Ballard: Odas psicopáticas y realidades fragmentadas

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En esta tercera entrega de las Pastillas Rojas recorremos el imaginario desaforado de Ballard, sus alucinaciones de tecno-sexualidades, terrores postnucleares, celebridades y cuerpos intervenidos.

Marcelo Acevedo y Juanma Dinosaur crearon Pastillas Rojas en una dinámica que quiere poner en relación texto e ilustraciones. Se trata de pequeñas historias sobre los mundos extraños pero hermosos de escritores, filósofos, músicos, psiconautas, magos, alquimistas y ocultistas.

// Por Marcelo Acevedo – Ilustración de Juanma Dinosaur

Existen al menos dos James Ballard para la cultura: uno fue acogido por el mainstream gracias a su novela semi-autobiográfica El imperio del sol (1987) –irónicamente su obra menos “ballardiana”, adaptada al cine por Steven Spielberg en 1987- y otros relatos fantásticos y (post)apocalípticos como El mundo sumergido (1962) o Compañía de sueños ilimitada (1979). El otro Ballard, su reverso sombrío, es autor de libros experimentales y nihilistas –La exhibición de atrocidades (1970), Rascacielos (1975), Crash (1973),obras sumamente influyentes para la cultura pop más oscura y underground.

La exhibición de atrocidades es un libro de narrativa no convencional, una obra sin principio ni final que se puede comenzar a leer por cualquiera de sus capítulos. Ballard utiliza un enfoque no-lineal y fragmentado para sumergirnos en la perturbada realidad de Travis (o Traven, o Talbot, o Talbert), que nos lleva de paseo a través de una galería de retorcidas fantasías sexuales y obsesión por las celebridades, un collage de perversiones, muertes trágicas, accidentes automovilísticos y terrores postnucleares en forma de reportes científicos imaginarios.

“En la mente de Travis la Tercera Guerra Mundial representa la autodestrucción final y el desequilibrio de un mundo asimétrico, el último espasmo suicida de una hélice dextrógira, el DNA. El organismo humano es una exhibición de atrocidades en la que Travis desempeña el papel de espectador involuntario…”, puede leerse en el relato La simetría perdida del Blastodermo de La exhibición de atrocidades. El capítulo 12 se titula ¡Crash!

En Crash Ballard propone de forma abierta una relación directa entre el goce sexual y los accidentes de coche a través de la sinforofilia –excitación sexual al ver, sufrir o provocar accidentes automovilísticos- una parafilia que sufren sus protagonistas, estimulada en gran medida por el culto a la fama y las celebridades. “Si La exhibición de atrocidades eran unos fuegos artificiales en un osario, Crash era un ataque a la realidad ejecutado por mil bombarderos”. Ballard reconoce que escribir esta novela fue un acto psicopático.

Crash sería un ataque abierto a todas las suposiciones convencionales acerca de nuestra aversión a la violencia en general y la violencia sexual en particular. Estaba seguro de que los seres humanos tenían una imaginación mucho más oscura de la que nos gustaba creer” (…) “He descrito la novela como una especie de oda psicopática, y me costó un enorme esfuerzo de voluntad entrar en la mente de los personajes centrales. En un intento por ser fiel a mi imaginación, puse al narrador mi nombre, aceptando todo lo que ello conllevaba.”

La exhibición de atrocidades fue adaptada al cine en el año 2000 por Jonathan Weiss, y Crash se convirtió en película de culto en 1996 gracias a David Cronenberg. Pero fue la música la que más veces “adaptó” estos libros. Quizá los casos más relevantes sean las canciones Atrocity Exhibition –primer track de Closer (1980) de Joy Division, uno de los discos más hermosos y oscuros de la historia del rock- y Always crashing in the same car, compuesta por David Bowie para su álbum berlinés Low (1977) e inspirada en la novela Crash.

Pero existen muchas otras versiones en formato rock de estos libros de culto: Cars (The pleasure principle, 1979) de Gary Numan, Mausoleum (The holy bible, 1994) de Manic Street Preachers –que incluye un sampler de la voz de Ballard-, o Warm leaherette (1978) de The Normal (Daniel Miller) son algunas canciones inspiradas en Crash; músicos como el rapero Danny Brown (Atrocity Exhibition, 2016) o los trasheros Exodus (The Atrocity Exhibition… Exhibit A, 2007) tomaron como inspiración la novela homónima de Ballard para titular sus discos.  

En su autobiografía, Ballard cuenta que después de alistar a sus hijos pequeños y llevarlos al colegio regresaba a su casa, se sentaba frente a la máquina de escribir, se servía un whisky y, con toda la frialdad que le era posible, escribía Crash. Dos semanas después de terminar la novela se vio envuelto en un violento accidente automovilístico cuando su coche volcó y lo dejó colgado del cinturón de seguridad con las puertas atascadas, mientras la gente gritaba “¡Gasolina! ¡Gasolina!”. Finalmente pudo bajar la ventanilla y salió arrastrándose.    

En una entrevista del año 2005 con la revista RE/Search -recopilada en el libro Para una autopsia de la vida cotidiana (Caja Negra, 2013), James Ballard dijo: “Muchas de las cosas que he escrito hace 20 o 30 años están empezando a hacerse realidad”. Tres años después escribiría en su autobiografía: “En los últimos años La exhibición de atrocidades parece estar surgiendo de la oscuridad, y me pregunto si el uso extendido de internet ha hecho que mi novela experimental sea mucho más accesible. Los párrafos cortos y las interrupciones de los correos electrónicos, los textos solapados y la necesidad de desviar la atención entre temas inconexos crean un mundo fragmentario muy similar al texto de La exhibición de atrocidades

«Creo en el poder de la imaginación para rehacer el mundo, liberar la verdad que hay en nosotros, alejar la noche, trascender la muerte, encantar las autopistas, congraciarnos con los pájaros y asegurarnos los secretos de los locos. Creo en mis propias obsesiones, en la belleza de un choque de autos, en la paz del bosque sumergido, en la excitación de una playa de vacaciones desierta, en la elegancia de los cementerios de automóviles, en el misterio de los estacionamientos de varios pisos, en la poesía de los hoteles abandonados. Creo en la belleza misteriosa de Margaret Thatcher, en el arco de sus fosas nasales y el borde de su labio inferior; en la melancolía de los conscriptos argentinos heridos; en las sonrisas perturbadas de los empleados de estaciones de servicio; en mi sueño sobre Margaret Thatcher acariciada por ese joven soldado argentino en un motel olvidado, observados por un empleado de estación de servicio tuberculoso. Creo en la locura, en la verdad de lo inexplicable, en el sentido común de las piedras, en la demencia de las flores, en la enfermedad reservada para la raza humana por los astronautas del Apolo.
No creo en nada. «

Fragmento del texto En que creo (RE/Search, 1984), de J. G. Ballard.