Carl Sagan, el Mr. X del cannabis

// traducción adaptada por Mallory N. Craig-Kuhn

El siguiente texto fue escrito por el reconocido físico y divulgador científico Carl Sagan. Fue publicado en 1971 en el libro Marihuana Reconsidered, del Dr. Lester Grinspoon. Dada la estigmatización del cannabis en el contexto de la ‘guerra contra las drogas’, iniciada ese mismo año por el presidente estadounidense Richard Nixon, Sagan publicó el ensayo bajo el seudónimo Mr. X.

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Todo comenzó hace unos diez años. Yo había alcanzado un período mucho más relajado en mi vida ― un tiempo en el cual llegué a sentir que había más en la vida que la ciencia, un tiempo de despertar de la conciencia social y de la amabilidad, un tiempo en el cual estuve abierto a nuevas experiencias. Me hice amigo de un grupo de personas que fumaban cannabis de manera ocasional, sin regularidad pero con evidente placer. Al principio, no estuve dispuesto a participar, pero la aparente euforia que producía el cannabis junto con el hecho de que no hubiera una adicción fisiológica a la planta me impulsaron a probarlo. Mis experiencias iniciales fueron totalmente decepcionantes: no había ningún efecto en absoluto y comencé a elaborar una serie de hipótesis acerca del cannabis como un placebo que simplemente creaba expectativa y que funcionaba por medio de la hiperventilación, no gracias a la química. Sin embargo, luego de unos cinco o seis intentos fallidos, sucedió. Estaba tirado de espaldas en el sofá de un amigo examinando despreocupadamente el patrón de sombras proyectado en el techo por una planta (¡no se trataba de cannabis!). De golpe me di cuenta de que estaba examinando los intrincados detalles de un Volkswagen en miniatura, claramente delineado por las sombras. Inicialmente fui muy escéptico con respecto a esta percepción e intenté encontrar inconsistencias entre lo que estaba viendo en el techo y un Volkswagen real. Pero todo estaba ahí: los guardabarros, la placa, las partes cromadas e incluso la pequeña manija del baúl. Cuando cerré los ojos, quedé asombrado al descubrir que se proyectaba una película en el interior de mis párpados. Un flash… una sencilla escena campestre con una finca roja, cielo azul, nubes blancas y un camino amarillo que contorneaba sobre las colinas verdes hasta perderse en el horizonte… flash… La misma escena, pero con la casa naranja, el cielo marrón, las nubes rojas, el camino amarillo y los campos de color violeta… flash… flash… flash. Los flashes ocurrían con cada latido del corazón. Cada flash proyectaba la misma escena simple, pero con colores diferentes cada vez… Tonos exquisitamente profundos y asombrosamente armoniosos en su yuxtaposición. Desde entonces he fumado cannabis de manera ocasional y la he disfrutado abundantemente. Despierta la sensibilidad adormecida y produce efectos incluso más interesantes, según explicaré más adelante.

Recuerdo otra de mis experiencias visuales con el cannabis, durante la cual visualicé la llama de una vela y descubrí en el corazón de la llama al caballero español que aparece en las botellas del jerez Sandeman, parado con magnífica indiferencia, vistiendo su capa y su sombrero negro. Observar el fuego mientras se está fumadx, por cierto, sobre todo a través de uno de esos caleidoscopios que fraccionan el campo visual, es una experiencia de movimiento y belleza extraordinaria.

Quiero advertir que en ningún momento pensé que estas cosas ‘realmente’ estaban ahí. Sabía que no había ningún Volkswagen en el techo ni ningún hombre Sandeman en la llama. No siento ninguna contradicción en esas experiencias. Hay una parte de mí que elabora, crea estas percepciones que en la vida diaria serían extrañas; hay otra parte de mí que es una especie de observadora. Más o menos la mitad del placer viene de la parte observadora que aprecia la obra de la parte creadora. Sonrío, a veces me río de las imágenes que hay en el interior de mis párpados. En este sentido, supongo que el cannabis es psicotomimético, pero no le encuentro nada del pánico o el terror que acompañan algunas psicosis. Posiblemente esto se debe a que sé que se trata de un viaje mío propio y que puedo bajar rápidamente cuando quiera.

Aunque mis primeras percepciones eran todas visuales y curiosamente carecían de figuras humanas, estos dos puntos han cambiado durante los años intermedios. Hoy encuentro que un porro es suficiente para que yo esté fumado. Hago la prueba para ver si estoy fumado cerrando los ojos y buscando los flashes. Aparecen mucho antes de que haya otras alteraciones en mi visión u otras percepciones. Yo supondría que se trata de un problema señal-ruido y que el nivel de ruido visual es muy bajo cuando tengo los ojos cerrados. Otro aspecto informático-teórico interesantes la prevalencia ―al menos en mis imágenes con flashes― de dibujos animados: solo la silueta de figuras, caricaturas, no fotografías. Creo que esto es simplemente una cuestión de compresión de la información; sería imposible aprehender el contenido total de una imagen con el contenido de información de una fotografía común, digamos unos 108 bits, en la fracción de segundo que ocupa un flash. Y la experiencia del flash está diseñada, si puedo usar esa palabra, para una apreciación instantánea. El artista y el observadorx son unx. Esto no quiere decir que las imágenes no sean maravillosamente detalladas y complejas. Recientemente tuve una imagen en la cual dos personas estaban hablando y las palabras que estaban diciendo aparecían en letra amarilla sobre sus cabezas, al ritmo de una oración por latido del corazón. De esta manera, fue posible seguir la conversación. Al mismo tiempo, aparecía cada tanto, entre las palabras en letra amarilla arriba de sus cabezas, una palabra en letra roja que encajaba perfectamente en la conversación; pero si unx recordaba estas palabras en letra roja, enunciaban una serie de afirmaciones diferentes que hacían una crítica penetrante de la conversación. Todo el conjunto de imágenes que he descrito acá, que diría que constan de al menos cien palabras en amarillo y algo así como diez palabras en rojo, ocurrió en algo menos de un minuto.

La experiencia con el cannabis ha mejorado significativamente mi apreciación del arte, un tema que hasta el momento no había valorado mucho. La comprensión de la intención del artista que puedo alcanzar cuando estoy fumado a veces se traslada a los momentos en los que no lo estoy. Esta es una de las muchas fronteras humanas que el cannabis me ha ayudado a traspasar. También ha habido algunas intuiciones relacionadas con el arte ― no sé si serán verdaderas o falsas, pero fue divertido formularlas. Por ejemplo, pasé algún tiempo fumado mirando las obras del surrealista belga Yves Tanguey. Algunos años después, emergí del Caribe después de nadar un largo rato y caí extenuado en una playa producto de la erosión de un arrecife de coral cercano. Mientras examinaba distraídamente los fragmentos arqueados de coral de tonos pastel que formaban la playa, vi delante de mí una inmensa pintura de Tanguey. Tal vez Tanguey visitó una playa similar en su niñez.

Una mejora muy similar ha ocurrido en mi apreciación de la música con el cannabis. Por primera vez fui capaz de escuchar los distintos componentes de una armonía tripartita y la riqueza del contrapunto. Desde entonces he descubierto que lxs músicxs profesionales pueden mantener con gran facilidad varias partes de una pieza en sus cabezas en simultáneo, pero para mí aquella fue la primera vez. De nuevo, la experiencia de aprendizaje cuando estaba fumado se ha trasladado, al menos en parte, a los momentos cuando no estoy bajo los efectos del cannabis. Se potencia el disfrute de la comida; emergen sabores y aromas que por algún motivo normalmente parecemos estar demasiado ocupadxs para notar. Puedo dedicar la totalidad de mi atención a la sensación. Una papa tiene una textura, un cuerpo y un sabor como los de otras papas, pero de una manera mucho más pronunciada. El cannabis también aumenta el placer del sexo ― por un lado, brinda una sensibilidad exquisita y, por el otro, pospone el orgasmo: en parte al distraerme con la profusión de imágenes que pasan ante mis ojos. La duración real del orgasmo parece incrementar significativamente, pero esto puede ser la experiencia usual de la expansión del tiempo que se experimenta al fumar cannabis.

No me considero una persona religiosa en el sentido habitual de la palabra, pero debo decir que hay un aspecto religioso a algunas experiencias cannábicas. La sensibilidad aumentada en todas las áreas me da una sensación de comunión con lo que me rodea, tanto objetos animados como inanimados. A veces una especie de percepción existencial del absurdo me invade y veo con terrible certidumbre las hipocresías e imposturas mías y de mis prójimxs. Y otras veces, hay una sensación diferente del absurdo, una conciencia juguetona y fantasiosa. Cualquiera de estas dos formas del absurdo pueden ser comunicadas y algunas de las experiencias cannábicas más gratificantes que he tenido han consistido en compartir charlas y percepciones y humor. El cannabis despierta en nosotrxs una conciencia que, a lo largo de nuestras vidas, estamos entrenadxs a pasar por alto y olvidar y dejar de lado. Percibir el mundo como realmente es puede ser enloquecedor; el cannabis me ha acercado a algunas nociones de lo que es estar locx y la manera en la que usamos esa palabra, ‘locx’, para evitar pensar en cosas que son demasiado dolorosas. En la Unión Soviética se internan rutinariamente en manicomios. Algo similar, tal vez más sutil, occure acá: “¿Escuchaste lo que Lenny Bruce dijo ayer? Debe estar loco”. Bajo los efectos del cannabis descubrí que hay alguien ahí dentro de esas personas que tildamos de locas.

Cuando estoy fumado puedo penetrar en el pasado, recordar mis experiencias de la niñez, a amigos, parientes, juguetes, calles, olores, sonidos y sabores de una época que se ha ido. Puedo reconstruir vivencias de la infancia que en su momento solo entendí a medias. Muchos de mis viajes con el cannabis, aunque no todos, incluyen en alguna instancia que no intentaré describir acá pero que tienen significado para mí y son una especie de mandala grabado en los aires. La libre asociación a partir de este mandala, tanto visual como en forma de juegos de palabras, me ha ayudado a producir una gama muy rica de intuiciones.

Existe un mito acerca de estos viajes: el usuarix tiene la ilusión de una gran intuición, pero esta no sobrevive el escrutinio de la siguiente mañana. Estoy convencido de que este es un error y que las intuiciones sobrecogedoras que se alcanzan estando fumadx son verdaderas; el mayor problema radica en ordenar estas intuiciones de una forma aceptable para esx otrx que somos al siguiente día, sin los efectos del cannabis. Quizá el trabajo más arduo que he hecho consiste en plasmar esas intuiciones en grabaciones o por escrito. El problema es que diez ideas o imágenes aun más interesantes se pierden al tratar de grabar solo una. Es fácil entender por qué alguien puede llegar a pensar que no vale la pena el esfuerzo de plasmar el pensamiento, una especie de intrusión de la ética protestante. Pero ya que he estado sobrio casi todo el tiempo de mi vida, he hecho ese esfuerzo ― creo que con éxito. Por cierto, me he dado cuenta de que es posible recordar algunas intuiciones bastante buenas al otro día, aunque solo si se hace algún esfuerzo por plasmarlas de otro modo. Si anoto la intuición o se la cuento a alguien, la puedo recordar al siguiente día sin dificultad; pero si me limito a decirme que debo tratar de recordarlo, nunca lo hago.

Me doy cuenta de que la mayoría de las intuiciones que tengo cuando estoy fumado están relacionadas con temáticas sociales, un área de la academia creativa muy diferente a aquella por la cual habitualmente se me conoce. Recuerdo una ocasión en la que, mientras me estaba duchando con mi esposa bajo los efectos del cannabis, tuve una idea acerca de los orígenes y la invalidez del racismo en términos de curvas de distribución de Gauss. De alguna manera, era un punto obvio, pero uno del que se hablaba muy rara vez. Dibujé las curvas con jabón en las paredes de la ducha y fui a anotar la idea. Una idea llevó a otra y al cabo de una hora de trabajo muy intenso me di cuenta de que había escrito once ensayos breves sobre una amplia gama de temas sociales, políticos, filosóficos y de biología humana. Por problemas de espacio no puedo entrar en detalles acerca de esos ensayos, pero dados los indicios que venían de afuera, tales como reacciones públicas y comentarios de expertos, parecen contener ideas válidas. Los he usado en discursos de graduaciones universitarias, en ponencias púbicas y en mis libros.

Pero déjenme tratar de dar al menos una idea de esas intuiciones y lo que las acompaña. Una noche, fumado, estaba explorando mi niñez, un poco de auto-análisis, y me parecía que estaba haciendo buenos avances. Luego me detuve y pensé en lo extraordinario que resultaba que Sigmund Freud hubiera sido capaz de llevar a cabo su notable auto-análisis sin la ayuda de drogas. Entonces me di cuenta de golpe de que estaba equivocado, de que Freud había experimentado con la cocaína y abogado por su uso durante la década anterior a este auto-análisis; y me pareció muy evidente que las intuiciones psicológicas genuinas que Freud trajo al mundo se derivaban al menos en parte de su experiencia con las drogas. No tengo idea de si esta idea sea cierta o si lxs biógrafxs de Freud estarían de acuerdo con esta interpretación, o aun si una idea similar ya se haya publicada anteriormente, pero es una hipótesis interesante que soporta un primer escrutinio en el mundo de lxs sobrixs.

Me acuerdo de la noche en la que entendí de repente lo que era estar locx o las noches en las que mis sentimientos y percepciones eran de naturaleza religiosa. Tuve entonces la sensación muy precisa de que estas ideas y percepciones, anotadas casualmente, no aguantarían el escrutinio crítico que es mi actividad propia como científico. Si en la mañana encuentro en mensaje mío de la noche anterior informándome que hay un mundo en torno a nosotrxs que apenas percibimos, o que nos podemos unir con el universo, o aun que ciertos políticos son hombres que viven con un miedo desesperante, tal vez tiendo a descreer; pero cuando estoy fumado, sé que existe esta incredulidad. Entonces tengo un casete en el cual me incito a tomar en serio aquellos comentarios. Digo, “¡Escucha bien, hijo de puta de la mañana! ¡Estas cosas son reales”! Intento mostrarme que mi mente está funcionando claramente; menciono el nombre de unx compañerx de colegio a quien no he recordado en treinta años; describo el color, la tipografía y el formato de un libro que está en otra habitación y estos recuerdos sí aguantan el escrutinio crítico de la mañana. Estoy convencido de que existen planos de percepción genuinos y válidos a los que se pueden acceder con la ayuda del cannabis (y probablemente de otras drogas) que, por los defectos de nuestra sociedad y nuestro sistema educativo, no son accesibles sin estas drogas. Esta observación no aplica solamente a la autoconciencia y al trabajo intelectual, sino también a la percepción de personas reales, una sensibilidad enormemente enriquecida ante las expresiones faciales, las entonaciones y la selección de palabras que a veces da lugar a una afinidad tan estrecha entre dos personas que parecería que se están leyendo la mente el unx al otrx.

El cannabis les permite a lxs no músicxs conocer un poco cómo es ser músicx, y a lxs no artistas a aprehender los deleites del arte. Pero yo no soy ni músico ni artista. ¿Qué hay en cuanto a mi propio trabajo científico? Aunque veo que, extrañamente, estoy poco dispuesto a pensar en mis preocupaciones profesionales estando fumado ―las aventuras intelectuales atractivas siempre parecen estar en todas las demás áreas―, sí me he hecho un esfuerzo consciente por pensar unos cuantos problemas actuales particularmente difíciles de mi campo mientras estoy fumado. Funciona, al menos hasta cierto punto. He descubierto, por ejemplo, que puedo apreciar un rango de hechos experimentales relevantes que parecen mutuamente inconsistentes. Hasta acá, todo bien. Al menos la memoria funciona. Luego, al tratar de encontrar una forma de reconciliar los datos dispares, pude ingeniar una posibilidad bastante bizarra que seguramente no se me habría ocurrido estando sobrio. Escribí un ensayo en el que menciono esta idea de pasada. Creo que es muy poco probable que sea cierta, pero tiene consecuencias comprobables experimentalmente, lo cual es la marca distintiva de una teoría aceptable.

Mencioné antes que en la experiencia cannábica hay una parte de la mente que cumple el papel de un observadorx desapasionadx capaz de bajarte de prisa si es necesario. En escasas me he visto obligado a manejar en tráfico pesado estando fumado. Logré arreglármelas sin dificultad alguna, a pesar de que sí se me ocurrieron algunos pensamientos sobre el maravilloso color rojo cereza de los semáforos. Descubrí que después de manejar no estaba fumado para nada. No hay flashes en el interior de mis párpados. Si estás fumadx y te llama tu hijx, puedes responder con más o menos la misma competencia de siempre. No recomiendo manejar bajo los efectos del cannabis, pero sí puedo decir a partir de mi experiencia personal que se puede hacer. Mis viajes siempre son reflexivos, pacíficos, intelectualmente estimulantes y sociables, a diferencia de los viajes con el alcohol, además del hecho de que hay resaca. A lo largo de los años he descubierto que dosis un poco más pequeñas de cannabis son suficientes para producir el mismo viaje, y hace poco en un cine descubrí que pude lograr estar fumado simplemente inhalando el humo de cannabis que permeaba la sala.

Con el cannabis hay un aspecto autorregulador muy agradable. Cada seca es una dosis muy pequeña; el lapso entre la inhalación y la percepción de los efectos es muy pequeño; y no se desea más cuando se está fumadx. Creo que la relación, R, entre el tiempo que unx demora en percibir la dosis tomada y el tiempo que se requiere para tomar una dosis demasiado grande es una cantidad importante. R es muy grande en el caso del LSD (que nunca he probado) y razonablemente corto para el cannabis. Valores pequeños de R deben ser una de las medidas de seguridad para las drogas psicodélicas. Cuando se legalice el cannabis, espero ver esta relación como uno de los parámetros que se imprimen en el envase. Ojalá ese momento no sea muy distante; la ilegalidad del cannabis es escandalosa, un impedimento para la plena utilización de una droga que ayuda a producir la tranquilidad, intuiciones, sensibilidad y compañerismo que tan desesperadamente se necesitan en un mundo cada vez más disparatado y peligroso.