Esta es la historia de cómo un grupo de amigos atraviesa el infierno del Personal Fest para escuchar la música de PJ Harvey. Un infierno macrista de agua mineral tibia, bandas horribles, merchandising siome y patos empepados.
Por Dolores Reyes
Por su estética y su relación forma-contenido, el Personal Fest es un festival macrista: un pato amarillo gigante flota como bobo por el lago, los puentes para cruzar de lado tienen unos arcoiris enormes, todo está plagado de grandes emojis coloridos (hasta el de la caquita -si, ese de la caca con ojitos que todos tenemos en el celular- tiene el colorido del arcoiris) y proliferan consignas tipo «¡Storyficate!.
Pero más allá de toda esta apuesta a ciertos códigos de estética visual y moral, que incluye las pulseritas para ingresar en las que podés cargar plata para -máximo riesgo- tomarte un helado o comerte un Paty pelado a cien pe, el Personal Fest es un tedio absoluto. Quizás por eso unas cuarenta personas hacen fila para hacer algo que visto desde afuera es como gritar por un micrófono que logra que tu voz se escuche como la de una víctima de traqueotomía.
-«Gente grande», nos decimos entre risas los cuatro que vinimos desde el oeste sólo para ver a PJ. Pero ya que pagamos por un festival, caemos un par de horas antes para ver qué pinta.
Todo es forma, presentación, colores. Un chamuyo digno de Durán Barba. Hay un stand muy pro que ostenta el cartel “Centro de hidratación” en el que dos pibas desganadas sirven agua tibia llenando por la mitad unos vasitos tamaño café. No, morir no vas a morir, pero está claro que ni para un hielo da.
Cuando trago ese líquido abyecto para cualquier recital digno de tal nombre me acuerdo de Graciela Borges pidiendo un hielito en La Ciénaga. Con mi amiga Carla vemos a un flaco tomando una birra en un descartable transparente y a los cuatro nos vuelve el alma al cuerpo. Empezamos a recorrer todos los puntos de venta buscando al que tenga cerveza, pero nada. Caminamos unos cien metros más sobre un piso de plástico que habrán puesto para ayer y hoy ya está roto. Algunas chicas se enganchan unos tacos enormes en la cinta de embalar con las que la organización de este evento trató de emparchar las falencias del piso.
Cuando llegamos, ¡oh,sorpresa!, todos los puestos venden lo mismo: “Panchitos superdivertidos”. De la cerveza ni rastro. Mi amiga aventura la hipótesis de que el flaco de la birra debería ser miembro de alguna de las bandas y consiguió cerveza tras bambalinas. A la media hora vemos que se aproxima otro flaco con el mismo vaso transparente de birra, salimos a su encuentro como hipnotizadas, pero no, la presunta birra resulta ser jugo de manzanas con burbujitas que venden en el greenfood.
Hasta el merchandising es siome. La mayoría de la gente está sentada en el suelo, los aburridos de la propuesta ya renunciaron al imperativo de divertirse y esperan a la banda que vinieron a ver.
Un gran negocio, una artista superlativa
El line up del evento estuvo siempre confuso, probablemente como estrategia para propiciar que saques el abono para los dos días y te comas un montón de bandas que ni conocés. Evalúo la posibilidad pero sólo escuchar tres minutos de Paramore me hace desistir…
Nos acercamos a escuchar Daughter. Tiene una cantante con una voz preciosa, es lindo oírlos, unas canciones hermosas, se escucha muy bien y todo muy correcto, pero les falta algo; no emocionan. Pienso en lo difícil que es emocionarse en este marco que parece especialmente diseñado para que te corra jugo de manzana por las venas…
Luego de Daughter salimos de la zona escenarios principales. Mis dos amigos se encuentran con un grupete, se saludan, conversan. Carla y yo escuchamos música que llega desde lejos, más allá de la zona en la que estamos.
Dejamos a los amigos y vamos atrás de algo que suba la temperatura. Cruzamos el puente de arcoiris y emojis -a lo lejos vemos al pato empepado-, llegamos a un lugar con pinitos que parece la costa y en el medio hay un escenario mucho más chico. Al fin algo de rock, parece. Alguien nos dice que es la presentación de Duna y pienso, aunque no los conozca, en la película con Sting. ¡Tiene que estar bueno! Y la verdad es que suenan muy bien, nos entusiasmamos en la medida que avanzamos hacia ellos. Cuando llegamos, el cantante de Duna dice: «-Gracias y que Dios los bendiga a todos». Carla y yo nos miramos dos segundos y salimos corriendo. A estas alturas temo que no sea PJ Harvey quien se presente aquí sino un holograma de ella, desangelado y sin aura. Y si es ella, ¿porqué está en este festival lamentable? ¿La engañaron? ¿La drogaron para que despierte en esta remake mezcla de Cariñositos con Pequeños Ponys?
Volvemos a donde dejamos a los otros dos, estamos ansiosas. En el escenario Hueiwei está Seu Jorge, después de él, en el escenario Personal, saldrá PJ. Falta apenas media hora y queremos estar adelante, así que vamos a ocupar un lugar lo más cerca posible. Como los dos escenarios principales están pegados, mientras esperamos escuchamos a Seu Jorge y lo vemos por las pantallas gigantes.
El cantante brasilero no vino con banda, es él, su guitarra, su gorro de lana roja, sus canciones -o, mejor dicho, las de Bowie- y, sobre todo, sus anécdotas. Habla más de lo que canta. Todo lo que dice es autorreferencial y abunda en países y nombres: su viaje a Italia en dónde lo reconocieron en un estudio de cine, su viaje a Alemania, su actuación en una película de Wes Anderson, su amistad con Bono, el reconocimiento inmediato como actor que tiene del público europeo en cada una de sus giras…Total, ninguno de los que nombra está presente.
El hombre hace unos 14 temas de Bowie acompañado por una guitarrita y cantando en portugués…los primeros dos temas me resulta simpático, el tercero bostezo, el cuarto ya no reconozco nada de Bowie por el portugués y me pregunto si alguna vez se le habrá ocurrido al otro cantar bossa en inglés…
19:55. La hora en que la grilla anunciaba a PJ. De Bowie no queda ni una brisa pop, pero Seu Jorge empieza un tema más. La mitad del público empieza a corear “Pi Yei, Pi Yei”. Alguien grita «Pepeu Palala» y los fans de Capusotto y su Musmanno Rock Festival le festejan el chiste. Es una falta de respeto, claro, pero aunque sea sinceremos en voz baja: ¡Por favor, basta de Bowie en brasilero!
Silencio. Se apagan las luces en el escenario Personal y en medio de tanto ruido y color, el negro de la noche me resulta particularmente hermoso.
Cuando creemos que llegó la hora se encienden las pantallas, es un anuncio de la policía de la ciudad explicando cómo evacuar en caso de emergencias. No podría pensar en algo más cortamambo que esto. Un par empiezan a gritar Macri gato pero los que se prenden no llegan ni a diez. Vuelvo a mi hipótesis originaria: es este un festival macrista.
Después salen. Son nueve más Polly Jean Harvey. Entran percusionando como si fuera un desfile, es «Chain of keys». Los parches tienen la misma estética que el escenario -la tapa de The hope six demolition project– y a cada paso que dan se te eriza la piel. La disposición de los micrófonos, de los instrumentos, de los cuerpos, la ropa de los artistas, el fondo, nada está descuidado ni librado al azar. Todo es parte de una composición muy cuidada. Pj debe pesar 40 kilos, se mueve como una bailarina pero también como una karateca: Su cuerpo tiene la carne justa aunada a una fuerza enorme. Así pisa una artista el escenario, así se sale a la cancha.
El pogo de PJ
Emoción es algo que no se le compra a un publicista. Estamos felices, PJ suena mejor que un CD y el set es impecable. No hay plan festivalero aquí, menos set clase D. Es el mismo comienzo que puede verse en Youtube del recital en París y se escucha perfecto.
Con «50 Foot Queenie» empieza el pogo y después de los primeros minutos de emoción, muchos saltos y un par de empujones, afloja. Me corro unos metros para atrás y la gente baila. Alguien grita: ¡Pero miren a esa mina, tiene como sesenta! En la primera fila de músicos, nueve en total, tres peinan canas, otro está absolutamente pelado y en el medio ella, que viene a demostrar que con actitud y sin cirujías estéticas se puede tener toda la onda del mundo.
El resto de los músicos sigue con la vista y la disposición de sus cuerpos los movimientos de PJ que cada tanto, retrocede hacia su saxo. Yo también la sigo, es imposible sustraerse al hechizo que parece emanar de las plumas negras de su traje, pero no. Cuando más adelante se quite ese atuendo, su cuerpo en remerita y pollera tan parecido al de una chica de doce demostrará ser el origen del embrujo.
Escuchamos «Down By the water» y para mí es el éxtasis, verla cantar y moverse -abajo bailan todos y todas- al ritmo de esta canción que escuché por primera vez hace casi una vida. ¿En dónde estaba yo? En el secundario. ¿En dónde Carla? ¿Qué camino recorrió mi amigo, que casi se mata en un accidente de auto el domingo pasado, para venir hoy a verla y estar acá, mirándola empastado por el dolor de cervicales? Después, como siempre, será él quien me baje de la nube: “Toca estos temas del 95 para la gilada, el público siempre es más conserva que el músico. ¿Ves?” El resto de la lista es muy clara: fueron seis temas del último disco, cuatro del anteúltimo y uno de White Chalk.
Así que nuestros hombres se escondieron
Termina el recital y aunque todos estemos eufóricos y con ganas de más, enseguida recordamos que estamos en un festival: Una vez que dejaron el escenario, ni PJ ni sus maravillosos músicos volverán a salir. Ella se encargó, como hace siempre, de presentarlos uno por uno un par de canciones antes del cierre. Me quedan grabados el ex Bad Seed Mick Harvey, el chileno Alain Johannes, y por supuesto John Parish.
River Anacostia cerró el show: los diez músicos al frente, compartiendo los cinco micrófonos de dos en dos, en una casi oscuridad total que hacía parecer todo un sueño, con las voces y los tambores sonando hasta el último segundo.
Hay pocas artistas que muestran una evolución tan marcada en sus composiciones disco a disco. Por la densidad musical de sus álbumes desde el 2007 para acá, es imposible que PJ venga sola. Necesita esa banda alucinante y también por eso la amamos tanto. ¿Vieron la ropa de esos señores?
Carla y yo nos vamos felices. A mí me resulta imposible escuchar a Vicentico ahora, así que tratamos de salir rápido. Nada menos coherente que la grilla del Personal Fest. Los carteles que indican la salida son menos interpretables que una frase extensa en boca del presidente. Tenemos que preguntar, tenemos que pasar por el pato empepado, ahora iluminado, frente al cual varios hacen fila para sacarse una foto.
Nosotras, al irnos, lo miramos con tristeza: Este es nuestro estado actual.