So long, Leonard
Por Pedro Perucca
Este jueves se conoció la noticia de la muerte de Leonard Cohen, cantautor canadiense, autor de un par de novelas y de algunas de las más bellas canciones de la historia pero, por sobre todas las cosas, un auténtico poeta.
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Como pasó con David Bowie y su postrero Blackstar, You want it darker, lanzado hace menos de un mes, se trata claramente un disco de despedida. El decimocuarto álbum de estudio del cantautor canadiense Leonard Cohen está integrado por nueve canciones del viejo poeta, más sabio y cansado que nunca a sus 82 años, pero en paz, enfrentando el final con dignidad melancólica. “Estoy listo”, dice en la canción que da nombre al disco.
Si bien el Nobel a Bob Dylan parece haber saldado para muchos el debate acerca de si las canciones pueden ser consideradas poesía, literatura, con Cohen nunca hubo nada que discutir. Él fue antes que nada un poeta, capaz de encontrar el resplandor secreto de cada palabra. No sólo temporalmente, porque empezó su carrera artística publicando sus libros de poesía (sus dos novelas, The favourite game y Beautiful losers, vinieron algo más tarde, a mediados de los años ’60), sino esencialmente.
“Un poeta, por el amor de Dios. Lo que se dice un poeta”, como no dudaría en afirmar Buddy Glas, repitiendo las palabras que lanzó, atragantado de bronca, a la torpe incomprensión hacia su hermano Seymour de sus circunstanciales compañeros de habitación (en Elevad, carpinteros, la viga del tejado, de J.D. Salinger). Un oficio más necesario que nunca en estos tiempos oscuros en no se da abasto para seguir la ruta de cada gorrión caído y el pequeño hombre blanco del norte baila sobre los crímenes del futuro (claro que la virtual toma de Manhattan por los descontentos siembra alguna esperanza, aunque no se llegue a tomar Berlín).
Cuando le dieron el merecidísimo Príncipe de Asturias en 2011, Cohen, en uno de los más emocionantes discursos de aceptación de premio de la historia de las artes, dijo: «La poesía viene de un lugar que nadie controla, que nadie conquista. Así que me siento como un charlatán al aceptar un premio por una actividad que yo no controlo. Es decir, si supiera de dónde vienen las buenas canciones, me iría allí más a menudo». Alguna pista del camino debía tener, porque supo ir y venir con una frecuencia admirable.
Luego de agradecer a España por haber sido el suelo que fertilizó tanto su letras, a través de la poesía de Federico García Lorca, como su música, gracias a seis acordes de flamenco que le enseñó un español y que “están en la base de todas sus canciones”, compartió otra frase que hoy seguramente pueble los innumerables e insuficientes obituarios que se publicarán a lo largo y ancho del mundo por la muerte del poeta con voz de terciopelo: “Si alguien va a expresar la gran e inevitable derrota que nos espera a todos, esto debe ser hecho dentro de los estrictos límites de la dignidad y la belleza”.
Hace apenas cuatro meses, a horas de la muerte de Marianne Ihlen, una de sus musas a quien le dedicó una de las más bellas canciones del universo, Leonard Cohen escribía, seguro y lúcido: “Bueno, Marianne, hemos llegado al momento en que somos realmente viejos y nuestros cuerpos se están rompiendo en pedazos. Creo que te seguiré muy pronto. Quiero que sepas que estoy tan cerca, justo detrás de ti, que si estiras la mano, podrás alcanzar la mía. Sabes que siempre te he amado por tu belleza y tu sabiduría, pero no hace falta que diga nada más porque tú ya lo sabes todo. Ahora, solo quiero desearte un muy buen viaje. Adiós, vieja amiga. Amor eterno. Te veo por el camino”.
Hoy han vuelto a tomarse de la mano para reír, llorar y reír juntos por la eternidad. Luego brindará con Hank Williams, que no para de toser, en el piso 100 de la Torre de la Canción, en un cuarto que hoy le corresponde para siempre, por el que no dejó de pagar puntualmente un altísimo precio aunque no fuera mucho mejor que cualquiera de los del Hotel Chelsea.
El partisano ya tomó su arma y desapareció. Es hora de cerrar, nuestro hombre se ha ido. Lo vamos a extrañar, pero aunque ya se encuentre rindiendo cuentas ante el Señor de la Canción seguirá vivo para siempre en nuestras vidas secretas. Aleluya. Y gracias.
«Lo hice lo mejor que pude, que no fue mucho
No pude sentir así que intenté tocar
He dicho la verdad. No vine a engañarte
e incluso aunque todo fuera mal
permanecería delante del Señor de la Canción
sin nada en mi lengua salvo un Aleluya».
Hallelujah, Leonard Cohen