Punk y postpunk en Europa del Este: Una trinchera tras el desengaño capitalista
Por Marcelo Simonetti
Marcelo Simonetti recorre los orígenes y la actualidad del punk y el postpunk en Europa del Este, donde el género siguió vivo como expresión cultural de resistencia y protesta, mucho más allá que en la patria británica de nacimiento. Hoy una tercera ola masiva de bandas de género resiste entre una juventud desencantada de las promesas incumplidas del capitalismo que se abrió paso tras la caída de los regímenes stalinistas.
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El punk fue el último gran estallido cultural, correlato de la situación social y política explosiva que se vivió en el Reino Unido y en Europa a fines de los 70. Luego de la derrota, llegó el post-punk. Si uno fue una bomba que con los años se convirtió en una fórmula de dos minutos repetida hasta el hartazgo, el otro fueron miles de esquirlas que se dispersaron de manera anárquica y más o menos amorfa.
Las revueltas de las ciudades obreras inglesas colmadas de jóvenes sin horizonte encontraban en el punk rock un vehículo de expresión y un espacio de reunión. A medida que la situación se hizo más opresiva y menos explosiva, la decepción decantó en apatía y escepticismo encarnó en post punk. Del grito de guerra a la acidez y la ironía. Ríos de tinta se han escrito sobre las bandas emblemáticas de uno y otro movimiento. Todos amamos las agudas disquisiciones al respecto de Reynolds y Fisher.
En contraste, es muy poco lo que se ha hablado del impacto de ambos movimientos en Europa del Este. Quizás, como en la Argentina de la dictadura tras la prohibición de la música en inglés durante la guerra de Malvinas, en Europa oriental no estaba muy clara la diferencia entre ambos movimientos. El régimen estalinista dejaba llegar a los distintos territorios que gobernaba a las bandas mas inofensivas y convencionales de habla inglesa. El punk y el post punk llegaron juntos a fines de los 70 y durante los primeros años de los ochenta, en forma ilegal por medio de vinilos escondidos por familiares que vivían en las ciudades capitalistas cercanas. Caían en manos de jóvenes en situación de hastío y crisis que no encontraban una salida en oriente y tampoco en occidente.
En Alemania, el centro desde el que irradió ésta contracultura fue el Kreuzberg, el barrio más pobre de Berlín occidental. Se encontraba en el extremo norte del pedazo controlado por los yanquis, limitando al Este con el lado ruso y el Noroeste con el inglés. El epicentro de todo era el antro SO36, una especie de “Cemento” alemán que hacía honor a la zona SO36 del Kreuzberg. Era un espacio rodeado por el muro en tres de sus cuatro lados. Allí no había grandes diferencias entre punks y post punks. El odio y el escepticismo a oriente y occidente eran el denominador común. La falta de política cultural hacia estos sectores y la represión de los dos Estados alemanes de entonces constituían caldo de cultivo donde fermentaban las ideas libertarias radicales. Para la policía, al igual que en el Camden londinense, el acceso a la zona era difícil. Las pandillas de jóvenes ocuparon masivamente las viviendas vacías de la frontera, muchas veces experimentos comunales y de nuevas formas de relaciones sociales y amorosas. Entre 1980 y 1981, 160 casas del barrio fueron tomadas por okupas que organizaban shows callejeros de bandas de ambos géneros. Estos recitales muchas veces terminaban en batallas campales contra las fuerzas represivas a ambos lados del muro. Aún hoy se pueden ver banderas en las pocas casas ocupadas que subsisten en la zona y los primeros de mayo todavía se organizan fiestas al aire libre con conciertos y mitines radikales que suelen terminar en grandes disturbios.
Cuando el punk inglés ya se había convertido en una apuesta mainstream, en Alemania crecían un Deustchpunk rápido y furioso de contenido antiestatal y el ala post punk de la Neue Deutsche Welle, que bebía del pasado krautrock, la electrónica y el industrial, buceando en un nihilismo agresivo y abrasador. Durante diez años ambos movimientos se desarrollaron en un ámbito más legítimo que legal. La casi total falta de perspectiva para ser editados por ningún sello grande y la ausencia del movimiento en los medios de comunicación oficiales le dieron al post punk la posibilidad de experimentar un sinfín de estructuras musicales sin atarse a ninguna fórmula. Desde allí surgieron decenas de subgéneros, de forma azarosa, probando acá y allá, influenciados por músicas de todo el mundo y de todas las épocas: darkwave, gothic rock, industrial, dreampop, shoegazing, electro-dark, synth pop, alternative rock, alternative pop, post rock y no-wave, por nombrar solo algunos.
El hervidero era tal, que David Bowie, Iggy Pop y Nick Cave vivieron en el Kreuzberg en el transcurso de esa década atraídos por ese estado de revuelta cultural. Cuando en 1982 el australiano vio por primera vez a Einstürzende Neubauten en la televisión, escribió que Blixa Bargeld sonaba como “alguien a quien le estuvieran arrancando un cardo del alma”. Y muy poco después desarmó The Birthday Party y parió The Bad Seeds junto al músico alemán. Neubauten había nacido dos años antes en el epicentro del volcán berlinés, como parte del movimiento dadaísta “Die Geniale Dilletanten”, revolucionando la escena musical a base de sierras, taladros y demás herramientas usadas como instrumentos musicales. Menos de un lustro después, Nick no resistió y se mudó al mítico barrio donde escribió su primera novela: Y el asno vio al ángel.
Un gran testimonio del movimiento post punk en Berlín se puede encontrar en la película B-Movie (Lust & Sound in Berlin):
Otras bandas que surfeaban la ola eran los Malaria! y X-Mal Deustchland por citar algunos ejemplos.
Con la caída del muro y la conversión de la burocracia estalinista en administradores de la democracia capitalista, la propaganda optimista estilo Scorpions en “Winds Of Change” y la fiesta rave inundaron los ánimos de las masas de jóvenes alemanes.
Pero después de la expectativa, llegó la realidad. La unidad del Estado alemán bajo el signo de la democracia capitalista no solucionó los problemas de las masas. Scorpions, estrella cultural máxima de la unificación, desapareció para siempre de los medios y de la cultura juvenil alemana. Como contraparte, algunas de las bandas que habían militado en la contracultura de los 80 saltaron a la masividad. Entre ellas Die Toten Hosen que en 1992 encabezó el histórico festival “Rock Gegen Rechts” (Rock Contra La Derecha), que se lleva a cabo desde 1979. Los Hosen siguen participando en el festival, que tuvo un punto alto en 2018 cuando, aún con la oposición activa del gobierno de Angela Merkel, convocó a más de 65 mil personas en el monumento a Karl Marx de la ciudad de Chemnitz, unos días después del asesinato de un inmigrante a manos de bandas fascistas.
El post-punk también tuvo una segunda generación después de la alegría por la reunificación. En Alemania del Este, al igual que en el resto de Europa oriental, el capitalismo impuso sus ritmos de trabajo y llegó la desocupación y la precarización laboral. Eso sí, ahora había multitudes de pequeños sellos y de tugurios donde expresar la falta de futuro y de perspectivas para la juventud. Algunas de esas bandas que surfearon la cresta del revival fueron más rockeras, otras más electrónicas, otras de sonidos medievales y algunas desarrollaron un estilo decididamente teatral. Deine Lakaien, a Diary Of Dreams, Love Like Blood, Dreadful Shadows, The Eternal Afflict, Das Ich, Goethes Erben, Project Pitchfork son algunos nombres de esa segunda ola.
A pesar de su cuna británica, hace más de dos décadas que el post punk es esencialmente un movimiento de Europa del Este. En la ciudad alemana de Leipzig se desarrolla hace casi treinta años (desde la caída del estalinismo) el «Wave Gotik Treffen», el festival de cultura gótica más grande del mundo. Tuvo su primer intento en 1987 en la ciudad de Postdam, pero el gobierno prohibió el evento y sólo unos cientos pudieron reunirse de manera clandestina. Hoy el festival convoca a bandas y artistas de todas las alas del post punk del mundo, incluidas las más renombradas a nivel mundial, reuniendo a más de 20 mil concurrentes que en cada encuentro inundan la ciudad con sus vestidos medievales o su estricto negro y estética romántica.
Cada país de Europa del Este tuvo sus características en cuanto a la dureza de su régimen político, lo que también se reflejó en la cultura. Cuando la República Checa era aún Checoslovaquia, el punk rock y el post punk eran música subversiva, prohibida por el régimen estalinista. Una película que retrata el desarrollo del movimiento cultural “ilegal” en Praga y sus alrededores es Hudba 85 (que se puede encontrar en YouTube aunque sin subtítulos). En esos años los jóvenes activistas del movimiento tenían dos alas: una decididamente procapitalista y otra más ligada al anarquismo y el comunismo libertario. Las reuniones para comprar discos y libros eran también espacios para la discusión política y las fiestas ilegales se hacían en casas de familia (generalmente en los sótanos para amortiguar el ruido). Con la llegada de la democracia capitalista, las bandas ilegales firmaron sus modestos contratos y fueron editadas. Y esas casas donde se hacían las reuniones y, con suerte, uno podía encontrar algún disco llegado de Inglaterra, abrieron sus puertas como disquerías.
Antes de ir a Praga por primera vez, me anoté cuidadosamente las direcciones de las disquerías, como hago al ir a cualquier ciudad. Pero al llegar esas las direcciones, sólo eran casas. Daba vueltas alrededor y no veía nada. Así en un lugar, en otro y en otro. Siempre la puerta abierta de una casa y ningún letrero o vidriera. Hasta que me animé a entrar en una y logré la información que necesitaba: Todas las habitaciones de la casa estaban llenas de discos. Así era en todas.
Con la decepción ante la recolonización del capital, el post punk también resurgió en la República Checa. Las bandas de post punk de los 80 son enormemente populares allí hasta hoy, al igual que en el resto de Europa del Este, donde el post punk y todos sus subgéneros son conocidos en buena parte de la juventud como referencia contracultural en el país de los últimos 30 años.
En una disquería de Budapest me encontré con una cantidad de discos enorme del género, como sucede en toda Europa del Eeste en comparación con lo que se puede encontrar en el resto del mundo. Después de elegir algunos muy baratos Bootlegs de The Mission que no tenía me encuentro con que el cajero tenía puesta una remera de la banda. Después de charlar un rato, me contó que conoció al estilo y a la banda en la clandestinidad y que todo era muy rato, porque en un santiamén pasaron de contrabandear casettes grabados a que los discos estén en las vidrieras de todas las disquerías. El vendedor también me contó que el 26 de octubre de 1990 The Mission piso Hungría por primera vez, catorce meses después de la caída del estalinismo. Tocó en un estadio cerrado con capacidad para 12.500 personas, donde tocaban las bandas mainstream más grandes del planeta. Las entradas estaban agotadas hacía meses. Dos años antes, todos sus amigos y todos sus compañeros de clase escuchaban a la banda, pero no aparecía en ningún medio. Era un mundo nuevo.
Pero ese día el gobierno aumentó el 65% los combustibles y 20 mil taxistas paralizaron la ciudad. La gente se acumuló en los aeropuertos, en las calles. Nadie podía volver a sus hogares, nadie podía circular. Hubo enormes manifestaciones y algunos enfrentamientos. The Mission, me contaba sonriente el vendedor, vendió las 12.500 entradas para su primer concierto acá y tocó para las 150 personas que pudieron llegar al estadio. A partir de entonces, la clase trabajadora húngara y la juventud fueron sumiéndose más y más en la pobreza, me dijo. Y recordó que, no sabe por qué, a principios de los 90 ese género musical que tanto le gustó siempre mermó en popularidad, aunque después resurgió con fuerza, manteniéndose hasta hoy como la referencia contracultural por excelencia.
Quizás por eso sigue siendo tan popular. Porque Europa del Este ha vivido la opresión del stalinismo y luego la enorme decepción, la miseria y la hiperexplotación capitalista que sucedió a la corta primavera esperanzadora que trajeron las democracias. Quizás por eso hoy una marea de jóvenes y no tanto se expresa creando una tercera ola -llamativamente popular- del género en Polonia (donde se llama “zimna fala”, traducción de “Ola Fría”, por la Cold Wave que fue el subgénero más popular del post punk en Francia) y Rusia, donde los viejos burócratas del Partido Comunista son hoy los gángsters capitalistas que dirigen sus países con mano de hierro. Es la expresión cultural de la falta de perspectivas.
Pero el grito, la expresión cultural de la falta de una salida, ¿no implica también una búsqueda de la misma? Nunca nada está dicho. Mientras le doy vueltas a esto, miro los borcegos y los chupines negros en el placard, abro una birra y pongo uno disco de Diary Of Dreams, para sacudirme un poco.