Una postal sobre la que imaginar el futuro

// por Lucía Vazquez

Gauchos y zombis se entrecruzan en El viento de la pampa los vio, segunda novela de Juan Ignacio Pisano (Baltasara editora, 2021). Para escapar de un apocalipsis zombie local hay que escapar de la Ciudad de Buenos Aires, condenada de antemano, para volver al espacio originario, al campo “desierto”, a la barbarie en términos sarmientinos.

A fines del 2020, el nombre de Juan Ignacio Pisano empezaba a sonar: se convertía en el flamante ganador del premio Medifé-Filba con su primera novela El último Falcon sobre la tierra, en competencia con obras significativas como Las malas de Camila Sosa Villada. Pero la novela distópica, que era casi un secreto entre sus lectores, ganó y empezó a circular con más ímpetu; de a poco pasó a ser referente de los paisajes postapocalípticos de la contemporaneidad. Es una de las obras más interesantes en el planteo de escenarios post-catástrofe de los últimos años, sin que sepamos qué fue lo que sucedió exactamente, el mundo se ha convertido en un lugar en el que poco del anterior logró conservarse. De ahí su título, ya que la trama gira alrededor de uno de los últimos automóviles que quedan y que tienen la posibilidad de andar. El poder de la nostalgia, en esta primera novela publicada, es impulso hacia adelante y algo parecido sucede en el nuevo libro, pero diferente.

Zombis de la pampa

Dos años antes de la publicación de El último Falcon…, y tres antes del estallido de la pandemia del COVID, Pisano (que además es investigador de literatura argentina del siglo XIX, más específicamente gauchesca) imaginó una Argentina afectada rápidamente por un brote Z que deviene en pampa de gauchos zombis. Escribió esta novela en 2017, que comienza con una escena de vacaciones familiares en la que al relajante y aburrido estar en la playa se le opone con velocidad la locura del alcohol en gel y el contagio. A diferencia de muchas obras contemporáneas de nuestra literatura, que o bien tienen un apocalipsis random o bien uno zombi, el narrador de El viento… se detiene para contar con exactitud cómo comienza la tan frecuentada invasión zombi. La novedad de “explicar” el apocalipsis que origina el paisaje postapocalíptico es también algo tramposa: el zombi se explica por sí mismo y no sabemos qué ocasionó el brote, solamente asistimos de cerca al momento en el que el mundo de los personajes (construido con verosimilitud igual al nuestro) cambia para siempre. Lo importante es saber que en algún momento algo se salió de control, y la tradición fílmica y literaria de la literatura Z basta para que entendamos, junto a lxs protagonistas, que ahora la vida es supervivencia.

Más allá de las coincidencias de esos primeros momentos con los de la aparición del COVID y su velocidad del contagio en nuestras vidas, la novela de Pisano genera un diálogo con lxs lectores desde un conocimiento común de la cultura zombi. De George Romero en adelante las convenciones se han ido solidificando (al punto de volverse, de repetitivas, aburridas en algunos casos) y ese saber compartido permite que la novela avance por su propio camino. Hilario, el padre de familia que tendrá la mayor focalización narrativa en el relato, sabe que al zombi hay que darle en la cabeza. No hay muchas preguntas entre él y su pareja, Amalia, y el acuerdo de huir y resistir junto a su pequeña hija Mara es también implícito. La novela no se detiene a contar lo que ya sabemos; inserta en una tradición firme, se sirve de ella para aportar su novedad.

Cuando Hilario y Amalia están escuchando la radio, ya alejados del núcleo del disturbio en que se había convertido la apacible playa de Las Grutas, escuchan reflexionar el locutor de la transmisión “¿Cómo nombrar lo innombrable sino es con algo conocido?” (p.50), como si estuviera dando una clave para la posibilidad de avanzar: desde el pasado. Sandra Gasparini (2015) dice que los zombis “vuelven activo al pasado: conspiran y actúan sobre los vivos”; así como la apropiación de ciertos imaginarios culturales les permite sobrevivir, son las prácticas de la tradición argentina decimonónica las que les brindan la posibilidad de un nuevo comienzo a los personajes. A medida que huyen de la invasión zombi, Hilario y su familia se internan cada vez más en la pampa “desierta” no solo para resistir, sino para repoblarla. La Ciudad está perdida desde el comienzo, Buenos Aires casi no se referencia y cuando se lo hace sabemos que, por ejemplo, el Obelisco ya cayó y está siendo bombardeada. La multitud de muertos vivos se encamina hacia el centro urbano, que no es ni siquiera una posibilidad para Hilario y su familia. Montado a caballo, el protagonista puede hacerles frente a los otros sobrevivientes que “como gauchos matreros” (p.117) andan por los caminos robando. La reapropiación de elementos del pasado, en este caso el histórico y literario decimonónico, es lo que permite la construcción del futuro. Al igual que en la mayoría de las películas Z, la falta de organización humana es crucial, y en la novela lo social se pierde, solo queda lugar para una (re)construcción a nivel individual-familiar. La búsqueda es la del bienestar de la familia, sin importar la comunidad, el interés que excede a la mera supervivencia es personal y no político.

Cómo volver y seguir

En una entrevista de 2003, George Romero contó cómo, inspirado en Soy Leyenda de Richard Matheson, en Night of the living dead (1968): “opté por no llegar hasta el último hombre, sino empezar cuando el fenómeno recién comenzaba y ver cómo el hombre trata de sobrevivir y no se puede comunicar. Teóricamente es fácil derrotar a los zombies pero nadie logra organizar un plan, y los humanos finalmente se enredan y fracasan…”. Hay, décadas después, en la novela de Pisano una respuesta a ese problema, o al menos un intento de. No hablamos de cualquier invasión zombi sino de una propia, no hablamos de una huida de la horda Z en cualquier dirección sino hacia el Sur patagónico del país: la respuesta será adecuada al contexto y en la novela los personajes que sobreviven (y no solo, sino que irán aumentando su bienestar con respecto al comienzo) lo hacen gracias a la apropiación de la tradición y la re-visitación del pasado, que en este caso sí es social y no individual. Así como el estallido Z es velocísimo, Hilario se adapta a su vida en el campo casi como si hubiera sido un destino. Encuentra a un caballo, lo nombra Moreira, lo monta erguido hacia la ruta, como un baqueano del siglo XXI. Riendas en la mano, cuchillo en la cintura, Hilario se enfrenta así con éxito no solo a los anunciados gauchos zombis (que son en su mayoría pacíficos) sino sobre todo a los otros sobrevivientes que, matreros, van saqueando y violentando a los otros vivos.

¿A quiénes ve el viento de la pampa? Hilario, Amalia, Mara terminan sacando y posando para una fotografía con lo poco que les queda de batería (imposible de recargar). Amalia quiere guardar esa foto en su memoria como “una postal sobre la que imaginar el futuro” (p.192). A diferencia de la escena del comienzo, cuando la playa está repleta y la familia protagonista mezclada con el resto, al final de la novela son ellxs tres, exitosxs sobrevivientes del apocalipsis zombi, la encarnación viva de la posibilidad de un postapocalipsis, es decir, un futuro. Como en la primera película de Romero, el zombi casi no se ve, está afuera del núcleo familiar que, en vez de estar encerrado en una casa es como si estuviera encerradx en el país, en la historia argentina. Es novedoso cómo la novela saca la acción de Buenos Aires (lugar donde suelen transcurrir la mayoría de las imaginaciones del futuro), donde caen bombas y aparecen referidos una única vez el resto de los países, dando cuenta de un afuera. Lo importante es lo interno: Buenos Aires es la ciudad y ya está perdida desde el comienzo, la multitud zombi se dirige para el centro urbano. Para sobrevivir hay que volver al espacio originario, al campo “desierto”, a la barbarie en términos sarmientinos. Y pronto sobrevivir será vivir mejor, hay auténtico disfrute en la nueva vida que le toca a los protagonistas.

Quizá el futuro posible esté en la revisión del pasado, en el desafío a las grandes verdades: ni el desierto está desierto ni la extensión es inconmesurable, es ese espacio que, como gran posibilidad, les salva la vida a lxs protagonistas. El desierto no está despoblado: están los zombis, que representan el pasado, lo muerto que vuelve, y es el lugar donde van a asentarse Hilario, Amalia y su pequeña hija Mara, el futuro. ¿Hay un sueño por repoblar el desierto de otra manera? ¿Esta vez haciendo las cosas “bien”? Los protagonistas se sienten como “resucitados” pero no como zombis; se resignifica lo muerto-vivo o lo que vuelve del pasado. Hilario se siente cómodo en esa piel de la tradición como gaucho, aun teniendo que convivir con otros gauchos-zombis. Los zombis son amenaza pero también agente del cambio, catalizador, de alguna manera, lo que precisa ser reivindicado, revivido. En este sentido, el final que mira hacia el futuro, la imagen que es una postal (un recuerdo) sobre la que imaginar lo que vendrá, condensa esta posibilidad. Nuevamente, con su prosa ágil, rítmica, llana en el sentido en que nos permite cabalgar con soltura por el relato, Pisano arma un mundo que dialoga con nuestro tiempo, con nuestro pasado, y permite la imaginación de un futuro después de la catástrofe.