Tenet: Amargor pleno con el programa

/// Por Pedro Perucca

Pedro Perucca vio Tenet y se indignó (o viceversa, considerando que aquí la lógica temporal no importa demasiado). Luego (o antes) compartió con Synco una crítica lapidaria sobre el último blockbuster de Christopher Nolan, película tan sobrevalorada como vacua, una millonaria máquina Rube Goldberg que ofrece como revolución cinematográfica lo que no es más que una elemental película de espionaje aderezada con torpes viajes en el tiempo y sarasa new age disfrazada de revelaciones cuánticas.

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Empezando por el final, como corresponde a este film revolucionario, diremos que en el Reino del Revés de María Elena Walsh Tenet es considerada como una película brillante, con actuaciones destacadas, escenas de acción trepidantes y un guion inteligente y sin baches, en la que su director hace gala de un pulso narrativo sin fisuras y utiliza sabiamente todos los recursos del séptimo arte para ofrecernos una experiencia cinematográfica inolvidable. O por lo menos esa es la sensación que nos quedó al levantarnos del sillón, después dormirnos por lo menos en dos oportunidades hasta llegar trabajosamente al inicio del reciente blockbuster de Christopher Nolan, mientras regurgitábamos masas que se fueron transformando en pochoclos que luego llevamos a la sartén para retrotraerlos hasta el grano de maíz original.

Ahora bien, en el mundo habitado por la mayoría de los mortales que nos movemos linealmente hacia adelante en el tiempo, Tenet es, como dijo buena parte de la crítica, “la película más Nolan de Nolan”, lo que si bien para algunos podría implicar un elogio, para una buena parte de la humanidad equivale a hablar del bodrio más grande que ha generado el megalómano director británico (lo que ya es mucho decir, teniendo en cuenta que existen la tercera Batman e Interestelar). La idea base de Tenet se le ocurrió a este auténtico Benjamin Button del cine (en sus inicios hizo una buena película como Memento y luego no paró de retroceder) hace casi 20 años y estuvo ocupándose de pulirlo durante por lo menos los últimos seis. Hablemos de trabajos inútiles.

Allí va Ramón y no maravilla

Sintetizando, se podría decir que la película constituye el intento del director de hacer una película de espías al estilo Bond, sólo que condimentando la trama con viajes en el tiempo. Spoileando todo lo que podamos (total la película no respeta una sola de sus propias premisas y es capaz de permitirse los giros más incoherentes), digamos que el eje de la “trama” es el de una pareja de agentes que tratan de impedir que un villano destruya al mundo con una bomba de poder inimaginable venida del futuro. En el medio también hay una chica, interés romántico del malvado y del héroe, para sumar clichés.

En cualquier caso, el hiperpromocionado recurso con el que Nolan venía anunciando hace meses que iba a revolucionar la historia del cine es ni más ni menos que el de mezclar escenas en las que convive gente moviéndose en sentido normal con otra que lo hace en reversa, marcha atrás. La maravilla tecnológica del rebobinado. No hace falta remontarse setenta años al Orfeo de Cocteau para ver un uso infinitamente más inteligente y justificado de la filmación invertida ya que en comparación con Tenet sale bien parado no sólo El show de Benny Hill sino hasta esa abominable Click en la que Adam Sandler se encuentra con un control remoto que le permite controlar el tiempo y lo usa para avanzar, retroceder o dejar en pausa el mundo que lo rodea.

Obeso, lo sé: sólo sebo

Este basic de película de espías podría no haber estado mal, pero el ego de Nolan no puede permitirse la sencillez. Así que la trama de espionaje se va a aderezar con una ridícula premisa de inversiones temporales hasta lograr la narración más confusa posible, en lo que podríamos definir como una millonaria máquina Rube Goldberg (aquellas que sirven para “llevar a cabo algo, de una manera redundante extremadamente compleja, que real o aparentemente podría ser hecho de una manera simple”). Pero, a diferencia de las Rube Goldberg que conocemos, el movimiento desencadenado por Nolan dista mucho de ser constante y sorprendente. En largos tramos de la película la bola narrativa agoniza estancada en el pantano de unos diálogos imposibles y las fichas de dominó caen por los agujeros del guion sin impactar a sus vecinas. Al revés que en el Reino del revés donde, como todos sabemos, un año dura un mes, aquí el tiempo se estira en el otro sentido y la película de dos horas y media parece extenderse durante completas eras geológicas.

¿Pero qué es TENET? El título original iba a ser Merry go round, pero luego se optó por el palíndromo central del cuadrado Sator (una estructura romana con forma de “cuadrado mágico” compuesta por las cinco palabras latinas SATOR, AREPO, TENET, OPERA y ROTAS que, leídas de izquierda a derecha o de arriba abajo, conforman un multipalíndromo). Nolan no quiere que esta referencia “culta” se pierda, por lo que va a utilizar cada una de las palabras: para la organización que da nombre a la película, para su villano (Andrei Sator) y para un falsificador de obras de arte (Arepo). Luego habrá una escena clave en la ópera y pondrá muchas, muchas cosas que rotan en todos los sentidos. Pero además el brillante director en algún momento notó que Tenet también contiene la palabra Ten (diez), que puede leerse desde su inicio y su final. Las maravillosas complejidades que se perdieron los romanos por no saber inglés.

Yo de lo mínimo le doy

El nombre de Nolan hoy basta para que cualquiera de sus productos sea redituable. En su primer fin de semana internacional Tenet recaudó 53 millones de dólares (casi lo mismo que Dunkerke, lo que no deja de ser un logro en el contexto pandémico). El egomaníaco cineasta sin dudas ha conquistado un lugar en el star sistem y sabe vender sus obviedades como propuestas revolucionarias. Robaba oro a babor.

En Tenet el mayor nivel de complejidad teórica es el de la paradoja del abuelo, que se menciona más de una vez (porque Nolan cree que su público es invariablemente idiota y necesita que le reiteren los conceptos). La paradoja atribuida a René Barjavel está por cumplir 80 años y a estas alturas ha sido utilizada hasta el cansancio en el cine y la literatura (un viajero temporal que mata a su abuelo, lo que impediría que nazca, por lo que no podría viajar en el tiempo para matar a su abuelo), pero en la película se enuncia en voz baja y con la solemnidad con la que se entregaría la clave de los misterios del universo.

Sólo diseca la fe de falaces ídolos

¿Pero entonces por qué triunfa Nolan? Tal vez porque ofrece una experiencia similar a la de las teorías conspiranoicas, que hacen sentir a sus adherentes la convicción de haber descubierto los secretos mejor guardados del mundo o de participar del develamiento de los oscuros propósitos de la “ciencia oficial” con apenas un youtubeo, sin rebajarse al estudio riguroso de la materia y casi sin esfuerzo. La ruta natural. Como el terraplanista que se siente superior a la mayoría de los crédulos terraglobistas o el antivacunista convencido de que el coronavirus es parte de una estrategia de dominación mundial (posiblemente reptiliana), el espectador de Nolan puede salir del cine sintiéndose más inteligente, con la certeza de haber comenzado a participar de los misterios de la física cuántica y de haber atravesado una experiencia artística compleja, cuya plena comprensión se reserva a los elegidos.

Sólo este particular estado de ánimo permite transitar la experiencia de Tenet sin hacerse las preguntas más obvias frente a lo que muchas veces da una fuerte sensación de comedia involuntaria. ¿Por qué en la película a nadie parece llamarle la atención que algunas personas y vehículos se muevan hacia atrás? Está bien que en algún momento los bomberos y paramédicos están luchando con el siniestro de un avión que acaba de chocar un edificio y está a punto de explotar, pero tal vez podrían sorprenderse de esa ambulancia que llegó marcha atrás y de esas dos personas que se bajan moviéndose en reversa.

Al reparto, otra perla

Como suele pasar con las películas de Nolan, ante la inmensa vacuidad de la propuesta un sector de la crítica en vez de ponerse gritar que el rey está desnudo (o rey o joyero) se decide por interpretar el rol de Troy McClure en “No puedo creer que lo hayan inventado”, cuando presenta el aflojador de cítricos del doctor Nick Riviera y ante la lamentable producción de jugo de la máquina se pregunta entusiasmado: “¿Todo eso le sale a una sola bolsa de naranjas?” ¿Toda esa acción en una película de apenas 200 millones de dólares grabada en siete países en la que incluso se usa un avión real para la escena catástrofe? Claro que sí. Y si la va a ver ahora, podrá disfrutar de un combo de actuaciones que también son laxantes.

La principal es la de John David Washington, el hijo de Denzel, que tiene un carisma negativo, a tono con la película. Pero claro, más allá de sus limitaciones, es difícil empatizar con un personaje sin nombre, conocido apenas como Protagonista. El esfuerzo de Robert Pattinson (de cera, pareced) como sidekick tampoco suma demasiado. Y luego está Keneth Branagh sobreinterpretando al villano que quiere cargarse al mundo sólo porque se está por morir. Otra motivación tan compleja como esta sería que es ruso, lo que le permite a Branagh sobreactuar con acento, en una sobreinterpretación soberbia que en el Reino del Revés ameritaría un racsO. La actriz, Elizabeth Debicki, sólo piensa en que no quiere que le pase nada a su hijo (recordemos que literalmente toda la humanidad está por ser exterminada por el psicópata de su pareja) y parece trastabillar con las idas y vueltas temporales del guion, por lo que sin dudas decidió a actuar toda la película en reversa. Igual no importa, ya que jamás un personaje femenino tuvo la más mínima profundidad en una película de Nolan.

¡Y él alababa la ley!

Pese a contar con la promocionada asesoría en física teórica de Kip Thorne, el astrofísico Premio Nobel que ya colaboró con Interestelar, la película no puede más de incoherencias (además de que se la pasa trampeando y torciendo sus propias reglas a conveniencia de guion). Este énfasis en el cientificismo no hace más que destacar las torpezas y contradicciones del universo Tenet, que en una apuesta menos preocupada por encubrirse de “ciencia dura” hubieran podido dejarse pasar como licencias artísticas. Nos ideó Edison.

Vamos a los ejemplos. La clave del film es una cámara temporal enviada por los malos del futuro que habilita el pasaje a una versión de nuestro mundo pero de una temporalidad invertida desde el momento en el que se ingresa. Así, para retroceder una semana en el tiempo, hay que pasar ese lapso en el mundo que rebobina. Todos los fenómenos físicos allí están invertidos (incluso hay un perro pequinés que se cae para arriba y una vez no pudo bajar después). Tanto así que quien cruza no puede siquiera respirar, ya que por su entropía invertida el aire no podría abastecer de oxígeno a un organismo al derecho. Así que hay que llevarse aire y andar con mascarilla (también habría que llevar el agua y la comida, ¿no?). Imaginamos que la miniaturización que permite a los personajes andar horas por ahí con sus mascarillas sin cargar inmensos tubos de oxígeno también será un avance tecnológico del futuro. En cualquier caso, la interacción del aire sobre el resto del cuerpo resulta inocua. Y la luz y el sonido no parecen haber sufrido cambio alguno (se supone que las ondas deberían ir en sentido contrario también, por lo que una onda de sonido debería comenzar en el tímpano para luego ir retirándose hacia el objeto sonoro). Así mal oirá Sor Rosario la misa. Pero, convenientemente, se ignora todo esto con el fin de permitir que los nativos de ambas dimensiones puedan comunicarse.

En la crucial escena de la persecución en la autopista, un vehículo vuelca y se incendia. Anás usó tu auto, Susana. Sin embargo, sorpresa, el “incendio” aquí termina en hielo (porque es lo opuesto del fuego, ¿viste?) y el héroe casi muere de hipotermia en vez de rostizado. Pero las explosiones de pólvora de las balas no enfrían la pistola y se supone que los autos invertidos funcionan con motores a explosión, que revertirían la combustión en el cilindro al estado de gasolina líquida, pero no a cubitos que serían una complicación para los pistones. Pero bueno, a Nolan le pareció que quedaba cool poner hielo en la escena y lo pone aunque más adelante haya fuegos normales y el incendio helado de la autopista se cargue todas las premisas científicas previas. Total, los espectadores ya deben estar tan mareados que no se van a fijar en esas pavadas. Pongamos un par de tiroteos más para distraer y listo. Pero cuidado, porque las balas invertidas hacen más daño que las normales, no se sabe bien debido a qué lógica. Alguien debería leer la clásica conferencia de Philip K. Dick: “Cómo construir un universo que no se derrumbe dos días después”. Pero ni dos días te pido, Christopher, apenas dos horas.

¡Ojo! corre poco perro cojo

Hablando de balas, ya sabemos que las balas invertidas vuelven a las pistolas. Pero ¿es la imaginación el poder que alinea el caño de la pistola con el curso de la bala en retroceso? Así como en Interestelar toda la charca física previa se resuelve con el recurso new age del poder universal supremo del amor, aquí parece que la clave la tiene la imaginación. En una escena del inicio, la oportuna científica (que sólo aparece para explicar cómo funcionan los objetos invertidos del futuro, en un momento ridículo que da cuenta de la pereza del guion) plantea que para hacer que un objeto suba desde la mesa hacia su mano, el Protagonista debe imaginar que lo está soltando y no atrapando (o viceversa). Y el cosito, zip, sube. Con las balas es lo mismo, le dice la científica, entonces debe imaginarse que está “atrapando” la bala y no disparándola. Casi sin esfuerzo nuestro héroe logra imaginarse esa acción sin antecedentes y el plomo del tiroteado pedazo de pared del futuro, zip, se precipita hacia su cargador (el casquillo que completa la bala no se sabe de dónde viene, pero tal vez también sea una reconstrucción imaginaria). Aunque la pistola no provenga del futuro, logra interactuar sin problemas con el proyectil de entropía invertida. Pero si hubiera dos tiradores (o atrapadores) en el polígono ¿el plomo cómo hace?, ¿elige la pistola del que imagine más fuerte? Esa parte la científica no la explica.

Como en Interestelar, aquí “no se trata de entender sino de sentir”. Ese mantra new age sí lo dice la científica y luego un par de personajes más, por si justo te habías dormido en la recomendación anterior. Pero claro, porque si trataras de entender te darías cuenta de que nada tiene sentido y de que todo es una pavada falsamente complicada, con un tráfico místico nivel sanadores filipinos encubierto por un discurso pseudocientifico en el que abundan referencias a la física cuántica. No olvidemos que lo “cuántico” se multiplica en toda cháchara mágica que busque disfrazarse de teoría respetable: terapia cuántica bioenergética, biodecodificación cuántica, sanación cuántica, tarot cuántico y hasta angelología cuántica. También “holística” a veces puede servir para la estafa, pero “cuántica” es mucho mejor y Nolan lo sabe.

Saca tú butacas

Otro factor que da cuenta de la pobreza de los recursos cinematográficos de Nolan es su necesidad de complementar sus filmes con una banda musical que remarque en exceso cada contexto emocional (desde El gran truco que su cómplice es Hans “El enfático” Zimmer). Pero en este caso su músico de cabecera estaba ocupado con Wonder Woman 84, por lo que hubo que recurrir a uno de sus discípulos: el compositor sueco Ludwig Göransson, reciente ganador del Oscar por Pantera Negra. Si con Zimmer el subrayado musical tenía la sutileza de un codazo en las costillas, con Göransson el efecto se potencia, transformándose en una patada voladora en el pecho para-que-no-te-distraigas (en las escenas invertidas podrás sentir cómo el pie del sueco se aleja de tu cuerpo, permitiendo que el aire ingrese violentamente a tus pulmones).

Incluso se rumorea que en las salas de cine del mundo donde se pudo estrenar Tenet, el exquisito team creativo de Nolan aprovechó el distanciamiento social para ubicar en las butacas intermedias a algunas decenas de empleados del estudio que, en sintonía con los picos de acción sutilmente puntuados por Göransson, aprovechaban para codear a los espectadores y señalarles la pantalla, anticipándoles que estaban por presenciar un momento clave. Lamentablemente, la pandemia hizo que en nuestro país nos perdiéramos esta otra revolucionaria innovación nolaniana. Amigo, no gima.

La moral, claro, mal

Finalmente, arranquemos por el trasfondo ideológico del film. Como todo Nolan, la propuesta de Tenet es profundamente reaccionaria, en sintonía con su histórica preocupación por el orden. En el famoso gráfico de Nolan (David), Nolan (Christopher) se ubicaría claramente a la derecha y de la mitad para abajo. “Si Christopher Nolan oye alguna voz, es la de Margaret Thatcher en 1987”, escribe el crítico Jonathon Sturgeon en el lapidario artículo “Porno tory”, donde también define al director británico como un “tecnócrata de la acción”.

En Tenet este sesgo ideológico se nota aún más que en la última Batman (donde el encapotado se alía con la policía contra un villano de discurso revolucionario que al final, oh, sorpresa, resulta ser un terrorista) o que en Dunkerque (que cierta crítica ha leído como una película pro Brexit). Ahora el enemigo es ni más ni menos que el futuro. Esto no se desarrolla demasiado, porque Nolan es un sobreexplicador intermitente, pero parece que desde un porvenir tecnológicamente muy avanzado, aunque al borde de un apocalipsis ambiental derivado del descuido ecológico de nuestra época, se decidieron a liquidar a la humanidad. No se sabe si como estrategia para salvar al resto de las especies, como apuesta a un reseteo que abra una nueva línea temporal o de bronca nomás. Así, los héroes de Tenet lucharán para defender el derecho de nuestro siglo a seguir cargándose el planeta (ya que no existe la menor línea de crítica al capitalismo ecocida) contra un malvado ecologismo extremista del futuro.

Esto por no hablar de la apología de una organización secreta supranacional, con el poder de intervenir en cualquier lugar del mundo (un lugar común de mucho cine moderno, reflejo de la decadente pero aún poderosa hegemonía cultural de los Estados Unidos), pero en este caso derivada de la iniciativa de un solo hombre y ya no de un Estado policía del mundo. Por supuesto, en Nolan nunca se piensa en movimientos sociales y no hay posibilidades de transformación colectiva ni sujetos políticos. No existen las clases sino únicamente los ciudadanos, como dijo famosamente Thatcher. Más claro, échele leche.

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(El título y todos los subtítulos, además de algunas oraciones en cursiva en el texto, son palíndromos de Juan Filloy)