Sexualidades mediatizadas
La pandemia de COVID-19, con las cuarentenas que impuso y todavía impone a las sociedades, arrastró una generalización del teletrabajo en actividades ligadas a la cultura, la enseñanza y la administración, entre otras. Pero también acarreó una mayor digitalización de los afectos y los vínculos fuera del trabajo asalariado. Las videoconferencias se volvieron medios para seguir en contacto con familiares que pertenecen a grupos de riesgo o hablar con amigxs que temporalmente no podemos o queremos ver en presencia. También creció la digitalización de la sexualidad y los afectos. Volver a instalar Tinder, pasar más tiempo en Instagram o aunque sea chatear más con extrañxs, parece inevitable desde que, cuarentena mediante, es más difícil conocer gente para muchas personas, en especial para quienes no estaban previamente en pareja. Ahora bien, la digitalización de la sexualidad y los afectos, ¿Es transitoria? ¿O se trata de una tendencia preexistente que se aceleró con las inevitables medidas de aislamiento? ¿Cómo se están redefiniendo los vínculos y las subjetividades en este contexto?
Voy a recorrer tres figuras del amplio bestiario de las sexualidades posthumanas: las e-girls, los incels y las sexdolls. Un denominador común atraviesa a las tres: las vidas de varones cis heterosexuales que están solos frente a la pantalla y que, de diferentes maneras, negocian la performance compleja de una masculinidad prostética en un entorno hipermediatizado. Esta masculinidad, sospecho, se decodifica pero se resiste a queerizarse, en la interacción entre la mercantilización capitalista de los afectos, la desorganización y reorganización de las sexualidades y el trazado de nuevas formas de la subjetividad.
Tecnologías del género
Toda política, o mejor, toda organización de la sociedad, está mediada inevitablemente por sus artefactos materiales. En las “cosas” con las que interactuamos, desde los paisajes que emplazan nuestras sociedades hasta los cultivos que nos alimentan, se plasman, disputan y organizan nuestras formas de vida. Como han sostenido lxs aceleracionistas, la hegemonía política no es solamente una cuestión simbólica o discursiva, sino que se concretiza en entornos artefactuales. Las hegemonías materiales marcan la constitución en cosa de las formas de coexistencia sociales y políticas, viéndose condicionadas por las relaciones sociales y condicionándolas a su vez. Esto vale también para las tecnologías del género, la principal de las cuales es probablemente el hogar. Podemos pensar, por ejemplo, que cierta disposición de la casa suburbana funcionó como tecnología doméstica del patriarcado fordista. Esta articulación capitalista-patriarcal se basaba en el salario familiar, cuya premisa era pagar a un trabajador (varón, heterosexual, blanco) un sueldo lo bastante grande para mantener a una familia completa. En ese esquema reproductivo, como señaló Nancy Fraser, la mujer y lxs hijxs se consideraban dependientes personales del trabajador varón, constituyéndose la familia patriarcal heterosexual como forma de reproducción social estandarizada. Esa forma de reproducción social se plasmaba, también, en la arquitectura de los hogares, preparados para albergar una familia nuclear que realiza actividades reproductivas (cocina, crianza de niñxs, etc.) en el ámbito doméstico, separada del trabajo asalariado pero también de otros lazos comunitarios.
Con el neoliberalismo, el modelo familiar fordista retrocedió socialmente, derribado por luchas feministas contra el androcentrismo en el mundo del trabajo, por un lado, y ataques empresarios contra los salarios elevados, por el otro. El modelo reproductivo neoliberal se basa en cambio en la “familia de dos salarios”, donde se necesitan al menos dos ingresos para sostener un hogar de trabajadorxs. En paralelo, en sectores sociales de mayores ingresos, ha crecido la cantidad de gente que no convive en estructuras de tipo familiar durante buena parte de la vida, porque las personas aplazan la maternidad/paternidad hasta edades más avanzadas, porque se separan varias veces en lugar de tener “un amor para toda la vida”, porque prefieren no convivir con sus vínculos, etc. El mandato de construir familias, sin dejar de existir, se estira y flexibiliza, lo que redunda en un incremento de la cantidad de personas que viven solas. Inevitablemente, el cambio se plasma materialmente en la arquitectura de los hogares. En la Ciudad de Buenos Aires, en 2011, el 78% de los permisos de construcción otorgados se correspondieron a unidades de uno o dos ambientes. ¿Qué tipos de relaciones sexo-afectivas se concretizan en torno a esta tecnología del género que es el departamento monoambiente?
Eso que llaman amor, ¿puede ser un teletrabajo pago?
Algunas nuevas tecnologías sexuales en el campo de las plataformas digitales se inscriben en la dinámica de una sexualidad decodificada en el capitalismo tardío, que trastoca (sería exagerado decir que disuelve) el familiarismo heredado. Una de ellas es Onlyfans. Esta plataforma se basa en una estrategia, bastante difundida hoy día, de paywall: usuarixs pagan dinero para acceder a material de otra manera bloqueado, generado directamente por creadorxs de contenido independientes. Como si nuestrx youtuber preferidx empezara a cobrar por el acceso a sus videos, y estuviéramos dispuestxs a pagarle. Existen varias plataformas de este tipo, por ejemplo, Patreon, donde encontramos a influencers como el psicólogo conservador Jordan Peterson o la cantante de las Dresden Dolls, Amanda Palmer, que ganan varias decenas de miles de dólares al mes solamente con sus contenidos online.
Si bien no está reservada a un tipo particular de contenido, Onlyfans ha sido el site privilegiado de un devenir emprendedorista de la industria digital del sexo. La pornografía es, hace años, uno de los principales negocios de internet, con 28.000 usuarixs por segundo viendo porno continuamente y un 12% del total de websites de la red dedicado a la industria, según cifras de 2010. La novedad, ahora, parece ser la proliferación de e-girls (y, en menor medida, e-boys) que ofrecen un contenido adulto pago directamente a lxs usuarixs, sin necesidad de productoras o jefes, habitualmente desde sus casas, con la sola mediación las plataformas digitales. Onlyfans permite a lxs usuarixs suscribirse a sus creadorxs de contenido favoritxs por una suma de dinero mensual, que se divide en 80% para lxs influencers y 20% para la plataforma.
Liderando lo que algunxs han llamado la uberización de la masturbación, la plataforma tenía el año pasado 60.000 creadorxs de contenido y unxs 7 millones de usuarixs, constituyendo un negocio multimillonario. Por lo general, la estrategia de marketing de las e-girls se completa con la gestión de una cuenta de Instagram pública, que sirve para difundir la propia imagen y atraer público. Una de las más famosas modelos de Onlyfans, la australiana Jem Wolfie, maneja una cuenta de Instagram de 2,7 millones de seguidores y posee una fortuna estimada en 2 millones de dólares.
Recientemente, algunxs personajes del mundo del espectáculo abrieron cuentas de Onlyfans, a las suben contenido soft, obteniendo grandes cantidades de seguidorxs en poco tiempo. Tal es el caso de Bella Thorne, ex estrella de Dinseny, que generó cierto revuelo en las redes cuando recaudó 2 millones de dólares en la plataforma en apenas unas semanas. Estos fenómenos podrían marcar un nuevo pulso de una vieja tendencia: la interacción híbrida de las redes sociales con las masivas productoras del mundo del espectáculo mainstream y sus figuras.
Con todo, la tendencia previa, que por ahora no podemos decir que se haya revertido, venía profundizando algunas diferencias entre la gran industria del porno y la nueva plataforma. Onlyfans, a diferencia de la pornografía hecha por grandes productoras, ofrece a lxs seguidores algo más que fotos y videos explícitos. Les acerca el artefacto de la intimidad. El atractivo de la plataforma no es solo mirar cuerpos desnudos, sino interactuar con creadorxs de contenido que hacen un trabajo afectivo pago, además de un trabajo sexual virtual. Este trabajo implica desde tener conversaciones por WhatsApp hasta crear contenidos personalizados o dar shows privados. Fundamentalmente, conlleva una promoción atractiva de la propia persona de parte de las e-girls. Algo similar a lo que hacemos todxs en las redes sociales, pero con la posibilidad de obtener dinero a cambio. En una era de soledades presenciales recluidas en pequeños ambientes, parece que el comercio de afectos se amplifica por encima de toda desnuda pornografía (si es que alguna vez existió tal cosa).
Plataformas como Onlyfans delimitan un triple proceso de: 1) renegocioación de fronteras entre el mercado y la reproducción social; 2) nuevas prótesis digitales de la sexualidad; 3) un avance decodificador sometido a la mercantilización, en el que los roles de género heredados son reconfigurados más que abolidos. El capitalismo, con sus indiferencia a las formas heredadas y tradicionales de vida, decodifica la sexualidad y la enmarca en el contexto abstracto, indiferente a lo cualitativo, de las lógicas mercantilizadas. Esa sexualidad decodificada no es necesariamente post-binaria ni post-heteropatriarcal. Pero habilita redefiniciones ambiguas. Por un lado, reproduce una tendencia preexistente en la industria del porno, ampliamente dirigida a consumidores varones cis-heterosexuales. Por el otro, para las creadoras de contenido aparece como ocasión para realizar un trabajo sexual y afectivo digital sin someterse al comando de productores ni directores, en lo que es a veces descripto como un empoderamiento femenino, que permite disfrutar en público del propio cuerpo y obtener dinero a cambio. Jesy Fux es una instagramer argentina con 175.000 seguidorxs, que da consejos sobre sexualidad desde perspectivas desprejuiciadas y tiene un sitio personal donde ofrece servicios como shows por videollamada (que cuestan unos 47 dólares) o conversaciones por whatsapp. En algunas entrevistas se presenta como trabajadora virtual del sexo y enfatiza la autonomía, el amor propio y el respeto de sus fans, que perfilan una visión positiva del trabajo sexual virtual como una experiencia de autoafirmación e independencia femeninas.
Contradicciones del patriarcado capitalista
Como ha señalado Nancy Fraser, los límites generizados entre el trabajo asalariado y la reproducción social son históricos, cambiantes y flexibles. El régimen de género del capitalismo no es estático, sino que posee una historia donde se condensan lógicas mercantilizadoras y luchas sociales emancipatorias. El binarismo sexual organizado en torno a la producción y la reproducción sociales debe renegociarse en cada época, volviendo a trazar fronteras que, como tales, el capitalismo no parece que pueda abolir. Esta sociedad está plagada entonces de luchas por los límites en las que se redibujan las fronteras del orden institucional. Por ejemplo, en el siglo XX se libró (y en parte todavía se libra) una importante lucha de límites por el acceso de las mujeres al trabajo asalariado, disputado como espacio de privilegios masculinos por diversos movimientos feministas. Hoy vemos una dinámica de mercantilización de la sexualidad y los afectos, que empiezan a aparecer como sitios de intercambios potencialmente monetizados.
En un régimen de género neoliberal que desestabiliza la familia tradicional pero no dispone estructuras de cuidados de relevo, aparecen nuevas soledades, nuevas angustias y también nuevas ofertas de sexualidad y afectos en un contexto mercantilizado que también alberga emancipaciones equívocas. Antes de responder con indignaciones moralistas contra estos procesos mercantilizadores y decodificantes, tal vez sea interesante tratar de comprender sus sentidos, entendiendo que una reacción unilateral puede estar cargada de nostalgias patriarcales y conservadoras. Las libertades ambiguas de la mercantilización nos exponen a escenarios complicados de renegociación de un régimen sexo-género en crisis que se vuelve plástico, tal vez, para no estallar.
¿Nuevas masculinidades? El caso de los incels
La proliferación de e-girls que logran fama y dinero desde redes sociales y plataformas pagas tiene por contracara una nueva generación de varones heterosexuales solos, pero conectados. Los incels (involuntary celibates) son probablemente el grupo más visible de entre estas nuevas masculinidades mediatizadas. Se trata de una comunidad online de varones heterosexuales, generalmente vírgenes, construida en torno a las vivencias de la soledad, el rechazo de las mujeres y el sentimiento compartido de la propia falta de atractivo. Expresiones de marginación, extrañamiento social e incapacidad para vincularse marcan a esta subcultura de la manosphere, ese rincón oscuro de internet que congrega defensas de la masculinidad hegemónica, anti-feminismo y misoginia.
La comunidad incel se aglutina en torno a una combinación e ideologías en cuyo centro está la culpabilización de las mujeres por la soledad de los varones. Esta ideología se divide en dos grandes corrientes, llamadas “pastilla roja” y “pastilla negra”, en alución a ĺa película Matrix, donde consumir una pastilla permite acceder a comprender una realidad oscura y oculta detrás de las apariencias. Los incels que siguen la ideología de la pastilla negra se caracterizan por el derrotismo y la resignación resentida, creyendo que es imposible que encuentren una pareja porque todo el sistema de relaciones sexo-afectivas está quebrado y los descarta por sus cualidades psíquicas o físicas. La ideología de la pastilla roja, en cambio, incluye la creencia en la posibilidad de cambiar la propia situación. Esta ideología sostiene la tesis de la hipergamia femenina, esto es, la idea de que las mujeres buscan parejas física, económica o socialmente más atractivas que ellas mismas, produciendo una distribución estadísticamente desigual de los vínculos heterosexuales. Entonces el 20% más atractivo de los varones tendría a disposición al 80% de las mujeres, dejando al 80% menos atractivo en una salvaje competencia por el escueto 20% de las mujeres que estarían dispuestas a tener relaciones sexuales con ellos (la “regla 80/20”).
La ideología incel se vincula con otras reacciones patriarcales en la sociedad actual, que no son solo un fenómeno de internet y abarcan desde nuevos gobiernos derechistas abiertamente misóginos, con Bolsonaro y Trump a la cabeza, hasta la difusión micrológica de espacios de socialización masculinista que parecían haber desaparecido, como por ejemplo las barberías. La reacción contra el feminismo, al que se responsabiliza de haber torcido la vara demasiado a favor de las mujeres, y la lucha por restituir una masculinidad poderosa en crisis, parecen rasgos comunes de estas expresiones sociales.
La comunidad incel nos muestra una forma de masculinidad hegemónica fallida, que entra en crisis porque no puede desempeñarse socialmente con éxito, pero no encuentra formatos superadores (post-masculinos o alter-masculinos) en los que reconfigurar horizontes del deseo y la sexualidad. Parece que la decodificación digital de las formas heredadas de masculinidad no es necesariamente post-masculinista. En cambio, en los contextos “posthumanos” del capitalismo de plataformas, donde las subjetividades se producen en interacciones hipermediatizadas, se produce un nuevo tipo de masculinidad hegemónica reactivo, reaccionario y misógino.
Todo esto nos hace suponer que, para algunas comunidades de varones, es más fácil imaginar el fin de la humanidad que el fin de la masculinidad hegemónica. Sin llegar a sueños desahuciados de destrucción planetaria, podríamos encontrar que se gesta un posthumanismo hipermasculinista, atravesado por todas las mediaciones artefactuales del capitalismo de plataformas, pero que no conoce otra performance de la autoestima y el disfrute que la fundada en el poder sobre otrxs. Tras esta pista nos pone, en otro contexto, Sayak Valencia cuando estudia los sujetos endriagos en Capitalismo gore, preguntándose qué desempeños de una masculinidad agresiva y conquistadora se expresan en las prácticas deshumanizantes del narco de Tijuana. Podemos ampliar esta mirada a escenarios menos extremos y ver cómo la masculinidad hegemónica se desorganiza y decodifica, pero también se reinventa reactivamente en nuevos entornos marcados por la soledad en la vida de pareja y la construcción de comunidades digitales.
Sex dolls: ¿cura para el feminismo o nueva libertad sexual?
Pasemos a estudiar las sexdolls. Estxs muñecxs son juguetes sexuales antropomórficxs, generalmente vendidxs por internet, que reproducen total o parcialmente un cuerpo humano, con pene, vagina, boca y ano preparados para penetrar y ser penetrados. Existen diversos tipos de sexdolls, desde las simples muñecas inflables hasta modelos más complejos, que han llegado a tener partes penetrables de gel elástico, orificios tibios (gracias a sistemas internos proveedores de calor) y dispositivos de audio incorporados. En esta industria vemos repetirse un patrón: los consumidores son en su mayoría varones cis heterosexuales, mientras que la mayoría (no la totalidad) de lxs dolls representan cuerpos cis femeninos hegemónicos, usualmente exagerados en sus proporciones para incrementar el sex appeal de cara a los compradores esperados.
Desde hace algo más de una década algunxs desarrolladorxs proponen construir más avanzadxs sexbots, aunque de momento no existen robots sexuales totalmente automatizadxs. La idea ha generado reacciones variadas, incluida una Campaña contra lxs robots sexuales, que podemos enmarcar en un conjunto de cuestionamientos a la industria de sex dolls en general. Las críticas feministas de esta industria sostienen que enfrentaríamos una verdadera “cura para el feminismo”, permitiendo a varones disfrutar de la docilidad programable o la pasividad plástica de las muñecas sin tener que lidiar con mujeres que, gracias a décadas de luchas, gozan de mayor autonomía sobre sus cuerpos. La muñeca sexual concretizaría la apoteosis de la sexualidad patriarcal, permitiendo a los varones disponer de cuerpos feminizadas sin “sufrir” las resistencias de las mujeres vivas y empoderadas. Podríamos asistir, entonces, a un patriarcado sin mujeres (orgánicas), donde la subjetividad masculina hegemónica se redefiniría en una nueva sexualidad prostética.
Con todo, desde los feminismos materialistas se ha cuestionado la identificación de las sexdolls y otros aparatos similares con la disponibilidad masculina sobre los cuerpos feminizados. Como dice Tanja Kubes, “la crítica de lxs robots sexuales y el sexo de lxs robots se caracteriza por una rigurosa rectitud, frecuentemente combinada con mojigatería, indignación moral y, a veces, suposiciones demasiado apresuradas”. El debate reedita algo de las discusiones en EEUU en los años ‘80 entre las feministas antipornografía y las feministas pro-sexo. Activistas como Andrea Dworkin o Catherine MacKinnon realizaron entonces una campaña contra la industria porno, aliándose con partidos conservadores para limitar su distribución legal en varios Estados norteamericanos. Otras feministas, como Gayle Rubin, reivindicaron la pornografía, destacando que incluso las escenas más polémicas y violentas son realizadas entre adultxs que prestan su consentiminto. Algunas prácticas BDSM también atravesaron la discusión: ¿es inherentemente violento, o patriarcal, que un varón heterosexual goce de atar, golpear o escupir a una mujer? ¿O puede tratarse de una práctica placentera mutuamente consentida basada en un ejercicio radical de la autonomía corporal?
La discusión sobre robots sexuales y sexdolls puede tener connotaciones moralistas en cuanto no juzga ciertos actos por los daños efectivos que puedan causar a otras personas, sino porque condena los deseos, aspiraciones y anhelos subyacentes en esos actos en sí mismos. Si la modernidad capitalista trajo la creación de la vida íntima como un espacio de auto-invención subjetiva que no es reductible a los mandatos del mercado o de la reproducción social, podría ser conservador regular, desde estándares morales impuestos, lo que las personas hacen en ese ámbito, avasallando el principio democrático de la autodeterminación de lxs particulares en marcos en los que no dañe a otrxs.
Con todo, también podemos encontrar en la disponibilidad libre sobre los cuerpos hegemónicamente bellos de las sexdolls otra performance prostética y posthumana de la masculinidad hegemónica. Esta masculinidad parece renegociarse y flexibilizarse en entornos tecnológicos decodificados, sin por eso devenir abiertamente queer.
Terminator vs Videodrome
Arriba intenté reconstruir tres instancias de mutación de la sexualidad contemporánea: las e-girls, los incels y las sexdolls, cuyo peso social probablemente aumentó durante la pandemia y el aislamiento social consecuente. Estas son apenas algunas de las formas de sexualidad proliferantes, complicadas y en permanente redefinición en el capitalismo. Un más completo bestiario de las sexualidades en el capitalismo avanzado debería incluir muchas otras figuras, en particular del colectivo LGBT, donde la discusión podría ser más rica, afirmativa y productiva. Me detuve en una serie de formas de sexualidad decodificadas, post-tradicionales, que sin embargo no rompen con patrones heterosexuales del deseo y la subjetividad, aunque tampoco los dejan intactos. Varones cis heterosexuales que están solos, el “denominador común” de la investigación, despliegan estrategias nuevas para realizar todavía una performance de masculinidad en un entorno hipermediatizado de sexualidades abigarradas que por momentos resiste su propia queerización. Vemos, entonces, una serie de reconfiguraciones de la subjetividad sexuada que, sin embargo, no implican por sí mismas una ruptura con patrones patriarcales y heteronormativos de construcción de la subjetividad.
Jugando con una reflexión de Mark Fisher, podemos pensar estos problemas desde la oposición entre Terminator y Videodrome como instancias de la cultura de masas donde se plasman nuevos formatos de masculinidad prostética. Mientras que en Videodrome de David Cronenberg vemos al cuerpo masculino queerizarse por la intervención penetradora de tecnologías que inhieren en la carne, en Terminator asistimos a una performance hipermasculina desde una corporalidad posthumana. El fisico-culturismo siempre tiene algo de desempeño hiperbólico y por ende paródico de la masculinidad hegemónica, pero el musculoso cuerpo de Schwarzenegger representando el T-800 podría tratar de sortear los vericuetos de su propia parodización. Terminator nos propone una idea de masculinidad post-orgánica donde, de vuelta, parece que la humanidad podría acabarse, pero la masculinidad hegemónica lograría sobrevivirla. La decodificación abstracta de la sexualidad y el género puede no ser juguetona, positivamente queer y emancipatoria. Puede encerrar, en cambio, las semillas de una nueva y más violenta recodificación. Es posible que la masculinidad se hiperbolice sin parodia en la forma de super-soldados o super-varones munidos de viagra, anabólicos esteroides, automóviles último modelo y otras interfaces tecnológicas.
¿Decodificaciones postpatriarcales y postcapitalistas?
Para terminar de reconstruir el hilo de contradicciones dinámicas surgidas del encuentro entre la lógica abstracta del capital y el género, cerraré este texto con otra pequeña nota teórica. La teoría queer nos enseña que la identidad sexuada de las personas siempre está, a su manera, desarmándose por las costuras. En la heterosexualidad anidan inconfesados anhelos no-hetero, el desempeño cis-género nunca es completamente adecuado a su propio ideal, y toda masculinidad o feminidad siempre ya está un poco por fuera, un poco por debajo o un poco al costado de sus exigencias performativas implícitas.
La masculinidad heterosexual nunca fue natural ni innata, sino que se produjo siempre en ensambles naturales-culturales-artefactuales de tipo prostético, que Paul Preciado caracteriza como biodrag. Hoy encontramos nuevas masculinidades cis heterosexuales hipermediatizadas en un contexto capitalista digitalizado. Estas subjetividades parecen testimonio de una masculinidad heredada que entra en crisis, pero que no siempre encuentra modelos de relevo en torno a los cuales repensar una performance del género. Entonces se reinventa plásticamente sin por eso derivar inmediatamente hacia formatos emancipadores o positivamente queer.
La decodificación de la sexualidad heredada que presenciamos renegocia la relación entre mercado y reproducción social, desplegando formas de trabajo sexual y de trabajo afectivo pagos. Este giro de mercantilización irónica es a veces ambiguamente emancipatorio, y a veces encierra nuevos masculinismos resentidos. Estas tendencias podrían conducir a escenarios distópicos, desde una masculinidad que se decodifica pero se niega a queerizarse, hasta una nueva alianza neoliberal de emancipación y mercantilización. También es posible responder a estos fenómenos desde una mirada de molestia o indignación morales, por ejemplo en la forma de reacción de las nuevas derechas patriarcales o, también, en términos de un conservadurismo pretendidamente popular o de izquierdas, que busque detener las dinámcias desterritorializadas del capital desde la nostalgia del fordismo y su modelo familiar.
Finalmente, sería posible imaginar un aceleracionismo de izquierdas que combine las agendas del anticapitalismo socialista y la política queer, buscando llevar los procesos abstractos, decodificantes y enloquecedores abiertos en el presente, más allá del capitalismo y el cis-hetero-patriarcado que le está asociado. Esta propuesta debe, ante todo, estar advertida de las nuevas formas de subsunción de la sexualidad y el género en el captialismo farmacopornográfico de plataformas, para navegar sus contradicciones bajo un proyecto emancipatorio anticapitalista y antipatriarcal.
Fuentes
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Hester, H.elen(2018) Xenofeminismo, Caja Negra Editora: Buenos Aires.
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Entrevista a la modelo Erótica Jesy Fux, Infobae, https://www.infobae.com/sociedad/4de7e060-d5d1-4f5a-933a-e99403d535e7_video.html
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https://www.searchenginejournal.com/instagram-growth-in-2020/364490/#ok
https://www.xsrus.com/writing/explain/onlyfans/
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https://www.webroot.com/us/en/resources/tips-articles/internet-pornography-by-the-numbers
https://en.wikipedia.org/wiki/Incel#%22Red_pill%22_and_%22black_pill%22
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