Delirios fascistas, catástrofe capitalista y revueltas populares. Materiales para un aceleracionismo gótico (I)

Por Emiliano Exposto ///

Ante la creciente oleada de fascismo delirante que aparece como manifestación del miedo de las clases dominantes, Emiliano Exposto plante la necesidad de acelerar los imaginarios, deseos y fantasías abiertos por las revueltas populares, feministas o antineoliberales ya que son estas luchas las que contestan las tecnológicas subjetivas del capital, interfiriendo los automatismos capitalistas.

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1.

Hay que tomarse en serio a los delirios fascistas. Manifiestan el miedo de las clases dominantes. Son una alucinación de los propietarios. No constituyen una falsa conciencia distorsionada, sino la posición clasista de una sensibilidad paranoica, en crisis y agresiva. La base del delirio es una sensación de amenaza que sienten las clases dominantes ante las nuevas luchas. Se trata de una economía libidinal que se extiende tanto por arriba como por abajo. Un afecto en defensa de la propiedad ante los “comunistas”, los desposeídos y los sectores populares. Un miedo desesperado a ceder en los poderes fácticos. Unas pasiones violentas generadas por la humillación, la precariedad, la inseguridad y la incertidumbre.

La potencia ambigua del delirio nos señala un desafío. Hubo un tiempo en que las izquierdas hegemonizamos las fantasías alternativas proponiendo imágenes de futuros que parecían delirantes, mientras los conservadores defendían el statu quo o el retorno al pasado. Hay un componente delirante en la política radical. Una nueva forma de soñar. La eclosión de una sensibilidad en ruptura con las determinaciones y las leyes históricas. ¿Acaso no existe un vector fantástico en la revolución bolchevique? ¿Y en el guevarismo? Como reverso de las hipótesis estratégicas y discusiones ideológicas, las revoluciones del pasado portaban una potencia sensible cifrada en sus discursos, acciones y fantasías disruptivas.

El neoliberalismo está moribundo desde la bancarrota de 2008. Pero su agonía se profundiza en estos años de pandemias, ultraderechas y luchas populares. El delirio fascista muestra la imposibilidad de los neoliberales para gobernar la crisis de un modo puramente formal y legal. Es una estrategia represiva para salvaguardar el orden. Este miedo privatizador y supremacista se nutre de las violencias sexistas, clasistas, cuerdistas y racistas. Si bien todos podemos ser tomados por estos fascismos, son más intensos en los sectores privilegiados. La contraofensiva del capital contra el mundo del trabajo fue una reacción de los opresores ante las luchas emancipatorias y populares. Por eso el cadáver putrefacto del neoliberalismo deviene ahora mismo contrainsurgente. Un fascismo generalizado. Solo los movimientos tenemos capacidad de veto para impugnar este autoritarismo del capital.

La delirante respuesta de los fascismos es un afecto autoritario, un llamado al orden del mercado. Su agresividad se mide en relación con la percepción de amenaza a la cual está respondiendo el poder. Para las izquierdas clásicas, estos delirios son objetos de burla y cinismo lúcido. Pero su importancia política radica en el hecho de que nos pueden dar una lectura a contrapelo de la fuerza de insubordinación igualitaria de las luchas populares a las cuales responden. Evidencian que no es posible disciplinar a las clases trabajadoras y populares sin traspasar un umbral de violencia económica (laboral, financiera o domestica), violencia militar (con represión policial, estatal y parapolicial), violencia ecológica (sobre territorios, recursos “naturales” y comunidades) y violencia subjetiva (sexual, racista o clasista).

El fascismo constituye un signo de la descomposición capitalista. Los fascismos emergen cuando el capital no puede normalizar las crisis. Buscan subordinar las formas de ser disidentes, al subyugar la reproducción social de las vidas bajo la reproducción del capital. Expresan una respuesta desesperada del poder contra las crisis. Ofrecen certidumbre y seguridad en el marco de un mundo fracturado y decadente. Tienen temor a las revueltas.

El delirio fascista es reactivo, emerge para reforzar la obediencia. Se explicita en manifestaciones antiderechos, en cruzadas religiosas y sexistas. Recorre discursos y actos tan antidemocráticos como grotescos y conspiranoicos. Muestra lo insoportable de los imperativos de cálculo, austeridad y competencia del capitalismo. La violencia fascista es la violencia del capital en defensa de la normalidad. Una contraofensiva del poder contra los imaginarios y deseos divergentes. En donde las crisis se utilizan como motivo para bajar salarios, despedir gente, ajustar sueños y disciplinar los hábitos sociales. Las revueltas y movimientos pueden socializar las dolencias y conflictos que arman potencia en las crisis.

Los fascismos representados por Trump o Bolsonaro capturan malestares respondiendo a problemas derivados de la catástrofe. Organizan golpes de estado como en Bolivia o emplean un discurso de odio como en Argentina. Captan afectos provenientes de la pobreza estructural, la frustración y las desilusiones populares desatadas por las vacilaciones decepcionantes de los gobiernos progresistas. Todo esto se complementa con unos microfascismos que nos hacen amar la represión para los otros y uno mismo. La micropolítica del capital se sostiene en la guerra social de los fascismos contra nuestra clase. Los fascismos son la forma subjetiva que representa la catástrofe del realismo capitalista.

2.

De acuerdo con Eric Hobsbawm, el corto siglo XX fue un periodo de guerras, crisis y revoluciones. Comenzó en 1917 con la revolución Rusa y terminó en 1989 con la caída del muro de Berlín. Entre crisis, fascismos y revueltas, el siglo XXI inició con la catástrofe del 2020.

Durante 2019, millones de personas protagonizaron una intensa lucha de calles en todo el mundo. Llevaron adelante protestas y revueltas en Chile, Ecuador, Hong Kong, Colombia, Francia, Egipto, Indonesia, Rusia, Ucrania, Cataluña o Bolivia. Estas movilizaciones anunciaron la agonía decadente del neoliberalismo que durante décadas arruinó el planeta, los cuerpos y el psiquismo social. Pero de esas rebeliones populares no nació una alternativa global de reconstrucción social sobre nuevas bases libertarias e igualitarias.

Luego llegó el colapso. Y en el año de la pandemia, diferentes protestas estallaron, tales como el Black Lives Matter en Estados Unidos, en manifestaciones masivas contra el racismo. Sin embargo, el fin del mundo desembocó en un desastre, mezcla de trauma y acontecimiento. Llamamos catástrofe a la alteración radical en el orden de las regularidades históricas. Corte en la causalidad. Por esta razón, las marcas simbólicas e imaginarias previas se ven rebalsadas a nivel cuantitativo y cualitativo para procesar la implosión.

En fenómenos históricos como el Argentinazo del 2001, la Comuna de París o la Revolución Rusa, siempre hay un corte irreductible a los determinismos sociales. La propia catástrofe se encuentra en exceso con respecto de la serie de las leyes y sus efectos. Se trata de una ruptura perceptiva que redistribuye el campo sensible de lo posible y lo imposible.

La catástrofe no es un evento por venir. Es el proceso del desastre ecológico y social. La depredación capitalista se lleva puesta la vida psíquica popular al explotar nuestro inconsciente. Las crisis del capitalismo y las revueltas provocan nuevas formas de mutación subjetiva. El fin del mundo ya llegó hace rato. El capitalismo es un apocalipsis cotidiano.

Las rebeliones, como el 2001 en Argentina o las insurgencias feministas, no son una simple consecuencia de la catástrofe. Las crisis derivan de la incapacidad del neoliberalismo y de los progresismos para asimilar los efectos subjetivos de esos levantamientos. Antes que la memoria de un ciclo de luchas o la proyección de un futuro caótico, la insurrección del 2001 sigue latiendo en nuestro presente. Porque 2001 es la crisis y sus potencias ambiguas.

3.

Existe una paradoja que define la crítica de la máquina maravillosa y destructiva del capital. La oscilación entre la fascinación capitalista y la alucinación postcapitalista de signo aceleracionista, y el horror anticapitalista de tipo romántico. En la tradición comunista estos polos se explicitan tanto en el entusiasmo de Lenin con Taylor (“el socialismo como electrificación más soviets”), como en el horror gótico de Marx ante la expoliación fabril.

Ante la catástrofe del realismo capitalista, la cultura argentina de izquierdas oscila entre: 1) resistencias con sesgos románticos (política de los restos); 2) aceleracionismos que reivindican los aspectos liberadores de la modernidad a nivel de las tecnologías y los deseos, buscando refuncionalizar las potencias ambiguas que la catástrofe nos plantea (política de los excesos).

Existe una paradoja en toda crítica radical del capitalismo: la fascinación aceleracionista y el horror gótico o romántico. Facundo Nahuel Martín tematizó esta encrucijada desde sus redes sociales:

«A lo mejor habría que pensar los dilemas de la izquierda en el camino que va del romanticismo al aceleracionismo, y de vuelta. La izquierda es aceleracionista cuando se propone ir más lejos con los procesos disolventes, transformadores de mundo, emocionantes y temibles que el capital abre pero, esperamos, no puede controlar. Aceleracionista es Marx en El 18 Brumario cuando dice que la revolución proletaria “extraerá su poesía del futuro”, dejando que los muertos entierren a sus muertos y desligándose de los lastres del pasado. Aceleracionistas son Deleuze y Guattari cuando dicen que el problema del capitalismo no es que desterritorializa los flujos, sino que no los desterritorializa lo bastante y deberíamos ir más lejos en el proceso de desterritorialización. Aceleracionista es Postone cuando dice que el postcapitalismo no se basará en el pasado precapitalista sino en las posibilidades históricas y técnicas puestas por el capital, pero cuya realización lo trascendería. Por contraposición, una izquierda romántica busca sus fermentos en el pasado o, más ampliamente, en la idea de que hay algo exterior al capital, previo al capital, no subsumido del todo por el capital, en lo que podemos hacer pie para resistir. Hay que sacarle al romanticismo la carga negativa que asume cuando se reemplaza descuidadamente “idealizar” por “romantizar”. Como protesta contra la modernidad, el romanticismo puede ser reaccionario y estúpidamente nostálgico, pero también puede ser revolucionario, como nos enseñó Michael Löwy. Romántico en este sentido es Marx en su famoso borrador de respuesta a Vera Zazulich. Romántico es Mariátegui cuando busca los “elementos de socialismo práctico” en la comunidad andina. Romántica es Federici cuando rescata formas de libertad en las comunas medievales. Romántico es Benjamin cuando nos manda a tirar del freno de mano de la historia antes que seguir con el progreso. Estas dos actitudes o posiciones discursivas no sintetizan ni admiten un bobo justo medio. Sin embargo, pienso que también hay una trampa ahí, en ese debate dicotómico entre una izquierda del futuro y una del pasado. Después de todo, asumir que el tiempo de la política es lineal-progresivo y nuestra única discusión es si vamos para adelante o paramos un cacho, es aceptar el tiempo del capital que, precisamente, queremos romper. Ni el aceleracionismo es la zoncera del progreso ni el romanticismo tiene que quedarse en la resistencia y la nostalgia. A lo mejor, se trata de pensar la dialéctica de lo viejo y lo nuevo, de lo arcaico y lo futurista, en un contexto que no admite linealidades fáciles».

4.

El aceleracionismo es una corriente intelectual para la cual hay tecnologías que el capitalismo hace surgir y de las que se alimenta, pero no puede contener del todo. Los aceleracionistas plantean reapropiarse y refuncionalizar las tecnologías capitalistas. Promueven radicalizar ciertos procesos capitalistas para empujar al sistema más allá de sus límites. Afirman que no es posible superar al capitalismo sin disputar sus potencias ambivalentes, sus resultados liberadores y emancipatorios. Buscan construir una modernidad de izquierdas alternativa. Al replantear la necesidad de un nuevo universalismo crítico atento a las diferencias y a los peligros totalitarios, revalorizan los aspectos abstractos de la política como la representación o el poder. Se focalizan en los futuros, sin por esto posponer la construcción de una hegemonía material en los espacios sociales y los artefactos. Restituyen la ofensiva postcapitalista, superando las posturas antitecnológicas, localistas y defensivas.

El gótico es una vertiente intelectual capaz de fascinarse con el potencial político de lo sensible, las fantasías y flujos psíquicos que la racionalidad capitalista descarta como desperdicio de la vida social. Experimenta con los materiales fantásticos desatados y bloqueados por la máquina embrujada del capital. Promueve una rebelión psíquica contra el utilitarismo del trabajo y la identidad del yo. Ensaya una oposición al capitalismo, aprovechando sus desperdicios extraños, fantasmales e irracionales. China Miélville, Walter Benjamín, León Rozitchner o Wilhem Reich pueden ser leídos como marxistas góticos. Marxistas inquietos por las fuerzas de lo inconsciente. Materialistas atraídos por los imaginarios delirantes y monstruosos desechados por la modernidad. El gótico plantea una ofensiva psíquica contra el capital como base de una nueva eficacia política. Llama a reconstruir la racionalidad estratégica restituyendo la potencia de las fantasías y lo sensible.

Más allá del pesimismo izquierdista y la desmoralización progresista, precisamos investigar las fuerzas reales de una subjetividad antagonista. Estas anidan en las experiencias alternativas, las rebeliones y los movimientos populares como los feminismos. Debemos reapropiarnos de nuestros poderes psíquicos, desprogramando las pesadillas del capital. Necesitamos combinar procesos destituyentes, constituyentes e instituyentes. La cancelación del futuro y el presente delirante vuelven inexcusable un aceleracionismo gótico.

Proponemos un “giro copernicano” en las políticas aceleracionistas y góticas a nivel de lo subjetivo. Para nosotros se trata de acelerar los imaginarios, deseos y fantasías abiertos por las revueltas populares, feministas o antineoliberales. Son estas luchas las que contestan las tecnológicas subjetivas del capital, interfiriendo los automatismos capitalistas. Al suspender los mandatos patriarcales o productivistas, amplifican el campo de autonomía y decisión. La tarea es profundizar los futuros ambivalentes de nuestras rebeldías y revueltas. Son las luchas, y no el capital, las que producen los campos sensibles y cognitivos para radicalizar.

5.

Los límites psíquicos del realismo capitalista están colapsando. Ya vivimos una catástrofe. La imaginación apocalíptica ha sabido pensar el fin del mundo como final de la vida capitalista. Pero hoy parecería más probable fantasear con un capitalismo intergaláctico, el cual expanda el universo de la mercancía después del fin del planeta tierra, que luchar por la abolición y superación emancipatoria de la máquina de terror del capital. Si bien las revueltas populares destituyen el inconsciente neoliberal al discutir los futuros, la reemergencia del fascismo aún no es contestada por una reimaginación de las revoluciones.

La etapa superior del realismo capitalista coincide con su propia catástrofe. Ahora mismo tiende a difundirse el imaginario según el cual el neoliberalismo es un caos apocalíptico. Al parecer, no existe una alternativa política a la extinción. El capitalismo para conjurar sus crisis deviene abiertamente represivo. Fascista. El capital es el fin del mundo, en la medida en que la demencia infernal de la normalidad capitalista conduce al fin del planeta tierra.

El consumismo, la nostalgia cultural o el realismo capitalista son modos de vida victoriosos en la lucha de clases. Refuerzan los efectos de la derrota militar de las fuerzas emancipatorias. Atravesamos una época signada por la gradual erosión en la capacidad política para imaginar futuros postcapitalistas y el declive de la razón estratégica anticapitalista. No obstante, esta obsolencia del futuro es cuestionada por las luchas de los movimientos feministas y populares. Las revueltas abren campos de futuros en disputa.

La catástrofe involucra una nueva era más exasperante del realismo capitalista como efecto de la crisis postderrota de los horizontes emancipatorios. Hoy resulta más sencillo fabular con una invasión alienígena que organizarse en una intransigente fuerza política anticapitalista. Se intenta persuadirnos de que una transición postcapitalista es prácticamente imposible o peligrosa. Pero los movimientos feministas, disidentes y ecológicos abren futuros para volver a soñar un más allá de la sociedad de clases.

6.

2020 señala una ruptura abierta a nivel de lo inconsciente. Una nueva formación psíquica.

Las premisas que organizaban nuestras vivencias han implosionado por causa de la catástrofe. Esto genera crisis subjetivas. Es decir, síntomas políticos con efectos personales diferenciales y desiguales. Hablamos de la depresión, el insomnio, la ansiedad, la angustia o el burn out. El desastre produce una metamorfosis inconsciente. Modifica nuestros deseos, vínculos, temores y malestares. Los devenires del psiquismo han mutado. Hay un corte. Hemos atravesado un umbral: un punto de inflexión en la historia política del inconsciente.

Como manifestó Walter Benjamín: la catástrofe no es lo inminente en el futuro, sino lo que en cada caso está sucediendo. Esto profundiza la terrible secuencia advertida por Berardi entre Modernidad, Posmodernidad y Extinción. La velocidad de los automatismos del capital está provocando una metamorfosis. Se reduce drásticamente la capacidad de atención, empatía y deliberación. Esta reconversión subjetiva define nuestro inconsciente.

Los síntomas del colapso no se logran tramitar con los esquemas afectivos que lo anteceden. La moral progresista psicologiza y psicoanaliza las crisis subjetivas. El punitivismo fascista las biologiza y psiquiatriza. Los neoliberales las mercantilizan y medican. Las revueltas las politizan. Ante el fracaso progresista para controlar nuestras crisis, los fascismos procuran reprimirlas, destruir toda inadecuación, capturar los malestares de las crisis subjetivas, organizando el descontento al dirigir las potencias ambiguas del dolor contra los propios oprimidos. Tal es así, que el virus ha sido instrumentalizado para normalizar condiciones políticas de excepción permanente.

La catástrofe tendrá efectos de subjetivación más intensos que las crisis capitalistas del pasado. Es un corte en la temporalidad histórica, en los enunciados y afectos. Un deslinde entre los repertorios subjetivos, lo que nos pasa y las fuerzas colectivas para elaborarlo. Pero hay subjetividades que saben hacer en las crisis. Y convierten lo que hay, en potencia.

7.

Las rebeliones antineoliberales y los feminismos expresan menos una toma de conciencia que la eclosión de una nueva sensibilidad. Generan una mutación perceptiva y afectiva. Desarrollan nuevas relaciones con el cuerpo, las calles, la sexualidad, la cultura, el trabajo. Construyen prácticas de transformación. Están creando una rebelión psíquica colectiva.

Los límites del capitalismo también son subjetivos: los ponen quienes rechazan al capital. Las revueltas tienen una eficacia des-subjetivante. Subvierten fantasías. Crean nuevas imágenes de vida. Precisamos acelerar las autonomías conquistadas en las rebeliones. Los trabajadores populares, los programadores y las militancias, los obreros y docentes, los artistas, comunicadores y activismos nos encontramos en el centro de una lucha cultural en torno de los imaginarios, emociones y sensibilidades que se dirime en todos los territorios.

El realismo capitalista se encuentra sostenido en diversos automatismos tecnológicos, mediáticos, psíquicos y económicos. Detrás de esos automatismos, palpitan las estrategias antagónicas de las clases sociales en lucha. Están fundados en violencias y conflictos. La incoherencia sentida con el realismo capitalista es la base de una contraviolencia popular. Se podrían comprenden las luchas argentinas, desde las Madres y Abuelas de Plaza de Mayo hasta los feminismos y el precariado, pasando por el movimiento piquetero, por su capacidad para desactivar los automatismos capitalistas constituyendo nuevas autonomías. Las luchas populares gestan las condiciones sensibles y cognitivas de una rebelión psíquica.

8.

Tal vez sea posible diseñar un programa estratégico de aceleracionismo gótico de izquierdas a nivel de la subjetividad, el cual combine las agendas ecosocialistas, populares y feministas.

Un aceleracionismo gótico consiste en radicalizar las posibilidades subjetivas anticapitalistas que se generan desde el punto de vista de las luchas. Las revueltas constituyen nuevas fantasías de cambio. Discuten el modo de vida neoliberal. Desactivan diversas violencias, creando experiencias de cuidado, deliberación y desacato. No hay aumento de la potencia de actuar sin ampliar la capacidad de fragilizarse y ser afectado. Los trabajos del deseo, de la imaginación y de los lenguajes están en juego. Son una arena de luchas. Es urgente refuncionalizar las tecnologías de subjetivación en virtud de reapropiarnos de nuestros saberes, poderes y riquezas existenciales. Debemos concretar una contrasubjetivación.

Proponemos recomponer la razón estratégica en el plano de las percepciones, sensibilidades, imaginarios y fantasías. Una alternativa de poder y de rebelión psíquica. Los movimientos feministas, las luchas por el cambio climático y las izquierdas radicales configuran un hilo conductor para elaborar prácticas que descolonicen el inconsciente. Brindan las condiciones afectivas para extender la desobediencia de las vidas proletarias.

El capital busca tener la iniciativa al proveer sus distopías de mercado. Si queremos restituir la capacidad de soñar futuros después del Futuro, necesitamos una ofensiva por el deseo y las fantasías. Disputar las mutaciones sensibles de la catástrofe. Para combatir a los fascismos y progresismos, el desafío es reconstruir las estrategias de poder. Requerimos operaciones de subjetivación antagonista. La lucha popular por otra sociedad involucra instituir herramientas políticas que puedan refrescar las formas organizativas. Combinar niveles de acción directa y representación, de conducción y horizontalidad, de centralización y democracia de base, de liderazgo e inserción territorial. Tenemos la tarea de reagrupar a los sectores subalternos y activismos. Construir una alternativa política. Debemos reimaginar las revoluciones, desarrollando nuevos horizontes emancipatorios.