Teatro y pandemia: Conversaciones con protagonistas de las artes escénicas (II)

Por Mariana Rodrigo

Mariana Rodrigo llevó adelante una serie de charlas con trabajadorxs de las artes escénicas para reflexionar sobre el impacto de las distintas etapas de la epidemia de coronavirus en la actividad teatral. Virtualidad, teatro por zoom, clases al aire libre y reclamos de apoyo y subsidios al Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires han sido algunas de las estrategias con las que los integrantes del sector teatral, que tiene en Buenos Aires una de sus capitales a nivel mundial, vienen intentando lidiar con la dramática situación. En esta segunda entrega, una charla con la titiritera Julia Ibarra, la actriz y profesora de teatro Fabiana Mozota y la actriz y docente Natalia Badgen.

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Julia Ibarra es titiritera, miembro del elenco estable del Teatro San Martín y se siente sola. No es una cuestión personal, porque el desastre es mundial, pero tanto desde lo profesional como desde lo emocional siente que no ha habido ningún tipo de contención. “El nuestro es un arte en el que es indispensable el vínculo con el otro. En el teatro desde ya, pero en el arte de los títeres el vínculo con el compañero colega es casi fundamental. Hay técnicas en las que para manipular un títere se necesitan hasta tres titiriteros”, sostiene.

“La imposibilidad de desempeñar la profesión no tiene solo consecuencias económicas. Julia, cuyo trabajo se engloba en el ámbito oficial, en situación de aislamiento tuvo oportunidad de hacer solo un trabajo en video, que le llevó mucho tiempo y esfuerzo porque “el arte de los títeres es muy artesanal, lo tecnológico no es nuestro métier, no el mío en particular, pero esto me obligo a aggiornarme un poco y a ponerme a hacer mi tarea, pero sola y ante una cámara. No estamos acostumbrados al formato audiovisual en este arte y, si bien hay nuevas tecnologías en donde se emplea, yo no me desempeño en ese campo. Una siente mucha soledad. Muchas ganas de poder volver a vincularse con los otros en la tarea específica, en el escenario, en los ensayos, en esa categoría del instante que es lo que te da la profesión, lo que te da el desarrollo”, agrega.

Julia también es mamá y experimenta esa doble sensación de las emociones encontradas: “Por un lado está el poder estar más con les hijes y por otro lado, no tener tiempo para desarrollarme en mi profesión, que es tan importante”. Es que la profesión, explica, “te sostiene en la vida y en otros vínculos que, a mi modo de ver, son muy necesarios incluso para poder ser una madre, una ser humana más completa y más amorosa para el vínculo con elles.”

Cuando el elenco pudo volver a ensayar, Julia tuvo que quedarse aislada debido a una enfermedad crónica autoinmune que la pone en situación de riesgo. “Pareciera que es el cuento de la buena pipa, empieza, parece que se va a revertir y de pronto vuelve a empezar”, lamenta. La sensación es de soledad e incertidumbre: “Es tremendo no saber para dónde va la cosa y darse cuenta de que la precariedad laboral del ámbito cultural, sobre todo en la profesión titiritera, es lo que más devaluado y devastado está”

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“Necesito parar la pelota y rearmarme pero bueno… no puedo, no se puede”. Así empieza nuestra charla con Fabiana Mozota, actriz, profesora de teatro y responsable del espacio cultural Gallo rojo, que acaba de cerrar. Al respecto, relata: “El dueño nos acompañó todo lo que pudo pero no pudo más. Tuvimos que cerrar y estamos en transición no sé a dónde. La incertidumbre nos hace mierda, pero no tenemos otra cosa Sin capacidad de proyectar demasiado por las circunstancias, contamos muertes y enfermedades a diario, contando camas que no hay y tapando o visibilizando de acuerdo al bando en el que te pongas, es muy difícil poder pensarnos y accionar así, con este tironeo”.

Así y todo, Fabiana forma parte activamente de Profesorxs Independientes de Teatro (PIT) y le pone el cuerpo a varias comisiones. Además, con todo el trabajo que eso implica, sigue dando clases de manera independiente, incluso en una escuela de enseñanza privada, donde no se les permite la virtualidad ni aún en épocas de récords de contagios y en donde vive el mismo tironeo que tanta angustia. “Nos tocó reencontrarnos con la potencia creativa en un marco totalmente nuevo, en un encuadre pedagógico nuevo: conocer la virtualidad como profe, dar clases de actuación, encontrar cuerpo y movimiento, a través de la pantalla, con les alumnes en sus casas, generando este oasis creativo como juego”, explica.

Luego agrega: “En mi caso personal siempre tengo proyectos, pero lo creativo necesita ser alimentado por lo colectivo. Siempre necesito alguien al lado que me diga “vamos para adelante” o “eso no se puede”. Tengo un espíritu que me impulsa a seguir aprendiendo hasta que me muera y eso tiene que ver con lo teatral, somos personas así. Por eso, quizás, damos esa idea de que está todo bien igual, porque hacemos lo que nos gusta y divierte, porque tenemos vocación”.

Pero no está todo bien. “La pandemia vino también a poner una lupa en eso: somos re copades, amamos lo colectivo, laburamos siempre con otras personas y nos dedicamos a eso que es nuestra vida y nuestro laburo. ¿Pero sabés qué? No lo supimos cuidar y visibilizar: ¡Nuestro sector está en crisis desde hace muchos años! Tenemos que repensarnos como trabajadorxs de la cultura: tenemos responsabilidad en esto, no podemos ser ingenuos, hay cosas que no hicimos bien. En la pandemia nos juntamos inmediatamente pero ¿qué pasó antes? ¿por qué no defendimos nuestro espacio? Tenemos una historia increíble, ¿cuál es la historia como profes independientes? ¿Cada profe con su quiosquito? Tenemos la potencia de lo colectivo y lo creativo a favor, pero la pata “frente de trabajadorxs de la cultura, aún está difícil. Creo que está vinculado a la historia del teatro independiente: cuando se juegan cuestiones políticas, de dinero, cuestiones de egos, lo individual tiende a ganar”, remarca Fabiana.

Y en medio de todo el diagnóstico, la actriz y docente nos instala una pregunta que suena urgente: “¿Cómo generamos poder? No podemos negar que tenemos poder o podemos tenerlo”. Sobre el tema, reflexiona: “Es casi imperceptible la distancia entre eso que dio en llamarse primera y segunda ola (o tercera, según el criterio que se tome), especialmente para lxs artistas escénicos, docentes incluidxs: fueron lxs primerxs en cerrar y lxs últimos en abrir para rápidamente volver a cerrar. Al respecto Fabi percibe que en “el 2020 había mucha novedad, este año planeábamos probar con lo semi presencial, al aire libre, pero no se pudo. Y queda poco resto para arengar y contener. El recambio de alumnxs es muchísimo mayor al que estamos acostumbradxs, el nivel de preocupación atraviesa todo, el agotamiento también y si le sumás la poca respuesta de los gobiernos… La ley de emergencia cultural no la sacaron nunca, la ayuda económica te la debo y lo peor es que nos quieren hacer creer que competimos con el sistema sanitario. Igualmente creo que no podemos vivir solo del Estado, no es posible que sea nuestro último fin. Es necesario el reconocimiento social. Tomar la calle, teatro comunitario, hay que recuperar esos lazos.”

“Seguro habrá un recambio creativo, en el que el teatro, obviamente, no va a morir, pero también me parece que tenemos que repensarnos, qué de nuestra historia y qué no, qué somos ahora, cómo hacemos teatro, cómo vamos a hacer teatro, qué cuerpos van a ser esos que se van a juntar, que van a salir a la calle, no van a ser los mismos.

¿cómo hacemos para laburar para que haya políticas estatales que consideren a la cultura algo importante? Creo que el contexto habilitó un montón de preguntas y que como comunidad teatral nos tenemos que hacer cargo. Nos hemos equivocado nosotrxs también. Merecemos que nuestro trabajo sea reconocido. Insisto: la pandemia vino a poner una lupa en nuestras vidas, nuestros modos, nuestros aciertos y fracasos, de dónde venimos, para dónde vamos y si vamos juntes de verdad”, concluye.

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En el poquito oxígeno que dio el verano, pudieron disfrutarse algunas producciones como las de La runfla, de la que participó Natalia Badgen, en Parque Avellaneda, con mucho ensayo con barbijo, máscara y todos los cuidados. Teatro callejero de gran trayectoria, que demostró que “cuando vos brindas teatro al aire libre la gente viene.”

“A veces parece que el laburo del artista es buscar laburo y que lograrlo es un milagro, cuando en realidad somos gente que nos formamos toda la vida para laburar de lo que elegimos” reflexiona Natalia, a quien, como a tantxs artistas, la pandemia hizo replantear su trabajo “tanto actuar como la docencia, yo lo elegí para estar en contacto con los cuerpos, no a través de una pantalla”, relata Natalia.

Aun así, reconoce que “en todos los tiempos los artistas han encontrado la manera de hacer arte con la adversidad”. En su caso, se encontró escribiendo una distopía pandémica, beckettiana, participando de tres trabajos virtuales performáticos y descubriéndose como gestora cultural para organizar un festival de obras de género: “Nos jugamos a hacer un festival en este contexto, en una versión mixta y, a contramano de lo que se imponía, metimos 15 obras, 5 presenciales y 10 de modo virtual; aprovechamos la virtualidad para crear una red de teatro con perspectiva de género. Fue un hallazgo de cuarentena: nos generamos un espacio a nosotras y a otres para trabajar.”

Natalia además es docente del programa Teatro Escolar, que depende de la Ciudad de Buenos Aires, un programa que desde la pedagogía teatral es vanguardista y que “a lxs profes, todxs militantes de la presencialidad, nos encontró desconsoladxs, sobre todo por lxs muchxs chicxs que no se podían conectar. Este año empezamos a negociar con el gobierno un sistema mitad presencial mitad virtual, para cuidarnos nosotrxs, tuvimos compas contagiadxs y muertxs”

Ante la presencialidad obligada Natalia decidió trabajar solo en patios, con las consiguientes limitaciones climáticas, “pero las mismas burbujas se empezaron a vaciar debido a los contagios, dejaron de funcionar”. En las escuelas en las que la materia Teatro se sostuvo de modo virtual, funcionando también con sus límites, ya que más allá de las investigaciones pedagógicas interesantes que podrían hacerse, del orden del entrenamiento en actuación frente a cámara, “no está garantizado el acceso a la actividad por el gobierno, tampoco lxs docentes tuvimos ningún tipo de soporte del gobierno, estuvimos de paro tres semanas exigiendo no morirnos, exigiendo herramientas para el trabajo virtual de docentes y el acceso de alumnes y nada”. “Y los descuentos salariales nos masacran, estamos todes de acuerdo, pero los descuentos hacen insostenible la situación que sigue siendo crítica: no estamos todxs vacunadxs”, agrega.

En cuanto a una visión más general del sector, Natalia cuenta que “la gran organización de artistas escénicos que estalló a partir de la pandemia, a nivel federal, este año se encontró con la particularidad de que al haber diferentes fases en el país, se organizaron reuniones a nivel regional”. Aún así, detalla, “la situación de la cultura es explosiva y hay algo que no tiene vuelta atrás: hubo una destrucción de puestos de trabajo fatal. En audiovisual hay poca producción y mucho enlatado, en lo teatral, de las 600 obras (aproximadamente) que se estrenaban semanalmente hace un par de años bajó a ciento y pico por mes. Va a llevar años recuperarnos de esta crisis económica que por supuesto es responsabilidad del Estado que no pone un mango en la cultura”.

Desde las diferentes organizaciones de artistas escénicxs en todas sus ramas, organizaciones históricas hasta las nacidas al calor -o frío- de la pandemia, se viene exigiendo cache para artistas que puedan brindar espectáculos que sean gratuitos para la población, circuitos de trabajo al aire libre, circuitos de trabajo virtual, tarjetas alimentarias y bolsones de comida (porque, como explica Natalia, “hay más de 350 compas en emergencia aguda y el gobierno de la ciudad no se hace cargo”). Por eso se pide que los mínimos planes de “cultura solidaria” se amplíen en tiempo y dinero y se reclama la incorporación de mil compañeros “que quedaron afuera, entre otros reclamos desoídos por los gobiernos.

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La pregunta sobre qué hace el Estado con el presupuesto de Cultura sigue en el aire. Lo que sí se puede afirmar es que ese dinero no se destina ni a la creación de puestos de trabajo ni a atender la situación de trabajadorxs en emergencia. También queda en el aire el deseo de Ivana Zacharski, cuando plantea que le “gustaría que los placeres plebeyos no sean solo para la elite: no solo viajar, sino también seguir estudiando”

“Reinventarse” es la palabra que no quisimos escribir pero que sobrevuela todos los diálogos. Y, con ella llega la pregunta: si la cultura fuera prioritaria, ¿sería necesario que sus trabajadorxs se vieran obligadxs a reinventarse constantemente para sobrevivir?

(Aquí la primera parte de esta nota, con la entrevista a Ivana Zachasrski y a Nano Zyssholtz)