Piglia, Segato y la Señora X

Por Leandro Alba

Leandro Alba propone una aguda lectura de uno de los últimos cuentos de Ricardo Piglia, «La Señora X», a la luz de algunos postulados teóricos de Rita Segato, quien analiza a la violación como un mensaje corporativo al interior de la cofradía masculina.

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En su último libro, Los casos del Comisario Croce, Ricardo Piglia vuelve sobre algunas preocupaciones que lo acompañaron durante toda su obra. En el cuento “La Señora X”, lleva hasta el absurdo el mandato de masculinidad: un personaje secuestra a una mujer y simula violarla frente a un compañero. Luego, lejos de reconocer su impotencia, acepta una importante sentencia en su contra. El texto permite establecer puentes con la producción de Rita Segato, en tanto la violación es analizada, también, como un mensaje corporativo al interior de una cofradía.  

A modo de introducción hay que decir que la llegada de Los casos del Comisario Croce, el último libro de Ricardo Piglia, fue uno de los acontecimientos literarios del 2018. La afirmación es al margen de listas de ventas y esas cuestiones propias del mercado editorial. Es un acontecimiento por las condiciones en las cuales fue producido. En 2013, Piglia fue diagnosticado con Esclerosis Lateral Amiotrófica (ELA), una enfermedad neurodegenerativa progresiva que afecta a las neuronas y a la médula espinal. De forma sintética: los músculos dejan de recibir mensajes, por lo que se debilitan. Por el momento, se desconocen las causas. En términos piglianos, habrá que decir que el origen es un punto ciego. A la posibilidad inminente de dejar de escribir, Piglia le opuso una certeza de un presente que se le escurría: escribir. Al finalizar “Los casos”, explica en un breve texto: “Compuse este libro usando Tobbi, un hardware que permite escribir con la mirada. En realidad parece una máquina telépata. El interesado lector podrá comprobar si mi estilo ha sufrido modificaciones”.

Varios elementos. Por un lado, Piglia no busca ser pensado como un escritor agónico que corrige sus textos contra el paso de las horas. Además, sostiene que la máquina “escribe con la mirada”. Título para una investigación: Piglia y las máquinas (la última parte de su biografía podría incluirse, sin mayores sobresaltos, en Ciudad Ausente). Por otro lado, no hace una lectura técnica del dispositivo sino más bien poética, no dice “se trata de un dispositivo que lee el movimiento de las pupilas”, como señalaría cualquier manual de instrucción. Al leer esto, el lector de la obra de Piglia no puede dejar de trazar paralelismos (tal vez sea la costumbre de esa lectura paranoica que propone la ficción paranoica) con otro términos: la mirada, también, construye (Lacan). En esas condiciones, Piglia produce Los casos del comisario Croce.  

Un mensaje 

“La Señora X” es el séptimo de los doce cuentos que componen el libro. En él, Piglia relata la historia de una mujer que deja bajo la puerta del despacho Croce una carta. El manuscrito relata una situación en la cual “La Señora X”, quien lo firma, fue víctima. Fue llevada hasta una obra por la fuerza por un desconocido. El hombre, no la viola. Simula una violación frente a un tercer personaje, “Cholo”. Dice La Señora: “Me saqué el vestido debajo de esa luz horrorosa. Tenía ganas de llorar pero no me animé. El tipo se desvistió, pero no se acercó. Se sentó en el borde de la cama y me miraba. Me dijo despacio que me sacara lo que me quedaba de ropa. Me saqué el corpiño. El tipo empezó a gritar: ‘Qué hembra que sos, cómo cogés, y movía la cama. Saltaba sobre la cama y los elásticos hacían ruido y yo seguía más o menos de espaldas, desnuda sobre un piso de tierra”. 

No la toca, el tipo. La llevó por la fuerza, pero no la viola. Al finalizar esta actuación, el personaje que simula llama a su compañero para que haga lo que quiera con el cuerpo de la mujer. Pero dice que no, “ahora estoy muy cansado”. “Nunca sabré si el Cholo sabía que su amigo era impotente. En una de esas los dos eran impotentes”, escribe la Señora X en la carta que recibe Croce, en la que detalla lo que ocurrió ese día. Tras esto, el comisario comienza una investigación utilizando como pistas algunos elementos que están en el manuscrito, por ejemplo una comparación que hace entre el color del vestido que llevaba aquel día y el de los cascos de los trabajadores. También extrae indicios del lugar donde fue el hecho por la cercanía de términos que se encuentran en un mismo campo semántico: obra, construcción, trabajo, etc. Tras esto, consigue dar con el culpable del sometimiento, del abuso, del escarnio (a Croce encuentra dificultades para ponerle nombre a esa experiencia). “La mujer identificó a su agresor y el hombre fue condenado por violación. Lo divertido fue que aceptó que la había violado y no reconoció que era impotente, cosa que hubiera aliviado su pena. La dama y él mintieron, por razones distintas. Ella para vengarse y él para sostener la comedia de su hombría”, escribe Piglia. 

La anécdota del cuento lleva al extremo el concepto de mandato de masculinidad, lo mueve hasta lo absurdo para hacerlo evidente. Hace evidente, de esta forma, un segundo elemento que está latente en las violaciones y que, en muchas ocasiones, queda invisibilizado por el tratamiento de los grandes medios. Como plantea Rita Segato, se trata de una dimensión expresiva. “No es un crimen para algo en el plano material, sino un crimen enunciativo, que dice algo a alguien”, explicó Segato durante las clases que tuvieron lugar en la Facultad Libre de Rosario, en agosto de 2016 (que luego fueron publicadas por la editorial Prometeo bajo el título Contra-Pedagogías de la crueldad). “La violación sigue esta lógica, es por un lado, un hecho, un acto en sociedad, un acto comunicativo, cuyo enunciado tanto el enunciador como los destinatarios entienden no por medio de la conciencia analítica, discursiva, sino por medio de una conciencia práctica. Y, por el otro lado, la violación no remite exclusivamente a la relación del agresor con su víctima, sino que lo hace, y principalmente, a la relación del agresor con sus pares, los otros hombres”, continúa Segato. 

En el texto de Piglia, esta lectura puede hacerse de forma lineal: al agresor le preocupan los ojos de su par, tal es así que prefiere una pena mayor a decir la verdad. Así opera el mandato de masculinidad: un absurdo. Un absurdo performático: llevar ese rótulo exige actuar como ese rótulo. Decirse “macho” es hacer, ejercer y, finalmente, ser. Un signo que demanda experiencias uniformes: “Ponerla”, “debutar”, el cuento lleva esto al paroxismo. De algún modo, es como si se tratara de un gran género del cual se desprenden ciertas prácticas. Prácticas que suponen un diálogo entre pares, entre quienes manejan el código cuya mirada corporativa, a la vez, genera una otredad homogénea -y enemiga- (en un momento, el agresor le dice a la víctima cuando ella le pide que no le haga daño: “Mi vieja se las tomó cuando yo tenía cuatro años. Son todas unas yeguas”). En términos de Piglia, una especie de “complot” de hecho. No es para nada curioso, siguiendo esta línea de lectura, que, como aparece en uno de sus diarios, uno de los posibles nombres de la novela Plata Quemada haya sido  Entre Hombres (sí es curioso que ese título haya sido utilizado, finalmente, por Germán Maggiori en un -excelente- policial  que, a la vez, se inscribe en esta misma línea de lectura). En el caso de Segato, este complot lleva el nombre de “cofradía”.  

Piglia pone a dialogar elementos que están en tensión en la actualidad, propone, en base a la experiencia de Croce, la necesidad de entender estos crímenes, también, como un acto comunicativo. Cuando se refiere a otras agresiones sexuales que fueron investigadas por el comisario, recuerda: “Los impotentes que no alcanzaban nunca a realizar sus fantasías en los que mataban a las mujeres. No podían decir nunca nada y vivían encerrados en el lenguaje, atados a un doble uso de la palabra, lo que el secuestrador le decía en voz baja a la mujer del vestido amarrillo y lo que le gritaba a su compañero el Cholo. En esa bifurcación anidaba el crimen. Estos eran los asesinos seriales que hacían decir a los cadáveres lo que no podían formular verbalmente. Masacraban los cuerpos que no podían poseer, eran violadores mentales, concluyó Croce”. 

A modo de síntesis, como lo dijo en entrevistas y ensayos, los textos de Piglia se caracterizan por una aguda mirada sobre las formas de las narraciones del presente (como planteó Saer, “el presente es siempre el presente de la escritura”), con un diálogo constante entre la utilización de la experiencia y el aspecto histórico como materias primas para sus creaciones. No necesariamente hay una conexión inmediata en términos de la problemática política de cada contexto. Pero como sostuvo en la tercera clase de Las tres vangurdias (publicado por Eterna Cadencia): “Lo que hay es una relación con una materia social que ya tiene forma”. “La escisión entre novela y narración, que plantea Benjamin, debe ser vista ahora como una relación entre la novela y la narración social, los contenidos de esas narraciones y la forma que toman”, escribió. 

Que no nos engañe, Piglia siempre escribió con la mirada.