Me acuerdo: Voces a 20 años del 19 y 20 de diciembre del 2001

Compartimos los personalísimos recuerdos de varixs protagonistxs de aquellas jornadas del 19 y 20 de diciembre de 2001 que no sólo demolieron los planes de continuidad neolilberal de menemistas/aliancistas y abrieron una nueva vía política para los destinos del país sino que también impactaron profundamente en las subjetividades de cada una de las personas que de alguna manera fueron parte de la infinidad de pequeños y grandes hechos que poblaron esos días. Escriben Marcelo Valko, Natalia Santucci, Daniel Ballester, Marcelo Rubio, Liliana Pintos, Martín Cambiaggi, Gabi y Marcelo Simonetti.

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Marcelo Valko, psicólogo dedicado a la investigación antropológica en relación con el genocidio indígena y afrodescendiente

Estuve en el centro tanto el jueves 20 como el viernes 21 de diciembre de 2001. Barricadas, humaredas, corridas, gases y gritos, represión desbocada. La Diagonal Norte era irreconocible. Buenos Aires se había convertido en una ciudad en guerra que buscaba desalojar a los ocupantes. Unos saqueaban comercios, otros arrojaban en medio de la calle el mobiliario de distintas oficinas para aumentar las llamas de las barricadas. Todos intentábamos avanzar hacia Plaza de Mayo y ya próximos a la Catedral aparecían motos policiales a toda velocidad golpeando gente, había que apartarse rápidamente para no ser atropellados y casi todos lanzándoles piedras y palos. Caballos de la montada. Gritos y corridas por las calles laterales. Se escuchaban detonaciones de disparos, era difícil identificar su origen y saber que pasaba a media cuadra por el humo y los gases. Días de una pueblada que tengo muy presente y jamás olvidare.

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Natalia Santucci, Licencia en Biotecnología, doctora en Ciencias Biológicas e integrante del Conicet.

El 19 de diciembre de 2001 estábamos tomando la facultad de Humanidades y Artes. Llevábamos meses resistiendo en la Universidad Nacional de Rosario (UNR), dando pelea por una educación pública, laica y gratuita. Lxs docentes tenían un sueldo miserable. A lxs investigadorxs científicxs se los había mandado a lavar los platos. Y al resto de la sociedad se la había exprimido a un punto tal que estábamos todxs reventadxs. Muchxs compañerxs se habían visto obligados a dejar de estudiar producto de la falta de trabajo para ellxs o sus familias. Muchxs otrxs, ni siquiera lo intentaban.

Por la tarde, en plena toma de la facultad de Humanidades y Artes, llegó la noticia de la muerte del Pocho, y nos dejó con un nudo en la garganta. Sabíamos que en los barrios, donde muchxs participabamos de algún tipo de organización, las balas de plomo estaban circulando como si esas vidas valieran dos pesos. Casi nadie tenía un teléfono celular, pero las noticias llegaban. A la noche ya, con el estado de sitio decretado, decidimos levantar la toma, no nos sentíamos seguros en la facultad, nos sentíamos carne de cañón. Si alguien no nos iba a cuidar, seguro era el Estado.

Volví a mí casa cerca de la 1:30 del 20 de diciembre. Con mis amigas y mi compañero no podíamos dejar de balancear la jornada y especular con lo que se vendría. Se hicieron las 2:30, organizábamos camas y colchones para esa pijamada tan extraordinaria, y se escucharon golpes metálicos y cantos en las calles, que avanzaban y aumentaban. Nos fuimos hasta la puerta del pasillo donde estaba mí casa y los vimos venir, a contramano por calle Laprida. Entramos corriendo, nos pusimos las zapatillas y nos sumamos. Llegamos al monumento a la bandera y nos fundimos a esa marea de gente. Al clamor de “ qué boludos, qué boludos, al estado de sitio se lo meten en el culo¨, nos íbamos encontrando y abrazando con lxs compañerxs con quiénes hasta hacía un par de horas habíamos estado deliberando en una asamblea. Todo parecía una fiesta, una verdadera Navidad, un verdadero Año Nuevo. Las herramientas del amo no destruirán la casa del amo, ya había escrito mucho antes Audrey Lorde. Y esas calles fueron la tesis.

Pasaron los días, los presidentes. Llegó Duhalde, el que había sido vice de M*nem y el que había obligado a muchxs a votar a la Alianza para que no fuese él el nuevo presidente. Llegó para reacomodar el tablero, ése que habíamos pateado días atrás. A la par que la represión iba en escalada, con la muerte de Darío y Maxi como botón de muestra, la clase media iba renovando de a poco su confianza en las instituciones: el que depositó dólares recibirá dólares, dijo y me conquistó.

Sin embargo, la seguimos, de alguna forma la seguimos. Ese 2001 se inscribió como pocas cosas, supimos que existían otras formas de habitar los espacios, entre ellos las calles, supimos de nuestra potencia, supimos de nuestro amor propio y de nuestro amor por los demás. 20 años después, no me arrepiento de ese amor, aunque me haya costado el corazón.

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Daniel Ballester, periodista y conductor de radio.

No sé si hacía calor, pero recuerdo que las cosas envejecían y volvían a renacer, una y otra vez. Las cosas, la heladera, los autos, el inodoro. Cambiaban de forma. Se desintegraban y volvían a rearmar las moléculas. Los minutos eran largos como horas. Había algo en aire. Yo lo percibía muy bien porque en esa época no me bajaba de la bicicleta, ni cuando llovía.

El acto de inspirar y exhalar sobre una bicicleta es una constante disonante muy vinculada al mirar. Atada a la mirada. Y esa trinidad 18, 19 y 20 de diciembre yo la pase pedaleando. De día y de noche. Sobre todo de noche, pasando entre fogatas asamblearias y personas ardiendo cacerolas. Después los perros policías matando, cazando, asesinando y la fuga del presidente en helicóptero.

La calle está oleosa, sucia, llena de papeles, pedazos de gomas, botellas, palos, cascotes y humo. Tengo las piernas cansadas, pero no puedo parar de pedalear. Algo me dice que voy a estar aquí arriba mucho tiempo más. Y veo a una mujer curarse las heridas con un pedazo de tela, veo la tapa de página 12, con la foto de Mauricio Polchi en el suelo con la espalda cocida a balazos, veo a las Madres entre caballos siendo golpeadas por la policía montada.

¿Lo vi, lo soñé o me lo contaron?

La astucia y el engaño son las cartas preferidas de la realidad. Y los tahúres no opinan lo contrario.

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Marcelo Rubio, periodista, aspirante a escritor.

De aquel 20 de diciembre de 2001 me exijo siempre la memoria para aquellos que fueron asesinados en distintos lugares del país. Quiero que el olvido nunca llegue. Que esté claro que fue un gobierno democrático el que decidió llevar adelante esa masacre contra el pueblo. Y, también, recordar la actitud canalla de los sectores adinerados solo preocupados por sus dólares y que llevaron a los trabajadores a quedar mano a mano con la policía asesina. Ojalá nunca olvidemos lo sucedido, a sus responsables y a aquellos miserables que hicieron negocios.

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Liliana Pintos, geógrafa, docente e investigadora del CIG-FaHCE/UNLP-Conicet.

Recuerdo que por aquellos días de diciembre estaba frenéticamente ocupada en resolver una cantidad de trámites administrativos y financieros previos a mi viaje a Barcelona previsto para un par de días antes de la Navidad, para cumplir con una beca de maestría. Visitas al Banco Central para ver cómo hacer con el dinero capturado por el corralito de Cavallo, al Ministerio de Relaciones Exteriores, al Consulado de España… un circuito interminable de consultas con respuestas imprecisas, en un mar de incertidumbre de lo que podría ocurrir al día siguiente.

El mismo día 19 de diciembre por la tarde, caminaba cerca de la Plaza de Mayo y fui testigo accidental de las primeras corridas por las calles, de las sirenas febriles de la policía, de los negocios que se apresuraban a bajar sus cortinas ante el temor a los saqueos. Esa misma noche, la declaración del estado de sitio, fue el preanuncio del estallido, la represión y muerte que nos amanecería.

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Martín Cambiaggi, sociólogo y escritor.

Recuerdo mucho la imagen del 20 de diciembre, sobre todo dos. La primera, cuando llegué recién a la plaza, cerca del mediodía, la sensación de que la característica del conflicto y de las personas que participaban de la confrontación con la policía era distinta a todo lo que me había pasado antes. Si bien yo militaba en una organización que se llamaba Patria Libre y era parte del conflicto duro, había algo diferente. Se veía a muchas chicas que salían del trabajo y estaban en tacos, compañeros que estaban decididos a confrontar con la policía, motoqueros… Esa me parece que fue una de las imágenes

La otra es sobre el final de la tarde, después de horas de idas y vueltas con la policía, había perdido la noción de cuántos éramos. Sabía que éramos muchos, pero, en un momento, pude tomarme un respiro, y alcancé a ver una fila larguísima de gente que estaba acompañado lo que pasaba adelante. Una parte de la sociedad había salido a manifestarse contra el estado de sitio, pero también a apoyar a los pibes y pibas que estaban enfrentado a la policía y a la orden de represión. Esa me parece que fue la imagen más fuerte que me quedó del 20 de diciembre.

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Gaby, hija, amiga y profesora de Literatura.

El barrio siempre fue bullicioso, pero hay voces y gritos que nunca se olvidan.

Era verano, mi papá trabajaba en el turno nocturno en esa época. Estábamos solos en casa con mamá. En esa época también nos acostábamos temprano. Un estruendo nos despertó, después una explosión, luego otra. Escuchamos gritos y corridas. Nos levantamos asustados y corrimos a los brazos de mamá.

A dos cuadras había un supermercado chino, el dueño se había puesto en el techo y había dado unos tiros al aire para amedrentar a la horda de gente que se acercaba con palos, piedras y barretas. Durante toda la noche desfilaron personas, paquetes de mercadería, carros, carretillas y sirenas de policía.

Abrazados los tres, mirábamos desde la ventana a un pueblo cansado.

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Marcelo Simonetti, integrante de Sonámbula.

Hacía un tiempo había dejado de militar por primera vez. A contrapelo de la realidad, milité la mayor parte de los noventa, cuando la topadora del peronismo de Menem lo arrasaba todo. Y al tiempo de que dejé, empezaron los primeros síntomas de que estábamos vivos como pueblo. En el banco donde laburaba, atendíamos 12 horas diarias de atención al público de un momento para el otro, sin ningún reclamo gremial mediante, debido al corralito. El filtro entre la avaricia de los banqueros, la complicidad de los gobiernos y la bronca popular éramos los trabajadores bancarios. Todo el humor social estaba agitado, y en el banco también volvieron en ese momento los plenarios de delegados con nuestras reivindicaciones después de 25 años.

En esa época yo iba a ver a la Pequeña Orquesta Reincidentes. Tenían un tema que sonaba siempre desde hacía años en los shows y se llamaba “Negro”. Era como un no-hit: Los que íbamos a verlo lo reclamábamos en cada concierto, y sin embargo no estaba en ningún disco de la banda. Me acuerdo de que en ese 2001, cuando venían los viejos a cobrar la jubilación al banco y no había plata para pagarles porque  el tesoro estaba vacío, en mi cabeza sonaba y sonaba esa canción. Y recuerdo también que tenía casetes con shows que grababa del Club Del Vino y demás, y que la noche en que De La Rua declaró el Estado de Sitio, hace 20 años, yo estaba en Pompeya, recién llegado de laburar. Mientras me cambiaba, vi lo que pasaba en la tele.  Agarré el auto y salí por Avenida La Plata. Doblé en San Juan, despacio porque había gente por todos lados, y a las dos cuadras lo dejé porque estaba todo cortado y caminé como pude hasta la Plaza de Mayo. Yo usaba un discman y también un walkman para poder escuchar mis conciertos pirateados. Cómo si fuera hoy, me acuerdo que puse un show de la Pequeña Orquesta y que el mismo tema que en vivo me emocionaba y en el laburo recordaba con angustia viendo el desastre, ahí esa noche fue la banda de sonido de la ira hasta que todo se puso espeso, guardé la música en la mochila y saqué el pañuelo.

Después, con los años, llegaron los balances de los enemigos tratando de reescribir la historia: estuvo todo armado por los punteros y el cabezón. Y del otro lado, los que sólo apelan a la tragedia y que terminaron manejando el país con el mismo elenco con el que provocó el desastre. Ambos, ninguneando como sujetos a los que protagonizamos la gesta.

Pero yo no me olvido. Yo estuve ahí. Y cada vez que pienso en esos días y cada vez que pago jubilaciones y sueldos y subsidios suena en mi cabeza la misma canción que en ese momento:

¿Acaso no ves?, ¿acaso no ves?
que feo que suda en la calle
La trampa del hambre.

¿Acaso no ves?, ¿acaso no ves?
que en la fiambrera te pira la mosca y se pudre.
Y que el agua no limpia esas manos.

Negro, sacame esta gente de casa.
Negro, llenaste las ollas de miedo.
Negro, no metas los pibes en esto.
Negro me asusta tu cara, me asusta tu cara.

¿Acaso no ves?, ¿acaso no ves?
que es tarde pa’l arte, pa’l fierro,
pa’ yunta malandra.
(¡Seguí boqueando a la tele!)

¿Acaso no ves?, ¿acaso no ves?
mis ojos cansados, mi boca a las siete
que joven se vuelve al verte partir.

Negro, sacame esta gente de casa.
Negro, llenaste las ollas de miedo.
Negro, no metas los pibes en esto.
Negro de dónde sacaste esa…
de dónde sacaste esa…

¡Pum! ¡Pum! ¡Pum!

 

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