Ocho bandas traicioneras: una lista personal de shows decepcionantes

Por Marcelo Simonetti

Marcelo Simonetti apela a su memoria emotiva y, dispuesto a sumergirse en añejas mareas de desilusión y malestar, propone un recorrido por aquellos recitales que resultaron un auténtico fastidio. Ocho shows de bandas que bancaba, de los que esperaba mucho, y que en vivo estuvieron lejos de cubrir las expectativas previas.

 

Generalmente uno se acuerda de sus shows favoritos, en una lista que uno hace sin demasiado trabajo. También se puede ser honesto y hacer un listado de esas bandas que uno no conocía o no le gustaban, pero que después de verlas en un show nos hicieron cambiar de perspectiva para siempre. Pero esa lista queda para más adelante, porque hoy vamos a hacer un recorrido por los shows de aquellas bandas que me gustaban y algunas me siguen gustando, de los que esperaba mucho y que, sin embargo, en el vivo no estuvieron a la altura de las expectativas. No incluyo, por supuesto, a esas bandas internacionales que me tocó ver por algún oscuro motivo, de las que no esperaba nada y nada me dieron. (Desde ya que la lista es totalmente subjetiva, como no hace falta aclararlo… pero lo hago de todas maneras porque la gente se ofende fácilmente incluso en ejercicios esencialmente divertidos y anecdóticos como éste).

 

Ramones en Obras, 1991

Fui a verlos porque estaba metido en el ambiente. Porque eran una referencia para lo que fue el punk rock en Inglaterra después de que la banda saliera al ruedo. Y porque tocaban con Violadores, a quienes seguía. Pero el sonido era una bola de ruido infumable y cada vez que Joey Ramone movía el brazo para demostrar que estaba vivo parecía escuchar tuercas rechinando a las que le faltaba un engrase. La gente que los seguía no era tanta en 1991, pero ya estaban enfervorizados. Sonaba tan igual todo y tan desprolijo, que esperaba que dijeran “estábamos probando sonido, ahora volvemos y empezamos”.  Volví a verlos en el 92, porque tocaron con Todos Tus Muertos, y en 1996 con Die Toten Hosen, pero no me defraudaron a pesar de que los shows sonaron igual de mal y aburridos. Ya no esperaba nada de ellos en vivo.

 

Bad Religion en Obras, principios de los 90.

Tocaron con Biohazard, que me dio vergüenza ajena con esas bandanas yanquis, caras de malos y cuerpos inflados como luchadores de Titanes en el Ring o algo por el estilo. Así y todo, los Bad Religion me resultaron aburridísimos. Un show sin relieves totalmente descafeinado e interminable, aunque duró apenas una hora. No tuvieron la oportunidad de reivindicarse en el par de veces que volvieron, ya que la primera no estaba en el país y la segunda tenía entrada pero me pasó por arriba una 4×4 y cuando tocaron estaba internado pensando que no volvía a caminar.

 

Siouxsie & The Banshees en Obras, 1995.

La banda me encantaba. Y todavía me gusta mucho. Pero el show fue de esos donde olés que no se bancan más estar de gira. La lista de memoria. Los gestos calculados. Lo único distinto seguramente fue el feliz cumpleaños que le cantamos a Siouxsie. Es cuando sentís que es todo una formalidad o un circo insoportable. Tanto fue así, que la banda se separó ese mismo año.

 

Jesus & Mary Chain en un Personal Fest y luego en Groove unos años después:

Habían sido mi primer show internacional en Obras en 1990 y me habían prendido fuego la cabeza. Durante el show de Personal Fest me entretuve viendo las caras de los chetos salames que hablaban durante el show y en el de Groove hubo un sonido de mierda, como siempre en ese lugar, pero aparte o les tocaba estar peleados entre los hermanitos o tenían un mal viaje. La apatía total. Luego los vi hace tres años en París y fue un show inolvidable y descomunal.

Echo & The Bunnymen en el Royal Albert Hall, 2018

Las entradas salían carísimas porque el lugar es hermoso. Compré las más baratas, en el tercer piso. Se escuchaba como un casette usado de los 80. Después me enteré que en un momento habían agregado parlantes en los techos para mejorar el sonido ante las protestas y nada, que los ingleses levantaron firmas para cancelar ese sector porque cualquiera que toque ahí en ese piso no se escucha. Eso sumado a que la voz de Ian se cae a pedazos hace unos años y que cuando habla no le entienden ni los propios ingleses de tan cerrada que es su dicción. Lo único que siempre se le entiende es el “Now we’re gonna play the best song ever written” antes de Ocean Rain.

 

999 y The Lurkers en Obras Sanitarias, mayo de 1995

Había visto ya a Ramones, a UK Subs, Die Toten Hosen, Bad Religion, La Polla Records y otros que se me escapan dentro del género. Entre los lúmpenes que tiraban cosas y escupían totalmente descerebrados y las bandas que tocaban mal, con sonido bajo y sin ganas como si fueran caricaturas, decidí que en realidad no me gustaba el punk rock como género sino un puñado de bandas del estilo.

 

The Cult en el Teatro de Flores (¿o fue el de Vorterix?), 2011

Hay discos de The Cult o Death Cult o Southern Death Cult que me encantan. Pero cuando con los años se transformaron en una comparsa de rock mersa californiano, me dejaron de gustar. Por eso no esperaba mucho de ellos. Sin embargo, no llegaron a dar ni lo poco que esperaba. Los temas de la época más distinguida de la banda fueron masacrados por una guitarra machacona que va siempre acompañada por el gesto del macho pistola y que repite los efectos en todas las canciones. La preciosa voz de Ian Astbury era la de un perro afónico que donde tenía que alargar las notas terminaba en un yeah yeah. Entre tema y tema decía cosas como “Maradona», «Evita” y no sé qué más. Solo le faltó nombrar el dulce de leche. Y la imponente estética de antaño, que después había girado al Rock’N’Roll, se corporizaba en un cantante con unos pantalones babucha tipo joguineta y una remera que le quedaba chica, remarcando la silueta “maradoniana”, look que causó el triste asombro de la platea.

 

Peter Murphy como soporte de The Mission en gira por el Reino Unido, 2016.

El cantante de Bauhaus eligió salir a escena cada noche con apenas dos músicos más. El estado de su voz había empezado a deteriorarse y cada noche fue peor. Los músicos nunca estuvieron cómodos y el setlist que incluía versiones del clásico del gótico que lideraba y de Bowie, Joy Division y otros, lograba que todas las canciones fueran masacradas hasta quedar irreconocibles. La “banda” de dos músicos nunca pudo ensamblarse en una canción. Se peleó cada noche con el público porque no cantaba o se iba o no lo aplaudía. Se peleó con casi todos los sonidistas. Rompió la batería de The Mission en un show cuando le tiró con el pie del micrófono, enojado. Y como frutilla del postre, en Newcastle maltrató tanto al empleado de la venue, que estaba poniendo “Peter Murphy” mas chico que «The Mission» en el letrero iluminado en la entrada, hasta que el trabajador cambió las letras del frente dejando su nombre en “Peter Muppet”.

 

Hasta acá llego. Es demasiado sufrimiento.

La próxima lista, la de las gratas sorpresas, supongo que será más amena. Aunque posiblemente también menos divertida.