Quienes trabajan y quienes aprovechan

Por Ana Ojeda

Ana Ojeda leyó Los dedos cortados, de Paola Tabet, trabajo recientemente publicado por Madreselva, que compila tres artículos «brillantes» de la antropóloga italiana «en torno del continuum del intercambio económico-sexual». Agudo y argumentativo, pero también compendio de vidas de mujeres sobrevivientes de violencias de todo tipo, se lee con interés de principio a fin.

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En el imprescindible Los dedos cortados [2014], publicado en 2022 por Madreselva, Paola Tabet sostiene que “las mujeres, tal como las conocemos en muy variadas sociedades patriarcales, son una clase social, que se construye históricamente mediante una relación estructural con una clase antagónica, la de los hombres. Ambos grupos son creados por una relación estructural de poder y no por la naturaleza. Y lo que está en juego en esta relación [… es] la organización o división del conjunto del trabajo, en la fábrica, en el campo, en la casa, en la cama y en el útero”, tal como lo frasea Jules Falquet en el prólogo. En El segundo sexo [1949], Simone de Beauvoir proponía el concepto de casta para explicar este elusivo fenómeno: hagan lo que hagan y sean quienes sean, lo más probable es que deban ocuparse de las tareas de reproducción, a cambio de una retribución material y simbólica nula. O, para decirlo mejor: todas aquellas labores llevadas a cabo por las mujeres cesarán inmediatamente de tener valor a ojos de la sociedad, estratagema al servicio de minusvalorar y subordinar a esa mitad de la población que pasará ipso facto a vivir una existencia de hiperexplotación. Es porque las hacen las mujeres que esas tareas carecen de importancia. Esto genera un régimen con dos tiempos: uno valorado (masculino) y uno infinitamente apropiable (femenino). Según Falquet, “Tabet demuestra que lo que hace la (des)dicha y el carácter subversivo u opresivo de la situación de las mujeres, no son sus prácticas sexuales, más o menos legítimas ni la parte del continuo del intercambio económico-sexual donde se ubican. Lo que diferencia a las mujeres, unas de otras, en un amplio abanico, es qué tanto decide cada una de las prácticas sexuales y otros trabajos que efectúa, en qué momento, para quién, a cambio de qué (bienes, apoyos, dinero y cuánto) y, sobre todo, si se beneficiará ella misma de la ‘remuneración’ o si el ‘pago’ caerá en bolsas ajenas”. Gracias a una violenta maquinaria de domesticación (matrimonio/familia patriarcales) el fruto del trabajo femenino será expropiado, pasando a conformar las mujeres el territorio de una constante acumulación originaria, condición de posibilidad de la marcha sin interrupciones del capital. (En Women, The Last Colony [1988], Maria Mies, Veronika Bennholdt-Thomsen y Claudia von Werlhof sostienen en este mismo sentido: “Las mujeres, las colonias y la naturaleza fueron los objetivos principales de este proceso continuo de acumulación primitiva”).

Este es el status quo. ¿Pero cómo? ¿Desde cuándo? Dos preguntas que obsesionan al feminismo occidental desde sus inicios a fines del siglo XVIII. La segunda fue respondida con elegancia por Gerda Lerner en su fantástico La creación del patriarcado [1986] (Paidós, 2022): “El período de la ‘formación del patriarcado’ no se dio ‘de repente’ sino que fue un proceso que se desarrolló en el transcurso de casi 2500 años, desde aproximadamente el 3100 al 600 a. C. […] La sexualidad de las mujeres, es decir, sus capacidades y servicios sexuales y reproductivos, se convirtió en una mercancía antes incluso de la creación de la civilización occidental. […] En cualquier sociedad conocida los primeros esclavos fueron las mujeres de los grupos conquistados, mientras que a los varones se los mataba. […] La sociedad de clases, en mi opinión, comenzó con la dominación masculina de las mujeres y evolucionó a la dominación de algunos hombres sobre los demás hombres y todas las mujeres”. En esta misma dirección, Tabet avanza para responder el primer interrogante: ¿pero cómo?

Los dedos cortados reúne tres artículos brillantes en torno del continuum del intercambio económico-sexual (capítulo 1), el mandato de la reproducción (2) y la división sexual del trabajo (3). En el primero, gracias a un minucioso análisis del trabajo de les etnógrafes con tribus y comunidades de –sobre todo– África, India y Oceanía (si bien se refiere también a les yaganes del sur de Chile y Argentina), y a una distancia crítica respecto de sus miradas en muchos casos cargadas de sexismo, Tabet demuestra cómo se construye la dominación masculina gracias al control y la asfixia de la sexualidad de las mujeres. “La transacción económica atañe a las relaciones entre hombres y mujeres de manera global” y no solo en el ámbito del trabajo sexual. No hay, en el análisis de Tabet, diferencia entre el intercambio sexo-económico legal (matrimonio) e ilegal (trabajo sexual); más bien plantea la existencia de un continuum de situaciones a las que las mujeres son empujadas en pos de conseguir su sustento. En palabras de Falquet: “Lo que Tabet tiene en mente es que –cuando imperan condiciones patriarcales–, todas las mujeres se las arreglan ‘trabajando’ con lo que les han enseñado a utilizar, ya que tienen poco acceso a recursos, capacitación y herramientas: vagina, boca, ano, pecho: trabajo sexual; útero y senos: trabajo procreativo; brazos: trabajo doméstico; cerebro y corazón: trabajo emocional”.

En el segundo capítulo, Tabet investiga cómo, si las mujeres no están biológicamente obligadas a procrear, se garantiza la reproducción. “El matrimonio es, y en particular ha sido, la clave que transforma el ‘no siempre receptivas’ en ‘siempre copulables’, el operador que de esta manera asegura una exposición permanente al coito y por lo tanto al riesgo de embarazo y así eventualmente garantiza una fecundidad máxima”. La sexualidad de las mujeres será canalizada hacia un único tipo de sexualidad: la heterosexualidad procreativa. “El condicionamiento psíquico no basta para obtener la sumisión general de las mujeres. La amenaza de violencia y la utilización de la fuerza lo completan […] La abolición, la asfixia de la sexualidad femenina se obtiene, por lo tanto, con la violencia pura de las violaciones, con técnicas de mutilación física […], conjuntamente con sus equivalentes funcionales: opresión y condicionamiento psíquico […] esos tratamientos solo representan variaciones de un mismo modelo, con el mismo objetivo: la anulación de las mujeres para volverlas cuerpos-instrumentos para la reproducción”. En el centro de las relaciones entre hombres y mujeres se encuentra la reproducción, no como hecho biológico, sino como sistema de control de las mujeres. Aparece la mujer cuerpo-máquina-de-reproducción: “Con mayor o menor trabajo, ensañamiento, violencia, así como con mayor o menor éxito, se modela el organismo, especializándolo para la reproducción […] El control de la reproducción pasa por el control de la sexualidad de las mujeres”.

En el tercer capítulo Tabet avanza sobre la división sexual del trabajo. “Nada en la naturaleza explica la división sexual de las tareas; nada fuera de instituciones como la conyugalidad, el matrimonio o la descendencia patrilineal. Todas están impuestas a las mujeres por la fuerza y, por tanto, todas son hechos culturales”. Gracias a un análisis minucioso de las labores realizadas por las mujeres en distintas comunidades, Tabet llega a la conclusión de que “la división del trabajo es una estructura de dominación” ya que se basa en la marginalización de las mujeres del conocimiento, a quienes se les niega el acceso a la tecnología y se les prohíbe desarrollar sus propias herramientas (“no solo las armas les son prohibidas, sino también los instrumentos cuya productividad es diferente o superior a la del brazo humano”). Esto las condena a una inversión enorme de tiempo para lograr la subsistencia, de manera que casi no disponen de tiempo libre (“el tiempo de la mujer no cuenta, no tiene valor”). “La dependencia femenina se construye con la exclusión de las armas y la cacería, o sea, por medio de la exclusión del producto más preciado y requerido, que se puede obtener solo por medio de la relación sexual con los hombres”: las proteínas. A las mujeres les son negadas las posibilidades de extenderse más allá de sus fuerzas físicas, de la capacidad de sus manos, de prolongar su cuerpo y su brazo a través de instrumentos complejos que acrecientan su poder sobre la naturaleza: son usadas, precisamente, en tanto cuerpos. “El sustento depende en gran medida del trabajo de las mujeres, pero los hombres constituyen el grupo dominante.”

El libro cierra con un breve epílogo –“La gran estafa”– en el que Tabet remacha el clavo final de su lapidaria argumentación: “En este sistema, las mujeres proveen una cantidad de trabajo absolutamente desproporcionada. El aporte adicional de trabajo de las mujeres da a los hombres la posibilidad de acumular recursos y se llega a la concentración casi absoluta de las riquezas en manos masculinas, lo que da a los hombres ‘el derecho’ al servicio sexual de las mujeres y, al mismo tiempo, a la apropiación sexual del cuerpo de las mujeres –la expropiación de su sexualidad–. Realizadas también por medio de la violencia y del impedimento tenaz del conocimiento, son base e instrumento para imponerles la procreación y la apropiación de su trabajo”.

Agudo y argumentativo, pero también compendio de vidas de mujeres sobrevivientes de violencias de todo tipo, Los dedos cortados es una obra de valor insoslayable, que se lee con interés de principio a fin.