Rally de Santos: la vida con fuerza de escena

Por Mariana Bolzán

Mariana Bolzán reseña para Sonámbula Rally de Santos, la novela de la escritora santafecina Ángeles Alemandi sobre el lado B de su experiencia personal de atravesar un diagnóstico de cáncer de mama, enfocándose en la obsesiva peregrinación de su madre por múltiples iglesias para pedir una salvadora intervención divina. La enfermedad como disparador de la memoria y no como centro del relato.

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Un diagnóstico sentencia y dispara una historia: Ángeles Alemandi tiene treinta y dos años y está frente a un médico que le anuncia un carcinoma de alto riesgo en la mama izquierda. Está su pareja junto a ella, está su hijo de año y medio en casa de una vecina y está su madre a 500 kilómetros de distancia, todavía ignorando esta información que abrirá el derrotero del año que sigue: estudios, sesiones de quimioterapia y una recorrida por iglesias y santos de todo tipo para suplicar por la salud de su hija.

Rally de Santos es una novela que, más que abordar el proceso de una enfermedad, se abre a otra cosa: la polisemia de la vida al servicio de la literatura. Es el cáncer, sí, con sus reveses y angustias, pero es también es la historia de la relación con una madre que tiene la fe y el ahínco suficiente como para subirse -como ella misma lo llamó- a su propio rally de santos y rezar, rezar, rezar, hacer todos los rituales posibles para que su hija se sane. Es la historia de Ángeles y de su propia maternidad y es también una historia de la familia, la reconstrucción de esa memoria.

La novela, editada en 2020 por La Parte Maldita bien podría ser una historia de superación, resiliencia -palabra usada y despellejada por los relatos de la enfermedad- y testimonio de lo que un proceso de enfermedad grave deja. Pero no. Alemandi escribe una novela, hace el montaje, selecciona, amplifica, hace zoom en los pasajes donde los lectores debemos permanecer y chapotear ciegos hasta sentir su propia incertidumbre.

“Tendría tiempo de leerle los cuentos de Isol? ¿Me alcanzaría la vida para ir juntos al cine? (… ) ¿Me iba a morir?” Inmediatamente después del diagnóstico, éstas son algunas de las preguntas de la protagonista que de destetar a su hijo de una teta que ahora tenía cáncer y que crecía a la par de su angustia.

Esos golpes sangrientos son las crepitaciones / de algún pan que en la puerta del horno se nos quema…”, dice César Vallejo en «Los Heraldos Negros», el poema que Alemandi rememora para terminar la escena en que la noticia los partió como un rayo.

La autora es una periodista que escribe crónicas y transita las rutas del periodismo narrativo. Este, que es su primer libro, paradójicamente es una novela, aunque su mirada siga siendo la de la cronista que observa y rasga el tegumento de la superficie para ver más allá o más adentro.

Rally de Santos podría inscribirse dentro de la autoficción, un género tan híbrido y de cruce como el periodismo narrativo, aunque la diferencia sea clara: en el periodismo narrativo la base es la realidad y las herramientas de la ficción son para construir una pieza que al fin y al cabo será periodismo, no teniendo que construir verosímil porque lo verosímil está ya en el mundo que describe. En Rally de Santos la base es la realidad y las operaciones de ficcionalización son todas de la literatura porque, al fin y al cabo, el resultado es literatura y ese es su compromiso estético.

La novela está estructurada con el pulso de la narración y en tonos mayores. No es testimonio, no argumenta y no hay pasajes de autoayuda, aunque todo esto esté por debajo del relato, insuflando su base real y cruda. Hay enojo, frustración, miedo a la muerte. Pero es la potencia de la escena la que tracciona en la historia. La escena, como plantea Tom Wolfe, la unidad mínima del periodismo narrativo: Acción, acción, acción. Show, don´t tell, la premisa de todo texto narrativo. Alemandi reconstruye escena por escena las rondas de quimio, las anécdotas de la infancia que recobran sentido, las procesiones de la madre por los curas sanadores que sin solución de continuidad se mezclan con espasmos de furia por la mirada condescendiente de los otros, con momentos de miedo sordo a la muerte. Hay poemas, párrafos escritos enteros en mayúscula, como si el grito fuera lo único que queda para luego pararse, limpiarse las rodillas y volver a la acción.

En los capítulos está la temporalidad del tratamiento, pero hay otro tiempo, el de la memoria, en el que Alemandi introduce flashbacks para hablar de su niñez, de la enfermedad que atravesó su madre (que se asemeja a la de ella) y su fe en todas las alternativas que prometen curar, además de la mirada sobre su hijo. La enfermedad aquí es el disparador de la memoria y no la centralidad del relato.

Desde El viaje Inútil, de Camila Sosa Villada o Por qué Volvías cada Verano, de Belén López Peiró, hasta Black Out, de la icónica María Moreno, en Argentina tenemos una gran diversidad de novelas de clave autobiográfica que no son autobiografías, que no establecen ese pacto: es la maquinaria de la ficción puesta al servicio del relato de la vida misma, la función literaria y artística que reemplaza a la función objetiva e histórica de la autobiografía.

El Año del Pensamiento Mágico, de Joan Didion, y La Sangre en el Ojo, de Lina Meruane, son ejemplos de las novelas en las que las autoras toman la posición enunciativa del personaje protagonista y relatan vivencias vinculadas a la muerte, la enfermedad y el dolor. El mercado editorial mira y potencia estos relatos: es la intimidad, la ventana sobre la vida del otro que tienen su correlato en la sobreoferta de las redes sociales, en donde el sujeto es el centro de la escena.

Pero es también a las mujeres a quienes se les ha endilgado la escritura vivencial, confesional, memorial, como si aquello fuera sólo un reflejo de sus intereses por la vida doméstica y emocional. Ahora bien, es el feminismo el que recupera esos relatos desde el yo para decir: “Momento, aquí hay algo valioso y es justamente aquí donde debemos mirar”. Toda autobiografía es colectiva, por lo tanto, toda autobiografía también es política. En todas ellas es el cuerpo, es el dolor y es también el lugar de enunciación de la subalternidad lo que se juega. Estos géneros trascienden entonces no tanto porque seamos voyeurs de la vida de los otros o escritores del yo cabalgando el ego sino porque esos relatos son urgentes y necesarios.

Rally de Santos reconstruye memoria de una manera irregular, fragmentaria, tal como la memoria puede hacerlo. Esas escenas son las de la memoria. Y en esa reconstrucción se hace literatura para recordar que la vida es carne de escritura y viceversa, afortunadamente.