Piel, de Acorazado Potemkin: Parados donde siempre para llegar más lejos

Por Marcelo Simonetti

Marcelo Simonetti escuchó Piel, el último disco de Acorazado Potemkin, donde la banda Se mueve sobre lo ya construido, pero expandiéndose. Un disco que expresa «el balance justo entre ser quienes eran pero distintos, mejores. El ideal difícil de arañar para cualquier banda de rock y también para cualquier ser humano».

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Tenía cierta ansiedad e incertidumbre con éste disco de Acorazado Potemkin. Casi todas las bandas que me gustan de este país duran dos o tres discos que valen la pena: Don Cornelio, Los Visitantes, Cienfuegos, El Siempreterno. “Una banda dura diez años”, me dijeron hace unos días. Luego se disuelven o se echan a perder. Pierden conexión con la realidad quizás. O se deteriora la relación entre los integrantes del grupo. O el amor y la pasión por la música pierden la batalla. O todo junto. Si hubo una banda que supo quebrar ese número maldito para reconvertirse en algo distinto y siempre valioso fue Pequeña Orquesta Reincidentes. Donde casualmente militaba Juan Pablo Fernandez, voz de Acorazado desde hace una década.

Hay bandas que acostumbran a hacer girar los temas que van componiendo antes de grabar un disco, como es el caso de Acorazado. Los que vamos a los shows siempre estamos ansiosos de eso, pero a mi entender le sirve más a la banda que al público. Cuando el disco sale, siempre los temas son otra cosa. Eso pasa con “A la encandilada”, “Una Oración más” y “Vecino”, que venían sonando en los últimos shows del grupo. Mientras los músicos saben de qué va, desde el público tratamos de adivinar la película con el avance y casi nunca acertamos.

Hace un año le hice una entrevista a Juan Pablo y me contaba que el plan para el 2019 era hacer un disco nuevo, que debía ser “urgente, hermoso, político, comprensivo, personal, porque va a haber que hacerlo en un rato.” Y ese es un buen punto de partida para desenrollar el ovillo y descubrir “Piel”. Porque es la misma banda que parió “Mugre” y nos regaló “Remolino” y “Labios de Río” pero es distinta. Crece. Abarca más. Se para en el lugar de siempre para llegar más lejos, a lugares nuevos.

“Sheriff” tiene la voz tangueada, con el piano de Elbi Olalla embelleciendo todo y un fondo pausado pero a la vez sanguíneo y final épico con la ayuda del violín de Christine Brebes. Gran apertura, aunque podría haber sido también el cierre del disco.

Sigue el primer corte, “A La Encandilada”. Es un tema bien Potemkin, pero también es más limpio, lo que lo hace más radiable, con la melodía al servicio de la voz como nunca antes y los coros de Lulo que llegan de manera inmejorable. Una historia de desazones y desencuentros de gran vuelo iliterario metida adentro de tres minutos que te llevan a remolque. ¿Alguien duda de que lado ponerse acá? Juan Pablo, vos y yo, somos los que estamos abajo del agua, claro. Somos el pez. El pescador, siempre es otro ¿Quienes cantaban las canciones más tristes adentro de tres minutos pop como nunca nadie? No muchos, The Smiths por ejemplo.

“Pank” empuja para adelante con el típico sonido de la banda y una letra acorde. Luego llega “María”, que baja la adrenalina y gana en sensibilidad, en un hermoso manifiesto de Fede que se acompaña en una instrumentación que al comienzo es suave para ir adquiriendo frondosidad en los increscendo donde la banda consigue que se cuelen bellos rayos de luz.

Promediando el disco está “Calesita”, donde la melodía y especialmente el bajo de Fede nos llevan a las nubes de la Inglaterra de 1984. El aire post-punk/pop de la canción no estuvo antes tan de manifiesto. Los arreglos de guitarra y la letra también contribuyen a ese halo melancólico del género. Uno de los puntos más altos.

“Una Oración Más” tiene aromas familiares a “Calesita”, aunque es más pausada. Lulo marca esas pausas en la batería como nadie y luego se desborda como un torrente junto al bajo. Da la hermosa sensación de alguien que se había detenido a pensar y de golpe decide arrancar. Lo paradójico es que mientras el tema empuja hacia adelante Juan Pablo repite “Flashback” en el estribillo. Gran tándem junto a la canción anterior.
Quizás el pico emotivo sea “El Arca”, donde vuelve a aparecer el piano de Olalla y el violín de Brebes. Una hermosa oda al amor y la libertad con un increscendo que desborda por todos lados.

El típico nervio del grupo vuelve a aparecer en “A Tiempo” para luego dar paso a “Vecino”. Según las redes sociales de la propia banda es el único tema del disco que está en tres tiempos, arrancando por idea de Lulo al revés que el resto, con un principio más sutil que el resto de la canción. De ritmo valseado, contiene versos donde Juan Pablo homenajea en los muertos en la masacre de San Miguel Del Monte víctimas de la brutalidad policial y en ellos a todos los jóvenes que se juntan a celebrar la música y la vida. Y es también una pregunta a todos los que ya no se animan a dejarse llevar y juzgan a quienes dan pelea.Está claro que los silencios en Piel aparecen donde antes había Mugre. Luego la canción parece remontar vuelo al compás de la voz.

En “Pañuelos” la música es la escenografía de las imágenes que la letra sugiere, con un estribillo parecido a un grito de guerra. A priori es un tema típico pero los arreglos le dan un brillo distinto. El disco cierra con “Umbral” que encierra en algo más de cuatro minutos todas las emociones que la banda transmite tan bien. Es un ruego que está lleno de melancolía pero nunca es amargo, siempre logra colar el afecto y el calor, con un final de la banda sonando a pleno y Juan enhebrando versos sensibles y fraternos.

Desde el 6 de diciembre, la fecha en que se estrenó en Spotify (me obligó a bajar la app que nunca había usado) que vengo escuchando el disco, que pegó de entrada pero que con el trato se revela de otras formas. Si hay una imagen que se repite en el disco es la ausencia. Esos dobleces de la vida de uno donde se acumulan los recuerdos y las marcas que nos acompañan para siempre. ¿Que acompaña más, que pesa más, que está más presente que el recuerdo y las ausencias? Nick Cave dice que a lo que más teme es a perder la memoria, porque la memoria es lo que somos, nuestra propia esencia. Y Juan Pablo visita y reclama esas ausencias hasta en clave política, como en “Vecino”. Luego sí, están esas otras emociones que suelen aparecer en su cálida poesía , sin dudas el mejor letrista de nuestro país, que bien podría a ésta altura recopilar todas las letras de canciones que ha firmado desde los inicios de Reincidentes hasta hoy en un libro. Sus textos se sostendrían por el propio peso más allá de la música como los de ningún otro escritor de canciones, y ayudarían a darle el valor de obra poética que merece.

Musicalmente, la guitarra más amplificada que nunca, el bajo de Fede Ghazarossian que se permite jugar casi como ningún otro y Lulo Esain que le pega como siempre, pero todo más potenciado por la la producción de Mariano Esain, que los conoce bien. A eso hay que sumarle nuevos surcos que la banda empieza a abrir en algunas de las canciones del disco. Se apropian de una marca registrada para agregar colores nuevos, tirar redes para llegar más lejos. Se mueven sobre lo que ya han construido hacia arriba y expandiéndose, que es lo necesario para estar vivo. Con Piel logran el balance justo entre ser quienes eran pero distintos, mejores. El ideal difícil de arañar para cualquier banda de rock y también para cualquier ser humano.

Desde abajo del escenario o tomando juntos un vino, se agradece que existan bandas con gente que está cruzada por nuestros mismos dolores y alegrías, nuestros historia común y nuestros anhelos, y que con el correr de los años compartan el camino regalando un arte que es siempre parte y reflejo de la propia vida. No abundan.

Acorazado Potemkin presenta Piel el 21 de Febrero en Niceto.

(Fotos de Albi Álvarez)