Oscar Masotta: «El crítico inteligente habla y escribe para el proletariado»

El ensayista, semiólogo, crítico de arte y psicoanalista Oscar Masotta, primer introductor de la obra de Jacques Lacan al castellano, responde en 1965 un cuestionario de la revista Literatura y Sociedad, dirigida por Ricardo Piglia, acerca del rol del crítico literario, sus influencias nacionales e internacionales y los principios metodológicos y políticos de su labor.

 

-¿Puede definir usted su actitud profesional ante el ejercicio de la crítica? Señalar el tiempo que le insume el ejercicio de la crítica; los beneficios económicos que le reporta; el prestigio profesional que usted mismo le asigna, y el que le asigna, en su entender, el medio ambiente.

-El tema es realmente apasionante para mi, puesto que sin pensar en volverme únicamente hacia la crítica literaria, he escrito unos pocos ensayos -sobre Arlt, sobre la novelística de Viñas- donde intentaba menos llegar a resultados objetivos satisfactorios que experimentar simplemente las dificultades -de formación y de comprensión- que constituyen la posibilidad misma de hacer crítica literaria. Esos trabajos no me dejaron en paz con mi conciencia y si acepté publicarlos -intento expresarme sin retórica- fue porque pensé que algún lector atento podría encontrar en ellos más de lo que ellos decían, no solamente más de lo que decían con respecto a Arlt y a Viñas, sino con respecto a quien los escribía. Escribí sobre Viñas después de haber leído con pasión y con un cierto disgusto sus novelas, después de haber frecuentado al hombre, y mientras conocía algunos ensayos críticos publicados en la revista Les Temps Modernes. De este conjunto abigarrado de intereses salieron veinticinco páginas tal vez demasiado bien escritas, y cuando las reencontré impresas, comprendí que lo mejor no había pasado al papel, que apenas si había escrito sobre las novelas de Viñas. Hubiera querido hacer de ese ensayo mucho más de lo que pude y lograr pasar del análisis del uso de las conjunciones y preposiciones, un análisis minucioso de estilo, a la significación política de la obra. Entonces no sabía que esa labor exige una formación mucho mayor de la que yo podía poseer. Intenté continuar el ensayo, escribir sobre lo que no había escrito, volver a buscar en las novelas de Viñas el hilo comprensivo, atar cabos y buscar relaciones entre el tipo de prosa y las situaciones novelísticas, y entre esas situaciones y el plano histórico. Pero un buen día comprendí que era preciso dejar de lado la empresa y que, muy simplemente, era preciso formarse para poder realizarla. Cuanto aquí mis limitaciones y yo sé que es de mal gusto referirse a las barreras que no se han podido franquear. Pero tal vez me atraiga el mal gusto, tal vez me agrade hacer pose de lucidez, o tal vez sea preciso decirlo sencillamente de ese modo.

Esas barreras son las de alguien que, sin poder salirse de su situación, hacía la experiencia de las limitaciones que son como el fondo común a la crítica tal como se realiza entre nosotros.

Con sorpresa y con agrado encuentro mezclados en el cuestionario ciertos problemas estrictamente económicos que se refieren al salario del crítico -salario, digo, puesto que por cerca de doscientas páginas escritas sobre autores argentinos no he cobrado más de 1.000 pesos- con problemas que hacen a lo que ustedes llaman “prestigio”. No sé bien qué entender por prestigio, pero fingiré, de cualquier manera, que entiendo algo por esa palabra. La palabra reenvía a la relación del crítico con el lector, relación bastante complicada como para que intente describirla aquí. De cualquier modo pienso que es necesario señalar el nivel de dificultad de la crítica y la relación con el lector hacia el que tiende, y por otra parte la relación de ese lector virtual con el que verdaderamente lee, o en otro caso, con el que puede leer. Para leer a un crítico excelente como Blanchot -un crítico “perfecto” al decir de Etiembke, otro crítico excelente- es preciso un determinado nivel cultural, una formación y un cierto nivel de “gusto”, una experiencia suficiente como lector de buena crítica, todo lo que limita bastante la posibilidad de que Blanchot -aún en Francia- pueda llegar más allá de un determinado y reducido grupo de lectores. En nuestro país Blanchot ha sido traducido más de una vez por el grupo “Poesía de Buenos Aires”, pero si interrogo a cinco egresados de la carrera de Letras de la Universidad de Buenos Aires, es problemático que uno de los cinco haya  oído halar del crítico. ¿Diré entonces que Blanchot carece de prestigio? ¿O diré que su prestigio se sitúa entre sectores de “iniciados”, entre exquisitos? Ni una cosa ni la otra: Aguirre y su gente tienen razón de traducir al crítico.

Ignorado en los círculos especializados, Blanchot tiene derecho a ser conocido, y a mi entender, quien quiera escribir crítica entre nosotros no puede dejar de leer La Part du Feu. No que no se pueda hacer crítica sin leer este libro apasionado y tumultuoso, sin pasar por las reflexiones de Blanchot sobre la imposibilidad de sinceridad en la literatura, sino que, el escaso prestigio de un autor no dice nada con respecto al valor de su obra.

Se debiera comentar asimismo, y a raíz de la cuestión del prestigio y de la relación del crítico con su medio, la relación del crítico, en tanto escritor, con el público de masas. Problema sobre el cual es preferible guardar silencio; no porque se trate de una cuestión poco candente, sino porque es simplemente muy difícil reflexionar sobre ella. A mi entender la obra de crítica más importante de nuestro tiempo es el Saint Genet de Sartre; pero cuántos lectores están en condiciones de atravesar las 573 páginas de un texto en que se mezclan los análisis fenomenológicos con el psicoanálisis; y este libro, que contiene abundantes y dificultosas descripciones estructurales que hacen pensar en la antropología de Levy-Strauss, una verdadera antropología de izquierda, este libro árido y pesado, está escrito para el proletariado. Para el proletariado: por supuesto, lo que no quiere decir que ni aún el treinta por ciento de la clase media ilustrada se encuentre en condiciones de leerlo. Para el proletariado: es decir, en el mismo sentido de las brillantes e intransitables páginas de Marx de Introducción a la Filosofía del Derecho de Hegel. Todo esto nos debe hacer reflexionar, entonces, en la relación entre dificultad de un texto y su ideología. Se sabe que una ideología de izquierda puede ser tanto o más difícil de expresar que una ideología de derecha, y que los textos difíciles no han sido escritos, necesariamente, para que las masas no puedan leer. A la pregunta sobre la relación entre prestigio y medio ambiente, se debe contestar con una pregunta: ¿De qué crítica se trata? ¿Cuál es su ideología? Su crítica, ¿es de tendencia? Y eso que se debe analizar entonces es la relación de la ideología con los sectores sociales a los que tiende, y con el público real. El lector virtual puede coincidir o no con el lector real, y el prestigio del autor le puede venir no solo de la calidad del texto sino de su ideología. El ejemplo de lo último sería El hombre rebelde de Camus: el prestigio de un libro que negaba la historia y las revoluciones emanaba de los grupos sociales que están en contra de la historia y de las revoluciones. Pero así como existe este ejemplo perfecto de la relación entre ideología y prestigio, existe toda una gama de ejemplos imperfectos, de matices, donde lo que es ideología queda oculto por la calidad de la obra, o donde el prestigio no es más que el consuelo de los grupos sociales en descenso asignando al escritor una imagen de sí que sienten se les escurre, o donde no ocurre exactamente ni una cosa ni la otra. Los críticos del grupo Sur son malos críticos -excepción hecha del caso complicado de un escritor como Borges- y sin embargo, entre quienes siguen la publicación, no carecen de prestigio. Borges, asimismo, es un caso bastante interesante. Adolfo Prieto, basándose en Sartre, ha dicho que su poesía no era poesía, que sus ensayos no eran más que hojas o apuntes esporádicos. Todo basándose en Sartre y sugiriendo que el prestigio de Borges reenviaba a la mentalidad estéril de un grupo de exquisitos. Mientras todo esto ocurría dentro del libro de Prieto, Sartre conocía en Francia la obra de Borges y la hacía publicar en una revista que ha testimoniado lo suficiente sobre su modo de comprender el compromiso como para ser tachada de exquisita. En Les Temps Modernes la obra de Borges cobra entonces un sentido, que entre otra cosas, nos debe hacer pensar sobre la noción de prestigio, sobre la relación entre la calidad de la obra y el compromiso político del autor, sobre el hecho de que a veces, como señalaba Marx en Balzac -aunque no fuera totalmente el caso de Borges- un autor que se quiere de derecha al nivel de sus opiniones expresas, puede ser en verdad un autor de izquierda y viceversa. El problema de la relación “prestigio” con el medio ambiente se complica entonces al infinito.

¿Hay en nuestro país crítica literaria? Yo entiendo que casi no la hay. Existe abundante lo que llamamos “crítica cotidiana”, es decir, la crítica que diarios y revistas especializadas y no especializadas publican en el momento de la aparición del libro. En cuanto a la otra, a la crítica literaria propiamente dicha, existen intentos de alcanzarla, y es difícil entre nosotros leer un trabajo verdaderamente serio. Se carece en nuestro país no de la voluntad, por supuesto, sino de los instrumentos para realizarla.

-¿En qué principios metodológicos sustenta su tarea de crítico? Indicar los críticos argentinos o extranjeros de su preferencia, o que hayan influido en su formación.

-De vez en cuanto algún profesor universitario nos habla de los instrumentos que ha conocido y vislumbrado a través de su formación, pero entonces es demasiado profesor o demasiado universitario, y se queda en las declaraciones formales y carece de la fuerza de la pasión para aplicarlos. Hay ensayos críticos bastante documentados sobre autores argentinos -Hernández, Lugones- donde aparece todo menos la comprensión última de la significación de la obra. El problema más arduo con el que debe enfrentarse quien intenta hacer crítica, el de la conexión entre “análisis inmanente”, es decir, el análisis del estilo y el nivel de significaciones que reside en lo histórico y en lo político. En nuestro país no solamente existe ese problema sino que por el momento nos e ve la solución, ya que todavía no se conocen estudios profundos de análisis de estilo. No existen para mí críticos de preferencia -excepto algunos fragmentos de crítica que me han gustado: un trabajo de D. Viñas sobre B. Lynch, páginas de Noé Jitrik sobre Quiroga, algo de un trabajo inédito de J. J. Sebrelli sobre Martínez Estrada. No me gustan, en cambio, los trabajos de Ara. Con respecto a franceses, en cambio, los que leo con mayor preferencia, existen autores que pueden guiarnos en el camino de la crítica. Discípulos de Bachelard, como Georges Poulet y Jean Pierre Richard, el primero con sus extraordinarios ensayos sobre la temporalidad en la obra de Balzac o Poe, el segundo con su admirable “psicoanálisis existencial” de materias como el agua o el aire en la obra de Flaubert. Y por otra parte, en un plano al que no llegan desgraciadamente las obras de Poulet y de Richard -no porque el nivel de análisis no se los permita sino porque se desentienden de él-, el plano histórico, los trabajos del discípulo de Lukacs, Lucien Goldmann, en especial sus reflexiones metodológicas recopiladas en Recherches Dialectiques y su libro La Dieu Carché.  No hay entonces, según mi entender, crítica literaria propiamente dicha sin la frecuentación de los textos de Bachelard, Merleau-Ponty, Sartre y, por supuesto, Marx. Como se da por supuesto, tampoco se puede prescindir de autores vueltos específicamente a la estilística como Spitzer y Vossler; pero el análisis “científico” del estilo no puede ser más que un instrumento, nunca un fin en sí. El ejemplo de lo que no se debe hacer sería el ensayo de Amado Alonso sobre Larreta.

-¿Qué influencia le asigna a la crítica actual sobre los autores argentinos?

-Pienso entonces que en cuanto no existe crítica literaria propiamente dicha en nuestro  país, la influencia del crítico sobre el autor es nula. En cuanto a la crítica cotidiana, ella alienta al autor, pero está incapacitada de ofrecerle un cuadro lúcido de la significación de su obra.

-En su opinión, ¿qué órganos han realizado o realizan en nuestro país una labor crítica positiva?

-Las revistas especializadas nunca han dejado de publicar, es cierto, ensayos críticos, pero la única labor en ese sentido que pueda ser calificada, a mi entender, de positiva, es la labor negativa del grupo Contorno. En ese grupo de escritores -entre los que podría ser incluido yo mismo- se encuentran los primeros esbozos, muy poco tímidos a veces y muy imperfectos, de pensar en serio sobre la creación literaria.

-¿Cree que la crítica oral -radio, televisión- tiene más o menos importancia que la crítica escrita?

-La televisión y la radio se incluyen dentro del radio de acción de la crítica cotidiana y pueden realizar una labor importante -y en momento en que el público de masas es consciente él mismo de su necesidad de participar de la cultura de los países- de ningún modo negligible. Se trata de los medios más importantes, para penetrar la opinión, que a la fecha, el hombre tiene en sus manos. Por eso tal tipo de crítica debe ser juzgada menos al nivel de la profundidad de lo que diga, que por su posición sociopolítica, por su tendencia. Hasta ahora, esa crítica ha estado en manos de hombres de oficio, lo bastante viejos a veces como para querer comprometerse políticamente, otras veces muy jóvenes como para contentarse con el simple hecho de poder hablar y ser escuchados. Es preciso que esa crítica recaiga en quienes debe hacerlo, en el crítico lo suficientemente inteligente como para reflexionar sobre obras de creación y lo suficientemente comprometido como para saber que el crítico, también él, habla y escribe para el proletariado. Pero aquí surge un nuevo problema. ¿Cómo es posible cambiar de críticos cuando los medios de difusión se encuentran en posesión de las clases dirigentes? Es preciso entonces cambiar la sociedad para poder cambiar de críticos; pero mientras tanto el hombre de letras que tendría algo que decir en una sociedad nueva, no debe impedirse intentar hablar cada vez que encuentra la posibilidad de hacerlo en el seno de esos medios de difusión que se encuentran en manos de aquellos que detentan una ideología opuesta a la suya.

 

 

Texto publicado en la revista trimestral Literatura y Sociedad, dirigida por Ricardo Piglia y Sergio Camarda, en su único número de octubre-diciembre de 1965. Al comienzo de la entrevista figura la siguiente llamada: «Este cuestionario fue preparado durante el seminario que sobre crítica literaria en Argentina dictó el profesor Adolfo Prieto en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional del Litoral y publicado, en 1963, en un boletín especial por su Instituto de Letras». También respondieron el cuestionario Noé Jitrik y Juan José Sebrelli.