Voces de niñxs
Por Mercedes Alonso
A pocos días del día de lxs niñxs o de las niñeces, Mercedes Alonso comparte una serie de recomendaciones literarias para para acercarnos a esos seres a veces tan cercanxs y tan lejanxs, tan otrxs respecto de estos adultxs en lxs que nos hemos convertido. Una selección de poemas, cuentos y novelas con una común mirada «desde abajo».
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En lo que un poco libremente podríamos definir como el mes de las niñeces, algunos libros para entender mejor qué son esxs otrxs (o para entender un poco menos, que tal vez sea más necesario). Así que lo que reunimos acá es un conjunto de poemas, cuentos y novelas que se acoplan a una mirada “desde abajo”, para inventar la voz de lxs que aún no saben o no pueden hablar.
“Cielo de claraboyas” de Silvina Ocampo (en Viaje olvidado, de 1937).
“La reja del ascensor tenía flores con cáliz dorado y follajes rizados de fierro negro, donde se enganchan los ojos cuando uno está triste viendo desenvolverse, hipnotizados por las grandes serpientes, los cables del ascensor.
Era la casa de mi tía más vieja adonde me llevaban los sábados de visita. Encima del hall de esa casa con cielo de claraboyas había otra casa misteriosa en donde se veía vivir a través de los vidrios una familia de pies aureolados como santos”.
Lección doble sobre el punto de vista. La niñez es una posición en el espacio, una forma de ver y entender y el lado menor de una relación desigual. “La hermana menor”, como se llama la biografía que escribió Mariana Enríquez sobre ella, es mucho más que un accidente de la cronología familiar; es la elección de una poética que no se limita a la presencia de niñxs.
En la selección que sigue, los usos de la voz infantil se repiten con diferentes énfasis: a veces es una forma de no saber o no decir; otras, un modo de hablar; siempre, la presencia entre molesta y aterradora de lxs que estaban para ser vistos y no oídos.
(Se puede leer acá)
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“La tercera margen del río”, de João Guimarães Rosa (en Primeiras estórias, de 1962)
“Nuestro padre era un hombre cumplidor, ordenado, positivo y fue así desde jovencito y niño, por lo que testimoniaron las diversas personas sensatas, cuando indagué la información. De lo que yo mismo recuerdo, él no parecía más extravagante ni más triste que los otros”
¿Cuándo deja de ser niñx el que no puede dejar a sus padres porque lx dejan primero?
“Inculpado de lo que no sé”, “el que no fue, el que va a callar”, el niñx que cuenta esta historia es una ausencia (de padre, de voz, de saber) sin límites y una posición alternativa, una tercera orilla, diferente de las otras dos que establece el río.
Calina Murga hizo una película hermosa a partir de la lectura de este cuento: en La tercera orilla (2014) el niñx-adolescente que calla (y calla mucho) encuentra muchas otras formas de ser visto y oído.
(Se puede leer acá)
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Selva Almada. Mal de muñecas (2003)
Lo primero que leí de Selva Almada, ahora bellamente editado (aunque en una versión acotada) por Vera Cartonera, ilustrado por Luis Acosta y disponible acá:
“A veces, visitando a mi mamá, me topo con mis muñecas y las de mi hermana que se quedaron viviendo en nuestra casa”
“No me gustan las Barbies
con sus tetitas paradas
y las nalgas
como dos gajitos de mandarina
que les salen por detrás”
Habría que ver qué es unx niñx antes de aceptar la inclusión de los textos de este primer libro de Selva Almada. Por el momento, digamos que es una voz, un tono, aunque no esté del todo en el presente (la que habla) o no sea del del todo humanx (lxs protagonistas). “Fantasmas materiales de las nenas que fuimos” lxs muñecxs son niñxs monstruo hacen emerger la voz infantil que revela su propio ser monstruo en el pasado.
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Diamela Eltit. El cuarto mundo (1988)
“Un 7 de abril mi madre amaneció afiebrada. Sudorosa y extenuada entre las sábanas, se acercó penosamente hasta mi padre, esperando de él algún tipo de asistencia. Mi padre, de manera inexplicable y sin el menor escrúpulo, la tomó, obligándola a secundarlo en sus caprichos. Se mostró torpe y dilatado.”
En el territorio de la indefinición, puede ser, como en esta novela de la chilena Diamela Eltit, que el niñx todavía no sea del todo humano. En El cuarto mundo (1988), el narrador empieza a contar su vida en plena concepción. La infancia en ciernes es una forma de hablar del horror del cuerpo de los padres.
Puede ser, también, que el niñx no esté antes sino después de lo humano, como más adelante, cuando él y su hermana melliza se encuentren en medio de una realidad que lxs convierte en otra cosa: el devenir monstruoso de la infancia como forma de hablar del horror del cuerpo de esx otrx madre-padre que es la patria en plena dictadura pinochetista.
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Reina Amelia, de Marosa di Giorgio (1999)
“Lavinia terminó de cruzar el cañaveral yendo hacia la escuela. Portaba una trenza, un pendiente, largo, de plata.
(Es flaquísima y lleva también una cartera en grueso cartón castaño oscuro y protuberancias ígneas.)
En ese instante se le cruza el Alcalde. Iba en su carretín con flores. ¿Qué flor era ésa? Una exquisita, de uso personal, emparentada con los nardos, fragancia religiosa.
El Alcalde tuvo una cortesía para Lavinia. Llamóla por primera vez: Señora Lavinia. Y se tocó el capín”
“Señora” y flor, Lavinia, como todas las otras que andan por estas páginas y las otras que escribió Marosa di Giorgio, son también niñas. Elegí Reina Amelia pero podría haber sido La flor de Lis o varios otros de sus textos extraños, en esa tradición rara que le atribuimos a lxs uruguayxs que también imaginamos menores (y son enormes): Felisberto Hernández, Mario Levrero, Armonía Sommers, por ejemplo. Di Giorgio escribe poemas o relatos, eróticos o no con niñas o plantas o animales, sin tantas distinciones; o sea, también monstruos: los textos y sus protagonistas.
En este libro las niñas no hablan, otras sí. Su percepción (su modo de ver, sentir, decir) está en otra parte: no pasa por otro lado, la ejercen desde ahí. Niñas, flores, señoras, son sujetas de sus actos y de estos textos extraños.
“Olivia”, de Santiago Craig (En Las tormentas, de 2017)
“Olivia se llamaba Olivia, igual que mi mamá.
Una desgracia cómo le pegaron anoche ese ramito a las manos. Con cemento de contacto: qué pena haberlo visto. Era notorio, estaba hecho sin afecto y sin cuidado. Se le resbalaría entre los dedos raquíticos el manojo de jazmines. O por las dudas nada más lo habrán hecho, por cosa de protocolos, de reglamentos.
A uno le gustaría pensar en la muerte como algo más natural, pero las ceremonias la terminan haciendo ese esperpento”.
Ser chico es una forma de aburrirse. Y aburrirse es una forma de estar en el mundo. Santiago Craig, que siempre está un poco afuera de los lugares comunes, escribe una niñez a contrapelo de las otras: una forma de saber y una memoria posible, una forma de recordar y de contar el pasado con una voz a medio camino entre el que era y sabía y el que es y recuerda como si estuviera ahí.