Teatro y pandemia: Conversaciones con protagonistas de las artes escénicas (I)
Por Mariana Rodrigo
Mariana Rodrigo llevó adelante una serie de charlas con trabajadorxs de las artes escénicas para reflexionar sobre el impacto de las distintas etapas de la epidemia de coronavirus en la actividad teatral. Virtualidad, teatro por zoom, clases al aire libre y reclamos de apoyo y subsidios al Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires han sido algunas de las estrategias con las que los integrantes del sector teatral, que tiene en Buenos Aires una de sus capitales a nivel mundial, vienen intentando lidiar con la dramática situación. En esta primera entrega, un diálogo con la actriz Ivana Zacharski y con el docente de teatro Nano Zyssholtz.
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¿Vamos a hablar de teatro en medio de una pandemia?
Vamos a hablar de teatro en medio de una pandemia
¿Vamos a quejarnos del estado agónico del teatro -de la cultura toda- profundizado por el abandono del Estado y el cinismo de los gobernantes? Sí. Es inevitable. Pero no nos queremos quedar ahí.
¿Si no es posible hacer teatro, de qué viven lxs teatristas? ¿Hay vida -teatral- sin cuerpos explorando, experimentando, creando en proximidad? ¿Qué de toda la actividad es plausible de mudar a la virtualidad? ¿Se cuenta con las herramientas? ¿Tiene sentido?
Con una valijita de inquietudes que podría resumirse en “¿Cómo se vive esta profesión en pandemia?”, fuimos a charlar con teatristas de diferentes especialidades, sin pretensiones concluyentes y buscando abrir la mirada, para dar cuenta de mucho de lo que implica “hacer teatro” y las consecuencias de no hacerlo, intentando multiplicar sentidos y hacernos cargo de que la cultura independiente no tiene ni puede tener un solo camino, una sola forma ni una sola voz.
Con el estallido de la pandemia y las restricciones iniciales en 2020, Ivana Zacharski, como tantas y tantos docentes independientes, decidió suspender las clases que dictaba y sostener el parate con sus ahorros. Esta idea se basaba en el supuesto, también generalizado, de que la pausa sería momentánea, breve. Cuando se vio lo pifiado del diagnóstico, comenzó a dar talleres virtuales de radioteatro y cine, considerando cámara, personajes, luces, etcétera, una experiencia que terminó en montaje, transmisión por zoom y agotamiento: “Es que no es posible sostener en el tiempo ese nivel de producción de material con la precariedad en la que nos encontró la pandemia”. Decidió finalmente sostener el aspecto radial, que igual implicaba una complejidad técnica al que se le sumaba el montaje posterior, y así trabajó varias piezas junto a sus alumnxs, como Ubú rey o varias de Copi, en formato radioteatro. Recuerda la experiencia como algo grandioso y placentero, pero también encontró un límite en cuanto a lo tecnológico y a lo grupal -la necesidad de trabajar con pares de otras disciplinas y la imposibilidad de la reunión- más la total ausencia del Estado, cuyo apoyo considera que hubiera sido necesario. Así es como dio por terminado el momento radioteatro, del que quedan, además de las experiencias, unas piezas muy divertidas colgadas en una plataforma digital.
Lo siguiente fue volver al cuerpo, que es lo que más se vio extrañado en este proceso de encierro. Ivana hizo la apuesta de alquilar un espacio para dar clases ahí. “Creo que lloré la primera clase”, cuenta. Y con un abrazo gigante a la actividad, con todos los cuidados, volvió. No al teatro al que estaba acostumbrada, pero sí a “la interacción del presente, la voz, el cuerpo, las miradas, las luces, el hábitat, el espacio… donde cobra espesor la experiencia en el vivo”. Pero eso también duró muy poco, ya que enseguida volvieron las restricciones, el recambio de alumnxs fue mucho mayor que el habitual, con una velocidad en la “no había forma de bancar el alquiler de un espacio”. Finalmente, con un grupo persistente, terminaron habitando el aire libre. Y ahí, en el Parque Lezama, continúan un proceso de investigación, con una dinámica movediza que lo hace posible y sostenible en este tiempo de mutación constante. “Las ganas de crear están, solo hubo que armar esta dinámica posible”, explica Ivana.
Como actriz, la pandemia la encontró preparando un monólogo de Sarah Kane. Pidió un subsidio al Instituto Nacional del Teatro (INT) para montar una estructura que pueda rodar en plazas, pero no salió. Lo que si salió es una propuesta para representarlo en un teatro, pero sin público. Y ahí apareció la cámara y, con ella, el equipo que convirtió el texto en un guión cinematográfico y ahí sí fue posible: “Y con la generosidad del equipo -al escenario, Caro Fernández, Dulce Ramírez- durante 8 jornadas obtuvimos todo el material que hoy está en etapa de postproducción. Sara Kane me vino bien para expresar la resistencia a la adaptación y salió algo bellamente terrorífico: la actriz teatral luchando por el ingreso a la puerta cinematográfica, con ese ojo individual que también es plural, pero distinto”, agrega.
Ivana no es solo actriz y docente. “Le dedico mucho a la militancia, se me convierte en fuerza para la actuación, hay una emocionalidad colectiva que viene de la militancia y que tiene que ver con tomar conciencia de las existencias, de las fragilidades, de las vidas frágiles o de la fragilidad de la vida”, explica. Y añade: “No puedo obviar ese 40% de población que vive debajo de la línea de pobreza y la militancia es estar cerca de eso y aportar lo mínimo que siento que aporto. Ese lugar tan choto en el que nos pone el Estado de tener que reclamar lo básico. ¡El nivel de violencia evidente en que más de 300 compas necesitan asistencia alimentaria y el Ministerio de Cultura nos dice que no se va a ocupar! Con eso se siente una responsabilidad tremenda”. Respecto del titular de la cartera de Cultura en la Ciudad, Enrique Avogadro, a quien define como “edulcorado” aunque “con una tremenda capacidad marketinera”, sostiene: “Su discurso de ‘aguante el diálogo’ es muy violento: comprometió a todas estas personas a empadronarse para recibir una ayuda vinculada al alimento y después dijo que no. ¡Y reciben un salario por eso! Todes deberíamos saber para qué están y qué hacen con el presupuesto”.
Hace unos meses, con mucho esfuerzo, Ivana pudo volver a la presencialidad como actriz y directora de Reflejos infieles, pero después de apenas dos funciones tuvieron que parar otra vez por las nuevas restricciones. Al respecto, cuenta: “La respuesta del Ministerio de Cultura es nula en relación a eso, a qué pasa con las cooperativas que tuvieron que parar en este último cierre. A las tecnologías y disciplinas con las que el teatro ya interactúa se le suma ineludiblemente la cámara, una tecnología imposible que resulta muy difícil de desplegar bien para una cooperativa de teatro independiente sin medios. Y no diría hacer teatro, hacer algo con el teatro, con eso nuevo, ese lenguaje nuevo, que despierta interés y que puede ser algo novedoso, interesante como novedad pero que sin los medios se vuelve de élite”.
En este sentido, Ivana verbaliza una pregunta que no se puede seguir invisibilizando: “¿Hay espacio en este parate que ya lleva más de un año para las producciones independientes?”. Esta situación del sector es absolutamente novedosa para ella, que trabajó hasta el último momento de su embarazo -ensayó embarazada y parió al día siguiente de un estreno-, hizo giras y temporadas con su hijo a cuestas, creciendo entre bambalinas, respirando arte. Hoy los días en que está con su hijo no hace otra cosa, lo que tiene un gran impacto en su economía pero también abre nuevas posibilidades con esa “alucinante la matriz creativa constante” que es su hijo, “con quien actuamos juntes, pintamos, cantamos, salimos a pasear”. “El trabajo independiente me permite compensar: los días que no estoy con él laburo todo el día”, detalla. Y agrega: “Entendemos la situación absolutamente excepcional y sabemos que va a quedar registro de este vínculo tan cercano que estamos teniendo, hermoso, vital, creativo, pero todo el tiempo ronda el peligro que siento como madre por las consecuencias que pueda tener esta falta de socialización, en lo que claro que hay un peligro que tramito como puedo en cada momento. Hay prácticas colectivas que él no está viviendo como algo cotidiano sino excepcional, porque las genero con mucho esfuerzo. La decisión de mudarme con amigos artistas para una convivencia donde se comparten desde las comidas hasta los rituales de cine tiene que ver también con esa socialización”.
“Sería interesante que el Estado nacional de una protección, una cierta mínima noción de cuidado a las personas que nos dedicamos a las artes escénicas independientes. Una compensación salarial de emergencia sostenida, para dar un poco de perspectiva, un cuidado mínimo de la vida desde el Estado”, plantea la actriz.
Ivana también es miembro de la Asamblea Permanente de las Artes escénicas, espacio colectivo nacido hace unos meses que continúa esperando que el Ministerio de Cultura de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires cumpla con su compromiso de impulsar un espacio de trabajo conjunto para la generación de un circuito escénico a distancia.
Desde Sonámbula también dialogamos con Nano Zyssholtz, quien se define como “docente director en actuación”. Él se reconoce como proveniente de un estrato social no precario, lo que le permitió dar clases independientes, con la inestabilidad que conlleva, pero siempre con “la independencia y la libertad que hoy nos está faltando”. Nano confirma que la docencia, eso que pasa en las clases, es también un lugar de encuentro y refugio. “Al principio (de la pandemia) nos encontrábamos de manera virtual para vernos, para no dejar de encontrarnos como sea”, remarca.
Como muchxs, Nano se puso a evaluar qué podría ofrecer él, como docente, en el marco de la virtualidad. Hizo un recorte, analizó, estudió y a partir de ahí se abrió un nuevo abanico de posibilidades que propuso y sus alumnxs lo acompañaron. “Después del primer shock que fue ese rarísimo encuentro con la virtualidad, después de esa incomodidad, comenzamos a reconstruir el vínculo que teníamos, multiplicando los factores novedosos como sus casas, sus hábitats y sus recursos -objetos, mascotas, familias-, empezamos a bajar esa expectativa de que tenía que pasar lo mismo que en la presencialidad y ahí se nos volvió a generar creatividad y actuación”, recuerda.
La pandemia vino a suspenderle el festejo por los 20 años de docencia -sí, Borges, puede que seamos devotxs del sistema decimal- y la falta de presencialidad lo encontró con una sensación de vacío que le resultó nueva. Quizás de ahí haya salido el impulso inicial que lo llevó a mandar el primer mensaje con el que se iba a empezar a tejer PIT, la agrupación que reunió por primera vez a lxs Profesorxs Independientes de Teatro. “Lo primero que sucedió fue que enseguida nos empezamos a compartir herramientas, algo sin precedente, al menos en mi experiencia. Ya no nos mordemos los codos para sacarnos alumnos, ahora prima la idea de sostener entre todes, juntes. Lo que antes era competencia ahora era unión”, explica.
PIT nació en CABA y se extendió de manera federal, dando lugar a comisiones de trabajo, asambleas de decisión y una dinámica que aún se sostiene, con las dificultades del caso, del contexto, el hartazgo y la precariedad por la que atraviesa el sector, además de las dificultades de sostener un espacio de funcionamiento horizontal y realmente democrático. La comisión de herramientas sigue siendo protagonista.
Ni bien pudo comenzó a dar clases al aire libre, con todos los cuidados necesarios y más -puede que tenga récord de hisopados, por suerte todos negativos- y, si bien el nuevo retorno a la virtualidad lo encontró con más herramientas y en una plataforma que hoy sus alumnxs ya conocen y eligen, reconoce que evaluó seriamente la posibilidad de dejar de dar clases. “Nunca se sabe si es o no definitivo, el colectivo es esencial, las individualidades no”, plantea. Con la reapertura teatral anunciada para este 18 de junio -con protocolos y áforo reducido- intentará nuevamente sostener la actividad.
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(En la segunda parte de esta nota conversamos con la titiritera Julia Ibarra, la profesora de teatro Fabiana Mozota y la actriz y directora Natalia Badgen)