Bienvenido, Mr. Harrison

Un breve recorrido por la vida y la obra de M. John Harrison, aprovechando la visita a Buenos Aires de uno de los escritores favoritos de Synco.

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// Por Pedro Perucca

«No intento representar lo espiritual, lo ambiguo, lo paradójico, lo tenue; intento inducir esa clase de estados».

China Miéville dijo sobre M. John Harrison que el hecho de que no le hayan dado aún el premio Nobel “demuestra la bancarrota del stablishment literario”. Y agregó: “Austero, inquebrantable y desesperadamente conmovedor, es uno de los grandes escritores vivos de la actualidad. Y sí, escribe fantasía y ciencia ficción, aunque en una forma, escala y brillo que avergüenza no solo al resto del género, sino a toda la ficción moderna”.

M. John Harrison (la M es de Michael), nació en 1945 en la ciudad de Rugby, a orillas del río Avon y en el condado de Warwickshire, a un puñado de kilómetros de donde se supone que lo hizo William Shakespeare. Fue un niño con un amor voraz por la literatura, que consumía sin ningún tipo de criterio. Recuerda que alrededor de sus trece años solía ir a la biblioteca con los carnets de toda su familia para volver con el canasto de la bicicleta colmado por una docena de libros que devoraba de a varios por semana. Eran libros sin sobrecubiertas o contratapas que anticiparan contenidos, por lo que se podía encontrar casi con cualquier cosa, abriendo las puertas a los presentes del azar. Este es un factor que desde entonces va a tener un lugar en su literatura y en su concepción del mundo: “Dios sí que juega a los dados con el universo. Y las elecciones del universo se hacen al azar. La belleza de esto es que el azar construye todo el orden que vemos. Lo más elegante de estar vivo es que el orden surge del desorden”.

Este input literario indiscriminado de biblioteca pública, que incluía a Jorge Luis Borges, a Chejov y a Katherine Mansfield, sumado al consumo de publicaciones populares de la época como las historietas del audaz piloto del futuro Dan Dare (entonces el futuro era 1990), fueron preparando una subjetividad donde las diferencias entre literatura popular y «gran arte» son mucho más irrelevantes que el resultado de su colisión. “Limitarse a lo que se encuentra en el tacho de basura es algo tan cerrado como sólo interesarse por lo que hay en la mesa más alta. Tampoco estoy buscando un compromiso entre ambas, eso sólo lleva hacia la mediocridad. Mi idea siempre fue golpearlas entre sí, repetidamente, hasta que se rompan”, explicará. En otra entrevista amplía la idea, conservando la valoración positiva del momento del estallido de los géneros y las categorías literarias, lo que será una marca perenne de su propia producción: “Volvía a casa de la biblioteca con uno de Albert Camus, una novela con Johnny Fedora (un agente secreto británico), un libro de cosmología, uno sobre montañismo, un libro sobre fenómenos paranormales, una historia de poltergeist en una rectoría inglesa… Para cuando tuve veinte, explorar las colisiones de todos estos mundos en la ficción ya se me había convertido en un dogma de fe. Es como un colisionador de partículas: los escombros que vuelan por el aire en el instante de la colisión les dan a los físicos conocimiento sobre la realidad”.

Harrison comenzó a escribir a los 13 años, pero dice que su primer intento serio con la literatura lo hizo a los 18, logrando publicar su primer cuento recién dos años más tarde. Luego de ver por primera vez su nombre en letras de molde, decidió largar todo, dejarse el pelo largo y mudarse a Londres para intentar ser escritor. En algún momento bromeará con el éxito parcial de este plan juvenil, ya que al menos el pelo le creció.

A mediados de los años sesenta logra entrar a la revista New Worlds, desde la que Michael Moorcock estaba dándole forma a la revolución de la Nueva Ola de la ciencia ficción en el Reino Unido, con J. G. Ballard como espada principal. Luego Harrison fue colaborador habitual de la revista, llegando incluso a desempeñarse como editor entre el 68 y el 75. Más allá de que en alguna entrevista reconoce no tener mucho recuerdo de aquella década alocada entre mediados de los 60 y de los 70, valora el rol formativo que tuvo para su escritura ese momento: “Las reseñas que escribí para la revista New Worlds entre 1968 y 1978 me permitieron aprender más acerca de mi propia escritura y a construir mis opiniones, y no fui lento en hacerlas públicas. Tuve suerte de tener a Michael Moorcock como editor. Muchas de esas reseñas eran puramente polémicas, pendencieras (de hecho, hoy en día las describiríamos como trolleo). Trolleé al género fantástico. Trolleé a la ciencia ficción. Estaba enojado y me divertía”.

A partir de los 90 relanzará una carrera crítica “más responsable” escribiendo para los suplementos literarios del Times, The Guardian y The Telegraph (eventualmente también con The Spectator y el New York Times). “Disfruto de reseñar: veo a la reseña como una obra en sí misma, un entretenimiento, un pequeño baile peligroso con el libro reseñado”, reconoce. En alguna entrevista también explica la importancia del lugar de crítico para su literatura: “Mi idea de mi propia escritura es muy técnica: me interesa cómo se produce la escritura, y por eso siempre he sido una analista de la escritura, además de un escritor. No creo que ambas cosas sean mutuamente excluyentes”.

En 1971 publica su primera novela, The Committed Men, una historia ambientada en una Gran Bretaña post apocalíptica poblada de mutantes, muy influida por Ballard y por las novelas de desastres de John Wyndham, el autor de la gran El día de los trífidos. El mismo año publica The pastel city, que pasará a formar parte del primer tomo de la saga de fantasía de Viriconium, que se completa con Tormenta de Alas (1980) y Nocturnos de Viriconium. Su tercera novela fue The Centauri Device (1975, tampoco traducida aún), definida por el autor como una “antispace opera”, que sin embargo va a jugar un rol clave para el desarrollo de la nueva ópera espacial, inspirando a autores como Iain Banks y Alastair Reynolds.

Durante casi veinte años fue un aficionado al montañismo, escalando las cumbres “bajas e impiadosas” del Distrito de los Picos. Esa experiencia, por la que de hecho abandonó la escritura durante muchos años, luego se reflejará en algunos cuentos de El mono de hielo (1983) y sobre todo en su novela casi autobiográfica Climbers (1989), no traducida al castellano.

Entre 1984 y 1990 produjo por lo menos tres versiones de lo que luego sería El curso del corazón (1990), el primer texto suyo que circularía en nuestro país, gracias a una preciosa edición española de Minotauro de 1996, con traducción de Andrés Ehrenhaus (recientemente reeditada por Sigilo). El difícil proceso de escritura de esta novela, considerada generalmente por la crítica como una de sus obras maestras, lo hizo dudar acerca de si la “insalubre excitación que acompaña el acto de escribir” no era “un sustituto de sensaciones más físicas”. Así que decidió “salir ahí afuera y conseguir algún tipo de excitación no metafórica”. Además de obtener la experiencia más opuesta posible al hecho de pasarse horas sentado en un escritorio “escribiendo historias inventadas sobre gente que se pegaba entre sí en la cabeza con espadas”, el montañismo le permitió conocer a mucha gente “peligrosa y aventurera”, respecto de la que manifestó: “A menudo me encuentro capacitado para expresar por ellos su propias dificultades en la vida. Disfruto de la compañía de gente que encuentra la vida dura y difícil. Creo que esto es porque tengo algo que aprender de ellos”.

Poco después de El curso del corazón, publicó Signs of life, una historia con elementos fantásticos en el universo médico, a la que suele considerar como la compañera contrafáctica de su novela más aclamada (como curiosidad digamos que el protagonista es Mick “China” Rose, aunque aún faltaban un par de años para que conociera a China Miéville). Luego de una importante cantidad de producciones para el mercado mainstream, incluyendo cuatro novelas juveniles fantásticas sobre aventuras gatunas bajo el pseudónimo colectivo de Gabriel King (junto a Jane Johnson y Jude Fisher), en 2000 publica el imprescindible volumen de relatos Preparativos de viaje (editado en nuestro país por Interzona en 2004). Por esta época también acuña el término New Weird, en el prólogo a la novela breve El azogue (2002) de su amigo China, para unificar a esas nuevas producciones extrañas que hibridaban el terror, el fantástico y la ciencia ficción.

Y luego hace su regreso a toda orquesta a la ciencia ficción con Luz, en 2002, en lo que será el primer tomo de la trilogía del Canal Kefahuchi (que se completa con Nova Swing, de 2006 y Empty Space, 2012, aún no traducida). Si bien Luz puede parecer una space opera, en su prosa trabajadísima hay mucho más, con un uso (que en algunos casos llega hasta la sátira) de las convenciones para romper todas las barreras genéricas e intentar llevar a la CF más allá, tanto en su temática como en la apuesta a llegar a un público más amplio que los consumidores de nicho. Además de una complejidad infrecuente en el género (a pesar de lo cual la recomienda para ingresar a su mundo literario por ser “una introducción más fácil”), la novela también expresa algunas tomas de posición éticas que caracterizan a la obra de Harrison: “Uno de los principales argumentos de Luz es que la vida evoluciona gracias a los vulnerables y desarmados. Vivimos en una sociedad global que se expresa con un lenguaje de intimidación y desprecio para aquellos que no parecen controlar sus vidas. De hecho, ninguno de nosotros lo hace. Nuestra obsesión por el control es la medida exacta de nuestro miedo a ser realmente seres humanos corrientes y vulnerables”.

En 2015 Edhasa publicó en español La invocación y otras historias, un volumen de relatos seleccionados y prologados por Matías Serra Bradford, que toma textos de El mono de hielo y de Cosas que nunca suceden, además de una buena cantidad de inéditos. También quedan sin traducción castellana un par de novelas gráficas y la compilación de sus reseñas y ensayos de entre 1968 y 2004. Hace pocas semanas confirmó desde su blog (ambientehotel.wordpress.com) que en 2020 publicará la novela titulada The sunken lands began to rise again (una parodia sobre el Brexit a partir de una difícil ruptura de pareja), mientras continúa en el proceso de escritura de otra novela de ciencia ficción.

Harrison vino a nuestro país para participar del onceavo Festival Internacional de Literatura de Buenos Aires (Filba). En Synco dedicaremos toda una semana de publicaciones al querido M. John Harrison, sin duda uno de nuestros escritores favoritos, con reseñas, traducciones de algunos textos, análisis de la obra y una entrevista que le realizamos apenas llegado a Buenos Aires.