Un rumor alucinante
Por Alejandro Agostinelli
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El flamante Centro de Investigaciones Fantásticas hace su presentación pública de la mano de su proyecto editorial, con una serie de libros que irán saliendo en el marco de la colección La Marciana. El número debut de esta gran iniciativa editorial es El lobizón de Carlos Casares, del historiador Jorge Soto Roland, que recupera una apasionante historia de terror colectivo que conmocionó a esa apacible localidad bonaerense en marzo de 1973.
El volúmen se presentó públicamente en la Biblioteca nacional el pasado 3 de abril, con la presencia de Darío Lavia, editor de Cinefanía/cineficción y principal promotor de esta nueva aventura editorial, del autor del libro y de Alejandro Agostinelli, periodista de largo recorrido en diversos medios nacionales y actual gestor del imperdible blog Factor 302.4. Una nueva presentación del texto se concretará el próximo sábado 22 de abril en la Biblioteca Popular Ansible (Artigas 1850, CABA) a las 17, instancia en la que también se podrá adquirir el libro a un precio promocional de $2500.
Gracias a la generosidad Agostinelli, a continuación compartimos su prólogo al primer libro de una colección que promete continuar con títulos tan estremecedores como Gauchos alienígenas, El santoral prohibido, Marx Attacks, Buscando al rey Kong y Santuarios alienígenas de Sudamérica.
Una noticia y un identikit labrados en el miedo de un niño hoy es libro. Primero fue un recuerdo recuperado, luego investigación.
Carlos Casares era un pueblo de la provincia de Buenos Aires como todos, repartido entre el confort de las clases medias y acomodadas y las ilusiones de prosperidad de los trabajadores. También era una sociedad igualada en el sufrimiento, no terminaba de superar el daño causado por una inundación y gran parte de su población seguía sumergida bajo la línea de la pobreza. No necesitaba otra mala noticia, menos una criatura al acecho, aterrorizando a madres y mujeres solas. Desafiando el coraje siempre a prueba de hombres sorprendidos, vacilantes o fabuladores.
¿Por qué? ¿Para qué?
En septiembre de 2021, el profesor Fernando Jorge Soto Roland —historiador de horrores seculares, enigmas culturales y maravillas abandonadas— empezó a visitar la Hemeroteca de la Biblioteca Nacional siguiendo unas migajas de información obtenidas en la web. A lo largo de varias tardes, el autor deslizó sus dedos a través de las páginas amarillentas de un periódico zonal en busca de la fuente de aquel miedo. Ya había sorteado obstáculos parecidos cuando salió a cazar aves mágicas en el Cusco, Perú, Quilino y El Hueco (Córdoba), el Ucumar en el Norte argentino, las huellas del Nahuelito y la ruta de King Kong en la Argentina (odisea que reclama otro libro urgente). Y regresó de aquellas aventuras con las manos llenas de tesoros.
Las investigaciones de Soto Roland hacen diferencia con holgura: a despecho de los historiadores peinados a la gomina, él también se calza el sombrero de explorador. No se conforma con la primera versión de la historia. Si bien antes o después necesita encerrarse en la hemeroteca, el horizonte de su curiosidad son relatos disponibles, encarnados en sus contemporáneos. Por eso escarba redes sociales, hace llamadas o viaja para acceder a fuentes directas.
En otras ocasiones, marca diferencias mayores. El Lobizón de Carlos Casares, por ejemplo, es SU descubrimiento. Nadie más, salvo algunos vecinos memoriosos, había tomado nota de este evento estremecedor que atravesó todas las capas sociales de la localidad.
El resultado de su trabajo de orfebre refleja el crecimiento progresivo de una criatura que mantuvo expectante, atemorizó y alimentó a redactores y fotógrafos de un periódico zonal que, en cierto momento, percibieron que podían estar por caer dentro de las fauces del monstruo que sus crónicas creaban.
Soto Roland aborda el asombro que causó hace medio siglo El lobizón de Casares. El zumo de sus conclusiones arroja luz sobre su solvencia en el estudio de temáticas tan a mano de cronistas del misterio atolondrados o fabricantes de supercherías.
Ahora bien, que nadie corra hasta sus conclusiones: cada relato sobre las incursiones del lobizón —que primero fue fantasma y, cerca del final, engendro de otro mundo— es un destilado que se bebe de a poco: merece el tiempo que el autor dedicó a su recuperación.
El periódico El Oeste cifraba un misterio palpitante.
Sus páginas guardaron el secreto sobre el estupor, el reclamo, las hazañas y el crepitar de la valentía y los temores de un pueblo enfrentado a lo desconocido.
La Hemeroteca de la Biblioteca Nacional contenía un diamante sin pulir.
El hallazgo de Soto Roland enseña que aún quedan carbones en bruto a la espera de un artesano agazapado, deseando proceder a su tallado.
La Marciana empieza con esta historia porque es un prodigioso, instructivo ejemplo de la anónima epopeya de un pueblo enfrentado a un enemigo sin nombre. Además, es una prueba expresiva de que al acopio de relatos postergados le pueden seguir exhumaciones eficaces. Esta investigación prueba que hasta del recuerdo borroso de un preadolescente es posible reconstruir una historia olvidada y sin embargo tan actual como esta, la del lobizón de Carlos Casares.
Allá vamos.
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