Nuestro cronista fue a ver tres obras que desde distintos lugares abordan la cuestión de la diversidad sexual y las analiza para Synco desde una mirada maricona: Fuck me!, de Marina Otero; Don Gil de las calzas verdes, adaptación libre la obra de Tirso de Molina por Gonzalo Demaría, y El beso de la mujer araña, versión de Valeria Ambrosio.
// Por Osvaldo Mariconi
En épocas de pandemia me atrevo a recordar otra pandemia en que la cuarentena, los aplausos a las 9 de la noche desde los balcones y el Estado estuvieron ausentes. ¿Por qué? Porque solo la habitaba el silencio y la soledad. No existían las video llamadas ni redes sociales. Soy una marica sobreviviente de la pandemia del HIV-Sida y también de las dictaduras latinoamericanas. Despreciada a diestra y siniestra. Soy más amante de la tetera que del Grindr.
Recorro las calles de Buenos Aires como si recorriera un cuerpo, pero nunca es el mismo cuerpo y casi siempre son varios. La tetera y el arte son mi Cruz del Sur. Solo me bastan para orientarme y volver al ruedo buscando cuerpos infinitos, mutantes y disidentes. Como criatura en extinción que soy, todavía puedo pensar en espacios y encuentros donde el flujo sexo-afectivo no precise guita, por esto reivindico la tetera como espacio de resistencia al capitalismo donde no se necesita más que el intercambio de capital erótico o donde no se mercantiliza el acceso a los cuerpos.
La tetera me recuerda a la potentia gaudendi; Paul B. Preciado explica que en la era farmacopornográfica no es más que la esencia revelada de la fuerza de trabajo y lo más interesante es que no se deja reducir a objeto, ni puede transformarse en propiedad privada. La potencia orgásmica existe únicamente como evento, relación, practica, devenir. Sin ser nostáligica, la tetera y con ella su forma de vínculación pública, dejan abrir una alternativa en el pasado que, como dice Halberstam, rompan con el tiempo hetero-lineal y permitan proyectar nuevos espacios hacia una futuralidad posible.
Bueno, sin más rodeos voy directo a lo importante.
Mi propuesta es articular tres obras teatrales que fui a ver entre mis momentos de sexo casual en los baños de teatros, Fuck me!, de Marina Otero; Don Gil de las calzas verdes, adaptación libre de la obra de Tirso de Molina por Gonzalo Demaría; y El beso de la mujer araña, versión de la novela homónima de Manuel Puig dirigida por Valeria Ambrosio.
Estas narraciones son modos de crear realidades específicas, diferentes a las que el Estado-nación utiliza para producir sujetos como cuerpos dóciles. Entonces, detrás de las tres obras de teatro, cada una con un discurso reapropiado por sus autorxs, hay relatos que buscan producir efectos en sus personajes y sus espectadores. En Fuck me! es el enlace entre el cuerpo que se degrada y su agenciamiento con los boleros, un devenir de música lumpen, música considerada por la alta cultura como basura, lo minoritario; en Don Gil… el anacronismo y la monstruosidad como posibilidad; en El beso… el cine como escape a una realidad opresiva. En esta relación foucaultiana entre discurso y verdad, la pregunta que podría formularse es acerca de qué discursos nos potencian y cuáles nos obturan. El pensar las maneras de cierta poética como una posible ética.
Mi memoria emotiva me trae el sabor del semen teteril, y con él se incluye la imagen de la primer obra. La sala en la que se presenta Fuck me! se ilumina en un profundo rojo carmesí; repentinamente se escucha la voz trémula, grave y encendida de El Gitano cantando…“ Por ese palpitar que tiene tu mirar. Yo puedo presentir que tú debes sufrir. Igual que sufro yo por esta situación. Que nubla la razón sin permitir pensar…”. Escuché, Porque yo te amo y automáticamente sentí unas irrefrenables ganas de tirar mi calzón de encaje al escenario. Debo confesar que tuve que contenerme con fuerzas, y más aún porque acto seguido aparecieron un conjunto de cuerpos masculinos desnudos y concatenados. 5 cuerpos y ficciones masculinas (Augusto Chiappe, Cristian Vega, Juan Francisco López Bubica, Miguel Valdivieso y Fred Raposo) que interpretan a Marina Otero. Fuck me! puede pensarse como el agenciamiento que, desde una mirada capitalista y capacitista, se produce entre un cuerpo roto (el de Otero) y las letras de boleros con la desesperanza de un amor no correspondido,un devenir de la nueva lengua melancólica. Y digo cuerpo roto, porque la directora, que se ubica casi toda la obra a un costado del escenario contando los hechos, acaba de salir de una operación de columna. Esta intervención no la deja bailar ni moverse normalmente, por lo cual se transforma en una voz en off, que va a estar articulada por estos otros cuerpos, quienes tomarán diferentes aspectos de la vida de Marina. El control y disciplinamiento de los cuerpos ya no será ejercido por el panóptico, sino por estos mismos deviniendo subjetividad.
Las corporalidades masculinas son ficciones, ya que los estados hombre o mujer no existen sino como efectos políticos fantasmáticos de la normalización. Se suceden cuerpos desnudos, analógicos y virtuales, hasta que uno pierde la noción y cree estar frente a hologramas. En el breve lapso de esta pieza teatral se puede contemplar la posibilidad de que estas ficciones (el cuerpo masculino/femenino) médico-jurídicas dejen de existir dando lugar a lo que Judith Butler plantea: que el género no es una esencia o verdad psicológica sino una práctica discursiva y corporal-performativa a través de la cual el sujeto adquiere inteligibilidad social y reconocimiento político. Marina Otero plasma de forma visceral la potencia política del cuerpo a través de una especie de Gender Hacking (Pirateo de Género) que rompe con la docilidad de los cuerpos.
Los senderos se bifurcan en cada posibilidad de yire que aparece y, como en un laberinto borgiano, termino en la ribera del Riachuelo como espectador de una comedia barroca española. Siglo de Oro Trans o una versión libre de Don Gil de las Calzas Verdes, de Gonzalo Demaría, que consiste en 90 minutos de disparates, de personajes haciendo sus propios personajes dentro de escena. Doña Juana se hará pasar por hombre para cobrarse venganza del prometido que la abandonó por una burguesa rica de Madrid.
La obra se desarrolla entre enredo y enredo, presentando una gama amplia de otros personajes que siguen sumando complejidades y malos entendidos. Quizás lo más valioso de la puesta de Gonzalo Demaría, sea no sólo la incorporación de un lenguaje rioplatanse (algo que hace que el cantar barroco sea un poco más digerible), sino el espectro de corporalidades que se entremezclan en la obra. Es que Doña Juana/Don Gil y Don Diego son interpretados respectivamente por La Payuca y Naty Menstrual. Los personajes en general son de género ambiguo (o como diría Butler, ilegibles en una matriz de inteligibilidad hetero-cis), y dónde parece que este acto de polarización y transformación constante Mujer/Hombre hubiese afectado a todos los personajes. Y es que creo que aquí es dónde deberíamos parar y reflexionar: ¿Por qué esta obra y no otra?. Creo que hay que entender esta elección como un acto de extrañamiento, aquello que lxs formalistas rusxs llaman “Ostranénie”, el recurso por el cual algo se nos vuelve extraño dándonos una nueva perspectiva, otra mirada más distante de lo dicho. Y así funciona en Don Gil de las calzas Verdes, ya que allá por el siglo XVII no había nada parecido a la nuestra mirada actual sobre las cuestiones de género y sexualidad. Es casi un discurso nostálgico, que anacrónicamente nos evidencia la construcción (y producción) de la sexualidad hegemónica en el presente, que no es propia de la obra original.
Es que desde mi mirada maricona, y dicen que ojo de loca no se equivoca, existe un acto político en la elección de los cuerpos trans (para lxs actores y para lxs personajes), una reivindicación de las sexualidades no normadas, que tiene algo que ver con que a partir de (y no a causa de) finales del siglo XVII, como dice Foucault, abandonamos una Ars erótica (el arte amatorio, pasado desde la práctica y vinculado directamente al placer) en pos de una Scientia Sexualis (la biología reproductiva, la medicina del sexo, la patologización de las sexualidades periféricas), que opera a nivel institucional (la familia, la escuela, el hospital, etc) y define socialmente qué cuerpos son esperables y cuáles no, que discursos son factibles de ser dichos y cuáles no. Obviamente, un cuerpo trans es un cuerpo que no es cuerpo (decible), que no se puede definir desde lo natural y que para la ciencia será un cuerpo atravesado por lo perverso/monstruoso. Por esto la elección de la obra se vuelve un acto político que nos ayuda a traer retrospectivamente una mirada sobre los cuerpos sin caer en lugares comunes; los vuelve decibles, los convierte en cuerpos actores, cuerpos que son territorio de disputas, como Doña Juana mutando Don Gil para cobrar su venganza, pero ya no luchando en un escenario sino en las calles de la ciudad.
Mientras espero para la tercera y última obra, no puedo dejar de acordarme de que este teatro no hace mucho tiempo fue el Cine Porno Apolo. El beso de la mujer araña dirigida por Valeria Ambrosio, el espacio de mayor represión, el espacio de encierro por excelencia, también es donde se posibilita el gesto de mayor liberación. La historia está ambientada en Argentina de los años 70 y narra el encierro de dos presos: por un lado, está Valentín (Pablo Pierretti), como el preso político marxista; por el otro, Molina (Ernesto Perez Re), un homosexual acusado por corrupción de menores. Esta adaptación teatral de la novela de Manuel Puig condensa, en una sola película narrada por Molina, uno de los protagonistas de esta historia. La narración sirve como escape de la violencia institucional. En un espacio de encierro se deben pensar estrategias para sobrevivir.
Un dato de color, porque amo las partes rialescas de la cultura, es que al parecer el personaje de la marica tiene el apellido del escritor Daniel Molina (quien estuvo preso por homosexual y es alguien con quien Puig se frecuentaba). Por otro lado, ValentÍn hace referencia al marxista Valentín Voloshinov.
Aquí la pregunta sería: ¿dónde se ubican a los cuerpos no-humanos? La respuesta sería en manicomios, campos de exterminio o, en este caso, en una cárcel. Para reflexionar sobre esta no humanidad se puede decir sobre El beso… que nos encontramos en el confinamiento de los sujetos abyectos para la sociedad (homosexuales, marxistas, etc). Desde la tesis sobre los cuerpos organizados por la biopolítica, dice Foucault: “Un descubrimiento como objeto y blanco de poder. El cuerpo que se manipula, al que se da forma, que se educa, que obedece, que responde, que se vuelve hábil, o cuyas fuerzas se multiplican.”
Siguiendo a Piglia, lo paradójico es que en un lugar de encierro se produce un acto de mayor liberación, la dificultad de vivir en un mundo imposible de ser vivido y la acción de narrar y narrarse una historia alternativa, un agenciamiento maquínico como posible fuga, lo que Piglia llama Contrarrealidad. Dice Piglia que, “al igual que para Scherezade, la función de la narración para Molina es producir un efecto en lo real”. La apuesta de Molina es convertir a esos cuerpos recluidos en cuerpos de deseo. Así es como al final, Molina deviene sujeto político activo y Valentín deviene hacia una nueva forma de sexualidad; unx ocupa el lugar del otrx.
Para concluir con esta pasada veloz, con la misma velocidad que se la chupo a un usuario anónimo, mi yire-reflexión puede abrir la pregunta sobre las obras y sus puntos en común. Tal vez lxs protagonistas de las tres obras de teatro podrían alinearse en un devenir “preferiría no hacerlo”, como dice Deleuze sobre Bartleby. Caer de la norma, del binarismo, la feminidad y masculinidad normativa afirmando que preferiría no ser normal. Creo encontrar acá la potencia de una estética de lucha o, como diría Foucault en Historia de la sexualidad, una estética de la existencia.
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