Family Romance: las pasiones falsificadas

// Por Juan Mattio

“Family Romance LLC” fue dirigida por Werner Herzog y tuvo su estreno en 2019. Se trata de una historia no documental pero basada en circunstancias verídicas. Y la historia que se cuenta es la de una empresa que alquila actores para hacerse pasar por familiares, amigos, parejas. Todo transcurre en Japón, donde la materia artificial e hipermoderna se mezcla con las figuras tradicionales y milenarias.

Las historias que circulan van desde una hija que contrata a un padre el día de su casamiento porque el original es un borracho que podría avergonzarla, hasta una mujer que hace años ganó la lotería y ahora quiere volver a sentir la sensación de sorpresa al momento de conocer la noticia. Los afectos y las emociones son falsificadas por Family Romance como si estuviéramos en una novela de Philip K. Dick.

Herzog elije centrarse en Yuichi Ishii, actor y dueño de Family Romance, y Mahiro Tanimoto, una adolescente que no conoce a su padre porque se fue cuando ella tenía dieciséis meses. La madre de Mahiro contrata los servicios de Yuichi para que se haga pasar por su padre y entonces comienza el relato.

El vínculo entre Mahiro y Yuichi crece encuentro a encuentro y, llegados a un punto, podemos estar seguros de que la copia del padre es mucho mejor que el original. El problema es que lo que empezó como un simulacro simple ahora necesita simulaciones cada vez más complejas para poder sostenerse. Más encuentros, más detalles, más intimidad. Yuichi entra en crisis y llega a evaluar la posibilidad de fingir su propia muerte para que Mahiro no vuelva a sentir el abandono. La madre, por su parte, le ofrece irse a vivir con ellas y formar “una verdadera familia”.

En el punto crítico de la película Yuichi visita un hotel atendido por robots. “Buenas tardes, ¿cómo está usted hoy?” La pregunta se repite una y otra vez, hasta que el loop del lenguaje se torna siniestro. La amabilidad se demuestra gesto social artificial, hueco, sin afecto. Yuichi se entrevista con el dueño del lugar y le pregunta cómo se le ocurrió la idea. El hombre responde que querían ofrecer a los visitantes, además de hospedaje, un espectáculo.

Es en el hotel donde entendemos que Herzog está proponiendo que todo vínculo y toda emoción es, también, una forma de simulacro. Una simulación espectacular, podríamos decir. En la sociedad hipertecnológica de Japón hay robots de compañía, casamientos con hologramas, muñecas sexuales hiperreales. Pero ese paroxismo, parece pensar la película, no es un desvío cultural sino la profundización de una lógica de época. Yuichi, que sufre el síndrome del impostor y teme todo el tiempo ser descubierto, dice en un momento: “A veces me pregunto si mi propia familia fue contratada por alguien”.

La confusión de los límites entre lo real y lo artificial, lo verdadero y lo falso, lo visible y lo oculto, se expande sobre nuestra percepción como una mancha de aceite. ¿Dónde empiezan los afectos y dónde terminan sus copias? ¿Qué podemos hacer si descubrimos que una pasión falsificada es incluso mejor que su original?