
Por Lucía Vazquez
En el marco de la reciente V Derivas de la ciencia ficción y el fantástico latinoamericanos en la que charlamos con Luciano Lamberti, repasamos su última novela de terror.
.
Cómo hacer terror en la Argentina, en Latinoamérica, es una pregunta que autorxs como Luciano Lamberti o Mariana Enríquez vienen tratando de responder en charlas, entrevistas, pero sobre todo en sus libros. Sin el alcance mundial de Nuestra parte de noche (del mismo año, 2019), la monumental novelad de la dama del terror rioplatense, La masacre de Kruguer es una joya del género al modo local que vale la pena –y el horror– leer.
“¿Vio fotos de Kruguer, usted? Yo le voy a dar permiso para que las vea. Ya se las voy a mostrar, no se preocupe. ¿Vio el expediente? Cuando tenga acceso a esas cosas va a experimentar el límite. Eso es de lo que le hablo” (p. 20). Como si se dirigiera directamente al lectorx, uno de los múltiples narradores de La masacre… advierte y promete mostrar lo que no puede verse. No al menos sin traspasar los límites. De la experimentación con el límite es que la historia del apacible pueblito de Kruguer avanza hasta la violenta masacre que deja diezmado el pueblo de 97 residentes fijos a una única sobreviviente que permaneció en el lugar. La noche del 26 de junio de 1987, durante la celebración de la fiesta de la nieve, en este pueblito al Sur (que podría ser cualquier pueblo de nuestra Patagonia pujante) explota finalmente la olla a presión que es una vida tan cercana al locus amoenus como luego al infierno mismo en la tierra. Mutilaciones, violaciones, decapitaciones, incendios, torturas, todo el horror que condensará esa noche es el último gran síntoma de un pueblo enfermo por dos posibles razones. Con una la narración juega desde el principio, y es el motivo a lo Lovecraft de un meteorito que cae en la Tierra antes de que el pueblo fuera fundado. El otro es el corazón de la novela: la contracara siniestra de la vida armónica y casi perfecta de los habitantes de Kruguer. El deterioro de lo físico (la leche agria, el agua y la fruta rancia), parece menor al lado de la corrupción psíquica de los y las habitantes que, lentamente en algunos casos y en otros de forma abrupta, comienzan a querer envenenar a su familia, automutilarse, pasear por la calle con sus mascotas torturadas, matar a sus hijos. La progresión del horror va al mismo ritmo y por el mismo camino que el de la narración. Sin que por un minuto nos olvidemos de la masacre que ocurrirá, ocurre y ha ocurrido, la narración coral nos pasea con distintos niveles de intensidad por una galería de horrores y pesadillas de lo familiar. La fuerza de los testimonios, de las voces múltiples que intentan narrar lo inenarrable (también aquí al modo lovecraftiano) van armando el mundo perfecto solo para destruirlo. El título de la novela da cuenta del centro sobre el que orbitan todos los sucesos, el principio y el fin de un mundo ficcional que se propone como mimético del nuestro.

En un punto toda la novela se presenta, en esas variadas voces que solo pueden narrar fragmentos, como una gran premonición. La experiencia de lo siniestro se anida en que todos (incluidos lxs lectores) sabemos que algo está mal. Cuando toma la voz el narrador clásico en tercera persona lo hace de forma casi aséptica, distanciada, apenas rozando el interior de los personajes, como si no pudiera ver qué sienten, qué piensan, que al fin y al cabo es lo verdaderamente monstruoso. Lo inefable es la atmósfera que multiplica el horror, aun cuando vemos las escenas de la masacre con un nivel de detalle que es puro sadismo. Uno de los personajes, no casualmente quien escribe un libro en 2001 que es homónimo de la novela, explica “Sé que mi libro gira en torno a la idea del misterio. De esa parte de la experiencia humana para lo que no hay palabras. Del misterio, de la locura y de la oscuridad en la que vivimos” (p. 187). Lamberti ya había jugado con las posibilidades de la literatura, el horror y lo indecible en su primera novela La maestra rural (2016), pero aquí parece reforzar la apuesta al organizar de forma casi realista la imposibilidad de explicar un mundo, nuestro mundo, lleno de oscuridades, misterios y elementos imposibles de ser explicados. El corazón de lo fantástico toma lugar en lo siniestro y se desplaza de Kruguer, el pueblo imaginario, al mundo real del lectorx, del autor. Él mismo ha afirmado en la charla con Synco: “la búsqueda de algo que no sea el mundo ordinario, o la posibilidad de llegar con la literatura a lugares donde la realidad ordinaria se resquebraje un poquito aunque sea, me parece fascinante”. Para construir terror fantástico este es el punto de partida: la realidad no es solo lo que sabemos o podemos saber.
El tono de ciencia ficción también moldea la historia, refiriendo a la masacre como un pequeño apocalipsis. Fin del mundo conocido, también en vínculo con la idea de lo siniestro, posibilidad de un mundo por venir. De todos modos, la novela toma, hacia el final, la decisión de clausurar cualquier posible cambio y entregarse a lo cíclico –una forma del horror– cuando deja sugerido que el lugar ideal, el hogar ideal, la familia ideal son nada más que el origen que devendrá en nueva masacre. Entre los imaginarios que conviven en el universo de Kruguer hay dos películas que resultan claves para experimentar lo siniestro tanto desde el fantástico como de la ciencia ficción: Invasion of the Body Snatchers (1978) y The shining (1980). Tanto la alienación de la comunidad como dentro del núcleo familiar es lo que enrarece la medida de lo real y deviene en lo horroroso. “Una atmósfera. Como si tuviera una atmósfera pegada al cuerpo. Algo que la rondaba (…) Es como que se transforman en otras personas. Y uno ya no sabe cómo tratarlas, porque es otra persona, una desconocida, y entonces es como empezar de nuevo” (p. 166) cuenta uno de lo que logran escapar del pueblo antes de que se concrete la masacre definitiva. El modo de narrar fragmentario, por momentos casi al modo de collages (testimonios, narraciones en tercera, recortes de diario, documentos de otro tipo) colabora con el enrarecimiento y, nuevamente, lxs lectores estamos como los personajes, durante las casi 200 páginas, con la sensación de que pasan cosas.
El terror blanco de la novela de Lamberti, la subversión que realiza del locus amoenus (del “pueblito serrano en medio de la montaña”), el trabajo con lo siniestro y lo ominoso resultan en una novela terrorífica, sin fisuras, demuestran en cada página que el juego con los géneros, la experimentación con los motivos, la mezcla –el ovni con el fantasma, las múltiples voces– son un territorio posible para la literatura de terror local, y que seguir intentando narrar lo inenarrable aún es fuente de horror.
Be the first to comment