Un blues para el bosón de Higgs

Por Natalia Santucci

Natalia Santucci nos propone un ida y vuelta desde las baladas desgarradas de Cave al gran colisionador de hadrones suizo en busca de las partículas elementales que, entre mediciones infinitesimales y canciones tristes, constituyen la base de nuestra existencia.

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Camino al cajero, perdida en mis pensamientos, iba escuchando «Higgs boson blues». Me sorprendió un mensaje de Nacho, mi amigo físico, comentando una noticia en el diario local. Hablamos del reflorecimiento de las pseudociencias y la necesidad de espacios de divulgación que hagan más accesible el conocimiento científico. Mientras transitaba una cola por demasiado larga que olía a alcohol en gel, intercambiábamos algunas opiniones sobre la ciencia. Acordamos que se trata de un sistema de conocimientos al que adherimos por muchas razones, aunque seamos conscientes de sus limitaciones. Me mencionó al bosón de Higgs, de pura casualidad. Segunda vez en el día y tercera en una semana que oía hablar de él. Y comenzamos un intercambio epistolar: mientras Nacho me actualiza un poco en el Modelo Estándar de las Partículas Elementales, yo le hago escuchar el tema de Cave.

Ya los griegos, en su afán por nombrarlo todo, llaman al arte de la combinación armónica de sonidos y silencios “música”: el arte de las musas. Cierto es que la música antecede a toda civilización. Siempre hemos necesitado de ella para acunar amores y temores, suplir carencias y  llenar vacíos. Sin hacer discriminar entre devotos de diversos credos e incrédulos, sin diferenciar entre integrantes de las distintas clases sociales y desclasados, sin distinciones de géneros, todes vibramos en un determinado círculo cultural sonoro que nos conmueve y nos da una noción de pertenencia a una especie de territorio musical, con un lenguaje, una historia y un simbolismo que le son propios. Tal vez la más popular de todas las expresiones artísticas. Esa que nos inunda el alma, nos sacude el cuerpo.

Desde aquellos tiempos remotos en que filosofía y ciencia abonaban mancomunadamente el permanente intento por acceder al mundo inteligible y dominar el mundo sensible, la humanidad se ha preguntado por la consistencia de la materia. La antigua Grecia acuñó la noción de “átomo” (indivisible), como unidad mínima de la constitución de todo ente material. Y también la negó. Demócrito y la escuela atomista versus Aristóteles y el protohylo, los cuatro elementos fundamentales de todo: aire, tierra, fuego y agua. Debieron transcurrir más de dos mil años de dogmatismo aristotélico para saldar esta contienda, cuando las leyes de la química hicieron uso de la propuesta de los atomistas. Desde ese entonces hemos ido avanzando en su modelización, siendo el campo de la física subatómica uno de los más desafiantes y creativos.

Me resisto a la noción de una música de élite o sólo accesible a quienes saben apreciarla en función de un bagaje cultural determinado. No creo que haya una música apropiada y otra que no. Cada quien se emociona con aquello que le llega. Y esas emociones pueden ser de lo más diversas. Sin embargo, está claro que el sistema capitalista no es sólo un sistema político y social sino también cultural. Como todo arte, las diferentes corrientes musicales expresarán los valores de la época que las vio nacer. Y serán resignificadas u olvidadas a medida que los tiempos corran. A su vez, el sistema impone valores éticos y estéticos. La llamada “música comercial” no es meramente pobre de contenidos sino que también reproduce la alienación subyacente. Así surgen entonces músicos y trovadores que reaccionan a los valores hegemónicos propuesto por el modelo. Y los combaten. Nick Cave es, para mí, uno de ellos.

Es fascinante conocer cómo la mente humana ha ido desarrollando los diferentes modelos del átomo, la mayoría de ellos a ciegas, sin poder verlos ni tocarlos, siempre mediante evidencia indirecta. Dalton, un cuáquero daltónico (a él le debemos el nombre al daltonismo o ceguera de ciertos colores), lo imaginó sólido y homogéneo, cual rastis, que se encastran y van dando forma y sustento a todo lo tangible. Luego, ese bloque indivisible de Dalton mostró a Thomson estar compuesto por partículas pequeñas de carga negativas, que éste llamó electrones, embebidas en una masa homogénea y compacta, con una carga positiva uniforme. Thomson imaginó al átomo como un “budín de pasas”. Sin embargo aún había quienes se resistían a estas teorías. Fue el propio Albert Einstein, mediante su trabajo sobre movimiento Browniano (ese mismo que siguen las partículas de polvo cuando son iluminadas por un rayo de sol en una habitación oscura), usando la teoría cinética, que suponía la existencia de átomos, quien convenció a escépticos sobre la existencia de los mismos. Llegará entonces la radioactividad para demostrar que el átomo, además electrones, tiene protones. Y que también esconde vacío en su interior. De la mano de Rutherford entenderemos que la carga positiva del átomo así como su masa están en su centro, en una especie de núcleo que, al igual que el sol, mantiene a los electrones girando, en órbitas, a su alrededor. Chadwick sumará complejidad al núcleo atómico con la introducción del neutrón. Bohr y Sommerfeld debatirán sobre la conformación de los orbitales en torno al núcleo, donde se encuentran los electrones. Y, finalmente, con el advenimiento de la mecánica cuántica, Schröedinger, tomando conceptos de De Broglie y Heisenberg, propondrá un modelo “cuántico-ondulatorio”, de gran complejidad matemática. Mal que nos pese, la naturaleza (o nuestra interpretación de ella) no tiende a ser simple sino todo lo contrario.

En el estadio Malvinas Argentinas, el 10 de octubre de 2018, un hombre kilométrico en todo aspecto irrumpe en escena y la noción de espacio-tiempo se altera. El reloj se ralentiza y es imposible distinguir cuánto tiempo llevamos ahí. El gigante aparece como una suerte de evangelizador y siento sus sermones resonando en todes para que nuestras partículas más elementales se exciten. Vibramos. Su música no es siempre fácil de escuchar. Muchas veces incomoda. Otras, conmueve por demás. Lo cierto es que quienes lo elegimos somos, en una amplia mayoría,  afectos a las disidencias y a las minorías. La música que Cave compone y ejecuta, sea o no junto a las malas semillas, siempre lleva al costado más humano: el de la falta. Con su música, todo aquello de lo que carecemos, nuestros agujeros, nuestros vacíos, aparecen. Como un noble predicador, nos pone en evidencia la propia monstruosidad, al tiempo que nos permite sentirnos acompañades en ella.

¿Será entonces que la materia se resume al átomo y las partículas que lo conforman? El Modelo Estándar de las Partículas Elementales es una de las teorías más sofisticadas y profundas que haya producido la humanidad. Nuevamente la física, al igual que ciertas canciones, nos presiona hacia lugares incómodos. Y a medida que más creemos conocer, más preguntas aparecen, poniéndonos al límite de nuestra capacidad de comprensión. Tras el hallazgo del electrón, el protón y el neutrón, surgen los quarks, que son los bloques que forman a protones y neutrones. Hay seis clases de quarks.  Y además neutrinos, de masa (cantidad de materia) muy pequeña y sin carga. Y muones, masivos y de carga negativa similar a la del electrón. Pero allí no termina todo. Junto a las partículas elementales, tenemos a las fuerzas o interacciones mediante las cuales ellas se relacionan. Según la mecánica cuántica, la fuerza entre partículas se produce porque hay un intercambio con otras partículas, las partículas mediadoras de fuerzas. Entonces, el Modelo Estándar propone la existencia de partículas que forman la materia ordinaria y de fuerzas entre ellas, que se dan por el intercambio con otras partículas. Estas partículas de interacción o “portadoras de fuerzas” comparten ciertas propiedades que hacen que a todas se las denomine “bosones”. Aparece entonces una nueva cuestión a resolver: por qué mientras algunos de estos bosones, y otras partículas como los quarks tienen masa, existen bosones que, como los fotones y los gluones (responsables de la Fuerza Nuclear Fuerte, que mantiene “pegoteados” a protones dentro del núcleo, pese a tener todos la misma carga eléctrica), no la tienen. Y sin embargo, pueden tener energía, debido a que se mueven a la velocidad de la luz*. O sea, ¿por qué algunas partículas tienen masa y otras no?  Para saldar este enigma, Peter Higgs, allá por 1964, propuso la existencia de un nuevo bosón: El bosón de Higgs o “The goddanm particle”. Estos bosones empapan el universo y generan un campo tal que al “navegar” más o menos profundamente las partículas en él, ganan su masa característica. Haría falta el desarrollo de mucha tecnología para poder demostrarlo. El 5 de julio de 2012, casi 50 años después de formulada la hipótesis, en el acelerador de partículas de Ginebra (LHC), dos grupos de investigación independientes dicen haber encontrado una partícula que coincide con la definida por Higgs. Ese día Peter lloró. Cual Gepetto, era verdad su sueño. Y su “Pinocchio” le valió un premio Nobel.

Higgs bosson blues es una de las canciones más performáticas de Cave. Y, en mi opinión,  uno de sus mejores temas (aunque es difícil hacer una selección ajustada). Dura algo más de siete minutos. La letra es un relato de escenas cuyo hilo conductor es un supuesto viaje a Ginebra. Puede ser Ginebra, Suiza, o bien una de las tantas ciudades con el mismo nombre que se encuentran en Estados Unidos. Permanentemente alude al calor y a la oscuridad de la noche. Un auto avanza por una ruta oscura. Árboles en llamas bordean el camino. Luego aparece el fantasma de Robert Johnson, con su guitarra blusera a cuestas y el mito de su pacto con el diablo. Oscuridad y calor. Una parada obligada en el Lorraine Motel, la habitación contigua a la 306, la que tomó Martín Luther King antes de su asesinato. El disparo criminal, la tristeza de sus seguidores, la comunidad negra sangrando su dolor. Calor y oscuridad. Entonces Cave se cuestiona su propia muerte y solicita, en una suerte de delirio febril, que se lo entierre según los rituales del antiguo Egipto. Y pregunta si se oye su corazón latir.

“Al bosón de Higgs se lo llamó la partícula de Dios por moralismo editorial”, me dice Nacho. “Resulta que el premio Nobel León Lederman estaba escribiendo sobre esta partícula y, como resultaba tan difícil encontrarla, la llamó The Goddanm Particle”. Puede que el nombre no resultara apropiado ni en la literatura científica ni en la de divulgación. Sin embargo el bosón de Higgs “vive” tan sólo por 10-22 segundos, una parte en diez mil trillones de un segundo. Y su detección requirió se generaran energías de 125 mil millones de electronvoltios (con este fin se construyó el LHC y sus 27 km de diámetro). Estas características que la vuelven realmente escurridiza le ha merecido más de un insulto. A su vez, si todo ente material debe su masa a los bosones de Higgs, ¿no será un acto de justicia decir que hace a las veces de Dios? Un Dios maldito que minimiza en extremo nuestra existencia.

Higgs Boson Blues prosigue con una estrofa completa dedicada a la serie estadounidense Hanna Montana, protagonizada por Miley Cyrus. Como quien enciende el televisor y mira sin mirar, el relato de la secuencia de sucesos del programa infantil transmite una sensación de hastío. Una yuxtaposición de ideas intrascendentes, siendo esa misma intrascendencia que tanto peso agrega a la línea más importante de la canción: Can you feel my heart beat? Cuando la toca en vivo, la pregunta la repite varias veces hacia el final, la hace durar mientras se acerca al público demandándole contacto. El clímax lo completa con un constante si menor sonando de fondo, tras los coros de Warren. Si la física propone que la materialidad se resume en un puñado de partículas ultramicroscópicas dando masa y sustento al universo, entonces la pugna de la ciencia por encontrar una razón a nuestra entidad queda reducida a la mínima expresión de estas partículas elementales que nos conforman y de sus interacciones. Sin embargo, está la música, que, según el Modelo Estándar, no es materia, fuerza o energía alguna. Aunque nos haga resonar y trascender nuestro estado. Y en cuanto a la música y lo que ella genera, la ciencia tiene apenas algunas aproximaciones.  Para alivio de esta humanidad.


* Si bien Einstein, dentro de la Teoría de la Relatividad propuso la tan famosa fórmula E=mc2, donde m es la masa y c la velocidad de la luz (300000km/s), y cuya importancia radica en la equivalencia entre masa y energía, la fórmula completa es E2 = m2 c4 + p2 c2 Indicando que las partículas sin masa, si tienen velocidad (incluida en el término p), también tienen energía. Por ende no es la masa condición excluyente para la existencia de una partícula elemental.