Persépolis: imaginarios de Oriente en Occidente
Por Lali Destéfanis
A 20 años de la publicación de los primeros episodios, Lali Destéfanis analiza Persépolis, la bildunsgroman comiquera de Marjane Satrapi que desplaza su autobiografía a la protagonista Marji al tiempo que despliega la historia contemporánea de Irán para un público occidental estallado de prejuicios.
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Literaturas enteras,
escritas en selectas expresiones,
serán investigadas para encontrar indicios
de que también vivieron rebeldes
donde había opresión.
Bertolt Brecht
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Persépolis, nombre con que Occidente identificó a Irán a lo largo de la historia, es el título que Marjane Satrapi eligió para esta novela gráfica, publicada en Francia por la editorial independiente L’ Association entre 2000 y 2003, en cuatro entregas. Se trata de una bildungsroman pensada para un lector occidental, que relata en paralelo la vida de Marji, la protagonista, y la historia contemporánea de Irán. La narración histórica en clave autobiográfica remite a un clásico del género, Maus, de Art Spiegelman, que relata la vida del padre del autor, Vladek Spiegelman, y el holocausto nazi.
El contrapunto central, en este caso, está dado por la narración: la voz y la mirada de este relato son las de una mujer joven y rebelde, atributos que contradicen el imaginario patriarcal, feudalizante y conservador que Occidente construyó en torno a Medio Oriente, fruto de la ignorancia labrada por la escritura de la historia y los medios de comunicación de masas. En el prefacio a la edición inglesa puede leerse: “Desde 1979, esta antigua y grandiosa civilización ha sido debatida principalmente en relación con el fundamentalismo, el fanatismo y el terrorismo”.
Las palabras de la autora subrayan siempre estos prejuicios, sufridos en carne propia: “Existe esta concepción errónea en Occidente de que todos los iraníes son escoria, de que todos los hombres fuerzan a las mujeres a casarse, y luego las golpean, y que todo el mundo es fanático. Es como decir que la sociedad en Occidente está representada por la Inquisición. (…) La estupidez es internacional. La estupidez está en todas partes. La gente tiene la fantasía de que si sos de Irán entonces se supone que sos retardado o vivís en el siglo XIX. Sólo se trata de seres humanos. Gente retardada hay en todo el mundo. Pueden estar en Canadá, en Estados Unidos, en cualquier parte. Gente liberal, culta y elocuente también hay en todas partes”, subraya.
Contra la premeditada construcción de este imaginario, Persépolis recorre la infancia, adolescencia y juventud de Satrapi y reescribe la historia contemporánea de una nación que siempre está en la mira de un nuevo ataque internacional (el último enfrentamiento bélico fue contra Irak, entre 1980 y 1988, al que se sumarían años después las tensiones con Estados Unidos, Israel y la Unión Europea que llegaron a un punto crítico en 2011).
El primer volumen de la obra está prologado con una síntesis de la historia de Persia escrita por David B., padrino artístico de Satrapi, que pone necesariamente el acento en las sucesivas invasiones que padece este territorio. Allí leemos: “Vencidos, los persas adoptaron el Islam, pero un Islam de los vencidos, un Islam subterráneo, esotérico y revolucionario: el chiísmo. (…) Persia deja de existir como nación independiente durante más de ocho siglos”. El nombre Persépolis remite al glorioso pasado sasánida, anterior a la invasión árabe y la islamización, que se destaca claramente en las obras escolares. Persia se reconoce como pueblo ario (Irán significa “tierra de los arios”) y existe una fuerte hostilidad hacia la cultura árabe en la literatura infantil, donde se muestra que la gloria de Irán es superior a la del Islam: el pueblo persa no siempre fuer musulmán. Marc Ferro, en Cómo se cuenta la historia a los niños del mundo, recoge la siguiente versión de los hechos: “Si los iranios habían sido vencidos, no había sido por culpa de su rey, sino porque habían sido debilitados por demasiadas guerras. Los árabes se habían aprovechado de esto y además estaban animados por su fe y por un fanatismo que podía llevarlos hasta los confines del mundo”. Por el contrario los fieles a Alí, los chiítas, rezan con los brazos caídos y repudian el desprecio a la mujer. Con respecto a Occidente, la relación histórica se minimiza del mismo modo. Por su parte, en Occidente la época aqueménida es la más recordada a causa de la historia recogida por Grecia y Roma. Así presenta Satrapi la historia, en un cuadro del primer volumen:
La narradora también toma distancia con respecto al componente sociocultural árabe y se asume persa; en la parte superior se observa a los chiítas -que rezan con los brazos caídos- y se lee “nuestros propios emperadores”. En el dibujo se acentúa, mediante el ritmo generado por la disposición de nutridos grupos de figuras en bandas sucesivas, la presión ejercida por los diversos invasores (árabes, mongoles, stalinistas, ingleses).
Concluido el prólogo histórico empieza la novela gráfica. El relato comienza con la férrea contrarrevolución que se desató en Irán tras la Revolución de 1979, período de transición entre el régimen del sah y la instauración de la República de Irán. El capítulo que inaugura el relato es “El pañuelo”, símbolo y sinécdoque de la opresión de género retomada por la contrarrevolución.
En la parte superior de la página junto al título, sobre fondo negro, se recorta el perfil de una mujer del que se distinguen solo las facciones que el pañuelo permite entrever. Sus ojos grandes, a pesar de y como resultado de la oscuridad que la rodea, están bien abiertos. Los ojos en Persépolis cobran especial protagonismo y ocupan primeros planos: la observación, la observancia, la diferencia y el pañuelo multiplican la desnudez de las miradas y la sospecha que recae sobre toda posibilidad de ver. La elección del blanco y negro compacto genera un contraste total, que no presenta matices, muy significativo en el relato. Las líneas firmes y sencillas del dibujo equilibran la atención de lxs lectorxs puesta entre la narración en palabras e imágenes. “Las novelas han sido un éxito en todo el mundo porque los dibujos son abstractos, en blanco y negro. Creo que esto ayuda a que la gente se identifique, ya sea en China, Israel, Chile o Corea, es una historia universal”, cuenta Marjane en una entrevista.
En el primero de los cuadros se ve a Marji, una niña con gesto apático, a quien la narradora presenta en primera persona: “Esta soy yo, cuando tenía diez años. Era 1980”. En lxs lectorxs genera el efecto de estar frente a un álbum fotográfico, impresión reforzada por el texto en el segundo cuadro: “Esto es una foto de clase. Yo estoy sentada en el extremo izquierdo” (¿alusión ideológica?), “por eso no se me ve. De izquierda a derecha: Golnaz, Mahshid, Narine y Minna”. A primera vista, esta viñeta pareciera simplemente ampliar la escena de la primera, sin embargo es inquietante que la protagonista quede fuera de cuadro y solo sea percibida, de forma metonímica, a través de la mirada de Golnaz. El extrañamiento en relación con su entorno ya está instalado: ¿por qué es mirada de ese modo?, ¿por qué está apartada de sus compañeras? Todas las niñas están uniformadas -vestido y pose-, salvo en el gesto, que varía entre el explícito disgusto y una tímida sonrisa, esbozada para la foto. La página continúa en los siguientes cuadros:
La sintaxis de imágenes enuncia y explica cómo la historia social atraviesa la individual, en un montaje que las alterna. El tercer cuadro muestra a hombres y mujeres, juntos y entremezclados, manifestándose con sus brazos en alto. Las mujeres, con la cabeza descubierta, solo son reconocidas por el cabello más largo y su silueta. La primera analepsis del relato hace foco en la revuelta, que contrasta con la reacción de 1980.
Los cuadros siguientes muestran a las niñas a la entrada de la escuela, con la obligación de colocarse el pañuelo, sin saber por qué ni para qué deben llevarlo. Juegan con él a la soga, al monstruo, se quejan del calor y actúan escenas de la historia reciente. El año anterior, Marji iba a una escuela francesa, mixta y laica. En 1980, el gineceo ya está instituido.
El ayatolá Jomeini encarna la censura y la opresión en un discurso demagógico, anticapitalista -feudalizante- y antioccidentalista, que merece un comentario irónico de la narradora. En este caso, la mirada se dirige al pueblo desde el estrado, en picado y en planos sucesivos hasta llegar al primer plano. Es masculina y amenazante, sensación reforzada por el zooming in que genera un efecto de movimiento e inmediatez. Las mujeres se enfrentan en las calles -solo ellas- bajo las consignas “pañuelo” o “libertad”; las conservadoras aparecen con su vestido tradicional, oscuro, en contraste con la claridad de las mujeres revolucionarias. La lógica organicista que moviliza a la ortodoxia se releva en la imagen, que dibuja a las mujeres del pañuelo como un gran cuerpo homogéneo que se funde en su propia oscuridad –al igual que en el caso de las monjas austríacas, en volúmenes posteriores.
El relato regresa a la esfera privada, individual, que muestra a Marji desdoblada entre la cultura tradicional y la modernidad progresista. El dibujo está dividido en dos mitades; a la derecha de la imagen se la ve vestida con el traje tradicional sobre un fondo de arabescos, y a la izquierda a la manera occidental, junto con herramientas que simbolizan la ciencia y la industria. Dos mundos conviven en ella desde entonces: se asume como una creyente innata (“Nací con la religión”), hija de xadres muy modernxs y vanguardistas. A medida que crezca reformulará su vínculo con la religión, conocerá la historia de su familia, su pertenencia de clase y las contradicciones que todo esto le depara. Vivirá el exilio, la persecución y la muerte de quienes la rodean, la destrucción de Teherán. Tendrá nuevamente la mirada ajena puesta sobre su cuerpo, esta vez de parte de Europa.
La narración no le escapa a ninguna de las complejidades ideológicas que presenta. “Siempre pensé que las personas iban a apropiarse de mi historia. Entonces, cuando vi que lxs pibxs de once años que no conocían los hechos que cuento comprendieron todo y eso lxs conmovió, ahí me siento verdaderamente satisfecha y pienso que conseguí lo que quería. Ese es el éxito que me concedo. Cuando escribo una historia, mi única preocupación es saber si eso que escribo se entiende, si lxs lectorxs que no pertenecen a mi cultura comprenderán lo que quiero decir. Lo único que me importa es tomarlxs de la mano y decirles: “Vengan, les voy a contar una historia, síganme”. En Occidente, la obra fue recibida como un gran suceso. Fue adaptada al cine y estrenada en 2007, pocos años después de su publicación completa.
Hasta aquí, apenas un asomo a la enorme riqueza de Persépolis. En estas primeras viñetas, la narración es extemporánea al dibujo, matiza el relato y vehiculiza su comprensión. A la voz que acompaña la imagen se suman los diálogos que forman parte de los dibujos, en un contrapunteo constante entre la mirada de niña y la narradora madura. Este salto facilita el acercamiento entre el contexto en el cual la historia tiene lugar -Irán, en estos primeros momentos de la novela- y el mundo de lxs lectorxs para quienes está principalmente pensada Persépolis, el mercado europeo en el cual Satrapi escribe, dibuja, vive. Más adelante, la narración se vuelve polifónica y cobra protagonismo la palabra de otros personajes; sus voces forman un prisma que completa la escritura de esta historia, tan privada y tan pública, de la que todxs lxs lectorxs nos reconocemos parte.