Parentescos vampíricos. Monstruos y degeneradxs en tiempos de reconocimiento luminoso

Por José Ignacio Scasserra

Por «parentescos vampíricos» entiendo cualquier modo del estar-en-común que escape a las determinaciones familiaristas, monogámicas, reproductivas y heterosexistas con las que se han configurado históricamente nuestros vínculos.

Nada hay de peyorativo en la figura del vampiro. No se piensa aquí en un parásito, ni en un chupa sangre que vive a consta del resto. Por el contrario, se comprende una criatura heroica que construye comunidad con la única pasión que posee: alimentarse. No es para sorprenderse que la tradición haya hecho de su supervivencia un motivo de horror. Aquí, la dinámica de morder, extraer y donar sangre para convertir a la «víctima» será comprendida como un modo de subsistencia con el que los vampiros no sólo combaten su hambre, sino también su soledad.

Los vampiros fueron arrojados a la noche, a los confines de lo real. El mundo les dio la espalda y ellos aprovecharon para morder. En un acto de violencia y donación, salen en busca de un otro. No se reproducen, en el sentido de traer al mundo nuevos seres vivos, sino que corrompen a aquéllos que los expulsaron en primer lugar. Es más: su alimentación suele retratarse de forma sexualizada. Al morder / coger, los vampiros construyen comunidad, para sobrevivir a su condena. Hasta aquí, las similitudes entre el vampirismo y las disidencias sexo-generizadas son llamativas.

La instancia no es novedosa; las minorías sexuales siempre hemos tenido mucho que ver con lo monstruoso. Somos lxs degeneradxs, la región social a dónde el centro luminoso arroja todos sus pánicos sexuales. Entre nosotrxs y los demonios rumanos que chupan sangre hay tan sólo unos pasos. Por caso, ¿No es Entrevista con el vampiro el retrato de una familia homoparental, en dónde la adopción ha priorizado por sobre la engendración? ¿No fue Buffy, la cazavampiros la serie más queer que ha producido Norteamérica (mucho más que cualquier obviedad arcoíris que se pueda sintonizar hoy en día en Netflix)? Más atrás en el archivo, Drácula, entre otras cosas, relata cómo el monstruo logra interrumpir las nupcias de Lucy, estropeando el sueño de la familia nuclear, monogámica, y modelo.

Aparentemente, los vampiros convidan un universo semántico donde la comunidad, la individualidad, la hegemonía con respecto a los vínculos, y sus abyecciones se ponen en juego. Permanecen en la penumbra, en los confines de lo visible y lo enunciable por una época. Su móvil es la conspiración, y su ventaja se da en el secreto. Sin embargo, la oscuridad que los rodea es también su problema. Todo vampiro se enfrenta al problema que las minorías sexuales vivimos a diario: el de subsistir en los márgenes de lo real.

Será necesario entonces saber un poco sobre vampiros para oxigenar nuestras reflexiones.

  1. Los monstruos y la luz.

Los regímenes de luz crearon a los monstruos.

Cuando la luz se abre, produce objetos de conocimiento y marcos epistemológicos. Marca lo que se ve y lo que no. No hay espacio sin iluminación; es necesario posibilitar la mirada para que los objetos se ordenen y la distancia entre las palabras y las cosas busque ser zanjada. De esta forma nace el conocimiento. La luz funciona como el martillo en la mano que hace que todo sea un clavo. Se producen especies, categorías, subgrupos, y excepciones.

El monstruo se caracteriza por no poseer clasificación. Es aquello que señala el punto ciego de su época; la malformación que no puede ser diseccionada por el lenguaje ni aprehendida por la luz. Pero no debemos ser inocentes. No por ello se encuentran fuera de la clasificación. Son su revés, su inconsciente, su falta. En tanto espacio oscuro, lo inclasificable, en este caso el «monstruo», posee una verdad sobre la clasificación en sí: la de saber lo que el saber no puede saber. De esta manera, marca el límite, la arbitrariedad, y la frontera de la clasificación misma. En otras palabras, muestra aquello que queda por fuera del proyecto totalizante del régimen de luz.

Podrá sonar abstracto, pero quizás no sea forzar mucho las cosas comprender que este funcionamiento estructural es predominante en nuestra cultura. Hasta que las ciudades no se iluminaron, la novela negra no pudo existir. Sabemos que, donde hay un foco prendido, hay también sombras a su alrededor. Si todo centro implica una periferia, lo visible y lo enunciable por una época supone su revés, y ese revés asimismo habla de aquello no dicho por el centro.

Por ello, la sombra es paradójica. Por un lado, es precariedad, miseria, hambre, y violencia. No ser visto, no ser reconocido, no ser aquello para lo cual la sociedad existe encierra sus dificultades. Trabajadorxs, minorías sexuales, mujeres y cuerpos racializados lo sabemos. Pero también encierra potencias: la ventaja conspirativa, la no-codificación, el secreto, el acto de acechar.

Así es también con los vampiros. Mantenerse en secreto les garantiza su supervivencia. La noche es su reino: ¿para qué querrían ir a la luz? Allí pueden alimentarse, coger, sobrevivir, e infectar a otros. Pueden hurtar personas del régimen de luz para llevárselas a las sombras. Pueden evitar los linchamientos grupales de santurrones armados de cruces y antorchas.

  1. Los monstruos en la luz.

Las minorías sexuales, obsesionadas con las políticas de reconocimiento en los últimos años, parecemos haber olvidado las ventajas de las sombras. Este proceso tiene una geología profunda, especialmente en nuestro país. Poco a poco, nuestro régimen de luz ha tendido a configurar a la «identidad» como el bastión último a defender. La certeza de que nuestro modo de coger encierra algún rasgo que constituye identidad (Foucault: 2010), y el valor que ésta guarda en una sociedad de postdictadura atravesada por las luchas populares de madres y abuelas de plaza de mayo (Alcaraz, 2018) son algunos de los sedimentos que han construido este escenario. De esta manera, poco nos hemos preguntado sobre por qué es tan necesario llevar permanentemente la «identidad» al centro luminoso del reconocimiento social. O siquiera si la «identidad» es en efecto el problema principal en torno al que construir ética y políticamente.

De esta forma, las «identidades» han proliferado como cervezas artesanales en un bar con luces de neón. El imperativo de nuestros activismos parece ser el de no dejar ninguna identidad sin ser vista ni clasificada: lo «LGBT» admite siempre letras nuevas. Hace unos años la serie True Blood mostró este proceso, proponiendo un mundo donde los vampiros «salen a la luz» (come out, la lectura política es obvia), consiguiendo representación política y mediática para hacer valer sus derechos ciudadanos. Una foto de la época.

De esta manera, en el siglo XXI vampiros y minorías sexuales hemos sido empujadxs a la luz. Por supuesto que esto encierra efectos deseables. En primera instancia, la de concretizar una serie de demandas populares explicitadas por activismos y militancias de base. Seguramente, llenar ficciones populares de minorías sexuales, y garantizar nuestro acceso a los circuitos de reconocimiento del Estado ha mejorado las condiciones materiales de existencia de muchxs de nosotrxs. Pero ¿qué pasa con nuestro aspecto monstruoso que ya habitaba en nosotrxs? ¿Dejará de existir, o será asimilado por el manual del buen ciudadanx? ¿Qué hay de los puntos ciegos que conocíamos con tanta ventaja? ¿Qué va a pasar con nuestro vampirismo, si ya hemos sido empujados bajo el sol? ¿Nos vamos a convertir en ceniza?

  1. De la «identidad» al «parentesco».

Existe, sin embargo, un aspecto minoritario que aún no ha sido arrebatado por la luz.

La «identidad» ha sido el blanco de la iluminación porque sin ella no podría haber soberanía sobre una población. Nietzsche lo sabía: al ser humano se lo pensó libre para poderlo culpar (Nietzsche: 2011). Con la visibilización de nuestras identidades ingresamos a un circuito de derechos, pero también de obligaciones. El modo de administrarnos descansa sobre las tecnologías identitarias con las que los Estados nos leen.

Ahora bien, la «identidad» parece ser la trinchera que está en boca de todxs, pero existen varias voces que desacreditan que ésta sea el problema principal de las minorías sexo-generizadas. Hace relativamente poco tiempo que los estudios en torno a géneros y sexualidades se han concentrado en el parentesco como horizonte problemático (Haraway, 2015; Hester, 2018) que debería ser privilegiado por nuestras reflexiones.

Esto no quiere decir que el «parentesco» constituya un problema novedoso en la filosofía: ya desde la antigua Grecia filósofos como Platón o Aristóteles dedicaron páginas a pensarlo y estructurarlo. Asimismo, otras regiones del conocimiento como la Antropología lo han estudiado de forma prioritaria. Lo que parece ser nuevo es el señalamiento de que el «parentesco» es el problema principal en materia de estudios y políticas de géneros y sexualidades.

Esto se debe, y aquí arriesgo, a que nuestros modos de hacer parentesco aún no han sido del todo iluminados.

Si degeneradxs y vampiros somos el foco de la mayoría de los imaginarios sobre pánicos sociales, esto no es tanto por nuestra «identidad» ni tampoco tanto por nuestra «sexualidad». La «identidad» es un tópico fácilmente asimilable por la lógica individualista y liberal imperante en los centros luminosos. Que proliferen nuevas letras para el logo «LGBT» en tiempos de atomismo neoliberal no debería sorprendernos. Esto no significa que los activismos disidentes y queer sean solamente un movimiento perteneciente a la gubernamentalidad neoliberal (Foucault: 2007). Pero sí explica cuál es la forma social que ha garantizado nuestro relativo éxito.

Asimismo, si bien la forma en que cogemos puede molestarle a algún que otro santurrón, estoy seguro de que esto es más excepcional que una actitud generalizada. En una cultura hiper-sexualizada como es el capitalismo tardío occidental, el sexo ha sido llevado a la luz y categorizado, perdiendo así sus características monstruosas o vampíricas. Lo sabemos: hoy en día, más que remitir a un lugar de disfrute en las sombras, el sexo es puesto a hablar bajo la luz en vistas de producir escándalo, verdad, valor o mérito. Pensemos en el devenir-porno (Preciado: 2014) de nuestra sociedad virtual, especialmente en perfiles pertenecientes a minorías sexuales.

En base a este diagnóstico es que considero que, debido a su proliferación en la iluminación, ni la «identidad», ni el «sexo» son el núcleo duro de nuestros potenciales subversivos. Por el contrario, mi sospecha es que la preocupación principal del centro luminoso social es cómo tejemos alianzas a partir de nuestras prácticas sexuales: ¿Cómo viven?, ¿cómo trabajan?, ¿cómo llevan adelante su existencia? ¿dónde depositan sus lealtades y su cariño? ¿De a cuántxs duermen? ¿Qué alianzas incalculables por la luz se anidan allí? En el marco de la luminosidad individualista, liberal y capitalista que nos ha tocado en suerte, quizás sea el parentesco monstruoso y vampírico lo que encierra nuestro potencial subversivo más radical. Sólo él puede desandar la genealogía de cómo hemos sido impulsadxs a producir nuestro «estar-en-común».

  1. La herencia vincular

Para ello, será necesario revisar el archivo para comprender cuál ha sido nuestra herencia vincular.

Tradicionalmente se han administrado las relaciones dentro del binomio amor – amistad. El primero, de carácter romántico, inaugura la familia de sangre, que funciona como átomo de la sociedad. El segundo, de carácter cambiante, da cuenta de otras alianzas que, sin embargo, son secundarias con respecto a los vínculos sanguíneos y románticos. Pensemos, por caso, en el mito de la «media naranja», que podemos encontrar ya en el discurso de Aristófanes de El Banquete, o en la caracterización que hace Aristóteles de la amistad pura y perfecta entre hombres libres e iguales en virtud.

Con este régimen de luz es que se han distribuido los marcos de reconocimiento del «estar-en-común». En la modernidad capitalista, la familia nuclear, heterosexual y burguesa los ha confiscado. La privatización de la familia (Deleuze y Guattari, 2014) es un momento fundamental de la estructuración del mundo tal cual lo conocemos. A partir de este momento, la Familia mayúscula se convierte en el átomo de la sociedad, la base de la prosperidad futura, la garantía de su reproducción, instituyéndose como prioritaria por sobre la vida comunitaria.

De esta manera, la Familia mayúscula ostenta la soberanía del patrimonio, y la herencia. Sirviéndose de lógicas patriarcales y coloniales, opera como la piedra de toque de la explotación capitalista. Así, padres cis heterosexuales producen hijitxs cis heterosexuales. La estructura de la Familia mayúscula parece infalible. Sin embargo, cuando falla, aparecen los vampiros.

El contagio, por lo general, es automático. El hijito maricón, la hijita marimacho, es expulsadx para garantizar la continuidad de la familia mayúscula: aquí, eso, no está permitido. Inmediatamente ingresa en su camino de devenir-minoría. Necesitará contagiar a otros para construirse nuevamente la red de apoyo necesaria para sobrevivir. Va a necesitar morder y chupar para subsistir, y construir comunidad.

La mordida, la chupada, no es el problema; bien sabemos cómo a los chongos que viven en la luz les encanta venir a las sombras a hacerse chupar. Su terror es el contagio: ser visto a la luz en nuestra compañía, ser leído como nosotrxs somos leídos. Toda la cultura gay «Masc x Masc» orbita en torno a este problema. Por eso insisto: a nuestros detractores no les preocupa tanto cómo y cuánto cogemos. Lo que los deja sin dormir es el modo en que nos agenciamos para sobrevivir. Porque nuestra supervivencia no estaba contemplada en sus cálculos.

  1. Vínculos vampíricos

Afortunadamente, poco tienen que ver las amistades queer, que aquí llamo «vínculos vampíricos», con la administración familiarista de los vínculos. Como somos su fracaso, y hemos sido engendrados en una expulsión, en nosotrxs anida la potencia de no reproducir a-críticamente las estructuras violentas del parentesco occidental. Pensemos en experiencias como el hotel Gondolín en Buenos Aires, o en las configuraciones poliamorosas como políticas de los afectos (Vasallo, 2021). Si este tipo de construcción del «estar-en-común» son de interés para estas reflexiones, es porque buscan romper con la administración vincular predominante en el centro luminoso occidental.

Como ya dije, los parentescos vampíricos han existido siempre. Jamás ha sido total el esquema de la familia heterosexuada, filial, monogámica y burguesa. Los amores a la oscuridad entre amigxs, el sexo como alianza sostenida en el tiempo por fuera del hogar con un otrx que no es parte del centro luminoso, o el usufructo de la prostitución, son escenas recurrentes como revés del sueño heterosexual y monogámico. Asimismo, las relaciones poliamorosas encuentran archivo en militancias anarquistas del siglo XIX, y las homosexuales, decantan hasta la antigua Grecia.

Pero los vínculos vampíricos no aparecen necesariamente como ocasión de una disidencia sexual. Por caso, la adopción es un modo de ellos. Las empleadas domésticas de familias adineradas son madres no reconocidas de los benjamines de la casa. La crianza comunitaria de lxs niñxs es moneda corriente en los sectores populares. Todos estos ejemplos, que responden a diferentes modos de la violencia de la Familia mayúscula, muestran que el parentesco vampírico como modo de supervivencia, o como simple accidente, ha estado siempre en los confines de la luz occidental. Asimismo, dan cuenta de que el parentesco vampírico no es subversivo a priori; a veces implica solamente más precariedad para aquéllxs que no hemos sido admitidxs en la Familia mayúscula.

Independientemente del caso, para quienes hemos sido expulsados del centro luminoso de la sociedad, estos parentescos son de interés. Nuestra maldición nos ha llevado al vampirismo errante de ser una minoría sexual. Se nos ha negado la engendración, el amor maternal, el beneplácito paterno y la confidencia fraternal. Sobre esas ruinas, construir parentesco no es un lujo burgués, sino una necesidad.

Un lema memorable de Lohana Berkins da cuenta de qué sucede ante la destrucción y el desgarro. «El amor que nos negaron es nuestro impulso para cambiar el mundo». Claro, en primera instancia, está el dolor. El devenir-vampiro de todxs nosotrxs. Pero si ese dolor es superado, sobreviene la invención. Mi sospecha es que allí se alojan las potencias subversivas del vampirismo y la oscuridad. No tanto en cómo irrumpimos en la luz, sino en cómo conspiramos desde los bordes, contagiamos, mordemos, y engendramos otrxs como nosotrxs, sin necesitar reproducirnos.

  1. Aún estamos acechando

Las disidencias sexo-generizadas hemos necesitado re-inventar el lazo social para sobrevivir. Si bien ha habido calcos de la familia monogámica, nuclear y burguesa en nosotrxs, no podemos negar que gran parte de lxs degeneradxs hemos conseguido andar por senderos que escapan a la obsesión occidental con la sangre, el apellido, y la filiación pura. Allí, no sólo hemos sabido tejer solidaridades novedosas y alianzas insospechadas, sino que quizás también podamos diseñar un nuevo modelo humano, y un nuevo esquema relacional.

Debido a la obsesión de los últimos años con respecto a las «políticas de la identidad», nuestros parentescos demoníacos y monstruosos aún permanecen parcialmente en las sombras. Si son vistos, es solamente bajo los lentes de la familia mayúscula (pensemos, por ejemplo, en el Matrimonio Igualitario). De modo que aún estamos acechando. Aún tenemos la posibilidad de emboscar e infectar los buenos hijitos de la Familia mayúscula, heterosexual, monogámica, y burguesa.

El contagio parece a la orden del día, y se encuentra ya-sucediendo desde siempre. Ahora bien, esta posibilidad de pensar vínculos por fuera de la obsesión sanguínea y familiarista occidental viene irrumpiendo crecientemente en lugares del mainstream luminoso, como las ficciones populares o el reconocimiento institucional. En esta situación, ¿Seremos capaces de infectar al resto de la cultura occidental? ¿Podremos transformar las lógicas individualistas, ególatras, y puristas del centro luminoso? ¿O seremos arrastrados nuevamente a la luz? ¿Reivindicaremos nuestro «derecho a ser un monstruo» (Shock: 2011), o mendigaremos la posibilidad de ser recibidos nuevamente en la Familia mayúscula?

Seguramente nuestras imaginaciones políticas traigan en breve reclamos como revisión de las leyes de adopción, reconocimiento vincular de grupos filiales de más de dos personas, o la posibilidad de anular la distribución del patrimonio por principios sanguíneos. No creo que esto sea negativo a priori. Pero necesitamos ser conscientes que será un proceso mediante el cual la luz inundará nuestros arcones vampíricos, nuevamente. Podemos tan sólo esperar que esto implique mejoras materiales para nosotrxs, lxs degeneradxs de siempre. Donde residirá nuestra radicalidad será en defender lo que hemos sabido inventar en nuestros años viviendo en las tinieblas. Cuando la luz inunde nuestros rincones, será fundamental lucir nuestras solidaridades con orgullo, resistiendo en nuestra tiniebla contra la luz del arcoíris que parece querer asimilar todo a su paso.

  1. Referencias

Alcaraz, María Florencia (2018) ¡Que sea ley! La lucha de los feminismos por el aborto legal, Ed. Marea, Buenos Aires.

Deleuze, Gilles, Guattari, Félix, (2014), El Antiedipo, ed. Paidós, Buenos Aires.

Foucault, Michel (2007), Nacimiento de la biopolítica, ed. Fondo de cultura económica, Buenos Aires.

———————- (2010), Historia de la sexualidad, Ed. Siglo XXI, Buenos Aires.

Haraway, Donna (2015), Antropoceno, capitaloceno, plantacionoceno, chtuluceno. Generando relaciones de parentesco. En Revista latinoamericana de estudios críticos animales.

Hester, Helen (2018), Xenofeminismo, Ed. Caja Negra, 2018.

Nietzsche, Friedrich (2011), Genealogía de la moral, ed. Sudamericana, Buenos Aires.

Preciado, Paul B. (2014), Testo Yonki. Sexo, drogas y biopolítica, ed. Paidós, Buenos Aires.

Vasallo, Bridgite (2021) El desafío poliamoroso. Por una nueva política de los afectos, ed. Paidós, Buenos Aires.

Shock, Susy (2011). Relatos en canecalón. Buenos Aires. Nuevos Tiempos.