
En este 21 de octubre en que la maestra Ursula K. LeGuin estaría cumpliendo 92 años, recordamos el conmovedor discurso que dio en noviembre de 2014, al recibir el premio National Book Awards, en la ciudad de Nueva York.
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Gracias, Neil[1], y también a la organización que entrega esta hermosa recompensa. Gracias de corazón. Mi familia, mi agente y mis editores ya saben que el hecho de que yo esté aquí es tan mérito suyo como mío y que esta hermosa recompensa les pertenece tanto como a mí. Y me complace mucho aceptarla en su nombre y compartirla con todos los escritores que llevan tanto tiempo excluidos de la literatura: mis colegas autores de fantasía y ciencia ficción, los escritores de la imaginación que llevan cincuenta años viendo cómo estas hermosas recompensas iban para los llamados realistas.
Creo que se acercan tiempos difíciles en los que querremos escuchar las voces de escritores que sepan ver alternativas a nuestro modo de vida actual y que sepan ver más allá de nuestra sociedad atenazada por el miedo y obsesionada por la tecnología, hacia otras formas de vivir, incluso tal vez imaginando bases sólidas para la esperanza. Necesitaremos escritores que sepan recordar la libertad. Poetas, visionarios, los realistas de una realidad más amplia.
Ahora mismo, creo que necesitamos escritores que entiendan la diferencia entre producir bienes para el mercado y practicar un arte. Desarrollar material escrito según estrategias comerciales que maximicen los beneficios corporativos y los ingresos publicitarios no es lo mismo que una publicación o autoría responsable.
Sin embargo, veo cómo los departamentos comerciales ganan control sobre los editoriales; veo a mis propios editores sumidos en un pánico estúpido de ignorancia y avaricia, cobrándole a las bibliotecas públicas por un e-book seis o siete veces de lo que se le cobra a los clientes comunes. Acabamos de ver a un especulador tratando de castigar a una editorial por desobediencia[2] y a escritores amenazados por la fatwa corporativa, y nos veo a muchos de nosotros, los productores que escribimos los libros, que creamos los libros, aceptarlo. Permitiendo que los especuladores nos vendan como desodorantes y nos digan qué publicar y qué escribir.
Los libros, como sabéis, no son solo mercancías. El ansia de beneficio a menudo entra en conflicto con la creación artística. Vivimos en el capitalismo. Su poder parece ineludible. Pero también lo parecía el derecho divino de los reyes. Todo poder humano puede ser resistido y cambiado por los seres humanos. La resistencia y el cambio muchas veces empiezan por el arte, y muy a menudo por nuestro arte, el arte de las palabras.
He tenido una carrera buena y larga. En buena compañía. Y ahora, en el final de ella, de verdad no quiero ver a la literatura estadounidense traicionada y malvendida. Quienes vivimos de escribir y de publicar queremos, y deberíamos exigir, una parte justa de los beneficios. Pero el nombre de nuestra hermosa recompensa no es “beneficio”. Su nombre es “libertad”.
[1] Se refiere al escritor Neil Gaiman, quien la presentó y le entregó el premio.
[2] Alude al enfrentamiento entre la empresa Amazon, del multimillonario Jeff Bezos, y la editorial Hachette por el margen de ganancia de los libros electrónicos.