Tres poemas de Mickaela Vivas, porque poesía también es reclamar a los gritos hasta hacerse escuchar
Por Mickaela Vivas
Mientras periodistas cómplices y políticos de la misma calaña siguen tratando de reescribir la historia con obituarios obsecuentes para presentar a un Menem estadista, democrático y hasta, increíblemente, feminista, la mayor parte de lxs integrantes de los sectores populares saben que no hay nada que reivindicar de los diez años de menemato. Por eso el velorio no convocó a nadie. Pobreza estructural, pérdida de la estabilidad laboral, precariedad, aumento de la violencia y ruptura de lazos políticos y sociales fueron el balance de esa auténtica década infame, cuyas consecuencias devastadoras siguen insoportablemente vivas entre nosotrxs y nos exigen un compromiso cotidiano para eliminarlas. Todo eso lo sabe también Mickaela Vivas*, joven poeta del conurbano que hoy comparte tres textos con Sonámbula.
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Nací con Menem
Al ruido del motor de esa camioneta hecha percha ya lo voy escuchando tres noches seguidas. Anoche se escuchó un disparo y después pasó la camioneta, despacio, pero con el mismo ruido.
Yo miraba desde la ventana.
Pasa la camioneta entre los gallos que cantan a la hora que se les antoja y el reloj marcando por segundo. El ruido de la camioneta me hace acordar a algo que no me gusta. No sé bien qué.
El ruido de la madrugada, o mejor dicho, el ruido de lo que pasa afuera, me atormenta un poco. Me saca de quicio, me saca del sueño y de vuelta, me atormenta. Todo lo hace últimamente.
Quiero que pase la camioneta de una vez por todas y deje de hacer ese ruido insoportable cuando intento dormirme después de dos días sin dormir y quiero que pasen los días, que las voces que discuten la crisis económica en mi cabeza se pongan de acuerdo.
Tengo que opinar de todo y a veces me frustro.
En esa frustración, aparecen los pasitos de los gatos vecinos que pasan por la puerta de casa y hacen interferencia y se quedan quietos en mi ventana. Me miran y me cuentan que están escapándose, que no diga nada, que no buchonee, que se escapan por amor. Todo lo que pasa en el barrio me traspasa.
Me hablan hasta los gatos.
Se callan los que discuten en mi cabeza, de repente.
Ahora me aturde el reloj.
Me aturde el afuera.
Escribo quejándome, lo borro, vuelvo a teclear, se me apaga la pantalla, no hay luz.
Me quejo de vuelta y me da un poco de vergüenza porque me siento una privilegiada antes las quejas de otros y no estoy ni cerca de serlo.
Se escucha un helicóptero cerca y los gatos ya no importan. Ahora me aturde el reloj y el afuera. Y no tengo luz.
Veinte minutos sin luz.
Dos horas sin luz.
Quisiera estallar el reloj contra el piso, sacarle las pilas y romperlas, enterrarlas, desenterrarlas, tragarlas, vomitarlas, prenderlas fuego. Nunca para el reloj pero irónicamente tampoco amanece.
¿Estoy exagerando? ¿Cuándo sale el sol? ¿Cuándo vuelve la luz?
En la infancia tenía una amiga que vivía en mi cuadra, a dos casas de la mía para ser precisa. 2002, 2003, todavía no salíamos de otra crisis, pero tampoco entendíamos tanto.
Nací con Menem y parte de los primeros recuerdos de la infancia también fue aprender a no pedir mucho porque había poco.
Mientras miraba por la ventana me vino un recuerdo, de mi amiga, su hermanito, otros chicos de la cuadra y yo escondidos abajo de la mesa, no me acuerdo si de su casa o de mi casa, pero estábamos asustados del afuera, de eso me acuerdo bien, afuera un justiciero o un Policía, no recuerdo, abatía a un pibe que venía saltando los techos de todas las casas del barrio porque se escapaba de la Policía.
Estaba robando, claramente.
Estábamos en crisis, y la marginalidad no es nada nuevo.
La gente está loca, decían los medios. La gente tiene hambre, escuchaba que decían los grandes en mi casa.
No tiene nada que ver con nada pero en uno de esos días la misma amiga de la que hablaba antes se quedó encerrada con el reloj y el silencio adentro de su casa. Una de las veces que la íbamos a buscar con los chicos para que salga a jugar la encontramos llorando, agarrada de las rejas de su ventana, aterrada. También atormentada.
Cómo yo ahora. Por ahí sí tenga un poco que ver.
Hay un «tic tac» que me marca el tiempo, gritaba Estrella desde la ventana, el reloj no paraba de marcarle que el tiempo pasaba y ella no paraba de llorar a los gritos. Pensaba que era una bomba y que iba a estallar.
Pensaba que estaba sola. Nosotros estábamos afuera del otro lado de las rejas sin saber bien qué hacer.
Sentí esa incertidumbre anoche, la misma que sentimos todos los chicos del barrio afuera de su casa aquella tarde de verano.
No tengo ganas de mirar Netflix. Ya intenté hacer yoga.
De vuelta me quedé sin internet. Siempre lo mismo.
El reloj no para.
Vuelve a pasar la camioneta.
No hay luz.
Se escuchan gritos.
Algo explota.
Nunca hay luz. Siempre se trató de eso, reclamar y reclamar.
Gritar para que me escuchen.
Ponerme a discutir con las voces de mi cabeza incluso en esta penumbra.
Defender con uñas y dientes.
Siempre se trató de eso.
En este presente los relojes que marcan catástrofes no me dan tanto miedo y el afuera tampoco, más que asustarme me avisan que pasé toda la vida preparándome para esto.
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A un amigo
La última vez que te vi pensábamos en cómo las cosas pasaban de largo y nosotros nos quedábamos acá como unos boludos,
yo estaba enojada porque había rendido mal y vos me contabas todo lo que querías hacer y no podías,
porque no tenías un peso, porque no encontrabas laburo,
porque no tenías ni siquiera el secundario terminado.
Porque ya sabes amiga: somos pobres.
Ese día lloraste mientras te hacía acordar de todo tu valor y que también una vez llegué con los ojos hinchados al colegio por no dormir y vos sin preguntarme nada me escribiste en una hoja «tranca palanca» y me reí toda la mañana.
De muchas cosas me olvido pero tengo un recuerdo patente de cuando me contabas de tus planes en este mundo de mierda,
quiero pero no puedo, repetías,
mientras yo te decía que la vida era otra cosa y que este sistema tenía que perecer,
vos te cagabas de risa,
me descansabas un poco y después me decías que por eso me querías.
Viste que siempre dicen que el que quiere puede y todo ese verso berreta que nunca compramos.
Vos no querías que tu vieja se quede sin laburo,
pero la señora de Puerto Madero se tuvo que ir.
Porque viste como es esto de la crisis amiga, vos entendés:
Ahora hay que buscar cualquier cosa aunque sea limpiar la mugre de los chetos.
No querías que tu familia pase hambre,
querías llevar el plato de la mesa,
vos querías hacerlo,
y te paseabas de laburo precario en laburo precario cómo muchos de nosotros,
el último tiempo no te llamaban de ningún lado.
«Amiga, cuánto más vas a tardar en cambiar al mundo?»
A veces intentaba hacerme la que no veía nada de lo que pasaba al lado nuestro,
o simplemente no lo veía,
y entonces ahí venías vos a decirme lo que no quería escuchar,
vos te habías dado cuenta de todo mucho tiempo antes que yo.
Lejos de romantizar la pobreza, porque no tiene nada poético esto que cuento,
intento de la mejor forma que me sale prometerte y dejar en algún lugar escrito como un documento,
y que la palabra diga por siempre que a esta miseria que no merecemos la vamos a cambiar,
por vos,
por mí y por todos los nuestros.
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A otro amigo
Tu gorrita y tu sonrisa quedaron impregnadas en aquella última noche que te vimos pisar el barrio,
cuídate de la gorra te dije con mucha rabia, con esta rabia que hoy me ubica con más rabia en mis ideales.
Decías que sabías donde meterte,
vos te las sabías todas,
cada movimiento,
te la dabas de que conocías todas las sombras y yo te puteaba,
una y otra vez,
hoy me puteo por no haber hecho algo más.
Cuídate de la gorra,
nada más.
Las sombras te visitaron antes que a mí,
algunas noches escucho las carcajadas de la esquina y te recuerdo,
y otros días te lloró cuando alguien dice que hay que matar a todos los negros de mierda.
Hoy cuando volvía del laburo un pibe tenía tu perfume en el bondi,
y la tristeza disfrazó a toda Ruta 3 de tristeza,
a veces la ignoro y hasta pasa por desapercibida,
hoy no,
el sol pegando de lleno en la ventana dibuja tu nombre en mi mente y de repente sonrío,
y ni la muerte ni la yuta entienden de amistades de verdad.
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*Mickaela Vivas, Laferrere, 1998. Poeta temprana. Militante del PTS. Su lema es: «Saber en qué lugar del mundo se nace y reconocer de dónde uno viene, poner en palabras los controles policiales y también la alegría que no se nombra».