Los nuevos apócrifos, de John Sladek (parte 4.2)

En esta nueva entrega de Los Nuevos Apócrifos. Guía de ciencias extrañas y creencias ocultistas, John Sladek se encarga específicamente de analizar con criterio científico las insustentables premisas de la astrología, reírse de los horóscopos y recorrer algunos de los pocos estudios estadísticos existentes sobre las presuntas correlaciones entre características personales y la fecha de nacimiento. Hace algunas semanas comenzamos a reeditar esta joya originalmente aparecida en español en la revista argentina de ciencia ficción El Péndulo y esperamos completar el libro en 24 entregas.

Traducción: Carlos Gardini. Dibujos: Alfredo Grondona White. Transcripción: Pedro Perucca

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13 Atracciones estelares

Es difícil comentar la astrología sólo como análisis de caracteres, sin tomar en cuenta su pretensión de predecir el futuro. Si los movimientos de los planetas guían las acciones humanas, deben guiar la mayoría de las interacciones humanas de las cuales depende el “destino”. Hay astrólogos que van más lejos y sostienen que cada acontecimiento está completamente determinado por las influencias planetarias, pero esto, como veremos, conduce a conclusiones ridículas. Por ahora, bastará con examinar la noción básica de una influencia que nos guía desde Allá Afuera.

En 1971 la BBC presentó una discusión radial sobre astrología.(1) Algunos argumentos a favor de la astrología eran triviales, pero algunos eran ingeniosos y merecen una réplica más larga de la que permitía el tiempo asignado al programa.

A era dueña de una agencia de empleos y usaba la astrología en su trabajo. Alegó que le había predicho un periodo de prosperidad y que había acertado a largo plazo, aunque no siempre en detalles específicos.

B, un astrólogo, se consideraba más un indicador de escenarios probables (como un Herman Kahn astrológico) que un autor de predicciones exactas y pormenorizadas.

C consideraba la ciencia una acumulación de hechos y datos, mientras que la astrología optaba por una visión más amplia, tratando de relacionar al hombre con el tiempo, de comprender la naturaleza del tiempo y el universo.

D afirmaba que abundaban pruebas empíricas a favor de la astrología. Citó un estudio de 1965 sobre la relación entre la luna y la precipitación pluvial cuya validez ahora es aceptada pero que según él se inspiró originalmente en la astrología. También mencionó las investigaciones de Michel Gauquelin sobre influencias planetarias.

El argumento de A es irrecusable. Si para ella la astrología funciona, para ella funciona. Sin embargo, podríamos preguntar cómo distingue tendencias a largo plazo de predicciones específicas. Si su horóscopo predice, por ejemplo, que los negocios sufrirán un bajón, luego un incremento, no puede decirse que sea una predicción a menos que mencione fechas. Es casi seguro que toda actividad comercial en cualquier parte sufrirá un bajón y luego un incremento en algún momento del futuro.

Lo mismo ocurre con los escenarios de B. Cuando Herman Kahn y Anthony J. Wiener se propusieron elaborar su marco para las especulaciones,(2) no tenían acceso a ninguna información especial sobre el futuro. Sólo podían extrapolar las tendencias presentes, extender las curvas de PNB, población, etc., y ver qué sucedería si… Sus escenarios de futuros “libres de sorpresas” son en verdad el equivalente de predecir que una moneda caerá cara o cruz (dejando al margen la posibilidad de que caiga de canto, desaparezca en una hendija, o sea manoteada en el aire por un ladrón). Si esto es lo que hace B, está admitiendo que la astrología no brinda ningún conocimiento especial sobre el futuro. Más aún, podría elaborar sus escenarios sin ayuda de la astrología, pues estas especulaciones son en verdad ejercicios lógicos.

C se equivoca en cuanto a la ciencia. Contrariamente a la imagen popular, la ciencia no es una acumulación de hechos. De acuerdo con Peter Medawar,

el lastre de información fáctica, lejos de estar por hundirnos, disminuye cada día más. El peso fáctico de una ciencia varia en forma inversamente proporcional a su grado de madurez. A medida que una ciencia avanza, los hechos particulares son incorporados, y luego en cierto sentido aniquilados, por enunciados generales de capacidad y espectro explicativos cada vez mayores. Por lo tanto, ya no es preciso conocer los hechos explícitamente, o sea consignarlos y tenerlos en cuenta. En todas las ciencias estamos cada vez más aliviados del peso de Jos ejemplos singulares, la tiranía de lo particular. Ya no necesitamos consignar la caída de cada manzana. (3)

Más aún, si la astrología no es una ciencia sino una filosofía, no tenemos derecho a esperar de ella ninguna clase de predicción, o siquiera que trate con hechos. Cuando condesciende a ensuciarse las manos con hechos y predicciones, es una ciencia, y por lo tanto puede ser juzgada como cualquier otra ciencia, por los resultados.

Lo cual nos lleva al aserto de D según el cual la astrología es una ciencia empírica y verificable. Antes de examinar algunos modos de verificar la astrología es necesario examinar algunos de sus argumentos para ser considerada una ciencia.

1. Millones de personas creen en ella. Bien, millones de personas han creído que la Tierra era plana. Como otras ciencias ocultistas, la astrología ofrece certidumbres sobre el futuro, revelaciones sobre la personalidad de uno y los demás y asesoramiento médico. Si uno no puede entender la conducta de otro, siempre es más fácil atribuirlo a influencias astrales que tratar de averiguar qué lo hace tan reacio aquí y ahora.

2. La astrología está basada en millones de observaciones de los movimientos de los planetas, desde la época de los caldeos hasta el presente. Es más bien una elaboración metafísica urdida por los hombres e impuesta sobre esas observaciones. Aun las mismas constelaciones tienen significados diferentes para pueblos diferentes. Leo, por ejemplo, no es vista como un león por los indios sudamericanos,

pues no tienen en cuenta lo que nosotros llamaríamos la cola y las patas traseras del animal y transforman el resto en una langosta vista desde arriba. (4)

Las observaciones de movimientos planetarios, cuando están sujetas a proyecciones de este tipo, no son más afortunadas que Leo la Langosta. Usando datos idénticos, dos diarios se las ingeniaron para publicar predicciones contradictorias para el mismo día:

Constance Sharpe

Géminis. Un nuevo interés -tal vez un hobby- empezará a ocupar sus momentos de ocio. Una buena noticia le llega por medios indirectos.

Cáncer. Esta promete ser una semana brillante y alegre en la cual logrará ganar la aprobación de personas importantes.

Dorothy Adams

Géminis. Se llega a un arreglo que le traerá uña seguridad duradera así como trabajo duro. La vida se moverá más rápido, con mucha variedad para mantenerlo feliz.

Cáncer. Recibirá noticias que le darán tranquilidad. Hay· pronunciados indicios de una novedad que podría contribuir en mucho a solucionar un problema doméstico. Un amigo mayor será una gran ayuda.

3. Las predicciones astrológicas no siempre son absolutamente correctas, pero tampoco lo son los pronósticos del tiempo. Pero al menos los que pronostican el tiempo saben cómo perfeccionar sus predicciones. El principal problema parece consistir en la falta de datos suficientes. En cambio, los movimientos planetarios ahora se conocen con mucha más precisión de la necesaria para los astrólogos. Aparentemente sólo podrían mejorar su precisión alterando su teoría básica, que ha permanecido estática durante milenios.

Otra diferencia es que siempre sabemos cuándo se equivocan los que pronostican el tiempo, mientras que los astrólogos son tan vagos que algunas de sus predicciones no significan nada. La oficina de pronósticos no dice que podría ser un día propicio para empresas que tal vez involucren a la familia y que quizá haya un viaje. Dice que será un día templado y soleado, apropiado para un picnic.

Por último, un pronóstico meteorológico no ejerce ninguna presión psicológica, mientras que decirle a un hombre que recibirá malas noticias puede inducirlo a ver cualquier noticia como la más negra. Cuando menos algunas predicciones astrológicas son profecías que contribuyen a su propia realización.

4. Algunas predicciones astrológicas son absolutamente correctas. Los casos citados con más frecuencia son predicciones del asesinato de Kennedy y de un atentado contra Hitler.

Una astróloga norteamericana que afirma haber predicho el asesinato de John F. Kennedy fue entrevistada por la radio de la BBC en 1972. También afirmó haber predicho la muerte de Robert Kennedy y otros acontecimientos en la vida de la familia Kennedy. Su historia sonaba convincente, aunque no ofreció ninguna prueba de que sus predicciones habían sido anteriores a los acontecimientos en cuestión.

Curiosamente, no dijo nada sobre el futuro de la familia Kennedy. Era una magnífica oportunidad para probar sus afirmaciones ante millones de oyentes, simplemente diciendo que ——– iba a ocurrirle a ——– en determinado plazo.

Menos de una semana después de la emisión, el hijo de Robert Kennedy viajaba a bordo de un jet que fue desviado a Medio Oriente, un acontecimiento que ocupó durante días los titulares mundiales.

Hay una pregunta que queda sin respuesta. Miles, tal vez decenas de miles de horóscopos debieron de confeccionarse para JFK en los años en que era el número uno de la política norteamericana. Si la astrología se lleva la palma por una sola predicción correcta, ¿cómo explicamos los miles de fracasos?

La predicción de un atentado contra la vida de Hitler parece cierta. El astrólogo Karl Emst Krafft, especialista en Nostradamus, predijo el 2 de noviembre de 1939

que la vida de Hitler correría peligro entre el 7 y el 10 de noviembre y de hecho utilizó la expresión «posibilidad de un intento de asesinato mediante el uso de material explosivo». (6)

El 8 de noviembre de 1939 se perpetró un atentado con esas características. Krafft se apresuró a escribir al gobierno, enfatizando la exactitud de su predicción. Los agentes de Gestapo se apresuraron a arrestarlo. Evidentemente se las ingenió para convencerlos de que él no formaba parte de la conspiración, pues más tarde lo pusieron en libertad.

Esta predicción parece asombrosamente exacta. Pero Ellic Howe, que investigó toda la carrera de Krafft, explica que confeccionó cientos de horóscopos para Hitler, Alemania, el Tercer Reich y otros jerarcas nazis. En ningún momento ninguno de estos horóscopos produjo una sola predicción útil. Por lo visto Krafft sabía publicitarse a sí mismo y podemos tener la certeza de que otras profecías verdaderas también se hubieran anunciado. Un hombre debe tener una fe mayúscula en su sistema para usarlo diecinueve años hasta conseguir un solo resultado positivo.

Ninguna predicción correcta y aislada es suficiente para demostrar que la astrología tiene un fundamento científico. Un buen número de predicciones irrefutables podría suministrar el fundamento para una revisión de las teorías astrológicas. Esto a su vez podría redundar en más éxitos. conduciendo a nuevos refinamientos y consolidaciones teóricas, y así sucesivamente. Pero éste es un camino que pocos astrólogos desean tomar, el camino de la ciencia.

La afirmación de D de que la astrología es una ciencia resulta bastante curiosa cuando advertimos que las únicas investigaciones serias son emprendidas por no creyentes. Michel Gauquelin (6) prologa su propia investigación con anécdotas sobre fallidas tentativas anteriores de probar la teoría astrológica.

El comandante Paul Choisnard “probó” varias teorías astrológicas gracias a su ignorancia de la estadística y porque no atinó a comprender que Europa no está en el ecuador. Karl Ernst Krafft publicó su Tratado de astrobiología en 1939. Sus hallazgos fueron empañados por su absoluta virginidad en astronomía elemental.

Los tres factores más importantes de un horóscopo son el signo del Sol, el signo de la Luna y el ascendiente. El signo del Sol está determinado por cada uno de los doce períodos del año, el de la Luna cambia cada dos o tres días y el ascendiente está determinado por la hora del nacimiento. Michel Gauquelin examinó los signos natales de 25.000 celebridades y encontró una distribución azarosa. No habían nacido soldados extra en Aries, ni músicos extra en Libra, etc.

En un test, las cartas natales de tres celebridades (un locutor de TV acosado por la mala suerte, un campeón de ciclismo y un cantante) fueron entregadas a catorce astrólogos para que las acordaran con los nombres de las celebridades. Todos fallaron. Otro test mostró que los astrólogos eran incapaces de distinguir cartas natales de asesinos de las de otras personas.

Gauquelin examinó las horas de nacimiento de 576 médicos franceses y descubrió que el número nacido cuando Saturno o Marte estaban en ascenso o en el cenit superaba el margen concedido por el azar. Luego probó suerte con otro grupo de 508 médicos, y encontró la misma tendencia.

Gauquelin procedió a ampliar su investigación para abarcar otras ocupaciones y otros países. Compiló la hora de nacimiento de 25.000 celebridades de Alemania, Italia, Bélgica y Holanda. Las horas fueron confrontadas con el ascenso o el cenit de la Luna, Saturno, Júpiter y Marte. Las correlaciones positivas y negativas que se descubrieron se exponen en el Cuadro 13-1.

Gauquelin comprendió que estas carreras parecían demostrar alguna misteriosa influencia planetaria, pero una influencia que no tenía nada que ver con la astrología. También advirtió que ningún “rayo” hipotético podía dar cuenta de los cambios súbitos en el carácter heredado de un feto plenamente desarrollado a punto de nacer. Pero aun descartando esta teoría quedaban extrañas estadísticas sin explicar.

Por último, adoptó una teoría de “herencia planetaria”. Asumió que la herencia desempeñaba un papel importante para determinar si un niño sería médico o general cuando adulto y propuso que un rayo o influencia planetaria podría inducir al nacimiento de los niños con los genes apropiados.

Si la herencia en efecto selecciona los niños que nacerán en una hora y día particulares, cabe esperar que los cielos de los padres en el nacimiento sean similares a los cielos en el nacimiento de los hijos. Gauquelin cotejó 15.000 pares padres­hijos y descubrió una correlación entre los cielos de ambos en el momento del nacimiento. Esta herencia planetaria parecía seguir “ciertas lees genéticas familiares”.

Sería precipitado concluir que la teoría de Gauquelin está demostrada -él sería el primero en negarlo-, pero es indudable que la noción de herencia planetaria requiere bases más sólidas. Podrían oponerse varias objeciones a esta teoría:

1. El “momento del nacimiento” es una ficción. ¿Consideraremos el momento en que es visible la cabeza del niño? ¿En que sale? ¿En que sale el cuerpo entero? ¿En que se retira la placenta?

2. Las horas de nacimiento que se registran son bastante imprecisas. El obstetra, la partera, o el empleado de hospital que asienta esta información no es astrónomo. Pueden estar cansados, apurados, demasiado ocupados para asentarla en horas e incluso días.

3. Sea cual fuere el elemento inductor, el trabajo de parto puede tener cualquier duración, desde pocos minutos hasta más de un día. El rayo planetario tendría que determinar la duración probable del parto y adecuarlo de antemano con el cielo del nacimiento. Sólo puede hacerlo si la duración del parto es un factor hereditario, o si una gran cantidad de mujeres se acercan a una duración media del parto.

4. Hay tantos factores implicados para negar a ser el representante célebre de cualquier profesión que es sorprendente que la herencia planetaria llegue siquiera a manifestarse. El ingreso en la escuela médica de muchos países, por ejemplo, puede depender tanto de la situación social como de las aptitudes. Por lo que sé, Gran Bretaña tiene un solo policía negro y Estados Unidos tiene uno o dos generales negros, designados recientemente.

5. El ambiente del seno materno puede ser tan poderoso como para contrarrestar muchos factores hereditarios. La teoría de Gauquelin deberá tener en cuenta:

a. Variaciones climáticas durante la gestación.

b. El uso de drogas por parte de la madre embarazada, incluso la aspirina.

c. La tasa de abortos espontáneos, y sus alteraciones.

d. La variación en la hora del nacimiento según la estación.

e. Los efectos, si los hay, de la gravedad solar y lunar. Podrían sentirse indirectamente, a través de variaciones climáticas.

f. Efectos de la dieta y los cuidados prenatales.

En vista de estas objeciones, es optimista esperar que Gauquelin haya descubierto algún lazo entre los movimientos planetarios y las características humanas.

En Defensa de la astrología (8) J. A. West y J. G. Toonder resumen lo que consideran evidencia científica a favor de este sistema. Empiezan con Gauquelin, luego citan el estudio “estadístico” de un astrólogo sin exponer las estadísticas.

Continúan con una farragosa tanda de ejemplos científicos y pseudocientíficos.

El biólogo Frank A. Brown descubrió que las ostras parecen abrir y cerrar el caparazón en un ritmo ajustado al tránsito de la luna en el cielo. También descubrió en las tasas de actividad de otros organismos cambios que parecían corresponder a ciclos lunares y solares. (9)

El doctor J. L. Ravits puso a prueba lo que West y Toonder llaman “el potencial eléctrico emitido por el cuerpo en personas normales e insanas” (10) y descubrieron ciclos de fases lunares. Creo que por esto podemos entender que usó un galvanómetro de piel para detectar la humedad dérmica y luego la agitación (algo parecido a un detector de mentiras). Estos experimentos son notoriamente delicados y poco confiables. El psiquiatra checo Eugen Jonas, un creyente confeso en los misterios antiguos, aparentemente adivinó el sexo de 217 individuos sobre 250, a partir de las cartas natales. Este resultado extremadamente bueno no puede obedecer al azar. O bien Jonas encontró un método genuino para adivinar el sexo (en cuyo caso sin duda oiremos más, mucho más sobre él) o bien su experimento era defectuoso. No nos detallan cómo consiguió esas cartas natales sin conocer el sexo de los titulares. (11)

El ingeniero eléctrico John H. Nelson descubrió conexiones posibles entre las tormentas magnéticas de la Tierra y las posiciones de otros planetas con respecto a la Tierra y el Sol. Suena razonable, pues el Sol parece causar tormentas magnéticas, y por lo tanto los planetas, que producen campos magnéticos, pueden afectarlas. No es evidencia a favor de la astrología, pues, como dice Nelson, no importa cuál planeta esté en la posición crítica. (12)

Otra autoridad citada es Rudolphe Tomaschek, físico y astrólogo, aquí presentado como “presidente de la Sociedad Geofísica Internacional”.(13) Tomaschek fue también un fanático nazi, propenso a sustituir los hechos por “verdades” nazis (más adelante veremos sus opiniones sobre física).

El profesor Giorgio Piccardi ha mostrado con una larga serie de experimentos que la velocidad de ciertas reacciones químicas parece variar en ciclos regulares, tal vez ligados a ciclos de las manchas solares. West y Toonder relacionan esto con otros estudios sobre ciclos, menos confiables, a los que volveremos más adelante.

La tentativa de dar jerarquía científica a la astrología es quizá algo parecido a esto: influencia planetaria -> reacciones químicas -> nucleótidos -> genes -> herencia -> carácter humano. Es un loable esfuerzo, pero no lo respalda ninguna evidencia. Aun si se descubriera que los planetas moldean el carácter humano de algún modo, la teoría de los astrólogos es poco plausible. Pues nos dicen que ellos solos han inferido los detalles de la influencia planetaria, y que lo hicieron en la antigüedad (una época en que los egipcios consideraban que la Tierra era plana y el cielo una tienda con forma de caja).

Pero aun la posibilidad de una influencia planetaria en nuestros genes es tan remota que resulta fantasiosa. Se supone que Marte crea un soldado gracias a su selectividad para alterar la disposición de 150.000 nucleótidos en algunos de los 30.000 genes de algunos de sus 46 cromosomas -desde una distancia de más de 60 millones de kilómetros­ mientras deja tranquilos al resto de los genes o cromosomas… y todo mediante “vibraciones”. Es posible, pero también es posible que la Luna tenga pata de palo.

El destino contra la libertad

El astrólogo Joseph Goodavage dedica un capítulo entero de su libro (14) a un ataque contra el libre albedrío y una defensa del determinismo planetario. Supongamos que él, y otros caracterólogos, tengan razón y aun nuestros actos más triviales estén registrados de antemano en nuestros genes, estrellas o números. En tal caso, no hay razones para leer el horóscopo del día o hacerse palpar los bultos de la cabeza, pues el conocimiento del futuro no puede alterarlo.

¿Para qué molestarse en superar esas dificultades domésticas o en esperar esa carta importante, como nos aconsejan? El destino último, y todos los peldaños que conducen a él, están absolutamente determinados, programados en la computadora del universo. La única excusa para seguir consejos astrológicos es que uno no puede evitar seguirlos, ni el astrólogo puede evitar darlos.

Otros astrólogos y caracterólogos nos conceden un libre albedrío limitado, lo cual no mejora mucho las cosas. Si un hombre tiene «mano de asesino», un enorme bulto de destructividad o una estrella siniestra, ¿realmente podemos culparlo de sus actos?

Psicológicamente, este fatalismo explica buena parte del atractivo de estos sistemas. Hay una especie de seguridad en saber que no hay más remedio, que uno es movido por los astros. La responsabilidad se esfuma en el firmamento. Así imaginó Cromwell que no era él quien exterminaba a miles de irlandeses, sino la mano de Dios. Así responsabilizó Eichmann a las «órdenes de arriba» por el exterminio de millones de judíos. Así hacemos todos cuando sucumbimos a los Hados y cedemos una parte de nuestra humanidad a un Gran Inevitable.

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Fuente: “Los Nuevos Apócrifos” (R) John Sladek. En El Péndulo Nro 6. Segunda Época, de enero de 1982, Se puede acceder a la versión original en PDF en este link.

Notas bibliográficas

1 Astrology is the Bunk, lsn´t lt?, una discusión radial entre Derek Parker y Jonathan Miller, BBC Radio 4. 14/9/1971.

2 Herman Kahn & Anthony J. Wiener, The Year 2000: A Framework for Speculation (Nueva York, Macmillan, 1967).

3 P. B. Medawar, The Art of the Soluble Harmondsworth (Penguin, 1967), pag. 128.

4 E. H. Gombrich, Art and Illusion (Londres, Phaidon, 1968), pag. 90.

5 Eric Howe, Urania’s Children (Londres, William Kimber, 1967), pag. 171.

6 Michael Gauquelin, Astrology and Science (Londres, Peter Oavies, 1970).

7 Ibid., pag. 167.

8 John Anthony West & Jan Gerhard Toonder. The Case for Astrology (Londres, Macdonald. 1970).

9 Ibid., pags. 170-2.

10 Ibid., pag. 173.

11 Ibid., pags. 174-6.

12 Ibid., pags. 178-80.

 13 Ibid., pag. 180.

14 Joseph A. Goociavage, Write Your Own Horoscope (Nueva York, New American Library, 1968), pags. 278-88.