Legión: Esquizofrenia y psicodelia mutantes para renovar el género superheroico

Pedro Perucca recomienda Legión, que toma el universo mutante marvelita para transformarlo en una locura psicodélica en la que el espectro de los años 60 lucha por transformar el futuro. La prueba de que el mundo alucinante del cómic se puede llevar a la pantalla sin apostar sólo a los efectos especiales, las explosiones y las batallas hiperviolentas.

// Por Pedro Perucca
.

Y Él le preguntó:
-¿Cuál es tu nombre?
Y le respondió diciendo:
-Mi nombre es Legión, pues somos muchos.

Marcos 5:9

Aunque ya dejó de ser una marca distintiva de la Casa de las Ideas, porque héroe comiquero y trauma pasaron a ser elementos inescindibles de la narrativa actual del género, lo cierto es que con Legión aquella marca de origen marvelita se explota como nunca, presentándonos a un personaje destrozado, que oscila hasta el final entre el muchachito de la película con el que empatizamos y el máximo responsable de un futuro apocalipsis humano.

David Haller, encarnado con total solvencia por el británico Daniel Stevens -capaz de mostrar la fragilidad y la angustia de un ser casi todopoderoso-, es Legión (aunque no se lo llame por ese nombre en la serie), un mutante nivel omega, hijo de personalidad esquizofrénicamente fragmentada del “Profesor X” Charles Xavier. Al comienzo de la serie, encontramos al personaje central de la serie hospitalizado en un centro de salud mental, donde reprimen sus poderes con un brutal chaleco químico y refuerzan sus inseguridades por medio de polémicas terapias psiquiátricas. Hasta que, como suele pasar, el amor desestabilice ese precario equilibrio y ponga en marcha la trama.

Legión es un personaje creado nada menos que por Chris Claremont, el genial guionista que en sus 16 años al frente de Uncanny X-Men redefinió o creó a los personajes principales de lo que luego se constituyó en el subuniverso mutante de Marvel, transformando a la serie en una de las más importantes e icónicas de la casa. De todos modos, por suerte la serie no retoma literalmente su mito de origen ni desarrolla alguno de los arcos del comic, sino que apenas recupera algunas características canónicas del personaje para desarrollarlas en algo así como un mundo alternativo (donde tampoco aparecen referencias al resto del universo mutante o superheroico marvelita, más allá del crucial rol que tendrá Xavier sobre el final).

La serie estrenada en febrero de 2017 (de sólo tres temporadas de 8, 10 y 8 episodios) es responsabilidad de Noah Hawley, quien funge como creador, productor ejecutivo y guionista del proyecto producido por FX. A Hawley le ofrecieron primero entrar al mundo Marvel con un proyecto vinculado al Hellfire Club, pero prefirió otra veta para abordar el mundillo X.

Simon Kinberg, productor y guionista muy vinculado al universo mutante (incluso hizo su debut como director con Dark Phoenix, lo que está claro que no es un punto a su favor), describió originalmente el proyecto como la posibilidad de abordar las historias de mutantes distanciándose tanto del tono “operístico” del universo X-Men como de “irreverente e histérico” Deadpool: “Legión nos da una oportunidad de ir incluso más allá, dejando de lado el paradigma de las historias de cómics y hacer casi nuestro Breaking Bad de historias de superhéroes”. Jeph Loeb, otro productor ex guionista de Marvel y DC, destacó que el “núcleo” de los X-Men, nacidos como alegoría de la lucha de los afroamericanos por los derechos civiles en los Estados Unidos (con Xavier y Magneto como personificaciones de las distintas estrategias de lucha de Martin Luther King y Malcom X), siempre fue el hecho de que eran seres “diferentes”. Al respecto agregó: “Ahora mismo vivimos en un mundo dónde la diversidad, unicidad y si encajamos o no en algo es algo que está en nuestras mentes las veinticuatro horas al día”. “Los X-Men nunca han tenido tanta relevancia como la que tienen ahora”, insiste, posiblemente con razón.

El mismo Hawley, que venía de traducir exitosamente a la televisión el mundo de la genial Fargo de los hermanos Coen, consideró respecto de David Haller que “lo bueno de explorar este personaje es que antes de que él tenga una opinión sobre otra persona, primero tiene que descifrar su propia mierda”. “Eso es lo que todos debemos hacer. Este viaje no es necesariamente una carrera hacia una batalla con una entidad, sino que es más aceptar la batalla dentro de sí”, añadió. En ese sentido, destacó la inspiración lyncheana de la obra, planteando que “la estructura de una historia tendría que reflejar el contenido de la obra. Si la historia, como en este caso, es sobre un chico que es esquizofrénico o tiene estas habilidades, no sabe qué es real y qué no es real, entonces la audiencia tendría que tener la misma experiencia… Mi objetivo es hacer algo caprichoso, imaginativo e inesperado. No solo porque quiero algo diferente, sino porque se siente como la manera correcta de contar esta historia”. En el campo de las influencias, además de a David Lynch, Hawley mencionó a Terrence Malick y al Michel Gondry de Eterno resplandor de una mente sin recuerdos.

Citando a The Selfish Capitalist, de Oliver James, Mark Fisher afirma en Realismo capitalista que existe una correlación entre las tasas crecientes de desorden mental y la variante neoliberal del capitalismo. Por eso, ya no deberíamos tratar al stress, la ansiedad, la depresión, la falta de atención y otra enorme variedad de enfermedades como cuestiones privadas o individuales sino preguntarnos: “¿Cómo se ha vuelto aceptable que tanta gente, y en especial tanta gente joven, esté enferma? La plaga de la enfermedad mental en las sociedades capitalistas sugiere que más que ser el único sistema social que funciona, el capitalismo es inherentemente disfuncional, y que el costo que pagamos para que parezca funcionar bien es en efecto alto”. Luego Fisher insiste: “Ser adolescente británico en la actual etapa del capitalismo tardío casi podría ser sinónimo de enfermedad”. Este es el mundo en el que Legión nos sumerge desde su primer capítulo, aunque muchas veces la apuesta se quede más en lo visual que en una reflexión profunda sobre el asunto.

Estamos entonces ante una serie sobre personajes de Marvel donde no aparecen héroes o heroínas con trajes ajustados, cuya dinámica se limita a un constante despliegue de superpoderes y a peleas pautadas cronométricamente para sostener la atención de un espectador convocado simultáneamente por otras dos o tres pantallas, sino de un relato que se toma su tiempo para desarrollar una historia de amor, de conflictos éticos, de poder y responsabilidad, de marginación y de lucha por obtener el respeto de una sociedad la mayoría de las veces no dispuesta a tolerar al otro. También sobre los límites entre realidad y alucinación o las posibilidades de adaptarse a la vida en un mundo modelado hasta el más mínimo detalle por una subjetividad ajena, en un juego de realidades débiles marca Philip K. Dick. Todo en una hermosa estética retro psicodélica, surrealista, dispuesta a apostar fuerte para crear climas e imágenes, corriéndose de la desesperación movediza del videoclip para proponer una experiencia contemplativa que se sostiene consecuentemente hasta el final (posiblemente algo apresurado) de la serie.

La música también cobra un rol destacado en Legión, no sólo por la excelente banda original de Jeff Russo sino también por un soundtrack por el que pasan nombres como The Who, Jane´s Addiction, The Rolling Stones, The Yardbirds, Nina Simone, Radiohead, Serge Gainsbourg & Jane Birkin, Jacques Brel, Daniel Johnston, Peter Gabriel, Robert Plant, T. Rex, The Kinks y, por supuesto, Pink Floyd. El “por supuesto” responde a que cuando Hawley le pidió a Russo la música para la serie, la referencia fue El lado oscuro de la luna (1973), por considerarlo uno de los discos que representa más fielmente el “paisaje sonoro de la enfermedad mental”. Otro homenaje al principal compositor de entonces de la banda británica es el nombre de la coprotagonista de la serie, Sidney “Syd” Barret, que conoce a David precisamente en un hospicio. El personaje además cuenta a su favor con la casi dolorosa belleza rubia de Rachel Keller (una asombrosa clonación de Grace Kelly).

La tercera temporada logra un cierre coherente a la historia, aunque tal vez acelerando demasiado algunas transiciones emocionales o transformaciones subjetivas de los personajes. Muchas críticas haters se enfocaron en cuestiones como el abordaje “feminista” del conflicto en torno a una “violación” (el intento de dominio telepático de David sobre Syd, base de la ruptura de la pareja de enamorados), planteos que el mayoritariamente masculino fandom superheroico aún sigue reacio a asumir. Un dato relevante en este sentido es que la madre de Hawley es la reconocida escritora feminista Louise Armstrong, autora de varios trabajos que se centran en problemas como el abuso infantil, el incesto y la violencia familiar.

Uno de los puntos flacos de la última temporada pasa por la muy escasa presencia de Aubrey Plaza, que dio vida a la siempre inquietante Lenny, amiga y compañera de hospicio de David que va a ser luego tomada como una de encarnaciones del archienemigo Ahmal Farouk, el “Rey Sombra”. Uno de los puntos fuertes, por otra parte, es la incorporación de los viajes en el tiempo, en una serie de juegos de intervención temporal para cambiar la realidad que hubieran encantado al Claremont de Days of the future past. Los monstruos del tiempo que aparecen en la serie, logrando colarse a la realidad desde el pasillo temporal, recuerdan al genial primer episodio de la serie inglesa de los 70 Saphire and steel, por cuyo análisis no casualmente Mark Fisher comienza Los fantasmas de mi vida. Escritos sobre depresión, hauntología y futuros perdidos para pensar el problema de esa “lenta cancelación del futuro” que nos propone el neoliberalismo triunfante desde los años 80, esa absoluta falta de novedades culturales característica del capitalismo tardío.

Permanecemos atrapados en el Siglo XX, dice Fisher, una coyuntura histórica en la que la producción cultural parece caracterizada por “una aplastante sensación de finitud y agotamiento”, que viene acompañada por una “deflación de las expectativas” y una “nostalgia formal” respecto de décadas anteriores. El fantasma que asedia hauntológicamente a Legión, está claro, es el de la década del 60, con su música, su estética, sus drogas, sus “puertas de la percepción” e incluso su ética hippie de amor universal y antibelicismo intransigente (aunque no tanto con el cuestionamiento radical de los 68s, claro). Pese a que no haya novedades revolucionarias en Legión, el viaje se disfruta y tal vez en esa observación obsesiva y bellamente nostálgica de los 60 podamos reencontrarnos con un momento histórico en el que todavía existía el futuro y, con un poco de ayuda mutante, viajar al pasado para cambiarlo todo y reabrir las compuertas de la historia.