Ofelia Fernández: «El pañuelo verde es nuestro uniforme en las escuelas»
Por Ofelia Fernández
A horas de la movilización convocada por NiUnaMenos en todo el país, un día después del pañuelazo federal por la ley de interrupción voluntaria del embarazo, a pocos días de que el Congreso discuta el proyecto; Sonámbula te propone la lectura de la brillante intervención de Ofelia Fernández en el plenario de comisiones de Diputados. Porque lo único más grande que el amor a la libertad es el odio a quién te la quita
Buenas tardes. Voy a empezar con algo que dijo Mariana Rodríguez Varela, que se podría decir encabeza al sector que se niega a reconocer el aborto en Argentina, que es una niña de 11 años violada que queda embarazada y tiene ahí la oportunidad de hallar la felicidad. Yo cuando era chica y jugaba a la familia con mi prima lo que hacíamos era hacer como que nos íbamos a dormir, poníamos un bebé al lado nuestro y nos despertábamos sorprendidas por la aparición mágica de un hijo al lado, porque así creíamos que funcionaba, porque así de listas estábamos para atravesar 9 meses de embarazo, un parto y la crianza de un tercero sin siquiera haber finalizado la propia. Ni hablar de la levedad con la que se menciona la violación. Y yo en esas cosas soy de las que prefiere ahorrarse explicaciones. Me parece una lógica muy perversa tener que explicar en 2018 porqué está mal violar y por qué entonces ser violada significa algo.
Es evidente que esa etapa de nuestras vidas la información si no es poca, es nula y, sobre todo, muy tendenciosa. Estamos cargadas y cargados de estereotipos y el amor sólo existe en las góndolas que nos ofrece la televisión. Amaremos heterosexualmente, monogámicamente y por el resto de nuestras vidas o simplemente no amaremos. Se acuerdan de esa desinformación muy tarde y de forma exageradamente imperativa. Se acercan a nosotras y a nuestra sexualidad cuando quedamos embarazadas, ni siquiera para acercarnos herramientas sino para ordenarnos que, como hicimos toda nuestra vida, acatemos a un mandato, nuestro presunto destino, que vendría a ser “ser madres”.
Me parece absolutamente irresponsable que, incluso habiendo una ley de Educación Sexual Integral sancionada desde 2006, sistemáticamente hagan caso omiso de nuestras necesidades para pasarlas por encima con necesidades ajenas morales y clericales. En las escuelas no se nos incentiva a hacer preguntas y menos, entonces, se nos otorgan respuestas. Es una cuestión de oferta y demanda que les estudiantes tenemos muy clara. Lo que se demanda es información. Queremos que nos enseñen que la diversidad sexual existe, queremos que nos hablen del ejercicio del placer, que nos introduzcan al mundo de la anticoncepción. ¿Y cómo es posible que a cambio se nos ofrezcan oídos sordos, miradas llenas de juicios y órdenes que parecen ineludibles en cuanto a la maternidad?
Tienen que hacerse cargo que todo el vacío que se fundó en su desinterés fue reemplazado por autogestión. Hemos decidido conquistar nuestra libertad. Porque ¿cuándo firmamos un contrato diciendo que sí íbamos a querer ser madres? ¿Cuándo mostramos disposición a aceptar que los deseos de las instituciones sean más importantes que los nuestros?
Hablamos del derecho al aborto como hablamos del derecho a la libertad y a la decisión. Sobre esto, y sobre todo, tienen que hacerse con la idea de que queremos otro tipo de vida y de que no podemos seguir muriendo por rechazar la suya. Y me encantaría estar hablando en sentido figurativo, pero nunca fui tan literal. Desde que empezó este debate se viene diciendo que el aborto clandestino existe y mata. Mujeres pobres y varones trans están muriendo. Hay un deseo muy fuerte en esta sociedad por marginar lo más posible a gente ya marginada, pero lo que me parece peligroso es que el Estado hoy es cómplice teórico y ejecutor femicida de esa teoría del horror. Las que corren otra suerte y pueden pagar un aborto seguro quedan pegadas a un tabú impuesto y a un trauma forzado por, de vuelta, romper con un contrato que nunca firmaron, por elegir la vida que quieren. Eso jamás debería darnos miedo.
Y nos dan miedo muchas otras cosas. Y los que invalidan esos miedos y esas angustias son los que no conocen nuestro mundo y no quieren conocerlo. Pero existe, tenemos relaciones violentas, con celos, golpes, puteadas. Salimos a las calles y hombres de 60 años nos dicen no muy amablemente que nos quieren llevar a sus casas, salimos a la noche y nos ponen drogas en las bebidas, los boliches y viajes de egresados plantean abiertamente a la mujer como objeto de consumo e invitan a los hombres a competir por consumirnos, a veces nos abusan hasta en nuestras propias casas. Y lo que yo me pregunto es: ¿dónde están todos estos defensores de la integridad, la vida y la moral cuando estamos en verdadero peligro? ¿Dónde está el Ministerio de Educación, dónde están los directivos? ¿Por qué se asume que nos da miedo algo que no, por qué se asume que nos da miedo abortar y por qué no se atreven a preguntarnos cuáles son nuestros verdaderos miedos y verdaderas angustias y a pelear para terminar con ellas y no con otra cosa?
Y, lamentablemente, debe ser porque es tanto el culto a la propiedad privada en este país que quieren hacer que las mujeres seamos parte de ella. Pero afortunadamente hay una contracara y es que para nosotras esto es un tema saldado. Este pañuelo es nuestro uniforme en las escuelas. Estuvimos siempre en las calles, estuvimos cada martes frente a este Congreso reclamando por lo que nos es propio. Somos las que esperan en vela el resultado de esta votación porque somos las que abortamos. Y ahora les toca a ustedes concedernos la posibilidad de decidir, batallar contra esta opresión y legalizar el aborto en Argentina. De lo contrario, ser conscientes de que nos están mandando a morir a su guerra y sin pedirnos permiso. Pero a esta altura deberían saber que tenemos nuestro propio ejército, que es el que está en Rivadavia gritando “Aborto legal”.
Yo creo que donde se enuncia en primera persona hay indefectiblemente una ausencia de derechos. Porque yo acá puedo decirles que no aborté, pero también puedo confesarles que abortaría. Y otra persona puede decir que ya no. Pero una sociedad más justa no la voy a construir hablando de mi misma, la voy a construir militando la libertad de los otros y las otras. Y lo único más grande que el amor a la libertad es el odio a quién te la quita.
Muchas gracias.