Los accidentes geográficos: una historia unos centímetros corrida

// Por Kike Ferrari

Los accidentes geográficos es un libro que juega muy cerca de los bordes, de la fina línea que separa la literatura en general de la literatura de géneros. Más específicamente de ese género al que, a falta de una definición más precisa, empezamos a llamar (nueva) literatura extraña y que hibrida la novela negra y la ciencia ficción con elementos del fantástico, del gótico, del cyberpunk.

Podemos decir, me tienta decir, que es en realidad una novela que basa su forma de extrañamiento –de desfamiliarización, el viejo y querido ostranenie de los formalistas rusos– en aplicar las herramientas de un campo literario a materiales de otro. Cierto tráfico de sentido, un leve, pero central, desplazamiento de la experiencia. “Como si su vida se hubiera corrido unos centímetros y ya no fuera la propia”, leemos. Como si el texto se hubiera corrido unos centímetros y ya no se perteneciera a sí mismo.

Greta y Henrik –los protagonistas– son, casi todo el tiempo, una pareja de noruegos. Esa pareja, casi todo el tiempo –al menos el tiempo que nos propone Los accidentes geográficos – está en crisis. Pero, aunque ellos son siempre los mismos, la pareja y la crisis, no. O, para decirlo en palabras de Canosa: “en cualquier dimensión Greta seguiría siendo Greta aunque se proyectara distinta”.

Podemos pensar cuatro coordenadas para leer Los accidentes geográficos.

Novela del multiversos entramados y simultáneos, una de las coordenadas podría ser pensarla como una versión radicalizada y paranoica de los Elige tu propia aventura de nuestra infancia en los que, lo sabíamos bien, mientras elegíamos subir, en la página 54, al barco que nos llevaría a enfrentarnos con los piratas y el amor, en la página 97 estábamos haciendo otra cosa que podía llevarnos, según qué eligieramos a continuación, a la victoria o la muerte.

Otra proviene de cierta tradición rioplatense –muy presente en Arlt, en Onetti, en Silvina Ocampo, que retomó después Benesdra– en la que las vidas alternas se presentan en los sueños, como dos niveles, uno, el de la vigilia, en el que el (o los) personaje lleva una vida anodina y vulgar y otro, el de los sueños y la imaginación, en el que se permite la aventura y la acción.

La tercera coordenada es trasladada desde las potencialidades del what if de la ciencia ficción y las ucronías a la miniatura de una crisis de pareja (“como si fuera posible vivir todas las posibilidades del amor”.  ¿Y si fuera posible? ¿Y , si…?”). Y la respuesta que encuentra la novela a estas preguntas no es optar por una o la otra. No. Al contrario. Las suma. Las entrama. Construyendo una especie de what if  en loop.

Porque, en Los accidentes geográficos, todo sucede al mismo tiempo. En este Doppelgänger de dos –en las versiones que el libro nos permite conocer de este Doppelgänger– no funciona la lógica de que doblar a la izquierda anula la posibilidad de doblar a la derecha, seguir hacia adelante, volver, quedarse en el lugar, salir volando. Todo puede suceder y, dice Canosa, todo sucede.

Pero, aunque todo suceda, en cada página del libro está latiendo la idea, a la que nunca está de más volver a traer, de que son las condiciones materiales (en este caso las geográficas, los distintos paisajes, las temperaturas, las formas de organización social y personal de los distintos escenarios) las que, si bien no definen, condicionan de forma sustantiva lo que vamos a hacer y cómo. La experiencia, decía Sartre, precede a la esencia. Entonces en cada geografía, Greta y Henrik, resuelven, a veces con leves repeticiones, su pareja y su crisis de maneras distintas.

La última coordenada la vamos a encontrar en –sabrán disculpar la analogía fácil– el Ecuador de la novela. Hay ahí una pausa en la alternancia de las historias. La voz narradora omnisciente deja de contar. Se detiene a reflexionar y dice: “No hay una teoría científica que nos pueda explicar cuándo, cómo y porqué se bifurcaron los caminos, ni hay un momento preciso donde eso haya sucedido. Al menos, no lo sabemos. Y, si no lo sabemos nosotros, menos los Henriks y las Gretas que viven al margen de la construcción del relato, pensando que están en una realidad inalterable”.

Por supuesto, lo que llama la atención de inmediato es el plural: no lo sabemos. Si no lo sabemos nosotros, dice.

Es tentador en tanto lectores, entonces, preguntarse, preguntarle al texto –me parece menos tentador preguntárselo a la autora– cuántos narradores circulan en la novela. ¿La voz que nos cuenta a Greta y Henrik en Manta es la misma que la que nos los cuenta en Roma? ¿Sabe la que los sigue por las calles de Buenos Aires lo que sucede o sucederá en el aeropuerto de Oslo? ¿O son distintos narradores? ¿O es el mismo eligiendo, cada vez, una de las posibilidades, ora los piratas y el amor de la página 54, ora la incertidumbre de la página 97? Quiero decir, ¿será que, en un espejamiento que horrorizaría y fascinaría a Borges, los narradores también son versiones posibles de la misma voz, una voz multiplicada que es modificada por las geografías y los vaivenes de la historia que le toca o decide, contar?

No tengo más que decir, salvo invitarlos al libro. Si no me equivoco, se van a enfrentar a cierta incomodidad. A una inquietud similar a la que nos produce un ruido o una sombra sospechosa en un cuarto desconocido. Al extrañamiento. Porque si los personajes se desdoblan y conviven, si las voces narrativas son  otras y la misma, si los paisajes diferentes se llenan de similitudes ¿cómo no le pasaría esto al lector?

Preparen, amigos, la campera y ojotas.


Esta lectura nace de la presentación Esos raros relatos nuevos realizada de forma circular por seis autorxs: Ricardo Romero, Yamila Bêgné, Kike Ferrari, Gonzalo Santos, Flor Canosa y Juan Mattio. En el video se puede ver el registro completo del evento.