El colapso: la ruina social en cámara lenta

Juan Mattio propone una lectura de la serie francesa El Colapso para pensar las distopías actuales, las temporalidades de la ciencia ficción, el pensamiento histórico y los límites de la imaginación catastrofista.

// Por Juan Mattio

El colapso es una serie francesa estrenada en 2019 que cuenta con ocho capítulos de entre 25 y 20 minutos y su particularidad formal es que todos ellos están filmados como planos secuencia. La serie fue dirigida por un colectivo llamado Les Parasites, uno de sus integrantes, Ughetto de Bastien, dice: “Queríamos hacer una ficción que hablara sobre el fin del mundo, pero vista desde un lado social y humano, a nuestra escala, nada de escenarios imposibles con los que no pudiese identificarse el espectador. Y, sobre todo, pretendíamos que la audiencia se diese cuenta de la fragilidad de nuestro sistema”.

La serie trabaja sobre una temporalidad singular: el primer capítulo sucede dos días después del colapso; el segundo, a cinco días; el tercero, a seis. Después 25, 45, 50, 170 días, y entonces la imagen se cierra, como si algo obstruyera una visión más allá de ese límite. Y en el último capítulo volvemos a estar a cinco días antes del colapso y sucede la advertencia –televisiva, en este caso- de un grupo político que irrumpe en un programa político. Este loop es un síntoma.

Sus escenarios son, por otro lado, siempre reconocibles: el supermercado, la estación de servicio, el aeródromo, la pequeña comunidad construida por ambientalistas, la central nuclear, el geriátrico, etc. Ningún elemento –ni tecnológico, ni social– nos es desconocido. No quedan dudas: es nuestro mundo el que ingresa en su fase terminal.

La raíz de El colapso es distópica porque quiere funcionar como advertencia, y así lo expresa Ughetto de Bastien cuando dice que intentaron “que la audiencia se diese cuenta de la fragilidad de nuestro sistema”. Para eso sirve el futuro cercano (muy, muy cercano), para que no podamos tomar distancia y la aviso sea, según este criterio, más efectivo.

El colapso me hizo pensar en esa otra gran serie de la ciencia ficción de los últimos años que es Years and Years. Aunque el tono de El colapso es mucho más trágico al perseguir la hipótesis de la catástrofe global, hay algo del esquema narrativo que funciona de manera similar: iniciar la ficción en un punto que el espectador pueda reconocer como su propio mundo y desde ahí llevarlo a un escenario de pesadilla polítca poco a poco.

Creo percibir en estas dos series algunas características que podrían describir ciertas zonas de la ciencia ficción que se está escribiendo y filmando en nuestros días. La primera es su interés por el realismo, es decir, esta ciencia ficción parece preocupada por imaginar el fin del mundo pero de forma rigurosa, atendiendo a los elementos históricos, sociales y económicos que están ya en nuestras vidas. Por ejemplo, el ascenso de líderes ultraconservadores. Por ejemplo, la crisis económica mundial que inició en 2008. Por ejemplo, la catástrofe ambiental en la que estamos viviendo aunque no siempre de manera consciente.

Creo que este giro realista de la ciencia ficción merece generarnos una serie de preguntas. En primer lugar, ¿qué pasó con las eras y eras de tiempo con las que trabajaban Olaf Stapledon o H. P. Lovecraft? La intención de inscribir la historia humana dentro de un océano temporal inmenso, donde somos apenas un diminuto punto en el mapa, insignificante y atontado por el ego, parece el opuesto exacto de este tipo de ficciones inmediatas donde el tiempo se mide en semanas, meses, a lo sumos algunos años.

¿Sería posible hoy imaginar el Ekumen de Úrsula LeGuin? Recordemos que ahí la humanidad se diversifica, ya no es una especie sino una liga de razas diseminadas a lo largo de la galaxia y donde los nuevos pueblos ingresan por voluntad. La humanidad, diríamos, es un consenso. Y esto lleva, por supuesto, mucho tiempo. ¿Serían posibles las cronologías de Cordwainer Smith que, inspirado en la cultura milenaria china, sitúa sus ficciones a lo largo de los siglos, incluso miles de años?

Hay algo en las imaginaciones de la ciencia ficción que se volvió inmediato (pienso también en Dark, por ejemplo) y me pregunto por qué. Si seguimos la hipótesis de Frederic Jameson, podemos pensar que “no fue accidental que el período que conoció la aparición del pensamiento histórico, del historicismo en su sentido peculiarmente moderno –finales del siglo XVII y comienzos del siglo XIX- hubiera contemplado también, en la obra de Sir Walter Scott, la aparición de una forma narrativa particularmente reestructurada para expresar esa nueva conciencia [la novela histórica]”. Jameson avanza un poco más y afirma que los inicios de la ciencia ficción, con las primeras novelas de Julio Verne, coinciden con el agotamiento formal de ese otro modo narrativo, agotamiento que él sitúa después de la escritura de Salambó de Flaubert en 1862, “la emergencia de la ciencia ficción en cuanto forma que ahora registra una naciente preocupación por el futuro, y lo hace en el espacio en el que en otro tiempo se habría inscripto la preocupación por el pasado”.

Creo, entonces, que es posible relacionar las disposiciones inmediatas de cierta ciencia ficción que se está produciendo hoy con una atrofia del pensamiento histórico. O, mejor aún, que las visiones de esta ciencia ficción son cercanas porque el futuro se volvió opaco (¿quién dice que la humanidad pueda sobrevivir otros cien años en estas condiciones?) y que entonces esta literatura, inscripta en el ámbito de lo fantástico y de lo visionario, participa de manera brutal en el realismo capitalista en su imposibilidad de imaginar futuros postcapitalistas que no sean, precisamente, de colapso.

La segunda pregunta que me gustaría hacerme en relación a estas ficciones tiene que ver con la articulación entre realismo y distopía. Para formularlo en una pregunta: ¿es, este subgénero, un dispositivo de naturaleza conservadora por sí mismo? Mi intuición me dice que no, que las ficciones de Ballard, por poner un caso paradigmático, tienen similitudes con El colapso, Dark o Years and Years, pero, al mismo tiempo, están hechas de otro material.

Creo que Ballard escribe (como Philip K. Dick, como M. John Harrison) una filosofía de los objetos. Usa la catástrofe, es cierto, pero solo para poder reorganizar el mundo y encontrar así la belleza del “encuentro fortuito, sobre una mesa de disección, de una máquina de coser y un paraguas». Su raíz está en el surrealismo y no en el realismo capitalista. Su literatura está mucho más cercana a la figura del coleccionista que describió Walter Benjamin que a la idea de advertencia o sermón político. Mucho más preocupada por las temporalidades que viven dentro de un mismo objeto (de producción, de duración, etc.) que por el discurso de la denuncia.

En mucho de los mundos imaginarios de Ballard los objetos han sido liberados de su condición de mercancía por una situación apocalíptica que desintegró las relaciones sociales. Este permite desfamiliarizar la relación entre personas y cosas. Ballard construye situaciones donde el mundo entero es una mesa de disección y donde cualquier reunión es entones arbitraria: “La función temporal del río ya no era la misma. Antes le había parecido un inmenso y fluido reloj, y los objetos sumergidos habían tomado posiciones en el agua, como boyas que marcasen la disposición del sol y los planetas. Los continuos movimientos laterales del río, las crecientes y bajantes, y las presiones contra el casco, eran como la actividad dentro de un vasto sistema de evolución donde el flujo acumulativo de las aguas parecía tan impertinente y carente de significado como el movimiento aparente del tiempo mismo. Los verdaderos movimientos eran esas relaciones fortuitas y discontinuas de los objetos dentro del río: él, y el señor Quitler, el hijo idiota, y los pájaros, y peces muertos”, escribe en La sequía.

Al diluirse las relaciones sociales previas al desastre, se diluye también las relaciones sociales que están en los objetos, dentro de las mercancías, como fantasmas liberados por una nueva configuración social.

Creo que entonces el problema no es la disposición narrativa que llamamos distopía sino, otra vez, el pensamiento histórico atrofiado de nuestra época. Un pensamiento histórico que no permite desconectar a los objetos de las relaciones sociales porque, en apariencia, esas relaciones son permanentes. Si no hay fluir del tiempo no hay historia, si no hay historia estamos condenados al capitalismo.

Esto se expresa en El colapso –y en otras tantas ficciones– porque su hipótesis es que, si el sistema político y económico cae, lo único que habrá es la guerra hobbesiana de todos contra todos. Me gustaría detenerme en este movimiento porque es muy curioso. El estado de naturaleza que usaron Rousseau y los contractualitas como mito de origen de nuestros lazos sociales –es decir, lo ubicaron en el pasado-, esta ciencia ficción contemporánea lo pone en el postapocalipsis inminente –es decir, en el futuro–. El resultado es una advertencia de acento moralista y, tal vez peor, la evidencia de una imaginación paralizada. Porque la imaginación, sabemos ahora, también depende del pensamiento histórico.