Volvió una tarde

Por Marcelo Simonetti

A propósito de la confirmación de que a partir del próximo 11 de septiembre se podrá conseguir en Spotify, Youtube o Apple Music Tarde, un disco tan fundamental como inencontrable de la Pequeña Orquesta Reincidentes, Marcelo Simonetti comparte con Sonámbula una memoria emotiva sobre todo lo que implica aquél primer trabajo de la banda, del año 1994.

.

Éste disco es salir de la casa de mi vieja que pronto dejaría de ser la mía, o del primer depto donde viví, y comprar una cerveza y un superpancho en el kiosco. Porque antes se vendían en los kioscos.

Es que se levante un poquito de viento y darle las gracias a la campera de cuero larga y los borcegos. Subirle el cuello, esconder la cara y meter la mano libre en los bolsillos cuando el pancho se acaba.

Es esperar un rato el 166 al lado de la estación, y al subir al bondi abrir la mochila y buscar el casette éste que siempre estaba terminando antes de llegar a Palermo. A veces repetía y otras buscaba algún otro. En esa época, llevaba siempre mochila. Y en la mochila, dos o tres casettes y libros. Más de uno. No sé para qué.

Éste disco es bajar en el puente porque nunca sabía en cual antes y volver para atrás y adentro caminando hasta La Luna, Cabrera y Medrano. Es sentarme en el umbral dos casas más allá y empezar a ver llegar las caras de siempre (salud a la barra). Es acordarse de la palabra “peña”. Entrar y pedir vino en vaso de plástico que salía 0,50 y una empanada quizás. A veces venían amigos, amigas. A veces no. Siempre dos o tres bandas afines que tocaban antes. Siempre el negro estricto. Pero también los sonidos atrás, escondidos, que evocaban algo de lo que mis viejos escuchaban, y yo también pero a la fuerza. Es ver cuántos somos ésta vez. Si somos más, si va mejor.

Éste disco es a la salida de madrugada a veces sentarnos otra vez en el umbral con un cartón porque no fue suficiente. Y reírnos y hablar con algún amigo de a quién se quieren parecer éstos. Y a qué te hace acordar. Y que lindo es. Y con uno que discutíamos pebetes si Borges o Bukowski, de que lado de la vida, inocentes. Y quedarnos dormidos con el vaso en la mano apoyados unos en los otros hasta que el sol sale y nos despierta y estamos despatarrados pero el vaso de pie, en la mano.

Éste disco es también por momentos la evocación del propio pueblo al que yo iba en mi infancia. Que no tenía aljibe a la vista pero sí un estanque en una casa de las afueras. Y claro, juncos y ranas. Y es mi padre mudo como siempre y hasta siempre y mis amores púberes que vivirán mientras yo lo haga.

El tiempo y todo pasa, pero éste disco y el siguiente, hermano mayor que extrañamente llegó después, es siempre lo que queda.