China Miéville y el New Weird

En el año 2002 M. John Harrison escribió este prólogo a la novela breve El azogue, de China Miéville. Ahí habló, por primera vez de el New Weird (lo nuevo raro) para describir una literatura híbrida, que no respeta las fronteras de los géneros y que se esfuerza por contar las realidades fantasmagóricas en las que vivimos. Synco tradujo este prólogo para seguir habitando la dimensión Harrison.

// Por M. John Harrison – Traducción de Pedro Perucca

Suele hablarse mucho sobre la relación de la fantasía con ese mainstream de la ficción literaria que se percibe como “fuera” del ghetto de la ciencia ficción y la fantasía. Esta discusión es un poco inútil, ya que uno nunca puede estar seguro de qué lado se encuentra. ¿Dónde ponemos al surrealismo? ¿Dónde al realismo mágico? Ninguna de las formas es realista, pero la ficción realista no es realista, ¿verdad? Lo mundanal tampoco está detrás de la distinción: el mundo en el que vivimos -la vida que vivimos- es imaginado en la cotidianeidad como una serie de propagandas corporativas. Fantasía. Mainstream. Solo puedes mantener este tipo de distinciones mediante una gradación que no se preocupe por detalles, a través de sofismas; gracias a actos de policía categorial que son huidas desesperadamente agresivas. Esa energía sería mejor destinarla a algún otro esfuerzo: aplicada a los actos de escritura, por ejemplo, podría mejorarlos o intensificarlos, lo que nos permitiría dar pelea en los suplementos literarios y en los estantes de las librerías. Es decir, allí donde, todo sea dicho, la ficción es sólo ficción y tenemos que competir con Will Self¹ y las más recientes editoriales de ChickLit.

La buena ficción debiera hacernos cuestionar nuestra experiencia del mundo, por no decir los medios por los que apuntalamos esas experiencias. Pero esto nunca debiera hacerse de la forma obvia. El gesto más dolorosamente desfamiliarizador es el más sutil. La buena ficción tiene una cualidad misteriosa y esto es suficiente para volverla “fantástica” y “mainstream” al mismo tiempo. Salgamos allí, podríamos decir, a la arena del mainstream, y hagamos que los lectores se sientan incómodos. En lugar de discutir por sofismas, hagamos algunos actos contramundanos.

En los últimos tiempos me viene pareciendo que al primero al que deberíamos mandar ahí afuera es a China Miéville. Él es físicamente grande y estable y tiene el arte del extrañamiento cada vez más dominado. Como su reciente cuento “Familiar”, El azogue es profundamente misterioso. Al principio podrías pensar que se trata de una afectada provocación de la Nueva Ola sobre el habitual hombre armado que vive en un colectivo abandonado de una Londres profundamente palestinizada. Después, a través de eso, distinguirás algunas de las formas del clásico precursor de la Nueva Ola, La guerra de los Mundos, de H. G. Wells, y pensarás: Ah, ese es el tipo de historia en la que estamos. Después entenderás de forma shockeante que es una historia sobre los espejos y lo que puede anidar detrás de ellos. Como todas las buenas historias, se trata de lo que hace: en este caso, la curvatura de la luz. Esta es una historia de espejos. Una historia de narcisismo. Una historia de la cultura a través de la historia del azogue, la plata de los espejos.

Y ahí estaba Versalles, nuestro lugar más sombrío.

El espejo siempre ha sido el lugar máximo para la indignación artística, apuntando como un arma contra la vida diaria. Miren El retrato de Dorian Gray, que claramente no es una pintura sino un espejo negado o inconsciente (o en Will Self, donde su nombre en sí mismo es un componente de la dualidad del espejo, reciclando a Dorian en el intento contemporáneo de exprimir algo más de verdad misteriosa). Miren a Egon Schiele, encadenado a su propia imagen, astuto, gesticulante, lleno de sexo o de algo más que sexo. ¿Qué es lo que brilla en la esquina de su ojo? ¿Un giro de la luz o algo que vive en el espejo? El acto de elegir algo para que sea tu opuesto, para poder decirte otro respecto de él, es un acto central de la manera humana de proceder. ¿Pero qué pasaría si, en su momento más familiar, esta idea se quebrara? Esa es la fuerza política de todo esto. Y Miéville tampoco es ajeno a la política.

Aunque sepas que sólo existen dos, hay una sensación de una inteligente y curiosa multiplicidad de voces narradoras -como reflejos de reflejos, parpadeos de sentidos- y es gracias a su conversación que puedes darte súbitamente cuenta de que el vidrio roto ha cortado en ambos sentidos. Los habitantes de Londres -la gente “real”- también fluye hacia la ciudad reflejada, serdnoL. Está vacía y es segura. Ellos sienten algo de culpa, algo de vergüenza, pero la paz lo amerita. Lo que identificamos en el austero Sholl -sobreviviente de una novela post-apocalíptica de alrededor de 1971- y, de hecho, en su contraparte espejada, el “pachogue” o vampiro sin nombre, es la necesidad de penetrar el espejo del ser: literalmente de “cambiar de lado”. Los viajes de Sholl por el subterráneo, sus aventuras a través de la ciudad (“Se encaminaba al terrible corazón de Londres, a sus calles”), reflejan las aventuras del otro. Mon semblable. Mon frere.

Para los imagos, descubriremos, los espejos han sido una prisión. Ellos han sido obligados a acicalarse y a imitarnos desde que el Emperador amarillo los quitó del camino. ¿Pero qué han sido los espejos para la gente? ¿O qué son ahora para Sholl, que ya conoce su sentido desfamiliarizador? ¿Cómo ha sido aprisionado el otro lado de la oposición? Un posible precursor de esta historia que no mencioné es la película El hombre Omega (no tanto su versión literaria, Soy leyenda). Sholl nos recuerda forzosamente a Charlton Heston, siempre agitado, corriendo, asustado, siempre merodeando las calles de la ciudad con su ametralladora, siempre perseguido por vampiros. Pero en el final de El azogue, Sholl hace algo que Charlton Heston nunca hubiera hecho.

Las profundas cualidades de extrañamiento de China Miéville han tendido, curiosamente, a hacerle perder algo de su efecto en el medio elegido de esta enorme, extraña e inmersiva fantasía. Si sumergís a tus lectores en un mundo completamente inventado, estarán prevenidos, un poco menos desbalanceados que si tus invenciones se arrastraran hacia su mundo familiar y lo alteraran. Su elección del lugar para El azogue está mucho más cerca de lo que imaginamos, lo que provoca un escalofrío repentino, como la superficie del agua que se rompe junto con nuestras caras. (Y detrás de nosotros, los reflejos de todos esos labios fruncidos para recibir el lápiz labial, esas pequeñas y coquetas miradas de reojo a uno mismo, el beso en el vidrio y todos los fuegos artificiales del año pasado atrapados para siempre -para nunca- en un charco).

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  1. Will Self es un periodista, comentarista político y escritor, autor de once novelas, entre ellas Dorian, an imitation, de 2002, a la que hace referencia Harrison.