Prendan las cámaras y abran los micrófonos
Por Leandro Lacoa
Cuando funcionarios malintencionados y medios peor intencionados hablan de la perspectiva de reinicio de clases (sin agregar el adjetivo «presenciales») parecen burlarse de los miles de docentes de todo el país que hace siete meses vienen haciendo malabares para tratar de sostener algún tipo de regularidad educativa con las cursadas online. Aquí apenas una de esas infinitas escenas cotidianas que nos dejó la epidemia.
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El reloj de la computadora marca las 09:00, una ventana se abre y una catarata de cuadritos aparecen en la pantalla. Cada cuadrito es diferente: algunos están en negro y tienen un nombre en el medio, otros devuelven una imagen, como para que sepamos que hay un ser humano o algún objeto real del otro lado.
Desde uno de los cuadritos, una mujer con los anteojos apoyados en la nariz mueve la cabeza de un lado a otro, como mirando un partido de tenis. En otro cuadrito, allá, abajo de la pantalla, un chico come, pegado a la cámara, un sándwich que desborda de queso fresco. Al mismo tiempo, una chica trata de estirar la camiseta arrugada de lo que parece ser un piyama de Lilo&Stich. Mientras tanto, algunxs hacen gestos tratando de entender que está pasando, tal vez no escuchan muy bien las voces que se superponen.
Cada uno de los cuadritos es un mundo, más bien una porción recortada por la “magia” de la informática. Los pequeños ruidos se van convirtiendo en un maremoto de sonidos, de los cuales algunos se imponen sobre otros con una inexplicable nitidez.
— Espero que estés haciendo la tarea ¿Qué estás mirando? Son los jueguitos otra vez ¿no?
— ¡Estoy en videollamada, mamá! ¿No ves?
— ¿Para qué mirás nada más? ¿No copias?
— Es que ahora sólo tengo que escuchar. Después copio.
— ¿No te dicta la profesora? ¿Qué están haciendo? Mostrame…
— ¡Callate mamá, escuchan todos! Después te digo…
— Bueno… bueno… pero no pelotudees (sic) con los juegos…
— No mamá, ya te dije que es la clase y escucharon todo.
— ¡No me importa! Hacé lo que te digo.
Se ve una figura distorsionada por la poca señal de Internet. Se aleja de la imagen que muestra uno de los pequeños cuadritos resaltado en amarillo.
— Bueno, chicos. Abran todos los micrófonos, quiero escucharlos. Prendan la cámara que no puedo ver a muchos.
— Pero profe, no puedo
— La puta madre no entiendo esta mierda…
—¡Yo la escucho re bien, profe!
—Voy a arrancar porque se termina la sesión y me quedan un montón de cosas sin explicar.
Al mismo tiempo, un recuadro aparece en la pantalla. Es el chat. En mayúsculas, Galaxy J7 XX2 escribe: “SE ME CORTA TODO PROFE”.
—Acá me dice alguien que no sé quién es, que se le corta. Lo pueden ayudar. Diez veces hay que decir lo mismo… Necesito que pongan su nombre cuando entran.
Se escuchan sonidos de todo tipo y calibre. Martillazos mezclados con una conversación sobre las compras de almacén. Algo, que parece un reggaetón, se combina con el llanto de un bebé. Mientras, en algún lugar de esa escena, alguien atiende un llamado y responde que no puede contestar, que está en clase, que llame más tarde, que después hablan.
—Profe, yo no entendí lo que explicó hasta ahora.
—Si no expliqué nada… ¿Quién sos? No te veo.
—Juan, profe.
—Hace 20 minutos que intento empezar y no puedo.
—Bueno profe, perdón.
Hay cuadritos que van y bien, como las velas encendidas durante una tormenta de viento. Si las mirás fijamente, parecen apagarse y volver a prenderse por arte de magia. Recuerdos de infancia, cuando se cortaba la luz y la abuela desempolvaba esa vela del cajón más recóndito de la casa.
—Profe me van a cortar la luz en un rato. Estaba programado para hoy.
—¡No importa! Escuchá hasta donde puedas, hijo.
— Bueno, quiero empezar. Manuel Belgrano no sólo creó la bandera. Nació en…
El audio se corta. Por momentos parece que hablara un robot, en otros se escucha una voz que pareciera arrancada de un personaje de Alvin y las Ardillas, pero en modo acelerado. La pantalla se congela y la profesora que habla es una imagen sin movimiento.
—No era bueno para la guerra (se corta el audio) Como les dije (se vuelve a cortar) 1820 muere en (sí, se corta otra vez). Y por eso, es tan reconocido.
—No se escucha. Puede repetir.
—¿Otra vez?
—Es que se corta. Hay mucho ruido también.
—¡No te preocupes! Ahora en el Whatsapp les paso un resumen.
Un cartel avisa que el tiempo de la reunión está por acabarse. Las caras, que hace minutos se veían, ya se convirtieron en un fondo negro con un nombre en el centro. Un micrófono tachado de color rojo aparece en muchos cuadritos.
— En cualquier momento se va a cortar. ¿Entendieron todo?
Nadie contesta.
— En un rato volvemos de comprar. Dale de comer al perro.
— ¿Qué? No te entiendo.
Otra vez silencio. Esta vez un poco más corto.
— Bueno, nos queda menos de un minuto para terminar. Si no entendieron, volvemos a WhatsApp.
Silencio.
— Hagan lo que les pedí y estudien lo que vimos hoy.
Silencio.
— Chau.
La pantalla desaparece. Los cuadritos y los sonidos ya no están. Se fueron. Es como si todo lo anterior no hubiese existido. Pero, en los tiempos de pandemia, el show debe continuar, como cantaba Queen. Mañana, el reloj marcará las 09:00 y los cuadritos volverán.