Exploración urbana y diggering: entre stalkers, subterráneos y radiación.

En esta última entrega sobre el imaginario urbano, Marcelo Acevedo recorre dos nuevos territorios: espacios subterráneos, estaciones fantasmas, protosociedades que se instalan en las alcantarillas de las ciudades y, por otro lado, el tópico de la zona prohibida que va desde Chernobyl a Stalker de Tarkovski.

// Por Marcelo Acevedo

“Permanecimos algún tiempo metidos en el agua de la vasta cámara, el espacio más onírico que haya visto jamás (…) físicamente estábamos debajo de la ciudad, pero habíamos entrado a un reino diferente, nada había en aquel espacio, aparte de nosotros, que pudiera sugerirnos que estábamos en el siglo XXI.”

Rachel Lichtenstein, Diamond Street: The hidden world of Hatton Garden (2012)

Las ciudades y el entorno urbano son el terreno de juego en el que se desarrollan algunas narraciones de terror modernas, historias de “miedo 2.0” que se presentan como reales y se difunden a través del ciberespacio. Los castillos embrujados clásicos hoy están representados en cualquier casa, fábrica, hospital, hospicio, túnel, cloaca, subterráneo, alcantarilla o edificio abandonado -del centro o los suburbios- que pueda ser objeto de exploración y registro. La ciudad misma en su totalidad y extensión es, para muchos jóvenes temerarios, un gran castillo embrujado lleno de misterios por descubrir.

La exploración urbana –práctica que tiene a la ciudad como su principal objeto de investigación- al ser registrada en video para luego compartirla online, trajo nuevos miedos que alcanzaron todos los rincones del planeta gracias a la tecnoglobalización: Youtube, Twitter, Facebook y Whatsapp son sus vehículos de difusión y proliferación1.

En este sentido, la exploración urbana quizá sea el ejemplo más acabado de estas nuevas formas de narrar terror. Fue esta combinación inevitable entre los “castillos” modernos, la tecnología de fácil acceso y las redes sociales lo que la transformó en un fenómeno tan popular entre los jóvenes.

Pero en ciertas partes del mundo la exploración urbana -que comenzó siendo una aventura personal, un periplo algunas veces solitario y otras veces en grupo pero siempre con la idea del goce estético y la explosión de adrenalina como motor y motivación principal- hoy va más allá del simple entretenimiento y se transformó, para algunos, en un trabajo inestable y riesgoso.

La actual ciudad fantasma de Pripyat, por ejemplo, ubicada al norte de Ucrania en la zona de exclusión del reactor de Chernobyl donde el 26 de abril de 1986 ocurrió el accidente nuclear más grave de la historia de la humanidad –explosión que desató 50 toneladas de material radiactivo equivalente a 500 bombas de Hiroshima, y contaminó al menos 150.000 kilómetros cuadrados-, se convirtió en una especie de parque de diversiones del horror donde cada año miles de turistas se aventuran armados con cámaras de fotos, filmadoras y celulares. La zona de exclusión estuvo vedada para civiles hasta el año 2011, momento en que el gobierno de Ucrania otorgó un permiso especial a las agencias de viaje para organizar excursiones pagas que obligan al turista a firmar un contrato que exime al complejo y al gobierno de toda responsabilidad por cualquier daño a la salud que pueda ocasionar el contacto con los resabios de la radiación.

Pero “donde hay poder, hay resistencia”, y la zona de exclusión de Chernobyl no podía ser la excepción: los primeros exploradores urbanos de Prypiat –la mayoría aventureros curiosos y solitarios que entendían la exploración como un evento excitante y no como un negocio- comenzaron a proliferar cuando aún era ilegal el acceso a civiles y solo tenían permiso para ingresar a la zona de exclusión profesionales científicos, médicos, y ciertos periodistas acreditados pero estrictamente vigilados por el gobierno.

Cuando el acceso a la zona del reactor nuclear se legalizó -lo que generó la sensación de que la travesía ya no era tan peligrosa y excitante como antes- y las agencias colocaron a sus propios guías de turismo reglamentarios y asalariados, aparecieron los “guías” ilegales como contraconducta a los empleados oficiales de las agencias que, a pesar –o quizá a causa- de ser guías oficiales tenían muchos accesos vedados, como por ejemplo el interior de algunas casas y edificios, terrazas, escaleras o ciertos lugares de alta exposición radiactiva.

Pero los aventureros ilegales no sólo acceden por placer y diversión, sino que algunos también se dedican a contrabandear objetos de la zona y otros llevan –pago mediante- a los turistas más osados por caminos prohibidos, senderos ilegales que conducen a edificaciones en ruinas –con todos los riesgos que estos conlleva- y a lugares con alta radiación, lo que transforma a este tipo de exploración urbana en un trabajo arriesgado para desempleados atrevidos2.

Estos exploradores de la zona de exclusión comenzaron a llamarse a sí mismos stalkers, en homenaje al protagonista de la película de ciencia ficción del ruso Andrei Tarkvoski titulada Stalker (1979). Si bien es cierto que todo comenzó con la novela escrita por los hermanos Boris y Arkady Strugatski (Picnic extraterrestre, 1972), fue este film de culto lo que hizo popular a La Zona y sus guías. Con guión de los hermanos Strugatski, Stalker narra el periplo de un guía (Aleksandr Kaydanovsky) experto en recorrer La Zona, un espacio milagroso, extraño y post-apocalíptico que recibió la visita de un OVNI –no está claro si se trató de un meteorito o de “visitantes del abismo cósmico”-, que cambió las características físicas y espaciotemporales del lugar, lo que genera anomalías y aberraciones. Las tropas que fueron enviadas a investigar La Zona nunca regresaron, entonces el Gobierno tomó la decisión de rodear el lugar con seguridad militar y prohibir la entrada de cualquier civil, lo que dio vida a los exploradores ilegales conocidos como stalkers. Se dice que dentro de la zona existe un motivo típico de los cuentos de hada: una habitación con el poder de cumplir cualquier deseo, y el trabajo –remunerado, claro está- del stalker será guiar a dos personajes llamados simplemente Escritor (Anatoliy Solonitsyn) y Profesor (Nikolay Grinko) a través de la peligrosa Zona hasta la habitación de los deseos. “Lo que Tarkovski elimina de la novela son sus elementos satíricos, irónicos y absurdos en aras de su interés habitual por cuestiones como la fe y la redención. En todo caso, lo que si conserva es la preocupación central por los encuentros con lo desconocido”, escribe Mark Fisher en su ensayo Lo raro y lo espeluznante (2016), a propósito de las diferencias entre libro y película. También asegura que el stalker de Tarkovski es “una especie de experto autodidacta en la Zona, que guía a aquellos que quieran explorar este espacio traicionero y maravilloso. (…) En la película de Tarkovski, el stalker sigue siendo un renegado –algunas de las primeras escenas lo muestran pasando con sus cargamentos a través de verjas, puntos militares de control y bases armamentísticas-, pero sus motivaciones son de carácter más espiritual que materialista.”

Esta suma de obras exitosas –novela, película, videojuegos- que van de lo mainstream a lo de culto, sumado a una infinidad de documentales sobre el accidente, un reconocido libro de no-ficción –Voces de Chérnobil (1997) de la periodista Svetlana Aleksevich, libro en el que se basó la popular miniserie de HBO-, y el morbo que genera cualquier lugar prohibido y con un pasado oscuro, forjó una especie de mitología chernobiliana con su propio lore, y puso en la mira de turistas, aventureros y stalkers locales la codiciada zona de exclusión, sobre todo entre los jóvenes.

La web Chornobyl3 –especializada en la flora y fauna Pripyat- asegura que Chernobyl está en plena transición a la categoría de cultura de masas y que el interés aumenta sobre todo gracias a las personas que, hastiadas de la aburrida rutina, buscan una aventura distinta y arriesgada, y el incremento de los stalkers que se aventuran a la zona de exclusión nace del fuerte deseo de los jóvenes por sentirse «un verdadero stalker«, es decir, recorrer la Zona, pero ya no frente a la pantalla de la computadora y en la comodidad de su hogar, sino en el mundo real.

Las visitas furtivas a Pripyat y a la central de Chernobyl podrían entrar dentro de la categoría de la exploración urbana un poco más oscura y extrema conocida en Rusia como turismo industrial; en otras palabras: la exploración de un territorio o edificación no-natural, estructuras de ingeniería, o infraestructuras deshabitadas y abandonadas. También es muy popular el diggering, algo así como la exploración de estructuras subterráneas creadas por el hombre –de otra forma estaríamos hablando de espeleología- como alcantarillas, túneles industriales, fosas, sistemas de drenaje, ríos subterráneos, y sobre todo estaciones de subte abandonadas conocidas como “estaciones fantasma”. 

Quizá el mejor ejemplo4 de esta combinación entre exploración urbana, diggering, desastre nuclear, zona de exclusión, subterráneos, mutantes y radiación sea la novela rusa de ciencia ficción post-apocalíptica Metro 2033 (2005) del escritor Dmitry Glukhovsky. Ambientada en el año 2033 luego de una guerra nuclear que dejó el planeta devastado, la acción transcurre bajo tierra en el Metro de Moscú –convertida en una ciudad fantasma-, donde los supervivientes se refugian de las cenizas y la radiación, transformando la red del Metro en un gigantesco bunker de aire libre de contaminación y a prueba de bombas, una protosociedad subterránea anárquica que ante la ausencia de una estructura de poder se sumió en el caos. Las estaciones se volvieron independientes, pequeñas ciudades estado autosuficientes, con ideología, religión, líderes y hasta ejército propio, algunas veces combatiendo entre ellos y otras veces unidos contra un enemigo en común: los mutantes del exterior, invirtiendo la ecuación propuesta por H. G. Wells en La máquina del tiempo5 (1895).

Stalker –novela y película- y el accidente nuclear de Chernobyl son sus principales influencias. La definición del stalker que ofrece Glukhovsky –en su novela son leyendas vivientes dignas de total admiración- combina de manera eficaz a los stalkers reales –exploradores urbanos y diggers- con los ficticios que aparecen en Picnic extraterrestre, el film de Andrei Tarkovski y el videojuego6 Shadow of Chernobyl: 

«Stalker» a pesar de su sonido extranjero y extraño, esta palabra había entrado en la legua rusa (…) En el Metro se llamaba «Stalkers» a los temerarios que se atrevían a ascender a la superficie. Provistos de trajes aislantes, máscaras de respiración con los anteojos empañados, armados hasta los dientes, subían para proveerse de bienes que la comunidad necesitara: municiones, máquinas, piezas de recambio, sustancias inflamables. Las personas que se atrevían a subir se contaban por cientos, pero eran pocos los que regresaban con vida.7

Exploración urbana y habitantes del subterráneo

La idea de explorar lugares abandonados –exóticos, intensos- en las ciudades no empezó en Rusia, sino que puede rastrearse hasta la época victoriana. Nació por la necesidad más que por el vértigo y la adrenalina de la exploración extrema, en una Londres que, a causa de la revolución industrial, veía emigrar a miles de personas que llegaban desde los espacios rurales para reemplazar sus trabajos agrícolas por la explotación en fábricas y talleres. La demanda era tan grande que muchos obreros no conseguían el empleo que habían ido a buscar, y no les quedaba otra que rebuscársela de alguna manera. Así nacieron los tosher o cazadores de alcantarillas, personas que se adentraban en el sistema de alcantarillado de Londres y, entre ratas, cucarachas, y mucha mierda, dedicaban horas a la búsqueda de objetos perdidos por los ciudadanos de la superficie, poniendo en peligro su vida a causa de posibles inundaciones con aguas residuales o gases tóxicos. La muerte de algunos cazadores de alcantarilla provocó que a mediados del 1800 se prohibiera el descenso al subsuelo de Londres, lo que convirtió a los toshers en una raza en extinción.

Más allá de leyendas urbanas como la de los cocodrilos que habitan las alcantarillas de Nueva York8 o la ballena encontrada en el subsuelo de Londres9, existe un mundo subterráneo real habitado por personas de carne y hueso. En México es posible hallar a los llamados “niños rata”10 que viven dentro de las alcantarillas, en Colombia hay personas que habitan las cloacas de Bogotá11, lo mismo sucede en Ukrania12 o en Bucarest, Rumania13, donde se encuentra el ejemplo quizá más paradigmático de protosociedades underground ficticias, con sus propias leyes y líderes, trasladado a la realidad: el “Hotel subterráneo”, un agujero hacia el universo paralelo de drogas duras, alcohol y mugre regenteado por un overlord de las alcantarillas apodado Bruce Lee, alberga a decenas de niños y jóvenes que quedaron fuera del sistema. “Si hay un club nocturno en el infierno, se debe sentir como esto”, asegura Bruce Lee.14

FICCIÓN SUBTERRANEA

El universo oculto que ofrecen las ciudades modernas con sus alcantarillas, túneles y redes de subterráneos es uno de los escenarios favoritos de la literatura de ciencia ficción de todas las épocas: desde los túneles del futuro donde moran los Morlocks en La máquina del tiempo, pasando por  los oscuros pasadizos y cuevas bajo la ciudad donde la humanidad se refugia luego de una catástrofe nuclear en Mundo Tenebroso (Daniel Galouye, 1963), o la civilización de las alcantarillas de New York en Downsiders (Neal Shusterman, 1999), hasta las fantasías urbanas weird que transcurren en el universo underground de una Londres clandestina como El rey rata (1998) de China Mieville, o Neverwhere (2008) de Neil Gaiman. Lo que tienen en común todas estas historias es que presentan civilizaciones complejas que habitan espacios subterráneos artificiales, generalmente olvidados por los ciudadanos de “arriba”.  

Cuarenta años antes de Metro 3033 el escritor de ciencia ficción norteamericano Philip K. Dick ya había colocado a los seres humanos en tanques subterráneos para salvarlos de la radiación producto de un desastre nuclear provocado por las potencias en guerra. En La penúltima verdad, novela post-apocalíptica y paranoica publicada en 1964, la humanidad vive desde hace 15 años bajo tierra, confinada en tanques subterráneos para evitar la radiación, los virus y las armas químicas del enemigo. Mientras sobreviven como pueden, trabajan sin descanso para fabricar robots con el objetivo de que luchen por ellos en una superficie supuestamente inhabitable. El único contacto que la humanidad tiene con la realidad del exterior es la televisión, que transmite noticieros, informa los partes de guerra del jefe supremo Talbot Yancy (“El protector”), y proyecta documentales elegidos por las autoridades para educar a los ciudadanos del inframundo. Pero cuando el protagonista se arriesga a salir a la superficie a buscar un páncreas artificial, descubre que todo es una inmensa mentira: la guerra terminó hace 13 años, el exterior es un  jardín infinito, Talbot Yancy es un simulacro que sólo repite lo que escriben sus guionistas, y la tierra está repartida entre los poderosos que viven como dioses en sus grandes fincas asistidos por ejércitos de robots, mientras engañan a la población con noticieros falsos y documentales editados y tergiversados -cuando no directamente ficticios- interpretados por actores, como el que muestra una cámara oculta en la Conferencia de Yalta –reunión real que mantuvieron en Crimea Stalin, Churchill y Roosevelt en representación de los aliados en la 2da Guerra Mundial- donde puede verse a Roosevelt mientras conversa, conspira y “traiciona a las democracias occidentales”. El problema con esa escena del documental era que A) En 1944 no existían cámaras tan pequeñas y mucho menos cámaras ocultas, y B) Stalin habla con Roosevelt en inglés, aunque Stalin no sabía hablar en ese idioma. Así y todo, a pesar de esos fallos que debían delatar que todo era una farsa, la gente de los tanques subterráneos creía en todo lo que veía por televisión: “Y Fischer tuvo razón, puesto que el ‘documental’ fue aceptado por todos como históricamente correcto, como un documento que probaba la ‘traición’ de Yalta y reivindicaba al ‘incomprendido’ Adolf Hitler, que únicamente trataba de salvar a las democracias occidentales de las garras del comunismo… incluso se justificaban así los campos de concentración nazis. Y eso se consiguió únicamente encadenando unos cuantos fotogramas de campos de concentración con unas escenas totalmente falsas que jamás ocurrieron y con metraje auténtico de los archivos militares de las democracias de Occidente…”.

La penúltima verdad aborda temas de innegable actualidad: lo que hoy llamamos fake news y posverdad, y los medios de comunicación –las pantallas sobre todo: la televisión ayer, las computadoras, celulares y tablets ahora- como herramientas de control y manipulación de las masas en manos de los poderes de turno. En su novela Los simulacros (1964), Philip Dick escribe: “¿Saben cuál es la verdadera base del poder político? No las armas ni las tropas, sino la habilidad de hacer que los demás hagan lo que uno desea que hagan”. Dick estaba convencido de que la herramienta más importante para la manipulación de aquello que llamamos “realidad” es la manipulación de las palabras, por eso en un discurso de 1978 nunca leído en público escribió: “Si puedes controlar el significado de las palabras, puedes controlar a la gente que debe usar las palabras. George Orwell lo dejó claro en su novela 1984. Pero otra forma de controlar las mentes de la gente es controlar sus percepciones. Si puedes hacer que vean el mundo como lo haces, pensarán como piensas. La comprensión sigue a la percepción. ¿Cómo haces que vean la realidad que ves? Después de todo, es sólo una realidad entre muchas. Las imágenes son un constituyente básico; por esto es por lo que el poder de la TV para influir las mentes jóvenes es tan brutalmente vasto.” Este es el tema de La penúltima verdad –que tiene evidentes influencias de 1984-, es una reversión post-apocalíptica de la alegoría de la caverna de Platón, donde se tratan cuestiones que atañen a la manipulación de masas a través del poder mediático y se anticipa –o profetiza- la doctrina del shock ideada por el economista liberal Milton Friedman, que consiste en aprovechar el impacto generalizado que puedan causar en la psicología social crisis de primer orden como catástrofes o fatalidades -en este caso, un apocalipsis nuclear provocado por una guerra mundial- para implantar modelos económicos, doctrinas impopulares, o producir reformas estructurales permanentes mostrándolos como inevitables, mientras los ciudadanos aún están shockeados por el trauma15.

La novela argentina Subte (2013) de Rafael Pinedo16 es otro excelente ejemplo de historia post-apocalíptica que transcurre en el interior de la red de subterráneos y tiene como protagonista a una exploradora urbana. Subte narra el periplo de Proc, una joven embarazada de 8 meses que para escapar de un grupo de lobos -o perros salvajes- se interna en el interior de los túneles de lo que antaño fue la red de trenes conocidos coloquialmente como “subte”, y logra escapar momentáneamente de sus cazadores. Pero ahí abajo es capturada por una raza de ciegos que viven en completa oscuridad y le temen al exterior. Proc forja una extraña amistad con una joven de los subterráneos llamada Ish, que la ayudará en su odisea hacia el exterior: “Ella los llamaba ‘los ciegos’ porque vivían en la oscuridad, pero la tribu de Ish se denominaba a sí misma ‘la gente’. Y a los de ‘arriba’ los llamaban ‘sordos’ o ‘diablos de luz’.”

En esta novela, un verdadero tour de force desde la primera línea hasta la última página, Pinedo retrata un mundo post-apocalíptico poblado por gente enferma que se anticipa a los jóvenes media-vida de la película Fury Road (George Miller, 2015) con “bultos en el cuello y en la boca”, malformaciones que indican que fueron expuestos a la radiación, donde la humanidad parece haber retrocedido a épocas menos civilizadas, razón por la cual el relato oral vuelve a ser significativo como en la antigüedad, devolviéndole a los mitos la importancia crucial que supieron tener en el albor de la civilización.

Mark Fisher asegura que la ciencia ficción post-apocalíptica está plagada de escenas espeluznantes. No es casual entonces, que las ficciones analizadas en esta nota pertenezcan a ese subgénero post-apocalíptico.

La exploración urbana y el diggering se ubican dentro del espectro de lo que Mark Fisher denomina como “lo espeluznante”. Fisher marca una clara diferencia entre lo raro –muy ligado a lo weird– y lo espeluznante, y dice que la manera más simple de comprender esa diferencia es “pensando en la oposición (con una gran carga metafísica) –quizá la oposición más fundamental de todas- entre presencia y ausencia”17. Si lo raro está constituido por una presencia que no encaja, que excede nuestra capacidad de representación por su exorbitancia, lo espeluznante aparece cuando en lugar de no haber nada hay una presencia; o, por el contrario, cuando no hay nada donde se entiende que debería haber algo; es decir una falta de ausencia o de presencia.

En ruinas o estructuras abandonadas de cualquier tipo, la sensación de lo espeluznante siempre es muy fuerte; y es justamente esto último lo que hace de las exploraciones urbanas –sobre la superficie o subterráneas- una práctica tan tentadora para jóvenes en busca de adrenalina y nuevos miedos.

Hay mundo espeluznante, weird y terrorífico bajo nuestros pies. Sólo que no estamos prestando la suficiente atención.

***

1- Estas incursiones a edificaciones abandonadas en algunos casos ha terminado con resultados perturbadores o violentos para los exploradores. La utilización de la app Randonautica -que guía a sus usuarios en exploraciones urbanas en busca de objetos extraños y lugares especiales-, por ejemplo, tuvo como resultado el encuentro de un cadáver descuartizado dentro una maleta en la ciudad de Seattle.

2-https://www.vice.com/es/article/3bmvz8/guia-turistas-chernobil-radiacion-ucrania

3-http://chornobyl.in.ua/en/real-stalker.html

4-Si bien dejé de lado todo lo relacionado con el cine y las series, no quiero dejar de nombrar el 2do capítulo de temporada 2 de The X-Files titulado “The Host” (1994), que transcurre en gran parte en el subsuelo de la ciudad de New Jersey, y trata sobre alcantarillas, aguas residuales y mutantes relacionados con Chernobyl.

5- En la novela de Wells “los buenos” (Eloi) viven en el exterior, y los “malos” (Morlocks) viven bajo tierra.

6- En el año 2007 se puso a la venta el videojuego S.T.A.L.K.E.R: Shadow Of Chernobyl, un FPS (First-person shooter) con una poderosa influencia de la novela de los hermanos Strugatski y la película de Tarkovski. Posteriormente se publicó una precuela (Clear Sky) y una secuela (Call of Pripyat).

7-La novela logró una popularidad inmensa y generó todo un universo de obras que giran en torno al Metro 2033: una franquicia que incluye 3 novelas –Metro 2033, Metro 2034 y Metro 2035-, 4 videojuegos –Metro 2033, Metro: Last Light, Metro Redux y Metro Exodus-, un juego de mesa homónimo del año 2011, y una apreciable cantidad de cuentos y novelas inspiradas en el universo creado por Dmitry Glukhovsky.

8-En su dickiana novela Chronic City (2009) Jonathan Lethem degenera el mito de los cocodrilos que viven en las alcantarillas por un tigre mecánico gigante que se esconde bajo la superficie de la neoyorquina isla de Manhattan. 

9- Se supone que en una excavación cerca de la estación St. Pancras, al norte de Londres, se descubrieron los restos de una ballena de 4 metros de largo y 2 mil kilos de peso. Nadie sabe cómo llegó ahí.

10-https://www.youtube.com/watch?v=VUKrIyM0uEQ

11-https://www.youtube.com/watch?v=X4koXeZvAfg

12- https://www.youtube.com/watch?v=Wq308xBaoGk

13- https://www.youtube.com/watch?v=TwadpGdskCM

14-“Somos la escoria de la sociedad ¿no? Lo más bajo de lo bajo. Yo trato de organizarlos para empoderarlos, para volvernos auto-suficientes, para ser una familia, para demostrarle a la gente que están equivocados. Que también somos personas”, dice Bruce Lee en un fragmento de entrevista, y se vuelve imposible no relacionar a los habitantes de su “hotel subterráneo” con los personajes del Londres de Abajo en la novela Neverwhere.

15- “En uno de sus ensayos más influyentes, Friedman articuló el núcleo de la panacea táctica del capitalismo contemporáneo, lo que yo denomino doctrina del shock. Observó que «sólo una crisis —real o percibida— da lugar a un cambio verdadero. Cuando esa crisis tiene lugar, las acciones que se llevan a cabo dependen de las ideas que flotan en el ambiente. Creo que ésa ha de ser nuestra función básica: desarrollar alternativas a las políticas existentes, para mantenerlas vivas y activas hasta que lo políticamente imposible se vuelve políticamente inevitable». Algunas personas almacenan latas y agua en caso de desastres o terremotos; los discípulos de Friedman almacenan un montón de ideas de libre mercado. Y una vez desatada la crisis, el profesor de la Universidad de Chicago estaba convencido de que era de la mayor importancia actuar con rapidez, para imponer los cambios rápida e irreversiblemente, antes de que la sociedad afectada volviera a instalarse en la «tiranía del statu quo».” Naomi Klein, La doctrina del shock. El auge del capitalismo del desastre (2007).

16-La intensa e imprescindible bibliografía de Rafael Pinedo (1954-2006) -una “trilogía sobre la destrucción de la cultura” cruda, violenta y poética- está compuesta por las novelas de ciencia ficción post-apocalípticas Plop (2002), Frío (2004) y Subte (2006).

17-Mark Fisher, Lo raro y lo espeluznante; Acercamiento a lo espeluznante. (Alpha Decay, 2018)