
// Por Grupo Mariconi
José Esteban Muñoz en su libro Utopía Queer nos señala la potencia de una futuridad que aún no ha llegado, creadora de una línea de fuga en donde el futuro es el dominio de lo cuir, un modo estructurante e inteligente de desear que posibilita ver y sentir más allá del presente. El aquí y ahora es una cárcel. Tenemos que esforzarnos por imaginar un entonces y un allí. Así, nos devela lo cuir como un mapa de la utopía.
La disidencia sexual a la vanguardia de la apropiación de la injuria, de ese “puto” o “torta” o “trava” que siempre nos gritan, para pensar lo cuir como las diferentes luchas y alianzas estratégicas que se agencian con la política de lo minoritario, lo raro o lo abyecto con el único thelos de la creación política de un nuevo sujeto-desujetado en la heteronorma capitalista.
Las políticas de la normalidad funcionan al igual en su centro como dentro de sus márgenes. Es preciso pensar la utopía como una posibilidad política y sexual que nos permita ubicarnos por fuera de la hegemonía heterocapitalista. Una ética que agencie las coordenadas cartográficas de nuestra existencia y los fundamentos de nuestros deseos, con la finalidad de reconquistar y ampliar los límites entre las prácticas de lo Otro y de lo Mismo. Una política de lo cuir presentada como una nueva ética, una antiética decolonial, una etica sudaka-marica. Es la emancipación del aquí y ahora, un comunismo más allá de lo singular, pluralmente singular. Lo cuir en plan utópico no puede leerse desde las singularidades. Se conforma más allá de lo Otro y de lo Mismo: es la distancia el territorio a conquistar. El sistema del tiempo heterolineal sólo puede procesar una singularidad a la vez, y es por esto que la inconmensurabilidad se convierte en un mecanismo de transparentación de los entrecruzamientos de singularidades, es decir de lo múltiple.
Andrei Tarkovsky en su película Stalker nos propone huir de la seguridad normalizante de la ciudad y sus leyes físicas para adentrarnos en la orografía onírica de La Zona, donde el tiempo y el espacio son impredecibles. El stalker hace de su experiencia un ejercicio ético sobre la mutabilidad de la cartografía y el deseo. En el Apéndice La raza, el sexo y lo inconmensurable, Muñoz al referirse a la máquina Sedgwick-Fisher también nos invita a escapar de la propia representación del sexo y del deseo para tensar cada uno de sus límites. La inconmensurabilidad se territorializa más allá de las singularidades para encauzar la futuridad cuir en los márgenes comunes de lo real.
¿Puede el deseo inconmensurable de un poeta racializado, como Gary Fisher, proyectar un horizonte de la futuridad cuir? La clave se encuentra en no interpretar el deseo, tampoco pretender develar un misterio encerrado, sino establecer una posibilidad de fuga a partir de él. Al deseo hay que ponerlo a hacer cosas, hacerlo funcionar por sí mismo entendiendo su carácter múltiple e inconmensurable. No hay que pensarlo como carencia, represión o ley, sino como una experiencia creativa. Si el deseo es la cosa deseada y su forma, entonces la producción del mismo es una operación en los márgenes de su gestión. El proceso que conllevan los devenires se expresa en los bordes, y allí quizás deberíamos también encontrar el impulso de la utopía cuir. Tanto el devenir como el deseo son procesos creadores de una futuridad incipiente.
Nuevamente en La Zona, el Stalker nos conduce en la cacería de una habitación que cumple deseos. La maquinaria deseante produce su propia interpretación aberrante de lo deseado, y el sujeto queda atrapado en una realidad que es la consecuencia de su propio deseo alterado. Entonces ¿Debemos desconfiar de los deseos producidos por la maquinaria?
Un posible acercamiento a la disidencia del deseo es la experiencia desafiante del yo fisheriano como un objeto sexual racializado que atraviesa sus textos. El erostismo y la humillación racial voluntaria se expresan como fuga, están por fuera, se escapan de la asfixia del presente heterolineal. Ser la plataforma somática del fetichismo coloca su deseo por la escena humillante en la problemática de ejercer presión sobre las representaciones de la esclavitud sistémica. Siempre que el deseo esté relacionado a un orden social, y sea entendido como una formación colectiva nos encontraremos con un control sobre el mismo, una gestión que lo lleva a determinarse como un modelo a seguir, y estableciendo que todo lo que se encuentre por fuera sea considerado anormal. Pareciera que la maquinaria Sedgwick-Fisher nos empujara a confrontar la humillación, la denigración y la desposesión históricas a través de una sexualidad escandalosamente disidente. Estas intersecciones rizomáticas se establecen cuando la inconmensurabilidad rompe con las equivalencias y devienen reparto de lo imposible de compartir.
Muñoz nos alienta a desechar el entonces y aquí para habitar el impulso utópico de la imaginación de lo ya-no-consciente, y así llegar a esta futuridad cuir por fuera del heterocapitalismo en donde lo aún-no-aquí nos espera. Una reinterpretación de las posibilidades hauntológicas que fracturan el tiempo hetero-lineal. Así lo cuir posee un elemento performativo extraordinario, es un hacer por y para el futuro que rechaza un aquí y ahora, es la potencialidad concreta de otro mundo posible. Entonces, en el agenciamiento maquínico stalker-zona se produce un efecto que escapa a la gestión del deseo: una niña telequinética que es también un entonces y un allí asomando en el horizonte.