Psicopolíticas: investigaciones, activismos y salud mental

Por Emiliano Exposto

Emiliano Exposto cruza para Sonámbula lecturas de Psicopolítica, técnica del lavado de cerebro, de Keneth Goff; PsychoPolitics, de Peter Sedgwick; Psicopolítica, de Byun-Chul han y Una lectura feminista de la deuda, de Verónica Gago y Luci Cavallero, buscando herramientas y experiencias que aporten a desbloquear posibilidades de inteligencia colectiva, que puedan esgrimirse en una difícil lucha por nuestra salud mental que se juega en el corazón de una lucha de clases ampliada.

 

0. “Este libro en absoluto desea sugerir que el suicidio de Mark fue, en algún sentido, un acto de protesta, como muchos de los amigos de Mark han dejado en claro: a fin de cuentas, la salud mental de Mark no fue un problema político, sino trágicamente personal”, Matt Colquhoun en Egreso. Sobre comunidad, duelo y Mark Fisher (Caja Negra).

1. Releo dos libros antagónicos: Psicopolitica de Byung Chul Han (Herder) y Una lectura feminista de la deuda de Verónica Gago y Luci Cavallero (Tinta Limón). Leo de forma fragmentaria y dispersa, pero las resonancias animan cierto deseo de prolongar hipótesis prácticas al abordar un enigma: ¿cómo repolitizar la crisis de nuestra salud mental? Nuestra coyuntura anímica es un “nido de víboras”, un suelo sensible ambivalente en el cual se debaten procesos impersonales y personales, íntimos y colectivos, emocionales y biofisicos, experiencias y dinámicas estructurales, estrategias comunitarias y luchas sociales. Estas lecturas me hacen volver al libro sobre el “lavado cerebral” de Kenneth Goff, también titulado Psicopolitica (1956). Goff quiere liberarnos del gobierno capitalista de la mente, mediante una subversión comunista que opere contra y más allá del individualismo emocional y cerebral. Supongo que estos textos actualizan una teoría implícita de los ensamblajes, al decir de Manuel Delanda. Pienso en la separación entre biopoder capitalista y biopolítica proletaria, formulada por Toni Negri en Marx y Foucault (Cactus). Una operación que se amplifica en la discusión entre “biopolítica estatal” (progresista o neoliberal) y “biopolítica desde abajo o democrática”, retomadas por Facundo Rocca en un diálogo entre Agamben, los xenofeminismos, Sotiris, etc. En el caso de Han y Goff, podemos interrogar una “salud mental desde arriba”, entendida como los funcionamientos del psicopoder desde el punto de vista del capital (y el estado). Con Gago y Cavallero, quizás podemos imaginar y ensayar prácticas de “salud mental desde abajo”. Es decir, una psicopolitica popular o esquizopolítica alternativa, desde el punto de vista de las luchas. No se trata de una dicotomía incruenta, sino de polos de oscilación en las estrategias de subjetivación. Antagonismos en una disputa anímica. Si somos índices de elaboración de ciertos efectos de verdad histórica (León Rozitchner), la disputa por nuestra salud mental se juega en el corazón de una lucha de clases ampliada. No podemos reducir las luchas en salud mental a la resolución de conflictos institucionales y al tratamiento individual. Necesitamos una política de transformación social en tiempos de crisis anímica colectiva.

2. Estos textos funcionan como herramientas de ingeniera cuyo valor de uso se dirime en los grupos de investigación y activismo en los que estoy metido. Por ejemplo, una editorial en proceso de formación, la Red Latinoamericana de Estudios Locos, un colectivo de investigación militante en salud mental, y algunas colaboraciones con instituciones, movimientos y grupos relacionados con estas problemáticas. Recuerdo algo que leí en Diego Sztulwark: una lectura militante tal vez se caracteriza por un desafío existencial, por un deseo de hacer funcionar ciertos enunciados en determinadas prácticas políticas, con la exigencia vital de lidiar con las tensiones entre fuerzas y categorías, cuerpos y lenguajes. La escritura como deseo de hacer converger discursos y desobediencias. Leer al calor de la revuelta; escribir para participar de la lucha de clases. El criterio no es el rigor conceptual, sino la eficacia política y existencial: la creación de conceptos tiene su campo de verificación en los conflictos sociales y vitales. La investigación psicosocial encuentra su potencial cognitivo al interior de procesos de interrogación y experimentación colectiva. Al no sostener su sensibilidad en la perspectiva de un foco de dominación (poder mercantil, forma-valor, dispositivos de control o disciplina, etc), intenta co-laborar con las estrategias y saberes de contrapoder que emergen de las situaciones y experiencias. Por eso, cuando leo el libro de Han, con su teoría autocomplaciente de la tecnovigilancia y la gobernanza cerebral, no puedo dejar de preguntarme cómo producir desplazamientos, en que prácticas detectar otras posibilidades ambiguas inscriptas en nuestro “presente herido” (Vir Cano).

3. Hipótesis: el disciplinamiento anímico descripto por Han y el lavaje cerebral de Goff son una respuesta a los deseos, fantasías y acciones de autonomía generadas en las luchas sociales de las ultimas décadas (feminismos, revueltas populares, ecologismos, indigenismos, etc.). El problema del imaginario terapéutico es su afirmación unilateral de que nuestras heridas emocionales (y sus correlatos biofísicos) pueden ser resueltas por el sujeto individual, un ser “autoexplotado” que trabaja sobre sí mismo. Sin embargo, no se trata de cambiarse a sí mismo primero, y luego intentar cambiar nuestro mundo, sino de poner en juego nuestra propia transformación en las transformaciones colectivas. La expansión de las máquinas psicopoliticas fue el modo en que el capitalismo bloqueó y privatizó los deseos, malestares, cuidados y disfrutes surgidos en las luchas, movimientos y rebeliones de las ultimas décadas. Una reacción global para desactivar estallidos locales, interiorizando el potencial de la explosión colectiva en implosión anímica proletaria. Este mandato de obediencia emocional y neurocontrol nos muestra a contrapelo las fuerzas de insubordinación de múltiples procesos de conflictividad. Esta contraofensiva nos señala que hay cuerpos aliados y en lucha que son índice de que otro mundo es posible y urgente.

4. Atravesamos una expansión del sistema de salud mental, y por lo tanto, una ampliación del campo de batallas. A raíz de la profundización de la crisis anímica durante la pandemia, la democratización pública de la salud mental es ambivalente. Tiende a acentuar el profesionalismo liberal, indicando que nuestra salud mental es un problema de especialistas y técnicos psi. Pero el colapso de nuestra salud mental requiere una política anticapitalista. El avance psicologista en la vida cotidiana y medios de comunicación, los discursos terapéuticos en redes sociales y grupos militantes, la psiquiatrización comunitaria de los territorios, la explosión de ofertas terapéuticas alternativas, el disciplinamiento químico de nuestros cuerpos, mentes y hogares… ¿Todo esto nos habla de una amplificación del psicopoder, dispuesto a desbordar los muros institucionales del sistema privado, público o comunitario de la salud mental oficial? La ampliación del sistema de la salud mental es contradictoria: puede ser entendida como una traducción neoliberal de los deseos de autonomía de las luchas, una anestesia de nuestras alegrías y tristezas. De esta manera, se neutralizan nuestros imaginarios y pasiones mediante una oferta terapéutica de cura y adecuación compulsiva. Hablamos de una adaptación individual y meritocratica, donde el ideal de bienestar tiende a despolitizar la salud mental. Esta ofensiva sanitarista puede operar como una norma clasificatoria para actos y discursos patologizantes, segregativos, culpabilizantes o criminalizadores, donde nos saquean la fuerza individual y colectiva.

5. ¿Qué archivos y experiencias otorgan hipótesis prácticas para desbloquear posibilidades de inteligencia colectiva? Se me ocurren algunos “libros orgánicos”, según la noción operativa de Magali Rabasa en El libro en movimiento (Tinta Limón). Me refiero a artefactos generados al interior de procesos de lucha y organización, donde los enunciados surgen de prácticas de contraconocimiento y subjetivaciones de oposición. En los márgenes del llamado “campo de la salud mental”, pienso en los Estudios Locos y Psicopoliticas de Peter Sedgwick (comunista, psicólogo y superviviente de la psiquiatría). Habría que añadir ciertos vectores del esquizoanálisis y de la antipsiquiatría. No son los únicos, obviamente, pero pueden habilitar una perspectiva antagonista, nacida de una larga, contradictoria y compleja historia de movimientos y experiencias en salud mental. El “archivo menor” (Scasserra) de las luchas en salud mental tiene una historicidad que se actualiza y renueva en cada conflicto.

6. En Psicopolitica de Han se torna abrasiva la sensación insomne de gobierno unilateral del neurocapitalismo. Nos mete en un apocalipsis digital que no es otra cosa que la pesadilla de la mercancía: impotencia y sufrimiento, ajuste libidinal y aplastamiento de los futuros, hiperactividad eufórica y hartazgo. No hay rastros de luchas, desobediencias o sabotajes. El realismo capitalista se presenta como el triunfo definitivo del prometeismo zombi del mercado. El fin del mundo como un panóptico mental de “autoexplotación”. Asistimos a una teoría de las obviedades tecnológicas con un evidente reverso bioemocional: la gobernanza terapéutica, psiquiátrica y farmacéutica narrada desde el punto de vista del suicidio del capital. La producción capitalista de sufrimiento psíquico se corresponde con una distribución desigual de la vulnerabilidad, una exposición diferencial ante la muerte que en vida nos dan. Es necesario producir desplazamientos, porque este inconsciente capitalista es una respuesta a las pasiones, razones y acciones de las luchas populares.

7. El nacimiento del neoliberalismo fue un contragolpe asesino contra las luchas populares y vidas proletarias. El psicopoder operó como una forma de gestión terapéutica de la crisis anímica popular, de las emociones y anhelos de autonomía de las mayorías. Sin embargo, las crisis subjetivas son experiencias límites y ambivalentes, pueden ser temblor y reapertura, una zona frágil a partir de la cual explorar nuevas preguntas y relaciones con uno mismo y los otros. ¿Cuáles son las tareas de cuidados, apoyo y disfrute que realizamos a diario para reproducir socialmente nuestra salud mental?, ¿qué prácticas realizamos, qué dispositivos transitamos? Durante la pandemia, ¿cuáles fueron las infraestructuras populares, feministas, domesticas o barriales que se hicieron cargo de la crisis de la reproducción social, de los cuidados y de la vida anímica proletaria? ¿Qué es y cómo organizar una huelga psíquica? ¿Sindicalismos de la vida anímica en lugares de trabajo, gremios, asambleas, barrios, bares, calles, grupos militantes? ¿Un movimiento social por nuestras vidas proletarias ansiosas, deprimidas, medicadas, insomnes, rotas, cansadas, trastornadas…? Imagino algunos ejes para ensayar críticas prácticas para repolitizar la crisis de nuestra salud mental: a) desprivatizar nuestras experiencias vividas, sacarlas del closet revalorizando las narrativas en primera persona de los malestares, disfrutes y emociones; b) hacer de nuestra vida anímica personal un problema colectivo, en virtud del cual construir agenda política en múltiples escalas y situaciones, donde debatir privilegios y anomalías, estructuras impersonales y sentimientos singulares; c) aterrizar en prácticas, cuerpos y territorios concretos la abstracción de las categorías terapéuticas (diagnósticos psiquiátricos, discurso neurocientifico, psicologismo, jerga psicoanalítica, etc.); d) ponerle imágenes de nuestra vida cotidiana a la desigualdad anímica resultante de las diversas dinámicas de explotación laboral, precarización, endeudamiento, etc.; e) problematizar las intersecciones entre diferentes violencias en la reproducción psicosocial: patriarcales, financieras, cuerdistas, racistas, capacitista, clasistas, etc.

8. Cuando releo a Gago y Cavallero desde el punto de vista de las luchas de los movimientos y activismos en salud mental, se me arman algunas preguntas y líneas desordenadas para una cartografía de las micropolíticas del malestar. ¿Cómo ponerle imágenes concretas a las políticas de las emociones? ¿Cómo abordan los progresistas, los fascistas, las izquierdas, los activismos nuestra salud mental? De manera provisoria pienso que si los progresitas tienden a psicologizar y victimizar a las personas con malestares, las izquierdas clásicas tienen la costumbre moral de banalizar y subordinar los afectos (sacrificio heroico de lo individual en lo colectivo), mientras los fascistas ofrecen una politización reactiva de las pasiones, dispuesta a reforzar desigualdades sistémicas y privilegios injustos. ¿Qué es y cómo funciona una psicopolitica popular alternativa? ¿Dónde se esta construyendo aquí y ahora una “esquizopolitica”? ¿Es posible reapropiarse y refuncionalizar los medios de producción de subjetividades en salud mental (terapias, psicofármacos, neurotecnologias, psicologías, psiquiatrías, psicoanálisis, etc.?) ¿Qué nos dice la genealogía de los transfeminismos y disidencias sobre el contra-uso de ciertas tecnologías biopoliticas en favor de la emancipación de los subalternos? ¿Cómo problematizar la relación situada entre trabajo precario y malestares, disfrutes y cuidados colectivos, deseos y algoritmos, afectos y precariedad, terapias y prácticas militantes, fármacos y hackeo? El psicopoder capitalista convierte nuestra salud mental en una moneda viviente del mercado terapéutico. No solo explota el trabajo productivo o reproductivo, sino también nuestro inconsciente y toda la subjetividad, extrayendo riquezas de nuestras habilidades sociales (lenguaje, afectos, cognición, consumos, fantasías, etc.). Pone a trabajar nuestros tiempos y pasiones, en virtud de responder a imperativos de autovalorización (competencia, rendimiento, reconocimiento, productividad, visibilidad, etc.).

9. La psicologización de la clase trabajadora restringe autonomías y acentúa las economías libidinales de la obediencia emocional y la precariedad neurolaboral. Por tanto, nos condena a aceptar tratamientos individuales con normas imposibles de cura y recuperación, que tienen evidentes rasgos de género, raza, capacidad, etc. Pero la asimetría terapéutica no se juega solo en el intercambio de dinero en el dispositivo psi o farmacéutico. La terapeutización de las vidas proletarias responde a un ajuste libidinal, tendiente a reforzar la impotencia y la parálisis de la voluntad en momentos de depresión colectiva de la clase. Su objetivo no parece ser otro que inhibir los procesos de autoconciencia y “solidaridad sin similitud”, de los cuales habla Matt Colquhoun en su libro sobre Marx Fisher. Y si bien actuamos en condiciones no elegidas por nosotros mismos, el crimen nunca es perfecto. En términos de Paolo Virno en Sobre la impotencia (Tinta Limón), nuestra impotencia y frustración política no es signo de un déficit o una carencia, sino síntoma de una inhibición política de los excesos de nuestras fuerzas sociales y subjetivas, paralizadas o frenéticas, agotadas o dispersas. ¿La impotencia individual puede ser el punto de partida de una potencia colectiva desde las vidas quebradas? La insumisión no surge solo del hacer, sino también del padecer y el disfrutar. Por lo tanto, la cuestión no es solo criticar el poder psiquiátrico, farmacéutico o psicológico. El problema es imaginar y ensayar alternativas radicales: ¿reapropiarse, rediseñar y refuncionalizar los resultados técnicos, químicos y emocionales de la modernidad capitalista? ¿Aceleracionismo gótico? ¿Izquierda psicodélica?