«Yo soy nosotros», o el rol de los géneros en la lírica de Zitarrosa
Por Jorge Hardmeier
Un análisis de una cualidad particular de la letrística del cantautor uruguayo Alfredo Zitarrosa, quien en numerosas canciones hace hablar o interpela a los diversos géneros musicales en los que se inscribe la obra que está interpretando. Así, a veces la zamba, la milonga o la vidala se humanizan al punto de transformarse en amigas, confesoras o voceras de las necesidades personales o de los reclamos populares.
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El cantautor uruguayo Alfredo Zitarrosa nació el 10 de marzo de 1936 en Montevideo. Su llegada al mundo marca el comienzo de uno de sus primeros exilios. Su madre, Jesusa Blanca Nieve Iribarne, de tan solo diecinueve años le dio su apellido: aquel niño respondía, entonces, al nombre de Alfredo Iribarne. Su padre biológico, Federico Surera, médico de la Aeronáutica, jamás lo reconoció. Su madre, por motivos laborales, no podía atenderlo y confió al matrimonio conformado por Carlos Durán y Doraisella Carbajal el cuidado del pequeño. En su adultez, Alfredo reconocería a este matrimonio como sus verdaderos padres. Por otra parte, le concedieron el apellido. Entonces aquel jovencito era conocido, en el barrio y por sus amigos, como Alfredo El Pocho Durán. Ya cantaba canciones españolas y tocaba el piano y la guitarra. También bailaba flamenco. Pero el exilio en la identidad no terminaría pues a sus quince años su madre biológica regresaría. Jesusa era bailarina y cantante. Ya adulto, Alfredo referiría: “De ella heredé muchas cosas, la afición por las artes, incluso la voz”. Luego de años de gira por Latinoamérica y EEUU, Jesusa se presentó acompañada por el argentino Alfredo Nicolás Zitarrosa y embarazada de quien luego sería Cristina, hermana de Alfredo. Ya había recorrido, en su adolescencia, Alfredo ciertos exilios: el de la identidad y el del propio nombre. Pasó a portar, el joven Alfredo, el apellido de la pareja de su madre. Tres apellidos en quince años.
Posteriormente se instala en una bohardilla, en el centro montevideano. Mate, música, amigos, tragos, cigarrillos. La poesía comienza a transformarse en tema central de sus estudios, búsquedas y experiencias. Locutor, trabaja en Radio Espectador. Ejerce el periodismo en el periódico El sol y luego en la mítica revista Marcha, donde conoce a Eduardo Galeano. Realiza entrevistas a consagrados como Atahualpa Yupanqui y Juan Carlos Onetti pero también a personalidades de otros ámbitos como el científico, el filosófico, etc.
Comienza, posteriormente, una suerte de travesía geográfica y existencial. Viaja a Perú donde no puede ejercer su oficio de locutor y vive del periodismo. En ese país, y como modo de generar ingresos extras, comienza a cantar. Luego de aquel exilio autoimpuesto, decide regresar a su tierra. Trabaja en El espectador como operador de cabina. Se enamora de Nancy. Dos hijas: Serena y Moriana. Contrae matrimonio un 29 de febrero de 1962. Las hijas, al recordar el dato, ríen. ¿Se exilió, también, Zitarrosa, de ciertos aniversarios?
En la música de Zitarrosa se cruzan la milonga, el flamenco, el tango, los sonidos camperos. El 27 de junio de 1973 se produce el golpe de Estado en Uruguay. Zitarrosa se exilia en Argentina, que no era precisamente el mejor de los destinos. Es el último de los artistas en exiliarse, deseaba permanecer en su patria, sentía el exilio como un acto de cobardía. Luego de unos pocos meses en Buenos Aires, se traslada a Madrid. El segundo exilio de su vida, este por razones políticas, le produjo una gran tristeza. No logra adaptarse a las costumbres y forma de vida de la capital española y en 1979 se traslada a México donde consigue obtener cierta tranquilidad. Escribe, participa en programas de radio, canta en bares y cafés concert. México le sienta bien.
La vida de Alfredo Zitarrosa estuvo marcada, entonces, por esta sucesión de exilios: identitarios, geográficos, profesionales y laborales. El único territorio que habitó en forma permanente y con ética inquebrantable fue el de la poesía, la música y la palabra. Esa era su patria.
En 1984 Don Alfredo viaja de México a Buenos Aires. Y el 31 de marzo del mismo año regresa a Uruguay. El recibimiento es multitudinario. En aquel acontecimiento se lo observa sonreír como muy pocas veces en su vida. Concierto en el estadio Centenario y lo posterior no resulta tan positivo: se mantiene económicamente cantando en diversos boliches.
Zitarrosa se consideraba un trabajador cuyo oficio era el canto. Defendía los derechos de sus compañeros, los músicos que lo acompañaban. Anarquista y luego afiliado al Partido Comunista, es portador de varias anécdotas que señalan su ética inclaudicable. En un concierto en el cual había acordado cantar siete canciones le comunican, previamente al inicio del espectáculo, que solo le podrán pagar la mitad. Canta junto a su conjunto y a la cuarta canción detiene el show. Posteriormente anuncia al público presente que el recital continuaría en el bar de la esquina.
Alfredo Zitarrosa fue un letrista de excepción y también interpretó temas de otros autores con puntuales singularidades que son dignas de mencionar. Una de ellas es que en varias de sus letras el poeta no se dirige a un interlocutor en particular (ya sea Artigas, una amada o un militar) sino al propio género musical. El yo poético no se centra en la figura del autor de la letra en cuestión sino en el género de la canción interpretada. Así, en A José Artigas, canta: “Vidalita acordate de José Artigas / y endulzate la boca cuando lo digas”, recomendándole al género musical la memoria de José Gervasio de Artigas, uno de los luchadores por la independencia de los pueblos latinoamericanos. Luego el cantor le indica: “Vidalita orientala, lejana y pura / a la patria cantala sin amargura”. La vidalita es un estilo musical no bailable característico del folklore sudamericano. Muy difundida en el noroeste argentino, fue introducida en el Uruguay a comienzos del siglo XIX. En otros casos, como en Zamba para vos, el uruguayo se ubica como vocero del propio género musical: “Yo no canto por vos / te canta la zamba / y dice al cantar / no te puedo olvidar / no te puedo olvidar.” La que habla, la que dice es la zamba, género musical bailable típico del norte argentino. La zamba es la que canta a la amada, la que espera su regreso y entabla un diálogo con el poeta cantor. Luego vuelve a interpelarla: “Zambita cantá / no la esperes más / tenés que pensar / que si no volvió / es porque ya te olvidó”. El género musical se humaniza y asume el yo poético en la lírica de la canción.
A veces, incluso, el género conversa con el cantor, como en Milonga de pelo largo: “Milonga mi compañera que me comprendes / que me proteges y que me abrigas”. La milonga es un género musical folclórico rioplatense, típico de Argentina y Uruguay. El género proviene de la cultura gauchesca. Zitarrosa tuvo ciertos períodos de estadía en el campo y se interiorizó de las costumbres y usos camperos, aprendió a ordeñar, cultivar, montar a caballo, etc. Gracias a ello, puede utilizar naturalmente las imágenes campestres como sutiles metáforas para denunciar el sometimiento que sufre el pueblo trabajador. Cuando el cantor popular dialoga con el género que interpreta, lo interroga y lo desafía, como sucede en El candombe del olvido canta: “El candombe del olvido /tal vez si yo le pida un recuerdo/ me devuelva lo perdido.” Y luego: “Pero el candombe no olvida / y renace en cada herida / del palo, del tambor, con alma y vida”. Los géneros dialogan y discuten con un Zitarrosa que sabe de las costumbres y los deseos de esas canciones. Son compañeras, sujetos dialogantes, interrogadores, que ponen en cuestión el saber del cantante. Así canta: “Fruto maduro / del árbol del pueblo / la canción mía siempre porfía / Puede morir / pero quiere / cantarle solo a la vida / que no la olvide”.
Otro elemento esencial en la letrística de Zitarrosa se torna evidente: el sujeto al cual están dirigidas esas obras de un trabajador de la música es el pueblo. Esto también se manifiesta en ese permanente diálogo con cada género que es interpretado. En Chamarrita de los milicos dice: “Chamarrita cuartelera / no te olvides que hay gente afuera / cuando cantes pa´ los milicos / no te olvides que no son ricos / y el orgullo que no te sobre/ no te olvides que hay otros pobres”. La chamarrita es un estilo musical típico de la música litoraleña, popular en Uruguay y Entre Ríos, particularmente. Posee ingredientes afros y un cierto parentesco con la milonga. Los ejemplos de esta característica en la poética de Zitarrosa son diversos. En Recordándote, señala: “La noche es tan amarga y lenta / la zamba te recuerda tanto / que cuando canto me olvido mi bien”. El recuerdo del ser amado está encarnado en el género musical. En Milonga de ojos dorados esta característica se hace explicita y tras un fracaso amoroso aparece una súplica del cantor para que el género actúe: “Milonga de ojos dorados / cantale a la que yo quiero / tu corazón compañero / musical y acompasado / vaya volando a su lado / y dígale que no puedo vivir”. Y luego: “Milonga, vos sos testigo / de que la quiero de veras (…)”. La relación entre cantor y género musical se torna íntima, cercana, propicia para confesiones.
Son estos algunos ejemplos de este particular elemento que caracteriza las letras del gran cantor uruguayo, autor de discos como Del amor herido, Milonga madre, Adagio en mi país y Guitarra negra. Una posible explicación para esta decisión poética de Alfredo Zitarrosa es su convencimiento respecto del valor de la construcción colectiva. De este modo resigna su yo poético individual y le da lugar a la preponderancia y valor de los géneros musicales surgidos de una labor cultural colectiva transmitida de generación en generación. El valor de ese elemento artístico, en este caso musical, es depositado en el trabajo y la creatividad de ese pueblo que Zitarrosa amaba sin ahorrar críticas. La música como una construcción popular, que en eso creía Don Alfredo, y no solo en el ámbito artístico sino en todas las parcelas de la vida. El músico como trabajador, como obrero de la palabra y los sonidos de la tierra.
El último exilio de Zitarrosa tuvo lugar el 17 de enero de 1989. Falleció en Montevideo. Una multitud lo acompañó en ese último viaje.