Por Malena Q
El caballo de Turin transcurre en un tiempo pasado. La imagen de una casa solitaria, un camino de tierra surcado por las ruedas de madera de un carro y los cascos del caballo que lo empuja. Un hombre, tan cansado como su animal, vuelve de realizar la actividad que le provee el sustento.
El verde fantasmal de las colinas sólo se puede imaginar porque la imagen renuncia al color desde el comienzo, como también renunciará de todos los componentes materiales de la impresión fílmica de manera gradual, la luz, el sonido.
Esta desintegración progresiva se revela también en el relato, su motivo mínimo son las acciones cotidianas de un padre y una hija que se repiten día tras día. De a poco, se ven afectadas por la descomposición de la vitalidad del mundo. El caballo deja de comer, y en consecuencia el hombre ya no puede trabajar. El viento sopla cada vez más fuerte, el sol se extingue, el aire comienza a agotarse y se convierte así, en vacío.
Pero ¿Qué es lo que se apaga? ¿Una forma de vida? ¿Una temporalidad? ¿Un modo de trabajo?
Desde lo formal, los planos secuencia conforman una temporalidad continua. La actividad de lxs campesinxs, aislados de una posible organización en la ciudad, responden a un tiempo intuitivo, condicionado por los vaivenes climáticos y por la disposición de los animales, una temporalidad orientada al quehacer, diría E.P. Thompson. Hay una incompatibilidad tácita, si pensamos en lo otro, lo que aparece como extraño, y como tal, imposible de exhibir. Una nueva forma está surgiendo, la producción en cadena que propone una fragmentación, un tiempo cronometrado y definido para la producción en la fábrica. La impronta maquínica acecha desde el fuera de campo.
Relato, forma y sustento técnico se entraman.
¿Puede la cámara, el objeto técnico que registra para luego producir e incluso solapar sentidos y experiencias de duración, captar la experiencia de una época anterior, cuando su propia temporalidad es heredada de la máquina?
Lo que se disuelve en el universo-relato tiene una correlación directa con la disolución del material mismo de la composición técnica. La cámara queda inútil, los elementos físicos que hacen posible la propagación misma de la imagen y el sonido, aire, luz, abandonan el set.
Un tiempo que responde a otra naturaleza parece imposible de reproducir, reconstituir, por un artefacto que se origina en otra relación productiva.
El hombre del caballo y su hija ven la extinción de su mundo con un gesto apático, sin ánimo de protesta o lucha, sin el impulso de querer conocer sus causas.
La cámara no está rota, queda a la espera de un tiempo que sea accesible para su mecanismo, la impresión del mundo fragmentada en intervalos regulares propulsados por sus engranajes. Exposición y obturación.