Tres textos breves de Jorge Luis Borges sobre brujas, gnomos y elfos

Compartimos tres textos breves de Jorge Luis Borges sobre brujas, elfos y gnomos, publicados en 1933 en distintos números de la Revista Multicolor, suplemento semanal del diario Crítica, parte de la inmensa «obra secreta» del escritor. Incluso en estos mini ensayos sin firma podemos ver brillar su erudición, su maligna ironía y su eterno sentido del humor.  

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En 1933 Natalio Botana convenció a un entonces joven y casi desconocido Jorge Luis Borges y a su amigo Ulises Petit de Murat de hacerse cargo del suplemento literario de los sábados del diario Crítica, la Revista Multicolor. Durante dos años Borges no sólo operó como editor de la misma sino que también publicó allí cuentos (las primeras versiones de los que integran Historia Universal de la Infamia, por ejemplo), poesías, reseñas, pequeños ensayos y traducciones, muchos incluso con pseudónimos o directamente sin firma.

Hace varios años que esta «obra secreta» de Borges se viene sistematizando y recuperando. Así como hay libros sobre sus intervenciones en las revistas Sur y El hogar, en 1995 se editó Borges en Revista Multicolor: Obras, reseñas y traducciones inéditas de Jorge Luis Borges, una investigación y recopilación a cargo de Irma Zangara. En los últimos años el sitio Archivo histórico de revistas argentinas (Ahira) viene llevando adelante un valiosísimo trabajo de digitalización de revistas y suplementos de literatura, donde hace poco se subió también la Revista Multicolor completa. Agradecimiento infinito. De allí elegimos tres textos de Borges que fueron publicados sin firma: «Las Brujas (Antiguos mitos germánicos)», del número 9, del 7 de octubre de 1933; «El gnomo», número 11, del 21 de octubre del mismo año (un texto qye no fue incluido en el libro de Zangara), y «El mito de los elfos», número 13, del 4 de noviembre de 1933.

A días del 35 aniversario de su fallecimiento, en Sonámbula decidimos decretar un mes borgeano, durante el que iremos compartiendo citas, análisis, comentarios y homenajes sobre una obra sin la cual es imposible pensar la literatura argentina. Con perdón de Silvia Federici, lxs invitamos a disfrutar de estos textos juveniles de Borges, donde gracias a las urgencias del periodismo semanal supera saludablemente la retórica ultraísta, permitiéndonos ver brillar su erudición, su maligna ironía y su eterno sentido del humor aún en estos pequeños mini ensayos sin firma.

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Las Brujas (Antiguos mitos germánicos)

Nunca resolveremos si la creencia de que unas pobres viejas tienen pacto secreto con el diablo y pueden operar maravillas, es una expresión del rencor que suelen inspirar las ancianas menesterosas y feas, o es una cortesías desesperada hacia quienes carecen de todo, ya sea en el orden material, ya en el intelectual. Lo cierto es que la creencia en las brujas es la más acreditada y antigua. Virgilio afirma que las brujas tienen poder para hacer bajar la luna del cielo; Horacio nos describe dos de ellas, recogiendo huesos y plantas en un cementerio de Roma, desgarrando un cordero de lana negra, martirizando y consumiendo una imagen de cera, sepultando en la tierra de los muertos el hocico de un lobo y ejecutando ceremonias mágicas que hacen ensangrentar a la luna.

Alemania es quizá el país donde más brujas se han quemado. En el obispado de Bamberg, unas seiscientas, en el de Werzburg, novecientas. Uno de los manuales demonológicos de más autoridad era el compuesto por el inquisidor Jakob Sprenger, que iluminó con sus piadosas hogueras la ciudad de Colonia. El libro se titula Malleus Maleficarum, o sea Martillo de las brujas, y consta de tres partes: una, casos particulares de brujería; otra, indicios y maneras de descubrirla; otra, las diversas partes del código y las ventajas de la hoguera sobre la horca. Uno de los indicios infalibles que preconiza Sprenger es el denominado sello satánico: una señal en forma de sapo que Belcebú solía grabar en los ojos. Previene, sin embargo, que ciertas brujas especialmente hipócritas y dañinas llevan el disimulo hasta el punto de prescindir del sello delator. Añade que las tales son las más perversas de todas y deben ser quemadas acto continuo. Imposible imaginar una equivocación en el P. Sprenger, metódico y honesto investigador que se había documentado en tantas hogueras.

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El Gnomo

Los ocurrentes fantaseos del psico-análisis quieren dilucidar los fantaseos de la humanidad primitiva y aseguran que el mito de los gigantes nació de esos tiempos no tan remotos en que debíamos convivir con gigantes, en casas amuebladas para gigantes, a la sombra de mesas y de sombreros aptos para gigantes -vale decir, durante la desmedida niñez. Esa explicación está garantida por los psico-analistas más austríacos y es aplicable al mito recíproco: el de los enanos y gnomos.

Sea lo que fuere, el gnomo es el personaje más popular de la superstición noruega. Es el alegre responsable de todas las catástrofes diminutas de la casa y la chacra: el dulce que se corta, la leche agriada, la valiosa correa que se pierde, la envarada camisa dominguera que se puebla de arrugas, la mancha de indeleble cerveza en la sábana de los huéspedes, el humo irritador de gargantas, el ratón que se domicilia en el queso, la harina que se mezcla con el rapé, la jarra de agua que no cae a tiempo sobre el compañero de infancia.

Como la combinación del vigor y la pequeñez es muy agradable, los campesinos han resuelto que el gnomo es persona fortísima y puede competir ventajosamente con lo más pesados atletas. Otra irregularidad amenísima: la mano izquierda del enano tiene seis dedos.

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El mito de los elfos

«El primer tratado de mitología escandinava, la Edda prosaica -libro compilado a principios del siglo trece- distingue dos especies de elfos: los de la luz, que son ás resplandecientes que el sol; los de la sombra que son naturalmente renegridos y cuya mala entraña hace juego con su tenebroso color. Los primeros tienen casa en el cielo, pero los segundos bajo tierra. Los segundos se han vengado de los primeros mediante una asombrosa longevidad: de los elfos de luz apenas si se acuerda algún mitólogo en horas de trabajo, los de la sombra tienen una fuerte clientela de chacareros, de folkloristas, de ilustradores de relatos fantásticos, de pescadores, de mineros, de leñadores, de abuelos y de nietos. En Inglaterra el pueblo les atribuye las flechitas de sílex, que la credulidad de los antropólogos prefiere adjudicar al hombre de las cavernas, ente que muy pocas personas han visto; cosa que no sucede con los elfos, que hasta los borrachos conocen y juran haber frecuentado. Dicen que emplean esas flechas contra la hacienda: sólida hipótesis que los estragos de la fiebre aftosa atestiguan. Dicen también que son los tejedores nocturnos de los remolinos del pelo y que fomentan pesadillas e insomnios. Los sinsabores de la noche le pertenecen, el postigo que se golpea, la isócrona canilla a medio cerrar, el solitario perro desvelado que hace desvelar a los hombres.

En Noruega y en el anochecer, los elfos suelen recorrer las montañas. Son largas procesiones de hombres grises de la altura del pasto. Alguno toca en el violín una pieza de Grieg, y otro brinda al turista un jarro de vino o un cuerno de retinta cerveza. Un trago de esos imprudentes brebajes y la montaña se abre como una boca y el convidado cae en su abismo.

De noche, los elfos suelen invadir el dormitorio, las alacenas y el comedor. El jamón y el arenque los atraen, las tortas y la leche cuajada. Es falso que desdeñan el aguardiente, los licores caseros, el café frío, el tabaco de mascar y el rapé. No rehuyen la buena conversación, rebotan sobre el vientre del interlocutor, escalan sus rodillas y sus hombros y le pelan a manotones la barba. Hay algunos tan refinados que asoman la cabeza por el cajón de la mesa de luz. Huelen a rata y visten preferentemente de gris. En su dialecto (lleno de arcaísmos, por otra parte), ciertos filólogos han creído notar numerosos errores de construcción y una tendencia a equivocar los tiempos del verbo. Los elfos dicen, por ejemplo, «Mañana me comí todo el jamón», o «Ayer vendré a jugar con tu barba». Inútil pretender luchar contra los elfos. El mejor medio de ahuyentarlos es pisarles la sombra. Entonces se dispersan despavoridos, dejando rastros de verdadera sangre en el suelo.

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(La ilustración de portada es la que acompaña a «El mito de los elfos» en la publicación original de la Revista Multicolor)