Un éxtasis llamado Depeche Mode

Por Dolores Reyes

Luego de la multitudinaria marcha por el 24 de marzo, Dolores Reyes fue a ver a Depeche Mode a La Plata. Una jornada inolvidable en el Estadio Único con dos hijas, amigos y la puteada unánime contra Daniel Grinbank por los problemas con las pantallas que no lograron opacar un show impecable y conmovedor.

 

Saqué entradas para Depeche hace un año. Son tres, una para cada una de mis hijas más grandes y otra para mí. Dudé mucho. Sólo tengo una manera de pensar el futuro: ¿Qué se yo si dentro de un año voy a estar viva? En esta eternidad, las entradas podían borrarse como tickets de un cajero automático. Así que cuando las traje, elegí un libro de la biblioteca –Una muchacha muy bella– y las dejé adentro, a su cuidado. Durante este año pasaron mil cosas, empecé a escribir para Sonámbula, de Sigilo me confirmaron que publican mi novela, encontré a un amigo después de media vida, dejé un trabajo para poder tener tiempo de escritura, en enero nos fuimos de vacaciones, pero siempre le confié las entradas a la muchacha.

Las saqué, también, porque con mis hijas siempre quisimos ver a Depeche juntas. Nunca supe si iba a ser acá o en la luna, pero íbamos alguna vez a tener esta noche para nosotras tres. Lo primero que me sonó fuera de tono fue la fecha: 24 de marzo.

Como el lunes tuve fiebre y el resto de la semana, tos,  casi no salí para hacer otra cosa que no fuese ir al laburo o al mercado. No quería estar enferma, es 24, hay que marchar. Y después, el largo viaje a La Plata y Depeche.

El 23 nos juntamos con Ashanti, desayunamos, ultimamos detalles. Le cuento que hice un esfuerzo para no engriparme, me dice que también se estuvo cuidando. Conversamos sobre los horarios y el encuentro. Todo acordado y perfecto.

24 de marzo, 5 am, Ashanti se levanta con 40 grados de fiebre. Mientras no le baja, repaso mentalmente las leyes de la fatalidad de Murphy.

Strange Love

Para la primera marcha del 24 que compartimos con Ashanti, ella tenía 54 días y yo 17 años. Desde entonces la llevé a infinidad de movilizaciones y recitales y ahora ella va a los suyos propios. Pero justo hoy, el día esperado, tiene fiebre y le cuesta hasta levantarse para ir al baño. Me dice que va a una guardia y nos alcanza luego y yo: -Sos joven nena, si no te estás muriendo de nada, empastate y vení.

A Marcelo, directamente, lo conocí en una marcha. Era el año 1994 y estábamos cortando Avenida de Mayo. Habían matado al soldado Omar Carrasco, una muerte sádica y cruel como pocas, que terminó implicando el fin del maldito Servicio Militar Obligatorio. Ese día hubo una represión a cargo de la comisaría de Ramos. Me acuerdo de dos movimientos, correr y volver a ocupar nuestros lugares. Se llevaron a una parejita de cordobeses y nos quedamos hasta que los liberaron. Ahora él me recuerda un poco cómo es la vida que quería tener a los 15. No la que efectivamente tuve, sino la que en ese momento soñaba tener. Pero siempre es lo mismo: correr hacia adelante y retroceder sólo si es necesario, para luego volver a ganar nuestros lugares.

Reina me acompaña desde las 12. Cuando estamos en la columna encuentro a varias personas. Todos me saludan y la miran. Tu hija sos vos en miniatura, dicen. Pero yo sé que no soy yo en miniatura, que Reina lee sus propios libros y toma sus propias decisiones. Y en este momento en que  me acompaña le miro la rosa de Violator que se dibujó en la cara y los brillitos y sé que las entradas son su regalo de cumpleaños y que ella decidió compartirlo con nosotras. Un rato más tarde, tomamos mate con su preceptora y su profe de computación, que también se movilizaron.

Hace días que vengo releyendo material literario en torno a la represión de Estado. Me traje Una muchacha muy bella con las tres entradas metidas adentro. Una de las primeras imágenes que recibo de la manifestación de hoy es la de su autor, Julián López, con el pañuelo verde de la Campaña, sosteniendo la bandera de la Unión de escritoras y escritores.

Nunca deja de sorprenderme la enorme cantidad de gente que moviliza para el 24 de marzo. Hoy no es la excepción. Cuando nos abramos de la columna para volver al auto y salir para Depeche vamos a retomar el camino que ya hicimos atravesando las filas de miles y miles de compañeros. Un ejército de energía que desborda en canciones, banderas rojas y lucha.

Mi amiga Arme nos espera en la entrada del estacionamiento. Me costó un poco convencerla. Aunque tiene la entrada desde hace un año dudaba: La Plata queda lejos y es 24 de marzo. Chateamos. El trayecto de ella es el mismo que el nuestro: juntarse con los suyos, marchar  escaparse a Depeche. Le digo que venga y cuando acepta me pregunta si tomamos whisky. Cuando subamos al auto, la música se encienda y arranquemos, la petaca de Arme, tan elegante y a punto como ella, junto a su conversación y la calidez de su presencia, amenizarán el camino.

El auto queda en 13  32 y caminamos hacia el Estadio. En los alrededores hay policía montada. Los caballos majestuosos forman con sus cuerpos una fila amedrentadora. Desde arriba, con odio, nos miran los cabeza de tortuga ¿Qué puede ocurrir en un recital de una banda bastante bolichera, escuchada por toda la tribu de cuarentones que invade en estos momentos la capital de la provincia, que pueda justificar la presencia de la policía montada? Nada, una provocación más porque es 24 de marzo.

Antes de entrar se produce la primera división, Marcelo se va con otros amigos a las plateas B. Nosotras enfilamos para el campo. Su entrada vale casi 3 lucas, las nuestras 1200. Toda una metáfora de la relación de fuerzas adquisitivas entre su salario bancario y el mío docente. Entramos las mujeres al campo. Ni bien lo pisamos, mi hija, la convaleciente, dice que ellas se adelantan y que nos vemos luego. Con Arme nos reímos, estas pibas no nos tienen confianza.

El estadio Único de La Plata es imponente. Tiene capacidad para 53 mil personas y esta noche está lleno. Antes de que apaguen las luces miro hacia todos. Estamos rodeadas por miles  y miles y sus cabezas flotan en una gigantesca marea humana. Más tarde, cuando Dave, Martin y Andrew asomen sus cuerpos, de arriba de cada cráneo saldrá una lucecita, una pantalla de celular en búsqueda de lo imposible: perpetuar el impacto y el éxtasis de una experiencia estética.

El show se abre con «Going Backwards», de Spirit. De ese disco también van a hacer «Cover Me» y «Where´s the revolution?» Oscuridad y música impecables. Siento que ahora sí, llegamos.

Ni un paso en falso

Por un momento empiezo a preguntarme si nos castigan porque somos pobres, sudamericanos, dependientes culturales, porque todo el tiempo devalúan y nuestra moneda no vale o qué mierda: las pantallas se apagan a los diez minutos de comenzado el show y  todo el recital queda  a oscuras. Nos obligan a permanecer tratando de adivinar los movimientos de un Dave Gaham que vemos del tamaño de un Lego. Los otros músicos, la nada. No sólo hay que bailar en la oscuridad, sino también entre las puteadas de los otros y sus gritos reclamando las pantallas. Todo se pierde menos la maravillosa música de Depeche.

A los inconvenientes técnicos Dave Gahan se los cargó al hombro y sin mirar hacia atrás, se largó al escenario como Aquiles al campo de batalla, a matar y morir, para soportar la adrenalina de ofrendar la voz y estrellar el cuerpo ante miles de pantallas que titilan como ojos.

Es el turno de «World in my eyes». La guitarra de Martin hechiza. Nos hay manera de verlos. No pienso dejar que Daniel GrinbankProducciones LPQTP me arruine la noche. Sólo pienso en la infinidad de ojos humanos que imaginé con este tema a lo largo de años. Sonrío.  Cierro los ojos, la voz cavernosa de Dave suena del infierno y bailo.

Martin Gore se luce vocalmente hasta la emoción en «Insight» y en «Home» directamente, su voz te vuela la cabeza. Algún dios mundano se apiada de nosotros y aparece una casita luminosa en la pantalla central. Vuelven las pantallas por un rato. Bebo imágenes de Gore, Gaham y Fletcher para saciar una sed desértica. Ya en «In Your Room» y «Where´s The Revolution» se ven las imágenes en las pantallas laterales, pero no en la central. Luego se pixela, hasta que finalmente, todas se apagan. Dicen que por un momento se llega a proyectar el fondo de pantalla del escritorio de la notebook.  ¡¡Vergonzoso!! Yo no lo vi, andaría con los ojos cerrados por algún otro lado del planeta.

«Everything counts» es un festejo retro. A su dictadura bolichera pop obedece el estadio entero, como si más allá de la garúa, el frío y las fallas de la producción, hubiésemos esperado siempre este momento. El coro más cantado, lejos.

La lista de temas es impecable, dice alguien al lado mío, y remata: ¿Te imaginás si era un recital de Iron Maiden? Quemaban el estadio…

El cierre es la gloria: Ritmo marcial a cargo del sintetizador de Andy Fletcher y la guitarra de Martin: «Take my hand/ And walk in the light», quedan grabados como un mantra onírico que prolonga el éxtasis.

Pensaba que iba a salir hecha mierda -concentramos a la 13, viajamos al Congreso, volvimos a concentrar a las 15, marchamos felices de ver que éramos tantos-, pero estoy entera. Sé que me bancaría dos horas más de show, ya que ahora que terminó todo sí encienden las pantallas mostrando el mapa de evacuación…

Hace mucho no escuchaba tantas puteadas juntas… ¡A Daniel G. hay que expropiarlo, no puede estafarnos así!

Salimos todos desperdigados. Arme y yo desde platea cabecera, las pibas desde campo y mi amigo desde cabecera B. -Con Martin me caso- Es lo primero que dice cuando lo volvemos a encontrar caminando por la 32. Yo celebro que al menos nos hayan permitido ver a Dave 5 minutos frotando sus partes contra el pie del micrófono y contoneándose como una iguana. La ropa negra, su eterno chaleco para que podamos ver los brazos desnudos y tatuados.

¿Cuántos años tendrá? Sesenta. Todos arriba de sesenta para hacer bailar a cincuenta mil almas en una penumbra que, dado los precios, es doblemente vejatoria.

Mientras caminamos el frío de la noche y de las largas cuadras platenses, cada uno hará en solitario el cálculo del tiempo que todavía le resta para esto: seguir de gira.


Fotos: Martín Bonetto