad

Los Estudios Locos representan una oportunidad única para repensar el malestar y la locura, renovando las respuestas establecidas en salud mental. Vivimos en un mundo que genera locura y sufrimiento psíquico, pero que no los aborda de manera apropiada y puede incluso empeorarlos. Parece haber una alianza informal cada vez mayor entre la psiquiatría, las disciplinas psi y el neoliberalismo, con su rechazo a la intervención estatal y su preocupación por la economía de mercado. Estos dispositivos son cada vez más poderosos: individualizan los problemas sociales y patologizan a las personas.

Creemos que los Estudios Locos ofrecen, por primera vez, una perspectiva real de oposición efectiva a la marginación y opresión de las personas que experimentan locura y malestar. Se trata de una perspectiva fuertemente fundamentada a nivel filosófico y teórico. Esto le da la oportunidad de desafiar el actual dominio del pensamiento reaccionario, psicologizado y sobremedicalizante. En cierto sentido, los Estudios Locos no tienen precedentes. Ha habido movimientos y paradigmas de locos y sobrevivientes que durante muchos años desafiaron la comprensión predominante del sufrimiento psíquico, la locura y la “enfermedad mental”. Pero hasta los Estudios Locos no teníamos una iniciativa significativa que combine estas dos características: a) estar dirigida por sobrevivientes de servicios de salud mental y por personas con sufrimiento psíquico; y b) basarse teóricamente en la experiencia vivida.

Si bien la psiquiatría siempre ha tenido un enorme poder sobre la vida de las personas, desde sus orígenes despertó controversias y se puso en duda su base científica. Esto quizás no sea sorprendente dado que su repertorio de “tratamiento” ha incluido institucionalización a gran escala, restricciones forzadas e intervenciones peligrosas, como la terapia de choque con insulina, cirugía cerebral y terapia electroconvulsiva (TEC).

Entre las expresiones más modernas de tales preocupaciones podemos nombrar, por un lado, los movimientos de la anti-psiquiatría, la psicología crítica, la contra-psicología y el trabajo social radical de la década de 1960; y por el otro, el movimiento de usuarios, consumidores y sobrevivientes de servicios de salud mental que emergió particularmente en la década de 1980.

La desconfianza y la oposición a la psiquiatría surgieron como un fenómeno internacional. El diagnóstico de “enfermos mentales” respecto de los disidentes políticos en la Unión Soviética arrojó un preocupante foco adicional sobre las fallas de la psiquiatría. También hubo apoyo de otros movimientos. El movimiento por los derechos de los homosexuales desafió la clasificación de la homosexualidad como una “enfermedad mental” en el DSM (Manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales), logrando en gran medida su objetivo.

El desafío de los profesionales de la salud mental

Los desarrollos agrupados como “anti-psiquiatría” en la década de 1960 tenían muchas cosas en común. Pero también tenían algunas diferencias significativas. Ofrecieron críticas a la psiquiatría y la psicología convencional, desarrollando diversos entendimientos de la locura y el malestar. Los más estrechamente asociados con la anti-psiquiatría fueron los psiquiatras del Reino Unido RD Laing y David Cooper, de Italia Franco Basaglia y Theodore Lidz en los Estados Unidos. Les preocupaba dar sentido a la experiencia de la locura, resaltando sus relaciones personales y sociales al criticar las violencias de la psiquiatría. Otro pensamiento asociado con el movimiento proviene de la crítica de Goffman en torno a las “instituciones totales” y sus efectos dañinos; la comprensión de Foucault de la psiquiatría como represiva y controladora; hasta la interpretación del sociólogo de Thomas Scheff de la “enfermedad mental” como una etiqueta de desviación impuesta por la sociedad.

Si bien algunos sobrevivientes del sistema psiquiátrico dieron la bienvenida a estas críticas profesionales y, en algunos casos, se aliaron con ellas y luego se inspiraron en ellas, sus iniciadores no fueron necesariamente aliados naturales de los sobrevivientes y de nuestro movimiento. Así, otra figura clave asociada con el movimiento anti-psiquiatra fue el estadounidense Thomas Szasz. Algunos supervivientes lo han valorado como crítico de los fundamentos morales y científicos de la psiquiatría, quienes sostenían que las enfermedades mentales no son enfermedades de la misma forma que las enfermedades físicas. Pero pocos, probablemente, simpatizarían con su apoyo y trabajo con la cienciología (un grupo que también rechazó la psiquiatría) o se adherirían a lo que ha sido visto como su “justificación para las políticas sociales regresivas”.

Los anti-psiquiatras participaron en la reforma y desafiaron el abuso en el sistema psiquiátrico, involucrándose asimismo con la construcción de contrateorías. Por estas razones, no sorprende el atractivo que produjo en los incipientes movimientos de sobrevivientes. Basaglia jugó un papel central en el cierre de las grandes instituciones psiquiátricas de Italia. Laing y Cooper establecieron más de 20 comunidades terapéuticas, incluido el famoso East End Kingsley Hall de Londres, donde el personal y los residentes estaban destinados a tener el mismo estatus y la medicación solo se usaba de forma voluntaria.

El movimiento contra la psiquiatría también estaba siendo impulsado por personas con experiencias adversas en los servicios psiquiátricos. Esto incluyó a aquellos que sintieron que habían sido perjudicados por la psiquiatría, o que pensaron que otros enfoques podrían haberlos ayudado más, incluidos los admitidos obligatoriamente (incluso a través de la fuerza física) en instituciones psiquiátricas y sometidos a medicación o procedimientos obligatorios. Durante la década de 1970, el movimiento contra la psiquiatría participó en la promoción de la moderación de muchas prácticas consideradas abusos psiquiátricos.

Algunos sobrevivientes se vincularon con el movimiento contra la psiquiatría y otros se inspiraron en él. Si bien muchos de los profesionales de la anti-psiquiatría, el trabajo social radical y la psicología crítica pueden haber desafiado la devaluación convencional de los usuarios de servicios de salud mental, en general no parecen haber recurrido a los usuarios, ex usuarios y sobrevivientes en calidad de colaboradores con igualdad de condiciones. No vieron su trabajo como una experiencia de coproducción dando igual valor al conocimiento experiencial de las personas sobre los sistemas que estaban explorando. Una excepción ha sido el movimiento radical de trabajo social del siglo XX. Fundamentalmente, la anti-psiquiatría, como la psiquiatría radical y la psicología crítica que vinieron después, fueron dirigidas esencialmente por profesionales de la salud mental y académicos, por lo cual surgieron de sus agendas y preocupaciones.

Líderes y figuras clave del movimiento anti-psiquiatría operaban en gran medida como médicos y profesionales, de modo que estaban legitimados por sus calificaciones, estatus de poder y posición de “expertos”. Como hemos visto, en lo principal trabajaron bajo los auspicios del sistema psiquiátrico que atacaban y rechazaban, empoderados por el privilegio y el rango que les otorgaba. Si bien podrían compartir visiones con los sobrevivientes contra el sistema que luchaban (aunque no siempre), esto no significa que buscaran necesariamente las mismas cosas o de la misma manera. En lo que respecta a su discurso, cualesquiera que sean sus propuestas, el poder se mantuvo en gran medida donde estaba.

La asimetría de los usuarios y supervivientes en salud mental

El movimiento contra la psiquiatría y, de hecho, las organizaciones psiquiátricas radicales y críticas que siguieron sus pasos, pueden parecer el equivalente de David contra el Goliat del sistema psiquiátrico. Es cierto que pudieron aprovechar los recursos académicos y profesionales, teniendo entonces el privilegio de proporcionar una sólida base intelectual y filosófica para su posición. Generaron una biblioteca de textos como justificación y fundamento de su crítica de la psiquiatría y las interpretaciones dominantes de la locura y el malestar. Por eso no es extraño que los movimientos de usuarios y sobrevivientes de salud mental que comenzaron a surgir tentativamente a partir de la década de 1960 recurrieran a la anti-psiquiatría en busca de apoyo moral e inspiración política. La anti-psiquiatría era de los pocos aliados potenciales que tenía, aunque sus intereses no eran necesariamente compartidos.

La situación de los usuarios y supervivientes del servicio era muy diferente. Se trataba de un grupo caracterizado por la pobreza, el aislamiento y el desempoderamiento, cuyas identidades se consideraban estropeadas y cuya racionalidad se cuestionaba. ¿Quién podría escucharlos? Ya en la década de 1960 en el Reino Unido, por ejemplo, la escala de negligencia en las grandes instituciones respecto de las personas mayores, discapacitadas y usuarios de servicios de salud mental se estaba volviendo clara a través del trabajo de activistas y académicos como Barbara Robb y Peter Townsend. En la década de 1970, el entonces oficial legal del Reino Unido, Larry Gostin, ganó fallos históricos en el Tribunal Europeo de Derechos Humanos por abusos generalizados en los servicios psiquiátricos. Todos estos informes de fuentes independientes fueron inicialmente descartados por ser exagerados y poco fiables, por lo que no es difícil imaginar qué respuesta obtendrían los usuarios cuando intentaran llamar la atención oficial.

El movimiento de usuarios y sobrevivientes que floreció a partir de la década de 1980 no parece haber compartido una filosofía propia de manera clara. Esto no quiere decir que no articuló una serie de principios compartidos de forma internacional. Estos principios se hicieron explícitos en la carta fundacional de la organización radical de sobrevivientes del Reino Unido, Survivors Speak Out a mediados de la década de 1980. Incluyeron que:

  • Las vidas de los usuarios de los servicios de salud mental tienen el mismo valor que las de los demás.
  • Los usuarios de los servicios de salud mental tienen derecho a hablar por sí mismos.
  • Existe la necesidad de proporcionar servicios y apoyo no medicalizados.
  • Se debe valorar la experiencia de primera mano de los usuarios del servicio.
  • Se debe poner fin a la discriminación contra las personas con experiencia en el uso de servicios de salud mental.

El movimiento internacional de supervivientes puede ser entendido como uno de los “nuevos movimientos sociales” que emergen en la segunda mitad del siglo XX, basados en identidades compartidas y experiencias comunes de opresión. De esta manera, podemos nombrar los movimientos de derechos civiles negros, de mujeres, LGBTQ, etc.

El movimiento de personas con discapacidad, sin embargo, fue significativamente diferente al movimiento de sobrevivientes. De alguna manera, fue un movimiento separatista, que defendía diferentes tipos de apoyo a lo que se proporcionaba de manera oficial. A su vez, desarrollaron su propio modelo o teoría subyacente: el modelo social de la discapacidad y su filosofía de cambio relacionada a la vida autónoma. No parece haber sucedido lo mismo con el movimiento de supervivientes. Los numerosos grupos y organizaciones de usuarios que surgieron a menudo funcionaban dentro del sistema psiquiátrico, junto a otros servicios de la sociedad civil y organizaciones voluntarias, pero en ocasiones estaban vinculados y financiados por el sistema. Esto lo hacía particularmente vulnerable y dependiente. Lo mismo sucede con el hecho de que el movimiento de supervivientes y usuarios no tuviera una base filosófica distintiva y la autonomía política del movimiento de personas con discapacidad.

Movimiento de supervivientes y de discapacidad

Si bien el movimiento de personas con discapacidad priorizó el apoyo para que las personas vivieran en la sociedad fuera del sistema de servicios, era difícil hacer lo mismo para los sobrevivientes. Porque era allí donde a menudo esperaban regresar, y a su vez porque se mostraban reacios a abandonar a otros usuarios del servicio. Si el movimiento de personas con discapacidad buscaba formas de ayudar y escapar de los servicios tradicionales, el movimiento de supervivientes se concentraba en salvaguardar los derechos de sus pares dentro de los servicios. Esto significa que necesitaban ingresar al sistema, aunque sí precisaban su colaboración para hacerlo y, en algunas oportunidades, dependían de él y de las organizaciones voluntarias asociadas para su financiación. Esto podría imponer más restricciones a la independencia del movimiento. Estas organizaciones benéficas o voluntarias fueron en gran medida consensualistas y por lo general hablaron en nombre de los usuarios en lugar de permitirles hablar por sí mismos . Tienden a estar enredadas en el sistema psiquiátrico, en sus valores y filosofía, y con frecuencia dependen de su financiación para continuar su existencia.

Además de sus justificados temores en torno a la adopción de una estrategia separatista, el movimiento de supervivientes se enfrentó a otros obstáculos en la forma de desarrollar su propia autonomía política y su filosofía específica. Se han ofrecido tres argumentos convincentes para explicar la frecuente renuencia de los usuarios de los servicios de salud mental a distanciarse de psiquiatría convencional. Esto tal vez ayudaría a entender porque se ha dificultado la construcción de una filosofía radical para el movimiento, a pesar de que el propio movimiento ofrecía un desafío filosófico implícito al modelo biomédico predominante.

En primer lugar, el temor de muchos involucrados parece ser que si desafiaban el modelo médico subyacente, los usuarios del servicio serían rechazados por negar su propia patología y “falta de racionalidad”. En segundo lugar, como usuarios de servicios de salud mental, su racionalidad siempre se considerarían cuestionable y, por lo tanto, sus ideas se entenderían como peligrosas o sospechosas. En tercer lugar, parece haber habido una renuencia más generalizada a aceptar cualquier teoría monolítica sobre sí mismos por temor a que estas nuevamente puedan dominarlos y dañarlos, de la misma manera que sienten que el pensamiento psiquiátrico lo ha hecho durante mucho tiempo.

Tal vez no sea sorprendente, por lo tanto, que en el movimiento de los supervivientes y usuarios existiera un vacío donde podría haber existido una filosofía. Sin embargo, parece haber habido al menos dos excepciones importantes.

Escuchadores de voces y Mad Pride: ¿excepciones a la regla?

Uno de ellos fue el desarrollo del movimiento internacional de escuchadores de voces. Una vez más, esto desafió las suposiciones de que escuchar voces era necesariamente la manifestación de una “enfermedad mental” o “psicosis”, en lugar de considerarla como una expresión de la diversidad de la percepción, una experiencia para ser explorada y comprendida. En esto se puede ver una extensión de la búsqueda de antipsiquiatras como Cooper y Laing, quienes apoyaban a las personas para que comprendan y manejen tales voces y los problemas que las sustentan. Sin embargo, de manera significativa, el movimiento fue establecido por los psiquiatras holandeses Marcus Romme y Sandra Escher, aunque ha generado redes de oyentes de voces a nivel internacional basadas en el apoyo entre pares. Por lo tanto, fue iniciado por los psiquiatras pero involucró de manera protagonica a las personas con experiencia directa.

El otro fue el surgimiento en la década de 1990 de Mad Pride. Originario de Canadá, se extendió internacionalmente y se basó en “recuperar” el lenguaje, el significado y la “propiedad” de la locura. Rechazó el modelo biomédico y fue confrontativo. Buscó “visibilizar” la historia y las realidades de la psiquiatría, valorando la experiencia de los sobrevivientes a través de protestas, manifestaciones, recorridos a pie por eventos culturales y campañas en los medios de comunicación. Su énfasis en el “orgullo” significa que llegó a asociarse con la idea de “loco positivo”. En el Reino Unido, una parte minoritaria del movimiento de supervivientes se integró a Mad Pride.

De ninguna manera todos los sobrevivientes se sienten “positivos” acerca de su locura y malestar, o lo ven como algo positivo para celebrar. Entonces, en nuestra opinión, por importante que sea Mad Pride, y reconociendo su contribución para desafiar la devaluación de los sobrevivientes y nuestras identidades, reformulando palabras como “loco” o “psicópata”, este movimiento no le habla a muchos sobrevivientes, para quienes su experiencia, así como los efectos de tales experiencias, pueden continuar siendo una especie de valle de lágrimas.

La psicopolítica: un desafío ideológico liderado por sobrevivientes

Hubo una excepción importante a la falta general de una base filosófica clara en el movimiento de los sobrevivientes, en su tendencia a ser reformista más que revolucionario; integrados en lugar de separatistas. Este fue el trabajo del escritor y activista sobreviviente Peter Sedgwick. Publicó su libro definitorio titulado Psychopolitics en 1982, que se volvió a publicar más de 30 años después en medio de un interés emergente en los Estudios Locos. Su libro no es solo un raro ejemplo de un desafío ideológico explícito a los saberes biomédicos predominantes, elaborado desde la perspectiva de un sobreviviente. Se forjó tanto de forma autónoma respecto de los profesionales de la antipsiquiatría como directamente de la experiencia vivida.

Sedgwick podría identificarse como un usuario de servicios, académico y profesional (psicólogo educativo), pero lo que más parecía motivarlo era su política de izquierda. Esto fue algo que compartió con los fundadores del movimiento internacional de personas con discapacidad, como Mike Oliver y Vic Finkelstein. Sus escritos tienen mucho más en común con lo político que con lo escrito en contra de la psiquiatría o la política de su tiempo. Sospechaba de las críticas profesionales y de algunos de los grandes nombres contra la psiquiatría que, incluso en la actualidad, se consideran claves para el desarrollo del movimiento de supervivientes. Los vio como regresivos e individualistas, como unos estudios reformistas que eludían reclamar una renovación de la política y la comprensión de la locura y el malestar.

Sedgwick no era optimista sobre el desarrollo de un movimiento de supervivientes. Quizás en algunos sentidos tenía razón. No solo ha dependido indebidamente del sistema de servicios que ha querido cambiar, sino que a menudo ha sido cooptado por él mediante las ideas que ha propugnado, como por ejemplo “recuperación”, “apoyo de pares”, “personalización” y  “conciencia plena”. En ocasiones, estos términos reforzaron los objetivos de la política neoliberal, al ser utilizados para obligar a los usuarios a acceder a empleos de bajo nivel por medio del dominio continuo del modelo médico en la política y la práctica de la salud mental. Como comprendió Sedgwick, tanto en lo teórico como por su propia experiencia, no hubo una edad de oro de la psiquiatría antes de las reformas de la Sra. Thatcher en los ochenta.

Sedgwick rechazó el modelo medicalizado e individualista imperante en la comprensión de la “enfermedad mental”, criticando que las sociedades conducían a la gente a la locura y el sufrimiento psíquico. Quizás la primera lección que podemos aprender aquí es la importancia de tener una comprensión política para abordar cuestiones ideológicas, si se quiere hacer un desafío útil y exitoso al modelo dominante de la psiquiatría, el cual opera dentro de la política neoliberal. Dado que los tiempos han cambiado, el contexto actual fuertemente politizado en los problemas de salud mental da mayor relevancia al enfoque y la comprensión de Sedgwick.

Quizás una segunda lección que ofrece Sedgwick proviene del hecho de que fue tan crítico con muchos de los oponentes de la política y el pensamiento convencionales de la salud mental, como también con los que prevalecían en ese momento. No asumió fácilmente que los enemigos y encargados de las políticas dañinas en salud mental eran necesariamente los amigos de los usuarios y supervivientes de los servicios de salud mental. La psicopolítica se compone en gran medida de un análisis de las deficiencias de los planteos contemporáneos presuntamente radicales en salud mental, criticando las interpretaciones asociadas a la locura y el malestar.

Una de las preocupaciones de Sedgwick era por los abordajes de las experiencias de locura y malestar, de formas menos propensas a imponer y perpetuar las divisiones entre la mente y el cuerpo. Cuando Sedgwick escribía, esta fue una falla fundamental de la psiquiatría, y ahora mismo sigue siendo un problema importante. Sus preocupaciones también eran holísticas en otros sentidos. Estaba preocupado por la “victoria de la humanidad”, viendo la manera de lograrlo mediante una humanidad “socializada y organizada”. Consideró este objetivo como “el problema central de la atención psiquiátrica” ​​y el “problema central de la liberación social”. En consecuencia, combinó una preocupación entre lo político, lo psicológico y la autoliberación.

El surgimiento de los Estudios Locos

En esto Sedgwick prefigura los Estudios Locos, en la medida en que tienen preocupaciones similares. Los conecta la preocupación fundamental de los Estudios Locos: desarrollar un movimiento social en primera persona, liderado por los protagonista del sufrimiento y fundamentado a nivel filosófico e ideológico. La capacidad política de emprender acciones efectivas buscan basarse en otra comprensión de la locura y el bienestar humano. Si bien los Estudios Locos han surgido en el siglo XXI como un campo pionero, están directamente vinculados a los valores y principios enfatizados por primera vez por Sedgwick. Esto no quiere decir que no haya tensiones entre los dos. Al contrario, estos valores fundamentales son de vital importancia. Pero tanto la psicopolítica como los Estudios Locos priorizan los compromisos ideológicos y políticos, la comunidad y la construcción de alianzas.

Se puede ver que la reciente aparición de los Estudios Locos presagia una nueva dirección para la autoorganización y la participación de los sobrevivientes. Sin embargo, para los activistas e investigadores sobrevivientes todo esto puede verse menos como un cambio de dirección, que como un regreso a los primeros principios y sus formas originales de trabajar. El movimiento activista está comprometido con una praxis de cambio radical liderado por las personas con sufrimiento psíquico. Busca unificar el conocimiento y la acción. Está comprometido a seguir siendo responsable ante la comunidad loca y a mantenerse conectado con sus luchas.

Si bien sus orígenes se remontan a Canadá, en los últimos años ha comenzado a emerger como un movimiento internacional, aunque todavía se encuentra en gran parte en el Norte Global. Los Estudios Locos ofrecen un punto de vista para dar sentido a la efectos cada vez más enloquecedores del mundo en el que todos vivimos. Su enfoque está centrando en una gama cada vez mayor de problemas a los que nos enfrentamos todos, desde el arte hasta la violencia. A su vez pueden hacer preguntas más amplias sobre la sociedad y la cultura. Por ejemplo, puede explorar las historias, culturas, políticas y comunidades locas, incluso antes de la invención de la psiquiatría; y utilizar el conocimiento centrado en “lo loco” para criticar las culturas y prácticas existentes.

Los Estudios Locos presentan un compromiso político para elaborar una base filosófica amplia dentro del activismo. Esto se refleja en tres características definitorias:

  1. Se basan en un divorcio explícito con el modelo biomédico simplista, socavando todas las premisas teóricas y de tratamiento asociadas. En cambio, valoran otros entendimientos y disciplinas, rechazando el dominio exclusivamente médico. Esto incluye sociología, antropología, trabajo social, estudios culturales, estudios feministas, queer, estudios de discapacidad e historia. Dan prioridad a las comprensiones e interpretaciones sociales de la locura y el malestar.
  2. Ponen énfasis en el conocimiento en primera persona. Por eso, la experiencia, la vida, los puntos de vista y los conocimientos de la experiencia deben ser prioritarios. Al mismo tiempo, dan valor al conocimiento en primera persona de todos, no solo de los psiquiatras, reconociendo la complejidad de nuestras identidades y todo lo que cada uno de nosotros experimenta y puede aportar.
  3. Están dirigido por sobrevivientes y personas con malestar, pero no se limitan a los usuarios o ex usuarios de servicios de salud mental. También participan aliados, profesionales, investigadores, seres queridos, etc. Estas personas pueden ser parte de los Estudios Locos, porque es un proyecto en el que todos podemos trabajar juntos en alianza. Como escribieron los editores de la primera colección de escritos titulada Mad Matters, publicada en 2013:

No ubicamos los “Estudios Locos” como aquellos originados únicamente dentro de la comunidad de personas consideradas Locas. También consideramos a los aliados, críticos sociales, teóricos revolucionarios y profesionales radicales, que han tratado de distanciarse del determinismo biológico de la psiquiatría, mientras respetan, valorar y privilegian los pensamientos de aquellas personas que la psiquiatría convencional condenaría a un revoltijo de violencias y diagnósticos. (Le Francois)

Por su parte, Helen Spandler y Dina Poursanidou entienden los Estudios Locos:

como un “proyecto” en un sentido existencial: es decir, no está fijo sino en proceso de devenir; y es una preocupación constante. En este sentido, es un proyecto personal y político, además de intelectual.

Como ha dicho la investigadora sobreviviente Angela Sweeney:

Los Estudios Locos pueden ofrecer un marco teórico unificador, el cual tiene como objetivo central la crítica de la psiquiatría biomédica y el desarrollo de contradiscursos críticos y radicales.

Por lo tanto, los Estudios Locos son asunto de todos. A nuestro juicio, ofrecen una posibilidad real de desplazar los discursos predominantes sobre la locura, el malestar y la salud mental. Pero el desafío al que se enfrentan es enorme. Más de 30 años de política neoliberal en salud mental desencadenaron un compromiso acelerado con el mercado en lugar del estado, aumentando la desigualdad social y una tendencia a hacer recortes en los servicios públicos. Una consecuencia del surgimiento de los gobiernos neoliberales occidentales es que han formado una poderosa alianza con la psiquiatría tradicional, dominante y en expansión. Los servicios de salud mental pueden estar bajo ataque, pero el “discurso y el poder psi” están en auge.

Los Estudios Locos no se ocupan solo de la psiquiatría o de otras respuestas convencionales en torno a la locura y el malestar. Pero estos temas no pueden ignorarse debido a su alcance global. Esta expansión de la psiquiatría se refleja en: la gama cada vez mayor de categorías de diagnóstico psiquiátrico; su aplicación a más grupos y el uso rutinario de psicofármacos asociados para una variedad cada vez mayor de personas, problemas y situaciones, por ejemplo niños y jóvenes con dificultades en la escuela y la familia; personas mayores en entornos institucionales y personas con dificultades de aprendizaje identificadas con “comportamiento desafiante”; así como un creciente interés en los enfoques orgánicos, genéticos y biomédicos de la locura y el malestar. Tanto el neoliberalismo como la psiquiatría dominante individualizan la responsabilidad, comprendiendo los problemas en términos individuales más que sociales.

Tales políticas parecen estar comprometidas con la generación de “trastornos mentales” y malestares, más que con su reducción. Hay una fuerte evidencia de que la creciente desigualdad asociada con las políticas neoliberales tiene efectos dañinos en la salud física y mental de la mayoría, si no de todos nosotros. Si bien las consecuencias de la desigualdad se sienten en todos los grupos sociales, es particularmente perjudicial para quienes tienen ingresos más bajos y se incluyen en los grupos socioeconómicos con mayores tasas de morbilidad y mortalidad. Por este motivo, difícilmente podemos ver esto como una política global que se tome en serio la práctica de salud mental, cuando lo cierto es que se trata de una perspectiva angustiante y enloquecedora. Es una política que busca hacerte negar quién eres y odiar a los demás. El neoliberalismo es una política productora de sufrimiento, locura y opresión.